Se trata de contar una historia
sin excesivos sobresaltos; una historia en las que no hay buenos ni malos y que
puede desarrollarse en cualquier lugar de la Tierra; siempre, claro está, que
en ese lugar de la Tierra queden rasgos de humanidad.
La ternura la pondrán los
protagonistas (saldrá a la luz nada más conocerlos de cerca); y el resultado de
su bondad literaria lo encontraréis en vuestra propia sensibilidad.
La llegada.-
Si aquella mañana yo no
hubiese tenido necesidad de madrugar,
puede que esta historia no hubiera llegado nunca hasta tus manos - lector amigo
que intentas descubrirte en lo que otros imaginan, o simplemente cuentan-; pero
fue así, tuve que madrugar y por aquello de la inseguridad atmosférica, salí a temporear
a la pequeña terraza de mi casa. Da esta terraza a una calle bastante
transitada en la que, como suele ocurrir en los pueblos pequeños, nunca pasa
nada, si son de exceptuar las frecuentes colisiones de escasa consideración que
se producen en la confluencia de calles que limitan el esquinazo en el que está
situada mi vivienda.
Era esta mañana, la primera del
mes de Junio de un año dudoso, pues casi nadie estaba seguro de si era el final
del segundo milenio de la Era Cristiana, o aún debería transcurrir el siguiente
año para que el siglo concluyera. Lo cierto es que la mañana estaba fría, mucho
más fría de lo habitual en este mes en el que ya las temperaturas de los días
anteriores habían llegado a elevarse
hasta los cuarenta grados. A juzgar por el repelús que sentí sobre mi desnuda
piel podríamos estar a siete u ocho grados, por lo que pensé en llevarme algún
liviano jersey hasta que el Sol entrara en acción.
De pronto fijé mi atención sobre
una bolsa de plástico que, atada por los extremos, estaba en un rincón del
pequeño terrado.
!Ya ha tirado alguien una bolsa de basura ! pensé, meditando rápidamente sobre el poco
civismo de alguna gente!. Y con ánimo resuelto, cogí la
bolsa para depositarla en el cubo destinado a tal efecto.
Un leve quejido me sorprendió, y
en natural reacción ante la sorpresa, solté la bolsa. El lastimero quejido
siguió y, ahora sí, distinguí con claridad que aquello no era quejido, sino
maullido, o tal vez, ambas cosas juntas. Pasada la primera impresión, vino la
reflexión: )Qué hacer? Lo inmediato era
arrojar la bolsa a la calle, o tirarla al balcón del vecino como habían hecho
conmigo, o llegar hasta las afueras del pueblo y abandonarla, o sacrificar el
contenido metiéndola en un cubo de agua, o estrellarla contra el suelo...normas
estas, que por brutales y extrañas que parezcan, son de uso común entre quienes
quieren deshacerse de estos intrusos de manera efectiva.
Tantas y tales, eran las
posibilidades que en una primera prevención de medidas pasaron por mi mente.
Después estaba la Sociedad Protectora de Animales que en mi localidad se llama
CAREA, o la Concejalía de Medio Ambiente
que edita una revista dedicada a temas ecológicos y en la que, a buen
seguro, me hubieran ayudado a desembarazarme del molesto regalo de una manera
más civilizada. Confortado por estas nuevas ideas que procuraban un mejor
desenlace a la situación, volví a cruzar la línea que, sin ninguna duda, iba a
dividir mi vida en un antes y un después de aquel momento.
A los maullidos, salió mi mujer
con gesto somnoliento
!.)Qué pasa? ! dijo en un tono entre
sorprendido y ausente.
!.Alguien nos ha jugado una faena ! le dije señalando el cuerpo del delito!; alguien que no ha tenido el valor de matar
a este animal ni el escrúpulo de cargarle el muerto al vecino !que sin duda vecino o vecina debieron ser quienes optaron por una situación tan
irreflexiva a juzgar por la bolsa en la que metieron al pequeño felino,
expendida en un comercio de la misma calle.
Con gesto de incredulidad,
inicié la tarea de abrir la bolsa; tras la operación, apareció ante mis ojos un
minúsculo e indefenso animal debatiéndose entre la vida y la muerte. Eran sus
proporciones las de un futuro gatazo y el color de su piel, blanco, moteado de
grandes manchas marrones y negras.
!Qué hermoso es ! dije a mi mujer.
!)Pero qué hacemos con él? ! me dijo entre asustada y confusa.
!No tengo ni idea !le respondí.
Pero no terminaban ahí las
sorpresas, Dentro de la bolsa, había otra bolsa de la que también salían
lastimeros maullidos.
!Por partida doble !dije divertido.
!No me digas que...
!Otro.
Y era otro, en efecto, igual al
anterior, si bien su aspecto parecía revestir más gravedad.
La situación era,
lamentablemente, superior a las dotes que yo hubiera precisado para hacerme
cargo de ella. No obstante, comencé a actuar.
