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sábado, 4 de enero de 2014

SANTEROS (homenaje a los santeros de mi pueblo)

SANTEROS.-

Pudiera pensarse, en los albores del tercer milenio, que la figura del santero es anacrónica y decadente. Cuando menos, no deja de resultar pintoresco que en una civilización regida por los avances tecnológicos más insospechados, en los que el ser humano ha despegado de sus raíces para ubicarse en la nube de la ensoñación y el más difícil todavía, sigan existiendo personas que vuelven los ojos a la recóndita soledad de las pequeñas ermitas para vaciar en ellas su espiritualidad y su deseo de rescatar del olvido las tradiciones de nuestros antepasados.
Con verdadero asombro, y con íntima gratitud, uno observa a esos grupos o cofradías de hombres y mujeres de buena voluntad que en una entrega generosa y altruista y,como si de cosa propia se tratase, ofrecen lo mejor de sí mismos para que florezcan de manera esplendorosa los recios muros que albergan la quietud y el sosiego de nuestros santos viejos.
San Antón, La Paz, San Blas, que por este orden celebran su festividad, son un vivo ejemplo de lo que vengo a decir en este comentario surgido al hilo de la última celebración en la restaurada ermita del que fuera el barrio de mi niñez, San Blas, cuando mis ojos asombrados, veían como el "Chato Buqueque" balanceaba la cesta en la que un par de palomas, no sé si pareja, agitaban sus blancas alas mientras iba subiendo el precio que por ellas, se ofrecía en una subasta en la que el fervor popular se mezclaba con el deseo de admiración de quienes, poseídos por el ímpetu del subastador, voceaban la cifra que echaba por tierra las ilusiones de los menos arriesgados.
Y si bien es cierto que siempre hubo alguna familia de la vecindad sobre la que recayó el cuidado y el desarrollo de las tradicionales fiestas y que gracias a ese empeño, tal vez  nunca reconocido, no se apagó del todo el brillo de estas celebraciones, ha sido en los últimos años, cuando estas cofradías han resurgido con fuerza y se han volcado en sus propósitos.
Propósitos dignos de todo elogio, en los que no se han escatimado esfuerzos para conseguir la total restauración de las ermitas y la esplendorosa recuperación de nuestras costumbres.
Citar aquí los nombres de quienes han hecho posible estos logros, sería tarea engorrosa por mor del desconocimiento de muchos de ellos, y porque, bien mirado, merecen capítulo aparte en la historia de nuestro pueblo. Capítulo éste, que dejo abierto por si a algún historiador se le ocurre llevarlo a la práctica.
Lo que a mí me ha llevado, hoy, a escribir esta página, ha sido el reconocimiento hacia quienes por amor a su barrio, por devoción a su santo o santa, o por el simple hecho de ser buena gente, han sido capaces de dedicar su tiempo libre a menesteres no siempre gratificantes para su cuerpo -trabajo frío, preocupaciones-, pero siempre gratos para su espíritu. Menesteres los llamo por utilizar una palabra que me parece hermosa,  que de no ser por ellos nadie hubiera emprendido, con el consiguiente deterioro de nuestras ermitas y nuestras tradiciones.
Entre otras acepciones, dice el diccionario de la palabra Santero: Persona que cuida a los santos. Yo me atrevería a agregar. ...Y que ama a su pueblo.