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miércoles, 29 de octubre de 2014

POBRES POETAS LOS QUE AÚN SOÑÁIS.


Iba a comenzar este poema diciendo
que un hombre sólo es igual a otro hombre
cuando ambos están desnudos.
Definitivamente, estaba equivocado.
Ni siquiera en esa extrema situación
hay dos hombres que puedan considerarse iguales.
Explicación:
La desnudez también provoca agravio comparativo;
la belleza corporal es una posesión, otra más
de las muchas que hacen al hombre egoísta.
¿cuál sería, entonces, la cualidad necesaria
para que dos hombres puedan considerarse iguales?:
La sabiduría.
Sólo a través de esta virtud,
adquirida tras siglos y vidas de búsqueda
puede llegarse a la obligada conclusión
de que si bien para que dos seres humanos sean iguales
deberían darse una serie de circunstancias
de difícil ejecutoria, es, la sabiduría, tan escasa,
y de tan difícil manejo, la única herramienta
con la que puede acometerse tal intento.


No es igualdad, en este caso,
sinónimo de repetido. No lo quieran los cielos,
y mucho menos los infiernos.  Igualdad,
significa, en este caso, derecho a:
gozar de las mismas oportunidades que los que tienen oportunidades,
partir y compartir el pan nuestro de cada día,
estar integrado como el que menos
en los proyectos sociales de los gobiernos,
tener acceso a una vivienda digna,
a un trabajo digno,
a ser mirado dignamente
independientemente del color de la piel o del lugar de procedencia,
poder acceder a un pañuelo (entiéndase como metáfora)
cuando haya que enjugar las lágrimas de la desesperanza
(váyanse poniendo a continuación,
aquellas ocurrencias que cada cuál considere lógicas).
Y cuando esta igualdad sea posible,
seguir teniendo la posibilidad de corregir
las desigualdades a las que esta nueva situación, dé lugar.

¿De manera que, esto, no es poseía?
No, ya sé que hoy la poesía está en los anuncios de eau du lo
(que no sé por qué casi siempre tienen que pronunciarse en francés),
en toda la engañosa publicidad con la que pretenden vendernos
una estancia de tres días en una isla paradisíaca,
en las guías comerciales, en las rutas turísticas,
en las cartas de menú de los restaurantes más cotizados,
en los cruceros de placer,
en las promociones de los hipermercados,
en la denominación de los artículos de belleza...
¿que no se lo creen?,
enciendan la tele,
lean las revistas,
vayan a una agencia de viajes.
Compren, señores, compren, la poesía del nuevo siglo.
Pobres poetas los que aún soñáis con redimiros a través de la palabra,
con encontrar belleza en una lágrima,
en el gesto desvalido de un inocente,
en las bolsas de pobreza que origina la desigualdad.
Os dirán que estáis locos,
que esa no es la función de la poesía,
que todo poeta que se precie debe perseguir la originalidad,
los nuevos ismos de nuestro siglo consumista.
Pobres poetas los que aún soñáis.




viernes, 24 de octubre de 2014

DEPENDENCIAS.

Escribí este articulo hace muchos años, a raíz de una manifestación contra la droga. Por desgracia, su contenido es tan vigente como el día de su publicación.

Leo en Canfali, que la manifestación contra la droga celebrada en Manzanares el día 3 de Enero, no contó con el suficiente apoyo, pues en una ciudad de 18.000 habitantes, no sobrepasarían los 200 el número de participantes. Se lamenta la asociación convocante de la escasa participación y busca el comentarista disculpas en el frío reinante y en las fiestas recientes.

Yo, aún a riesgo de que mi exposición no sea del agrado de muchos, me voy a permitir opinar de un tema tan delicado y candente.

Para empezar, habría que definir lo que es dependencia: Dependencia es aquello a lo que un ser humano se aferra de manera que pueda atentar contra su salud, bien sea síquica o físicamente. Podrían ser dependencias: drogas, sexo, juego, alcohol, tabaco- estas entre las perniciosas, que dependencias hay en todos los órdenes de la vida aunque aparentemente no perjudiquen - y todas aquellas actividades que excedan del uso para llegar al abuso. La dependencia puede estar motivada por unas circunstancias adversas o por una permisividad excesiva; creo que es esta última causa la que puede afectar a la población de mayor riesgo que es la adolescente en una localidad aparentemente tranquila como es la nuestra.

Decir a estas alturas que nuestros hijos han conseguido unas cotas de libertad que excesivas a todas luces. es poco menos que atentar contra una sociedad que ha impuesto una serie de modos para moverse en ella: desde la proliferación de bares-disco-garitos, legalmente establecidos, hasta las intempestivas horas de cierre legalmente autorizadas.

