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miércoles, 15 de febrero de 2017

CONFLICTO DE INTERESES.

No sé si la raza humana es la única en la que el cuerpo siempre está en conflicto con la vida. Creo que sí. Y creo que, tal vez por ello, somos la única especie que ha evolucionado y seguirá evolucionando hasta cotas impensables.

Acabamos de inventar el taxi aéreo, un derivado de los drones que pronto surcará los cielos creando una segunda zona de rodadura sobre los pavimentos de las ciudades.  Y según vayamos avanzando en ese conflicto cuerpo/vida seguiremos descubriendo tantas mejoras como sean necesarias  para alcanzar esa plenitud intrínseca a nuestros genes.

Visto así, y al parecer demostrado que el ser humano supera todas las adversidades, tendríamos que empezar por desterrar a todos los visionarios que en el mundo han sido y que han anunciado plagas y finales apocalípticos, en la seguridad de que si bien es cierto que la humanidad está constantemente amenazada, también es cierto que en cada momento se encuentra el antídoto que pone freno a la desesperanza. Pero esta aseveración, si me permiten, sólo es una licencia, pues otros visionarios ha habido que adelantándose a su tiempo, pronosticaron viajes espaciales o inventaron artilugios para volar que sirvieron como  prototipos a los actuales. Es decir, todo lo que la mente humana imagine, bueno o malo,  puede ocurrir, pero de la misma manera se pondrán en marcha los elementos necesarios para contrarrestar las adversidades.

Lo malo de esta civilización que tantas cosas buenas se ha procurado es que no es equitativa. El “san para mí, que los santos no comen”, es una expresión de alcance para entender que nuestra individualidad es tan poderosa que nos supera y puede que sea esta la razón de que sobre esta tierra capaz de autoabastecernos, existan  desigualdades tan evidentes como las que cada día se nos manifiestan.

Claro que aquí entran en juego factores que escapan al raciocinio, al menos a ese raciocinio común con el que la equidad sería posible. Sí, porque cuando los seres humanos fueron conscientes de su poder surgieron las diferencias, las fronteras, las usurpaciones territoriales, las guerras por el control de la energía… Surgió la ambición, que tiene tanto de humano que nadie puede sustraerse a su influjo
Dejar el poder en manos de una sola persona es una Tramp-a. Pero es la asignatura pendiente de la humanidad. Y lo es por lo que decía al principio de este comentario: el cuerpo humano siempre estará en conflicto con la vida. Para evitar este conflicto sólo nos haría falta una dosis de humildad, pero también está comprobado que con humildad no se llega a ninguna parte. Puede que al cielo, si tomamos en cuenta las Bienaventuranzas . ¿Pero habrá cielo…?


¿Sobre qué puedo escribir? me preguntaba al iniciar este comentario. Y me he dejado llevar hasta este punto. Son sencillas pinceladas sobre las que habría que entrar más a fondo y a las que le caben todos los retoques que se os puedan ocurrir. Como a la vida misma…

lunes, 6 de febrero de 2017

EL JUEGO.

La vida es un juego, un irremediable juego al que nadie puede renunciar. Cada cual interpreta su personaje como si para él estuviera escrito en el libreto de la creación. El pobre sabe ser pobre y el ministro, ministro, pero los dos, lo que saben fundamentalmente es  interpretar su papel. Tal vez, el tremendo error de esta civilización en la que la raza humana ha conseguido, pese a sus limitaciones físicas con respecto a los demás seres del planeta, dominar sobre la tierra, sea el de tomarse los papeles tan en serio. Cada día estoy más convencido que de esa seriedad en la interpretación de las reglas dimana la tragedia que asola al ser humano: La soledad. Somos un montón de solitarios que sólo se preocupan de ejecutar bien su papel, aunque este papel sea el de malos de la película.

¿Podría concebirse una sociedad sin reglas? La pregunta, aunque parezca simplista no le és tanto. Y me explico. Si esta sociedad reglamentada en base al respeto de las libertades, de la evolución personal, del desarrollo económico, del progreso colectivo, del bienestar social, de la expansión del saber, del disfrute del ocio, ha llegado a crear tal cantidad de monstruos como a diario aparecen en las noticias, ¿cuál es el fallo? ¿Sería peor una sociedad carente de normas, que ésta en la que nos ha tocado vivir? ¿Serían menos los crímenes, los abandonos de ancianos, de niños, de hogares? ¿Serían menos las guerras, los atentados, los abusos de los más fuertes o de los más listos sobre los que han tenido la adversa fortuna de la debilidad o la ignorancia? Definitivamente creo que no. Así lo está demostrando el más cercano conocimiento que, gracias al progreso tecnológico, tenemos de la humanidad con la que compartimos este espacio vital que es la Tierra.

Quiere esto decir, que no porque existan leyes que condenen a los que se extralimitan va a dejar de existir esa tendencia en quienes por ella estén dominados; de la misma manera, quien disfrute del beneficio de virtudes filantrópicas, las desarrollará sin más; de ahí el desarrollo de las artes, la ciencia, la tecnología o de la propia humanidad.

Creo que las leyes son una consecuencia del miedo que no erradican el miedo. Por poner ejemplos simples: de nada sirve la sanción contra el conductor peligroso, o la advertencia del peligro de tomar drogas, contra el deseo de tomarlas, o la prima por natalidad contra el planteamiento de una vida sin excesos de responsabilidad. Somos lo que queremos ser, porque ése es nuestro papel en la vida. Para bien o para mal, la raza humana tiene unas condicionantes, que la diferencian del resto de los seres vivos,  a las que no se puede sustraer.

¿Cómo puede explicarse la barbarie, el genocidio, la crueldad, la indiferencia, si no es porque son inherentes al ser humano?

Y contra eso, de nada sirven las medidas intimidatorias por fuertes que estas sean. Podrán eliminar al individuo pero no erradicarán el hecho, que, como esos virus que, agazapados, esperan el momento del ataque, volverá a resurgir del modo más insospechado.

En definitiva, nuestros pasos están marcados de manera genética, como lo está el vuelo migratorio de esas aves que, en el otoño, comienzan a buscar la calidez de lejanísimas tierras. Nada les impedirá intentar el vuelo aunque les vaya la vida en el empeño.

Resumiendo: puede que las leyes sean necesarias para una convivencia pacífica entre los pacíficos, a los que sin duda les gusta interpretar este papel, pero quienes tengan en el guión el papel de asesinos, de intrigantes, de soberbios, de xenófobos, de ambiciosos..., lo seguirán teniendo por mucho que esas leyes, que también vienen impuestas en el guión de la vida, lo prohíban.