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martes, 13 de mayo de 2014

LEGASSA

¿Era Legassa mi amigo?. Así lo acredita la dedicatoria de su cuento "Zagal"en el que puso mi nombre a uno de los personajes. Pero para considerarse amigo de Legassa eso no era suficiente. Entrar en su círculo, en su reducido círculo, suponía poseer una madera de tonos imposibles, de vetas que rozaran el misterio. Porque él era misterio en sus trazos, en sus palabras, en sus cuentos.
Recuerdo su figura en el rincón del Bar Granada bebiendo botellines de champán. ¿Quién es?, pregunté la primera vez que lo vi. Es Legassa, un pintor extraordinario, me dijeron. Y me fijé en algunos de los cuadros que colgaban en las paredes de aquel bar-restaurante que el decoró y del que era asiduo cliente.
Y después, o antes, en la consulta de un pediatra al que solíamos llevar a la niña, me sorprendió la originalidad de un cuadro que ocupaba un lugar de honor. Es un Legassa, me dijo el doctor en tono admirativo.
Y yo supe que Legassa era un genio. Y que de haber querido hubiera traspasado todas las fronteras con las que delimitó su personalidad.
Durante algún tiempo frecuenté el bar y no desaproveché la oportunidad de romper su cerco. Era culto y si el champán lo permitía, dialogante. Pero de la misma manera cortaba por lo sano si no le cuadraba seguir hablando. Le hablaba yo en una ocasión de mariposas disecadas...
"-Desecadas, me corrigió; - Las mariposas no se disecan, se desecan".
No. No fuI amigo de Legassa. Al menos lo que yo considero como ser amigo de alguien. Fue condescendiente conmigo, con mis preguntas, con mis sueños , que de alguna manera el conocía quizás por mis colaboraciones en la revista Siembra en la que él fue esporádico colaborador con una historia bella e interminable titulada la casa de los siete balcones.
¿Era esperpéntico?. Eso parecería, a juzgar por la singular manera con la que ha querido ser despedido de este mundo. Pero creo que era una pose con la que pretendía liberarse de sus frustraciones, una pose que llegó a tomar cuerpo de naturaleza confundiendo al propio Legassa hasta el extremo de aceptar con una sutil ironía su irremediable final.
Recuerdo una entrevista que realicé en el aula de la Universidad Popular en la que él impartía clases de pintura; recuerdo el entusiasmo de sus alumnos y alumnas, la mayoría de edad avanzada, a los que había enseñado a mirar las cosas de un modo distinto; a descubrir la luz, a sentirse vivos... Creo que fueron sus mejores años. Por fuerza tuvo que hacerse metódico, aceptar un horario, asumir una responsabilidad...Pero creo poder asegurar que se sintió feliz rodeado de personas que valoraban sus enseñanzas, que apreciaban su carisma; que sentían admiración por su forma de entender el arte.
Le veía pasar muchas mañanas con su portafolios, su bolso colgado sobre el hombro derecho, camino de la Universidad Popular y era, por fin, la imagen de una persona adaptada. No sé si eso fue bueno o malo para su singular y rica personalidad; en cualquier caso ha dejado su huella sobre cientos de personas que, a pesar del propio Legassa, habrán llorado su muerte.
No puedo evitar, para poner fin a este comentario, buscar en el cajón donde guardo mis más íntimas pertenencias, el cuento que en Marzo del 87, me dedicara con ese íntimo afecto de sus pocos instantes, y dejar como testimonio de su enorme sensibilidad, sus propias palabras

"Por eso, aquella mañana el muchacho se había levantado con el gallo del corral, con el alba. Y dando un beso de silencios a la abuela que dormía, había salido al camino. Ya era libre, no volvería a la escuela. Abandonó el pueblo de las Manzanas cuando la amanecida rompía los colores en lo alto, dando reflejos rojos a las margaritas blancas, cuando el aire es más limpio, cuando cantan los pájaros tempranos. Y caminó río alante. Pasadas unas horas, se tumbó a descansar cerca del cauce, con los párpados encogidos bajo el cielo turbio sin sol. Y fue entonces cuando el corazón le dio un golpe y recordó las palabras de don Jero, el maestro.
                                                 

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Al tercer día sintió sed, hambre, temor y cansancio, no debía mirar atrás... Pero lo hizo. Miró, echó su vista hacia atrás y le dolió el corazón, se le encogió el corazón. Parecía como si brincara dentro de su pecho, se revolvió inquieto, lloró. Regresó al pueblo de las Manzanas con la flor marchita en su boca, bajo otro cielo al que le vio marchar."


Amigo Legassa, que tu lecho de tierra, le devuelva la paz a tu espíritu.