Es moneda de uso corriente que los padres pasen la noche en vela hasta que el niño o la niña, cierran la puerta con el sigilo de un puma cuando va de cacería; solo que en este caso el sigilo es al regreso. Y claro, para evitar comentarios desabridos, y enfrentamientos que no conducirían sino al desarraigo familiar, el padre o la madre, o ambos, tranquilos ya de que otra noche más no haya sucedido nada, se arrellanan en su almohada y consiguen, por fin, conciliar el sueño. A la mañana siguiente, los hijos, que no tienen otra ocupación que levantarse a mesa puesta, dormirán a pierna suelta, indiferentes al mundo que se mueve a su alrededor y que les parece ajeno.

Es esta una cruda estampa que, mirada detenidamente, produce escalofrío; pero que vista desde la cotidianidad toma visos de normalidad. Pero la pregunta es :¿es de verdad normal que nuestros hijos pasen por esta limitación de horizontes sin que se pueda hacer nada por remediarlo?

Y llegados a este punto, alguien se preguntará ¿Tiene esto algo que ver con la droga? ¿son acaso culpables los establecimientos de juventud del tráfico y consumo de estupefacientes? Es de suponer que no. Y preguntados a este respecto ni unos ni otros se sentirán responsables de este tráfico. Pero es evidente que en esas muchas horas de tiempo libre en las que la nocturnidad y el aislamiento son propicios, se mueven los peones de este ajedrez en el que nunca se puede dar jaque al rey. Indudablemente son actividades distintas, pero paralelas; las unas se mueven al ritmo de las otras. Y es cierto que, por desgracia, la droga se puede encontrar a plena luz del día de la misma manera que se encuentra el tabaco y el alcohol; pero es en la clandestinidad donde se produce el mayor comercio y consume.

¿Qué hacer? Sería la pregunta del millón. La respuesta no es fácil; pero, a mi modo de ver, no pasa por las manifestaciones. Es, no cabe duda, un camino, pero quienes van a las manifestaciones son los que no la consumen: padres, amigos de los padres, autoridades, organizaciones anti-droga. ¿Y qué? Para encontrar solución a este mal, hace falta una voluntad individual. Si el propio afectado no se lo plantea, es difícil -por muchas lamentaciones que se produzcan desde la buena fe del que no consume- conseguir algo positivo.
La droga es, en principio, un aliciente que cuenta con el morbo de lo prohibido; con la leyenda de la rebeldía y con el bamboleo de la personalidad. Quienes han caído en esta trampa saben que es cierto. Pero también es cierto en esas otras drogas menos perseguidas aunque no menos dañinas. Uno recuerda el primer cigarrillo, o el primer vino, casi siempre al hilo de alguna apuesta, o del temor a ser catalogados como flojos en esos primeros escarceos en los que no existen referencias. Ni que decir tiene, que la mayoría de la gente que fuma o bebe, darían cualquier cosa por evitarlo. Particularmente cuando se le ven las orejas al lobo; es decir, cuando el médico diagnostica una cirrosis hepática o un cáncer de pulmón en avanzado estado de conquista ( metástasis es la bella palabra que parece definir esta parte terminal del proceso cancerígeno).

Pero curiosamente, estas enfermedades se consideran como normales en una sociedad que acepta como normales las drogas que las causan. Esto, que no mejora ni empeora la situación de quienes tienen estos hábitos, tiene, a mi modo de ver, sutiles diferencias:
1º Nadie que consuma tabaco o alcohol es considerado como drogadicto; para denominar esta dependencia se utiliza el eufemismo de "enfermos".
2º Nadie tiene que robar o matar para conseguir estos productos que al estar debidamente legalizados se encuentran con facilidad y a precios razonables.
3º La sociedad instrumenta las medidas necesarias para intentar curar a quienes fruto del abuso de estos productos contraen enfermedades irremediables.
4º Es considerable el número de personas que al comprobar que la dependencia de estos productos es nociva, lo dejan por propia voluntad.
Decir después de estas comparaciones que la solución pasaría por legalizar las drogas junto a una serie de medidas paralelas sería temerario; pero si nos paramos a meditar, surgen las siguientes preguntas:
¿Acaso se reduce el consumo en la ilegalidad?
¿Sirven de algo las medidas disuasorias?
¿No es cierto que la adulteración es la que más muertes causa?
¿No es cierto que la adulteración es fruto del comercio ilegal?
¿No está la delincuencia, en su mayor parte, motivada por la necesidad de dinero para conseguir la droga?
¿No entran por una puerta y salen por otra quienes, -hábiles y avisados- nunca tendrán en su poder más droga de la que consideren perjudicial para su posible condena, dejando a buen recaudo la restante?
Son reflexiones, estas, que dejan un gran escozor en el estómago; porque uno, tiene en la memoria a esa última víctima conocida y relee sus declaraciones en boca de su madre. Son tristemente graves los estragos que la droga produce en las familias; pero son igualmente tristes los estragos que produce la velocidad, el deporte, la vida en suma, por la que todos nos movemos incapaces de aceptar las normales limitaciones impuestas al ser humano.

