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miércoles, 13 de mayo de 2015

VERSOS PARA UNA DESPEDIDA ( en la voz del autor)



Después de tanto andar caigo en la cuenta
de que aún no sí si vengo o si regreso,
después de tanto andar, como un poseso,
sigo sin ver la causa que me alienta.

¡Cuánta razón pensé, que ahora es ceniza!
¡Cuánta opinión fundé sobre la nada!
¡Cuánta distancia sobre la quebrada
claridad de mi llama primeriza!

Vana intención la que en la vida aspira
a conseguir honores y riqueza,
el hoy no existe y el ayer empieza
en la frágil razón de una mentira.

Uno se afana en perseguir la gloria
sin saber que la gloria está vendida,
que cada logro es fruto de una herida
y que el pago se hará sin moratoria.

Nada es igual cuando la vida enseña
que hay muchas formas de entender la vida,
que en cada paso busca una salida
y que sólo el final la desempeña

Si acaso el corazón sintió ilusiones
se quedaron flotando en la andadura,
como rosas que el tiempo desfigura,
como seda guardada en los arcones.

Se marcharon volando los vencejos
que soñábamos místicos y extraños
y hoy, tatuada la piel de desengaños,
nos lloramos inéditos y viejos..

Perdido el horizonte, la mirada
se dirige a la tierra, indiferente,
y una sombra de Dios, sobre la frente,
refleja la quietud de su morada.

Con la sangre tendida suplicamos
una humilde porción de sentimiento,
que nos cabe ese químico elemento
en la alforja del alma que aún portamos.

Y vacilan las manos temblorosas
que ayer fueran modelo de firmeza,
-pobre escombro de altiva fortaleza
replegándose torpes y medrosas-.

No hay distancia mayor que el abandono
ni esencia más amarga que el olvido,
ni mayor certidumbre de lo sido
que este instante acosado por el crono.

La derrota en la piel surca infinitas
ilusiones quebradas sangre adentro,
y el invierno de tanto desencuentro
deja todas sus huellas manuscritas.

Quien puso más, quien hizo más acopio,
quien, poderoso, se sintió primero,
quien, primero llegó, siendo tercero,
quien hizo propiedad de modo impropio.


Velones nada más, cera gastada
que nunca más verá prender su llama,
luminaria de feria que se inflama
anunciando, en el éxtasis, la nada.

Cae el telón, el hombre se detiene
sin saber a qué puerta dirigirse,
busca una mano amiga a la que asirse
o se aferra, no hay más, a la que tiene.

Como una redención,  la Muerte aúna
a grandes a pequeños y a medianos,
y en lenta procesión, como a vilanos,
los dirige al portón de su comuna.

Sólo, al final, la vida se parece,
nadie escapa a razón tan perentoria,
y así, el hombre, perdida la memoria,
regresa a  sus orígenes y crece.





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