!.Dame una caja de zapatos, dije a mi mujer. Y
unos trozos de tela, (están helados!
De momento era todo lo que
podíamos hacer por ellos.
!.Veremos si se mueren o se viven ! dije al tiempo que sonó el timbre de la
puerta.
!Ya está aquí quien esperaba. Me marcho.
Cuando vuelva veremos que solución de la damos a este asunto.
Dos más en la
familia.-
Cuando regresé trascurridas unas
horas, la situación parecía haber tomado forma. Mi hijo pequeño, Eduardo, de
siete años, ya había puesto nombre a los intrusos. Mira papá, el más oscuro es
Fixu, y el más claro Monca.
!Son hembras- dijo mi hija Laura, estudiante
de C.O.U. y futuro premio Nobel a la sensibilidad!; yo he leído en algún sitio que sólo las
hembras pueden tener tres tonos en la piel.
!Lo que nos faltaba. (Que no se acabe la casta! ! dije falsamente malhumorado.
!He ido a la pajarería y me han dicho que les
demos leche desnatada con una jeringa o un biberón.
Decididamente, la situación
había cambiado.
!Bueno, vamos a pensar ! dije intentando imponer mi autoridad!. Si los podemos criar, lo haremos. Pero con
una condición: cuando sean capaces de comer por sí solos se los damos al tío
Graciano para que se los lleve a su finca.
!Cuando sean así, señaló Eduardo poniendo sus
palmas encontradas y separadas a una altura que supondría no menos de dos o
tres meses.
Miré de nuevo a aquellos dos
pequeños seres desvalidos que parecían haber aceptado con agrado su nuevo destino. Dormían con sus
pequeñas cabezas juntas, como buscando la cercanía y el calor de una lengua que
lamiera su desventura, y sentí que debía empañarme en aquella tarea, a todas
luces difícil y laboriosa.
Me ilusionaba ver que los
gatitos aceptaban el hilillo de leche que se deslizaba por la jeringa y movían
sus lenguas en un intento de succión innecesario; me enternecía ver las
posturas que adoptaban para dormir, la constante cercanía de sus cuerpos, sus
cruces de maullidos siempre lastimeros. Cabía ! pensaba yo! la posibilidad de que, al estar juntos, no
sintieran tanto el desamparo en el que les había dejado su infortunio y
reaccionaran hacia la vida...
AEs muy difícil que sobrevivan@, me dijo alguien experimentado
en la crianza de animales; tienes que ponerlos en la palma de la mano en
posición decúbito supino y pasarles el dedo sobre el vientre; es lo que haría
la madre con la lengua para conseguir las primeras evacuaciones; si no, se
morirán.
Hice lo que se me indicó. No sé
si sería esa la causa de que, en efecto, evacuaran su vientre. Me alegré
sobremanera a pesar de lo pudiera suponer mi gesto.
!.)Y ahora qué hacemos? !pregunté a mi hija Laura.
!.Ve a la pajarería a ver si tienen algún
producto para limpiarlos.( La pajarería fue durante esos días algo así como un
Centro de Urgencias).
Y existía el producto: un gel
para lavar gatos en seco.
!Lo frotas sobre el gato y después le pasas un
paño absorbente ! me indicaron con maneras
profesionales.
Y así lo hice bajo la atenta
mirada de mis hijos. Utilizamos unos pañuelos de papel sobre los que pusimos
pequeñas cantidades de espuma y frotando con ello a los dos cagones,
conseguimos dejarlos mínimamente limpios. Recordaba yo a la perra de un amigo
que, cuando parió, hacía este aseo a sus cachorros a base de lametones. A No llegaremos a tanto@, pensé divertido.
Desenlace
inesperado.
Transcurrieron tres días en los
que parecía que podríamos conseguirlo. Y me congratulaba ver que todos
estábamos unidos en esa experiencia; incluso nuestras dos hijas mayores,
estudiantes en Madrid, recibieron la
noticia con muestras de querer participar en la empresa. Cuando Eduardo
regresaba del colegio se dirigía directamente al lugar en el que se encontraban
los mininos con el deseo de verlos hacer alguna gracia.
!.Oye Papá )cuando van a abrir los ojos?
!.Son muy pequeños; suelen tardar quince días
en abrirlos.
!.Mira, Fixu se ha salido de la caja.
Y por allí andaba Fixu, que
siempre fue el más decidido en un laborioso gateo sobre un suelo poco apto para
afianzarse en sus pequeñas uñas y sobre el que se deslizaba más que andaba en
un intento vano de buscar a su madre.
!.No progresan mucho ! dijo mi mujer.
!Es pronto ! dije poco convencido de mi optimismo.
Pero en el fondo, yo también
veía que no tenían mucha vitalidad. Por otra parte mis dotes de criador de
gatos brillaban por su ausencia. Es cierto que me esforcé. Y que mi ilusión era
pareja a la de mis hijos. De nuevo vinieron a mi mente las palabras de mi amigo
el experimentado en animales de compañía cuando sentenció: ASi quieres me los traes y yo los
sacrifico; es lo mejor que podemos hacer por ellos. Si son recién nacidos se te morirán@.