Solo nos queda reflexionar y tomar las medidas conducentes a corregir los desequilibrios de una sociedad en franco deterioro; pero, consecuentes con esa libertad, con esa permisividad, con esa falta de diálogo que se ha impuesto en los hogares, bien haríamos en ser los primeros en aplicarnos el remedio

lunes, 20 de octubre de 2014

DANIEL, MI AMIGO.

Probablemente, todos los de mi edad recordaréis a Daniel González-Mellado, nuestro paisano músico,  y los que sean más jóvenes, deberían recordarlo porque sería señal de que su memoria prevalece por encima de convencionalismos protocolarios como pudiera ser la sala de ensayos que lleva su nombre. Sirva como recordatorio este escrito  con el que presenté el concierto homenaje que se le rindió a raíz de su fallecimiento en el año 2000.



Queridos amigos, buenas tardes:

Podría recurrir, en esta hora difícil, a viejos escritos sobre el amigo muerto al que lloré, más por lo inesperado que por lo inexorable de su muerte, pues la muerte a todos nos espera en esa encrucijada final a la que más tarde o más temprano hemos de llegar. Podría recurrir a viejos escritos sobre el amigo vivo, con el que compartí infancia y juventud, y al que me cupo el honor de presentar cuando la revista Siembra le nombró sembrador. No hace tanto...

Podría contar anécdotas, revivir imágenes, pero serían pasadas, personales, íntimas. Y no quiero proyectar exclusividad en mis personales sentimientos sobre la trayectoria de quien a lo largo de su vida fue pródigo y generoso en su sentir, hacia todos los que de alguna manera se sintieron atraídos por la calidez de su cercanía.

Por eso, hoy, no voy a recurrir a las emociones, entre otras cosas porque no sé si podría dar fin a esta lectura, y porque a Daniel, pues ya sabéis que es de él de quien os hablo, no le gustaría . Voy a utilizar una figura menos dolorosa para evocar al amigo, a nuestro amigo: la de la ausencia. Porque la ausencia no es un estado definitivo del ser. La ausencia siempre es evocadora y en ella cabe la esperanza del reencuentro. En la ausencia se puede mantener comunicación con el ausente, revivir los momentos que con él pasamos, imaginar su llegada con esa aureola que imprime la distancia, guardarle  un sitio preferente en ese hueco de la memoria que es, en definitiva, lo único que pervive de nuestro paso por la vida.

Si hoy, sobre este escenario hubiera una silla vacía, y , sobre ella, un trombón de varas, quedaría constancia de una pérdida.; pero, si, como ocurre,  cada músico ocupa su lugar, y los trombones, aguardan, inquietos, que el aire circule por sus tuberías para producir ese sonido inconfundible, nadie notará la falta de quien, a última hora, tuvo que acudir a una cita inexcusable.

Y, en realidad, sobre este escenario, no falta nadie, pues en todos nosotros está latente el recuerdo del buen hacer de un músico que no ha escatimado esfuerzos por su pueblo y por su banda ( entre otras cosas, porque nunca le supuso esfuerzo); que siempre ha llevado a Manzanares entre los pliegues de su gran humanidad, sin pararse a pensar en si Manzanares reconocería alguna vez esa entrega.


No se trata de magnificar nada, pues seguro estoy de que, a quien corresponda, no le pasará desapercibida esta reflexión y algún día, el nombre de uno de nuestros ilustres paisanos, figurará en la cabecera de alguna de nuestras calles, aunque me consta, y todos lo sabéis,  que Daniel ha excusado siempre cualquier intento de alabanza u homenaje desde esa sencillez le ha hecho acreedor al cariño que todos le profesamos. Sus amigos, aunque a algunos la vida nos haya llevado por otras sendas, han estado siempre presentes en sus prioridades y para todos ha tenido una sonrisa amable, un gesto confidente, una palabra cálida...

Daniel está con nosotros, donde mejor se puede estar: en el corazón, en el sentimiento, en la palabra que  pretende salvar barreras y acercarnos a su esencia. Nadie, en estas circunstancias puede considerarse muerto.


