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lunes, 30 de diciembre de 2013

ALZHEIMER

No sabría precisar cuando dejó de contar el tiempo. Bien pensado, era difícil ponerle una fecha al instante en el que dejó de interesarle todo. Cuántos años habrían transcurrido desde que su mente se sintió despoblada. Es posible que no hubieran sido tantos. Cuando la realidad es difusa se pierden las referencias. De manera que pudo ser ayer el último día en el que tuvo consciencia de sí mismo. Tanto daba.
Los que le conocíamos, sí podíamos precisar su bajón. Le habíamos ido viendo apagarse como un velón de  Semana Santa al finalizar la procesión, y, lo más triste, sin poder hacer nada para evitarlo. De aquella plenitud rayana en suficiencia que tuvo hasta en la risa,  sólo quedaban flecos deshilvanados, como esos cielos filamentosos que no ocultan en totalidad el ocaso del sol, pero lo enturbian. Un día era un nombre que no recordaba. Pero eso es normal a ciertas edades (o eso pretendíamos hacerle creer). En otras ocasiones era la conversación desmadejada., o el repetitivo recuento de sus dolencias el que nos hacía percibir su desmemoria. Sólo le quedaba la risa franca o alguna coletilla tan arraigada que, ocasionalmente, nos hacía dudar si nuestra percepción era cierta o es que estaba jugando al disimulo.
De repente un rostro se vuelve inexpresivo: los ojos divagan, la risa se hace mueca, las manos buscan algo desesperadamente. Puede que las preguntas se amontonen mientras haya lucidez para preguntarse; mientras uno siga reconociéndose en el rostro del otro; mientras el tacto nos devuelva sensaciones, pero las respuestas, cada vez más confusas, llegarán a diluirse hasta la negación.
Mi amigo estaba en esa etapa en la que la identidad aún le era propia. Hablaba de las cosas que fueron, de los hijos que volaron, de los amigos de la mili, del trabajo en el campo, de su padre que fue además amigo y consejero. Lo que no podía recordar era la pastilla que le correspondía tomar después de la cena o la conversación telefónica que habíamos mantenido días antes. Lo vi pasar de la desesperación a la resignación . Y aunque era una conclusión necesaria sentí pena; porque la resignación es la antesala del abandono, del olvido, de la muerte.
Y mi amigo estaba muerto. Le faltaba estar helado; le faltaba el ataúd, el traje de novio que, sí aún da la talla ( y si no también, porque para donde se va...) se utiliza para el último tránsito. Ya no me atrevía a llamarle por teléfono, porque cuando lo hacía, siempre respondía su mujer y la respuesta era invariable: está poco más o menos ,le duelen los ojos y siempre los tiene cerrados, hoy hemos ido a que le regulen el sintrón, le tienen que hacer una prueba nuclear en el cerebro para ver de donde dimana esta pérdida de memoria. Yo no quería oír aquella retahíla; yo quería oírle a él, sentir su optimismo, su risa contagiosa, su chiste al hilo de la circunstancia. Pero él, sentado en el sofá junto a su perra fiel, con la que intercambiaba miradas, quién sabe si entendimiento, era el silencio.

Cuando las cosas tienen que pasar, lo mejor es que pasen; que terminen. No entiendo la adicción al médico (propia o de los familiares) cuando el resultado, en el mejor de los casos va a ser una vida vegetativa. Mi amigo también debió entenderlo así porque una mañana, en un descuido de su mujer dio su último paseo por las vías del tren.