No quise hacerle caso; yo los
imaginaba pasadas unas semanas y los veía, traviesos y sanos, jugando sin
cesar, devanando ovillos de lana, saltando por el tresillo, arañando las
cortinas...Y todo gracias a que yo los había rescatado de una muerte segura.
Pero Fixu y Monca serían solo una ilusión; una hermosa intención que nunca
alcanzaría su plenitud.
Cecilia llegó de Madrid el
jueves; le pasó lo que a todos nosotros, los vio desvalidos y, presa de una
súbita ternura se encargó de su cuidado. Yo la dejaba hacer, feliz de ver que
sus sentimientos eran hermosos y relajado al saber que contaba con su ilusionada
ayuda. No podíamos precisar si mejoraban o iban para atrás. Eran pocos días los
que habían transcurrido desde la mañana en que los encontré, pero yo intuía que
ya deberían notarse más activos.
Fixu y Monca amanecieron muertos
la mañana del sábado. Durante las noches anteriores me levantaba y observaba si
dormían o reclamaban alimento. Siempre los veía )dormidos? cruzada la cabeza de
uno sobre el lomo del otro; tan unidos en su soledad como nunca creo haber
visto a nadie en mi vida. La noche del viernes hice lo propio; iba con la
confianza de escuchar sus maullidos y de prepararles la leche, tibia, con la
que les alimentábamos, pero algo había cambiado. Cuando me di cuenta de la
situación, sentí una profunda lástima; Fixu y Monca estaban separados, cada uno en un extremo de
la caja que les sirvió de cobijo, en posición lateral; sus miembros estaban
rígidos y las pequeñas facciones de su rostro denotaban que habían dejado de
existir. Se habían ido apagando poco a poco; aquello que yo interpretaba como
sueño debió ser el dulce letargo de la muerte.
AAl menos no han muerto por
abandono@, pensé tratando de justificar
una culpabilidad que me alcanzaba.
Regresé al dormitorio
apesadumbrado. )Qué habíamos hecho mal?
!Ya te dijeron que era difícil ! dijo mi mujer.
!Eso me dijeron ! contesté.
Reflexiones finales.
Quizás el episodio de los gatos
(en un mundo en el que se abandona a los niños como en las mejores épocas del
honor dañado o se interna a los ancianos en asépticas residencias en las que se
puede disfrutar de todo menos de ese cariño que el anciano necesita o se
asesina a los semejantes de una manera brutal y despiadada) parezca una
banalidad; pero yo he aprendido algunas cosas:
Que la vida es vida en
cualquiera de sus demostraciones. Y que no es la animal, esa que nosotros
llamamos irracional, más carente de significado que la vida humana.
Que el instinto es una fuerza
superior a cualquier otra manifestación del ser. Yo me atrevería a decir que es
la inteligencia simplificada hasta el extremo de lo subliminal.
Que la necesidad de afecto se
manifiesta desde el mismo momento en que un ser es concebido.
Que el motivo de exterminio por
el que el hombre actúa sobre las especies consideradas inferiores es puramente
mecánico e irreflexivo.
Que aún está por descubrir si
eso a lo que nosotros llamamos inteligencia y que nos sirve como referencia
para establecer criterios humanos, no será una aberración de la naturaleza
Que los sentimientos constituyen
un dédalo intrincado en el que no es fácil descubrirse si no se presenta la
ocasión propicia.
Que una lágrima, o un maullido
lastimero, es el resultado químico de una combustión interna.
Que la tristeza reconforta el
ánimo elevándolo a un estado catártico.
Que el desvalimiento es el mayor
antídoto contra la soberbia.
Que no hay palabra más hermosa
que la palabra Aayuda@...
Y uno se sorprende porque (iniciado
ya el último recodo del camino, cuando el corazón !endurecido por los muchos avatares de los que
no ha sabido salir indemne es tan sólo una máquina precisa incapaz de salirse
de su ritmo-), observa que aún puede descubrirse en esas grietas por las que
alma asoma, acaso temerosa, acaso ingenua, pero siempre navegando sobre esa
sinrazón de mandamientos que intentan anularla. Tal vez sea esa ingenuidad la
que nos salve y estemos, aún, en el
camino que nos llevará, por fin, a la
Tierra Prometida.
Epílogo:
Fixu y Monca, nunca vieron a su
madre; no llegaron a sentir el latido reposado de su corazón ni tuvieron
ocasión de estremecerse con el vaho maternal de su aliento. Yo solo fui un mal
remedo incapaz de conseguir que la vida no se escapara de aquellos diminutos
cuerpos. Pero si de algo estoy convencido es de que he aprendido más con el
comportamiento afectivo de estos minúsculos e indefensos seres, en unos cuantos
días, que del comportamiento humano, durante el tiempo de mi ya dilatada
existencia.