Por eso, hoy, este concierto no será un homenaje sino un encuentro. Un encuentro desde ese sentimiento bienhechor que en este momento nos invade y pugna por aflorar en los ojos. Que la música sea la savia reparadora de la ausencia. Por ti Daniel.

martes, 14 de octubre de 2014

LAS VOCES QUE NO FUERON (del poemario inñedito CUESTIONES ESENCIALES)


I
De quien no puede hablar quisiera hablaros,
por la boca de aquellos
que no tuvieron tiempo, quiero hablaros,
con palabras de tierra quiero hablaros
-palabras amasadas con sudor y tristeza
sobre yermos parajes de infinita distancia-.

Porque ha llegado el tiempo
de llamar a las cosas por su nombre
quiero hablaros por ellos, por quienes no pudieron
aprenderse el Catón, cuando de niños,
rozando apenas juegos y caricias,
deshicieron su pobre cartapacio
bajo el turbio candil de la ignorancia.

Cómo decir qué fueron, si ellos apenas fueron;
cómo dar una imagen, de quien quedó entre sombras;
cómo hablar de sus sueños, si no tuvieron sueños,
si nada más nacer eran respuesto, mano de obra precisa
para seguir labrando tras los pasos del padre...

Yo he vivido ese tiempo, por eso los conozco;
los he visto llorar al borde del olvido,
cuando la luna hablaba de amor con los espigas;
los he visto agotados al límite del alma,
cerniéndose en la noche sobre humildes yacijas.
Los he visto fundirse bajo un sol despiadado
cuando aún sus huesos eran de tierna hierbabuena.


II

Mas no es su desconsuelo lo que quiero contaros,
sino su briega brava, su entrega generosa,
su mirada segura, sus anhelos ocultos,
su firmeza abrazando la inocencia del hijo...

Ellos fueron la savia que, callada, pervive
laborando caminos hacia un nuevo horizonte;
el germen del deseo  nunca cuantificado,
de desbrozar las sendas a los que luego fuimos;
el diezmo acostumbrado que todos los humildes
pagaron en moneda de manso conformismo.

Y esta es su voz, las voces que nunca imaginaron
una página en blanco para decir su verso,
su verso, como un grito nacido del olvido,
su verso como tierra, tan virgen como entonces.

III

Si alguna vez la vida no nos fuera propicia
y viéramos el rostro brutal de la miseria,
si esta nuestra opulencia rodara cuesta abajo
haciéndose pedazos y el pan no germinara;
si un día nuestras carnes quedaran sin abrigo
como quedan desnudos los brazos del otoño,
si,  en fin, la vida fuera luchar cada mañana
sin saber si la noche nos salvará los sueños...
dónde estará el coraje, sobre qué arquitectura
forjaremos un mundo que nos haga creíbles,
dónde estarán los hombres, los sufridos aquellos
que, negándose el tiempo, nos alzaron del hambre.

Por eso estas palabras, por eso estos recuerdos
casi desmadejados y azulados de invierno:
Para que nadie olvide su deuda con los muertos.

martes, 7 de octubre de 2014

QUE LA MANO SEA LIBRE

1

Que la mano sea libre, que diga lo que sienta.
Dejad que sea la mano, en esta última instancia,
la que alfombre el camino con las rosas del alba:
Corto ha sido el trayecto Apenas quedan horas
para poner las lindes en lo que hicimos nuestro.
Se pasarán las vidas y volverán las cosas
a depender de aquellos que nacerán entonces.
Y tornarán las redes su cosecha de peces
sobre los mismo ríos donde la Luna habita
 Restañará la Tierra sus cicatrices pardas
y volverán los mares a circundar la vida
como ballenas viejas que, celosas, preservan
a sus hijos del miedo.

Regresarán las barcas hasta el tronco del árbol
dónde ayer fueran savia portadora de anhelos.
Se tornarán azules los insensatos humos
que dejaron estériles humedales antiguos
y reinará el vacío sobre los mismos pasos
en los que una mañana despertamos soñando
que éramos el destino final del Universo.