domingo, 29 de diciembre de 2013

CRÍSPULO

Críspulo Santaquiteria, no era astrofísico, ni astrónomo, ni astrólogo, ni tan siquiera un vidente de esos que suelen salir en televisión aconsejando a los crédulos que quieren saber si su trabajo será duradero o si el novio de la niña va con buenas intenciones. Críspulo era, y de eso no había la menor duda, intuitivo. Sobre eso, sobre la intuición, había dejado muestras entre los habitantes de la pequeña aldea , en la que había nacido hacía ya cincuenta y ocho años. Todos los vecinos recordaban aquella ocasión en la que Críspulo anunció, tras una prolongada sequía, que aquella semana se inundaría la vega ante la crecida del río; o aquél otro día del verano del setenta y dos, durante la celebración de la festividad del Patrón de la aldea, cuando, bajo un cielo de un azul inmaculado, vaticinó pedrisca, ante el asombro de los endomingados vecinos que pujaban, como todos los años,  por ver quien tenía el arresto necesario para vocear la cantidad de dinero que le proporcionara el privilegio de portar el anda delantera derecha del trono del santo. Como es natural, en ninguna de aquellas ocasiones, los vecinos hicieron caso del tonto del pueblo, que eso era Críspulo a los ojos de unos coterráneos, que juzgaban su alcance por unos signos externos de personalidad, que en nada dejaban entrever sus cualidades premonitorias. Por supuesto que en ambos acontecimientos, sucedió lo que Críspulo predijo, con los consiguientes daños materiales y morales para quienes tomaron a burla sus consejos de anticipar la recogida de las cosechas, que ya estaban en sazón, en la ocasión del desbordamiento del río,  o cuando entre las risotadas de los vecinos, desaconsejó  la procesión que , desoído su consejo,  terminó con el santo destrozado por las enormes piedras que, de golpe, comenzaron a caer de un cielo que se oscureció de nubarrones a velocidad vertiginosa. Ni que decir tiene que, desde entonces, Críspulo, sin dejar de ser considerado con una especial prevención por quienes seguían viendo en él rasgos de acusada bobaliconería, era tenido en cuenta cuando de prevenir tragedias se trataba.


-Críspulo, )cuando conviene sembrar hogaño?
-Críspulo, )habrá riada esta primavera?
-Críspulo, )crees que aquellas nubes presagian maldadas?
Y Críspulo, cuarteaba su rostro, de natural impasible, con una media sonrisa entre irónica y estúpida que nada aclaraba. Porque como ha quedado dicho, Críspulo no era  astrólogo, ni astrofísico, ni siquiera un vidente de esos que en la televisión incitaban a la hilaridad con sus más que peregrinos consejos. Críspulo no hablaba salvo que tuviera el convencimiento de que iba a ocurrir algo. Y ese convencimiento, fruto del azar, de la observación, o vaya usted a saber de qué causa,  no era preventivo. Ocurría en el momento, sin transición. Era (ya!; en las próximas horas; como mucho, en la próxima mañana.
Fuera de aquello, la vida de Críspulo era anodina, de una grisura tal, que más bien parecía no estar entre aquella pequeña comunidad de labradores que poblaban el valle. Vivía solo, en una desvencijada cuadra al fondo de un inmenso corralón infectado de malas hierbas, a la que se accedía por una portada de hierro pintada de verde en la que no había llamador, ni caso, pues dada la distancia hasta el humilde habitáculo no se oiría la llamada  por fuertes que fueran los golpes. Iba siempre enfundado en un mono azul y tocado con una gorra de visera como las que usan los militares en su uniforme de camuflaje. Quienes querían contratarle para que fuera a realizar las faenas agrícolas más engorrosas  -Críspulo era un buen trabajador-, tenían  que merodear por las inmediaciones del solar hasta que el hombre se dejara ver. Su recorrido, invariable en tiempo y espacio, hacía relativamente fácil su localización si, verdaderamente, él quería ser localizado; en caso contrario y ante la vista de alguien que no fuera de su agrado, se daba la vuelta  y aguardaba hasta que aquél se cansara y abandonara la empresa  para regresar a su cuartucho.


Vivía, dicho sea salvando las distancias, como un eremita. Y era tal su frugalidad que un simple pedazo de pan con queso podía servirle de comida para todo un largo día de trabajo, eso sí, con abundante provisión de agua y algún trago de vino peleón al que no le hacía ascos.
Esas, y una retahíla de coletillas, tales como A no hay mas que un hatajo de granujas@ o Aya no hay compañerismo@,  que sólo se permitía intercambiar con los más allegados, eran las señas de identidad de este hombre que, por lo demás, vivía de la forma que quería vivir, sin hacer oído a las bienintencionadas voces que le decían que, ésta, en los tiempos que corren, no era la  forma más apropiada de estar en el mundo.