2

Que la mano sea libre. Que canalice el verso
que fluye vida arriba como agua milenaria;
que anote los sentires que llegan en manojos
de integridad fundida sobre el corcel del aire:
Casi todo es regreso.
Desde el instante mismo
en el que el vuelo inicia su trayectoria urgente,
se adivina una nube de inquietud en el ala
que, temerosa surca, la vastedad del ansia.
La plenitud es esa dimensión en que el miedo
se proyecta imbatible sobre el alma vencida,
sobresaltos de sangre navegan ese impulso
con el que todo anhelo regresa hacia el origen;
la combustión interna sólo es una promesa
de que mañana, acaso, nos llamarán de nuevo
esas voces gastadas que perdieron su timbre
igual que pierde el día su luz cuando anochece.
Casi todo es regreso.
Tal vez este poema
es tan sólo el comienzo de mi inverso camino
hacia el útero malva de una tierra impaciente,
tal vez cuando despierte de este sueño de vida
me descubra vagando sobre el cárdeno olvido
y no tenga más versos para seguirme haciendo.


3

Que la mano sea libre en este mediodía
por el que voy llevando mi barca a la ribera
que desciende hasta el alba de aquel tiempo primero
y se pierde en la bruma de pasadas conquistas.
Nadie tiene la culpa si la vida es fracaso,
pues que somos producto de una alquimia incompleta,
la vida es sólo un turbio reflejo en las arenas
de este desierto oscuro donde la luz no se hizo.
Como chispas ingrávidas después del artificio
daremos fe del todo desde esta nuestra noche,
y, lo mismo que el fuego, habremos consumado
esa razón de ser que alentó nuestros instante.
Tal vez estas palabras, estos juegos florales,
sean las últimas notas que yo arranque a mi lira
y quizás esta urgencia que mis versos expresan
no son sino el deseo de anular mis derrotas.

Por mis manos desfilan gastadas inquietudes
con el torpe aleteo de una alondra asustada
y estas páginas blancas dejan huella inocente
de que toda mi sangre se ha sentido promesa.
Tal vez es este punto de eternidad que sueño
el eslabón que anuda mi sed de siemprevivas
y esta luz que me embarga mientras hilo el poema
es el último intento de encontrar mis orígenes.

Por eso en esta tarde de extrañas confidencias
me he dejado llevar a merced de los vientos
como leve vilano, como sueño incompleto

que buscara en la duda la razón de su esencia.

viernes, 3 de octubre de 2014

FIN DE MILENIO (Concierto de fin de año)


Cuando el siglo XX tocaba a su fin, se predijeron desastres de todo tipo. A raíz de ello, se me ocurrió esta fantasía dantesca:

Aquella noche había un especial revuelo en el ambiente; alguien se había permitido llegar con una de esas horribles gafas que con el número 2000 había fabricado uno de esos comerciantes avispados que están a la que cae; alguna mujer había pintado sus uñas de purpurina; y como uníendose a aquel destellante cambio de milenio,  en el escenario, sobre las sillas que después ocuparían los músicos, los instrumentos, fuera de sus fundas, brillaban con reflejos dorados, blancos, cobres..., incluso el ébano de los clarinetes o el caoba del fagot destacaban sus veteados tonos bajo la intensa luz de los focoss que suspendidos en la diabla daban luz a aquel rectángulo. Los atriles, como un pequeño ejército en formación, parecían estar a  la espera de la arenga que el general, como era su costumbre, les iba a hacer de un momento a otro. Todo prometía que, dentro de breves momentos, se iba a realizar el acostumbrado concierto de fin de año. Se escuchó la consabida frase: Señoras, señores, bienvenidos al Gran Teatro de Manzanares;   el concierto va a comenzar, rogamos apaguen los teléfonos móviles y las alarmas de sus relojes. Muchas gracias. Por las puertas laterales de la flamante concha acústica iniciaron su entrada los músicos  y sonaron unos débiles aplausos de rigor; una vez colocados sobre sus respectivas sillas, la banda, a instancias del concertino, afinó durante unos minutos  quedando después en silencio.  Volvió a abrirse una de las puertas laterales y entró el director. Los músicos se pusieron en pie; se escucharon nuevos aplausos, esta vez con más intensidad, como confirmando la importancia que se atribuía a la participación de aquel hombre, de porte circunspecto, en la realización del concierto. Éste saludó al oboe que hacía las veces de concertino y a la joven rubia que interpretaba el papel de clarinete principal, situados uno a cada lado de la posición que dentro de unos instantes iba a ocupar sobre la tarima preparada al efecto. Miró hacia el público, hizo un rápido gesto de inclinación del tronco y se volvió hacia los músicos
Levantó los brazos, concedió unos instantes de concentración y atacó la primera obra. Ningún instrumento emitió sonido alguno; sólo la tuba, con gravedad, articuló una frase humana que dejó sorprendido al bajista que esperaba, como era natural, una escala de sonidos en correspondencia con las llaves que había articulado. La frase, que efectivamente seguía el curso cromático, el tiempo, el matiz, las figuras, el ritmo y la intensidad correspondientes a lo que del instrumento se solicitaba por su intérprete fue la siguiente: Hooooyporr serfin aaal demil en io vaaaaam osadecir osloq ue hemosssscall adodurannnnn
t eeeeeeee tantotiem poooo.
Todos los instrumentos se estremecieron entre las manos de los músicos mientras éstos, sin dar crédito a lo que ocurría miraron hacia el director que , a su vez sorprendido, encogió los hombros en un gesto como de: "a mi que me registren". El público, expectante, esperaba que alguien explicara lo que estaba ocurriendo, por lo que el director se volvió y sólo acertó a decir: Señoras y señores, me temo que estamos ante el efecto 2000.
Una carcajada general llenó el recinto. Todo el mundo pensó que aquello podría ser una broma de las que, por la coincidencia con del día de los Santos Inocentes, el director solía gastar en estos conciertos de fin de año.
Cuando nuevamente, los músicos intentaron ejecutar sus partituras, volvió a suceder lo que al principio: todos los instrumentos permanecieron en silencio excepto el clarinete principal que, con un sonido dulce y redondo, emitió una fermata en la que, de manera expresiva, articuló la siguiente frase :estotalmentejustoquehoy seamosnosotros quienes t  e  n  g  a  m  o  s  laoport un idad deeeeeee manifestarnosanteustedes.
A lo que el coro de los clarinetes segundos durante cuatro compases seguidos respondió: esjusto esjusto esjusto.
La flauta, que estaba impaciente por dejar oír su meliflua voz, hizo su entrada en la tercera parte del último compás en el que los clarinetes segundos repetían su cantinela; con un sonido tan dulce como equívoco arguyó:
esverdader ament elamentable quenadieseha yaparadoapensar l o quenosotrossentimos c u a n d o todases tassimpresio nespasan poooooor nues trosconductos.
A lo que las flautas segundas y los clarinetes terceros respondieron: uctos uctos uctos.
Aquello parecía un galimatías. Hubiera sido preferible que cada instrumento hablara con normalidad, como lo hacen las personas: separando las frases por palabras y éstas por sílabas; pero acostumbrados a interpretar pasajes en los que lo importante era el sonido, no eran diestros en emitir frases humanas con la debida corrección.
Ahora era el saxofón alto, con su acaramelada voz el que iniciaba una frase coreada por el resto de saxofones ( altos, tenores, y barítono); mientras éstos repetían en compás de tres por ocho a un tiempo: Voy voy voy , el solista alargaba la ejecución de una frase profunda:
Voooooooy aaa deeemostraaaarleeeeees queeee l a ssssssseeennnnsiiiiibiliiidaddddddd dellllll ar tiiissta nnnnnnno exissstiiiiiii ría siiiiinnnn micolaboraciónononononononononon Y después de un trémolo final,  enmudeció.
De nada valían los esfuerzos del músico que se desgañitaba soplando para arrancar algún sonido al instrumento; ni las brazadas del director que así, sin música que respondiera a sus aspavientos parecía un títere de feria. Ningún sonido salía por aquella campana dorada que parecía enrojecer ante la presión que soportaba. De pronto dejó escapar su nota más grave como en una larga pedorreta :pppppppppppppppppprrrrrrrrrrrrrfffffffffff. Y enmudeció de nuevo.
El público no sabía si reír o llorar. A lo lamentable de la situación no le faltaba su chispa de gracia; pero era indudable que aquello sobrepasaba lo normal. ¿A qué obedecía aquella rebelión de sumisos instrumentos? ¿Tendría, verdaderamente, algo que ver la entrada en el nuevo milenio con los malos augurios de  las profecías de Nostra Damus, las de Malaquías, o las de tanto mago moderno como salía por la televisión prediciendo los hechos más insólitos?
Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el director del Gran Teatro dio la orden de contactar  con otros lugares en los que se estuviesen interpretando conciertos de fin de año con el fin de ver si este caso insólito se repetía, o la confabulación de instrumentos sólo se daba en este recinto. El resultado de esta investigación , que no se hizo pública para evitar males mayores, fue  que tanto en pueblos cercanos, como en el concierto que interpretaba la Orquesta Nacional de España en el Teatro Real de Madrid, estaban  ocurriendo cosas sumamente extrañas.
Mientras tanto, en el escenario del Gran Teatro de Manzanares seguían las maravillas,  ahora en boca de un trombón chispado -eso al menos parecía deducirse de su verborrea con acento de tabernero de extrarradio- que, a ritmo de mazurca decía: Verán verán verán . Veránustedesquebienseva. Verán verán verán.Enelmilenioquevaaempezar, mientras el resto de trombones, a ritmo terciario, repetía: Loverán loverán loverán
No es que el director no quisiera suspender aquel acto. Es que sus brazos no obedecían las órdenes de detenerse que, sin cesar, les enviaba su cerebro; por lo que presos de un paroxismo inusual se agitaban marcando los tiempos de las frases que aquellos rebeldes incontrolados emitían.
Eran ahora los timbales, los que, con un desaforado estruendo semejante al retumbar de cien tormentas, ponían su voz de ultratumba en aquel conciliábulo en el que todos los espíritus se habían conjurado para orquestar una rebelión sin precedentes. Las mazas repicaban incesantes,  dim-dam dim-dam, pero lo que se oía, lo que el público oía en aquel monólogo eran gritos de furor, como de alguien que después de haber estado encerrado durante muchos años en una oscura mazmorra, viera de nuevo la luz del sol y al cegarse por su efecto, bramara de indignación contra quienes habían permitido aquel largo cautiverio.
"Soy-yo soy-yo Hoymiencierroseacabó. Soy-yo soy-yo ymihermanoelvengador Va mos Va mos adarosunalección , decía el primer timbal mientras el segundo iniciaba un redoble piano que progresivamente convertía en estallido, como si de un cañonazo dirigido hacia quién sabe donde, se tratara: broooooOOOOOMMMMM, brooooooMMMMM. Volvía de nuevo al matiz de piano brom brom brom broooooooooooooOOOOOOOMMMMMMM, para terminar en un crescendo que rompió algunas de las bombillas de la inmensa lámpara central del recinto BROM BROM BROM . Por unos instantes los estallidos de la lámpara se confundieron con el bramido de las pieles golpeadas.
Aquello no era una frase, era un insulto vibrante, amasado con todo el odio acumulado por aquellos dos energúmenos en sus concavidades. Mientras, la caja, golpeando sus baquetas sobre el bordón en un ritmo de contratiempo y dándole a su sílaba el valor de una negra, repetía: CA CA CA CA....
Entonces toda la percusión: triángulo, caja chima, bombo, platillo, castañuelas y maracas, iniciaron un ritmo marcial: Pagarán Pagarán quienestenganquepagar pagarán pagarán quienestenganquepagar.
Ante el tono amenazante, algunos de los espectadores intentaron una honrosa huida pero las puertas estaban cerradas. Gritaron y el miedo se apoderó del resto. No había forma de salir de allí. No por el momento.
De pronto, el clarinete bajo, con una voz de bruja de las mil y una noches dijo algo que fue significativo, aunque dado el temor , nadie supo captarlo: laluz laluz la luzzzzz la la la la-la- la-la-la-la-laaaaa luzzzzzzzzz. Y de pronto la sala quedó completamente a oscuras.
Todos los instrumentos al unísono, iniciaron un tiempo de zambra en modo de fortísimo que hizo vibrar los cimientos del recinto. Nadie escuchaba; nada se oía ya que fuera coherente: Los gritos de la gente, huyendo despavorida, anulaban los de los instrumentos. La multitud chillaba, rodaba, se empujaba, se pisoteaba, moría asfixiada en aquel encierro mientras duras palabras de tono metálico destacaban sus bramidos por encima de la confusión.
Las trompas iniciaron un ahuuuuuuUUUUUUUUU  terrorífico y las trompetas emitieron desgarradores chillidos. Parecía que los cuatro jinetes del Apocalipsis hubieran dejado allí su impronta de terror y destrucción. De pronto como si un gran calderón hubiera cortado todo movimiento, se hizo el silencio.
Se encendieron las luces que quedaban intactas y un batir de puertas impelidas por quienes desde el exterior intentaban franquear el paso hizo pensar que el conjuro había pasado.
El espectáculo era dantesco; las cuatrocientas personas del patio de butacas más las ciento cincuenta que había en el anfiteatro y que víctimas del miedo se tiraron al vacío, yacían muertas en un amasijo de brazos, piernas y cabezas que semejaban ramificaciones de un mismo cuerpo. Sobre el escenario, los músicos aparecían  en grotescas posturas con los atriles clavados en el corazón; los instrumentos, reposaban sobre el suelo en actitud de inocente abandono. La escena, terrorífica e inexplicable se repetía en todos los lugares en los que aquel concierto de fin de milenio se había interpretado.
Los periódicos de todo el mundo se hicieron eco de la terrible masacre, lamentando que después de tomar tantas medidas para que el efecto 2000 no repercutiera en el normal desarrollo de la actual civilización, nadie hubiera pensado en que aquellos inanimados artilugios con los que el ser humano manifestaba sus sentimientos, pudieran impregnarse de las mismas pasiones que, durante siglos,  habían transmitido.

miércoles, 1 de octubre de 2014

VUELO DE METÁFORA.

Vuelo de metáfora).-

Hoy he soñado que podía escribir un poema.
Un hermoso poema de insólitas palabras nunca hasta ahora significadas.
En mi sueño, las metáforas llegaban como deslizándose por un tobogán,
[pero yo era incapaz de sujetarlas.
Pensé dejar todo lo que estaba haciendo y apresarlas en el papel.
Pero no tenía papel.
Y, otra vez, decidí que lo mejor sería dejarlas seguir su camino.
Porque entonces, llegarían a algún lugar en el que alguien tuviera a mano papel y lápiz.
O encontrarían, en el cauce “vía Internet”, a algún coleccionista de metáforas frente a la [blanca  pantalla de su ordenador, en actitud de búsqueda.
Todo esto soñé esta mañana mientras intentaba reencontrarme ante el  espejo;
mientras mis ojos miopes volvían a posarse en las hendijas que el tiempo va trazando sobre   
[mi frente.                                                                                                                  
Pero ahora, roto el sortilegio, no las recuerdo.
Escribo en su nombre, pero no las recuerdo.
Sólo sé que siento la necesidad de escribir en su nombre.
Y que me siento iluminado poeta.
Por eso, y porque el cielo es, hoy,  de un azul inmaculado, he cogido mi red de cazar [metáforas y he salido con el ánimo presto a encontrarlas.
Ellas, las metáforas, siempre están revoloteando por los lugares más insólitos.
Sólo hay que seguirles el rastro y descubrirlas por sus exóticos contrastes.
A veces, se detienen a libar el dulce jugo de un racimo de cerezas.
O se acomodan detrás de las hojas de una vetusta hiedra para sestear un rato.
Hay quien dice que las ha visto curiosear en el charco donde el pájaro sacia su sed.
O en la madriguera donde el viejo lagarto desayuna su rayo de sol.
O huyendo despavoridas después de soliviantar un apacible avispero.
Otras veces se cuelgan de un cable de alta tensión e intentan un trino
[bajo las risas insolentes y estúpidas de alguna bandada de estorninos.
Y es que las metáforas son imprevisibles y caprichosas,
Como ese enjambre de nubes que pasta en las laderas del firmamento
[las últimas briznas de una tarde de agosto.
Si las descubres. Si a pesar de su mimetismo consigues encontrarlas,
Se dejan atrapar , porque en el fondo, sólo pretenden ser descubiertas.
Las metáforas, son palabras huérfanas a las que les hace falta el calor de otras palabras.
Arropadas en ese calor, cobran insospechadas magnitudes.
Y se hacen presencia viva en el vuelo de una hoja que, sin su lirismo, acabaría en el                                                                                                    [contenedor de los barrenderos;
O en el triste color del otoño, al que su sola cercanía  puede infundir tonos cobrizos
o amarillos poblados de melancolía.;
Un beso, entonces,  puede ser el universo que ha empezado a desgranarse en excelsa                                                                                                                                  [metafísica,
O la descomposición del arco iris en lágrimas lentísimas.
En el fondo, su juego es tan inocente como embaucador. Sólo son sueño.
Parte de un sueño universal en el que todo participa.
Así provocan las metáforas la eclosión de la poesía,
La luminosidad de las sombras,
La plasticidad de los sentimientos: Con su sola presencia.
Lo lamentable, es dejarlas marchar por no tener a mano un simple lápiz,
O un trozo de papel en el que hacerles un sitio a su medida,
O un lugar en la prisa, para que todo suceda a impulsos de lo eterno.
Vienen y van a merced de los vientos.
A merced de la vida.
A merced de un suspiro salido de la alquimia de una sangre impaciente..
Son lamentos de mar,
O gregorianos salmos deslizándose por monásticas celosías.
Son caligrafía de sol sobre encalados tapiales,
O ecuaciones de luz sobre la incierta penumbra de los soportales de la nada.
Son atrevimiento puro, columpiándose desde la rama más alta del instinto.
Su esencia es pura levedad, irrefrenable intento de conjugar distancias,
Desasosiego íntimo en el que el alma trenza sus despeinados flecos.
Por eso, hoy, al sentirlas llegar, hubiera querido hacer ese poema único que todo poeta [piensa.
Pero no tenía lápiz.
Y, como siempre, he tenido que conformarme con admirar el exótico colorido con el que [ellas navegan por los infinitos espacios.

Como un pobre poeta, limitado a los versos que destilan sus sueños…