Pero )quién sabía realmente cuál era el mundo de Críspulo? )Quién sabía algo, lo más mínimo, de su esencialidad, de sus planteamientos, de su filosofía sobre la vida? Porque Críspulo era filósofo, y fruto de su filosofía eran aquellas toscas aseveraciones sobre el comportamiento humano, aseveraciones que, como grama, se habían ido enquistado en su intelecto, fuese, éste, del grado que fuese.


Él sabía, como consecuencia de sus muchas horas de observación, que cuando la perdiz se revolcaba sobre el fango iba a llegar una oleada de calor; que cuando las hormigas amontonaban la tierra alrededor del hormiguero presagiaban tormentas de aire; que dependiendo de la situación en la que los pájaros se posaran sobre los cables del tendido eléctrico, el viento soplaría en uno u otro sentido; que cuando la brisa producía un suave balanceo sobre el culantrillo el tiempo sería primaveral; que los vencejos eran el único avión al que el motor no le fallaría en pleno vuelo y que la derivación de sus alas eran pura matemática ; que el canto de la cigarra tenía unos matices inalcanzables -para cualquier oído que no fuese el suyo- que anunciaban si la nueva fase lunar iba a ser pródiga en tormentas; que la naturaleza, en fin, era una fuente de sabiduría superior a la de aquellos libros que nunca logró entender por más que, cuando niño, un viejo maestro de renqueante andar, lo intentara a base de reglazos y capones que sólo consiguieron espantar a Críspulo de aquél pozo de ciencia.
Eso era todo y no necesitaba más. Su felicidad, si aquello podía considerarse felicidad, era ser tan libre como la más humilde brizna de hierba que nacía en el borde de los caminos. Recibía lo que la naturaleza le ofrecía con verdadero deleite y aguantaba estoico los malos tiempos refugiado en su cuarto, del que no salía hasta que la necesidad le obligaba.
En la primavera del dos mil dos, Críspulo estaba tumbado sobre la hierba del corralón, contemplando el vuelo de los vencejos que como ya hemos dicho, le fascinaba. La pequeña radio a pilas, que le mantenía en contacto con el resto del mundo, gangoseaba noticias sobre un atentado terrorista acaecido unos meses antes en algún lugar del planeta que, tanto le daba, si no era tan cerca de donde él se encontraba que peligrase su propia identidad. Los comentarios sobre el miedo a nuevos atentados o sobre la destrucción masiva de la humanidad por medio de armas nucleares o atómicas le sonaban a cuento chino. El sabía, intuía con ese presentimiento que cobraba fuerza en todo su ser en las grandes ocasiones, que la aniquilación del ser humano llegaría, estaba llegando ya, pero por otro camino.
-Qué sabrán?- se dijo. Y entornó los ojos dejando apenas una rendija entre sus párpados por la que se colaba el hermoso azul del infinito.
Fue entonces cuando descubrió la amenaza. Primero escuchó un zumbido. No era el zumbido de potentes aviones, como aquellos que de vez en cuando cruzaban hasta la cercana base militar en misión de maniobras, tampoco nada, en su particular radar, hacía previsible  el estallido de terroríficas  bombas que hicieran socavones tan grandes como su corral. Después los vio cruzar sobre sus entornados párpados en perfecta formación. Eran milimétricos, casi microscópicos. No eran demasiados todavía; si la ocasión diera lugar a ello, podría decirse que eran  algo así como si un cortejo de heraldos que se hubiera adelantado para anunciar la llegada de algún victorioso ejército.


Guiado de su instinto miró hacia el horizonte, por encima de las sierras que jalonaban el valle.
Ya no había duda. Aquél punto negro crecía de manera alarmante; en pocas horas, el grueso de aquella avanzadilla surcaría el cielo por encima de su corralón. )Qué debía hacer? )Sería bastante con esconderse en su cuarto hasta que pasara el peligro? )Cuál era el método o la conducta de aquellos insectos? )Irían sólo de paso hacia algún bosque tropical a miles de kilómetros de donde él se encontraba? El pánico se apoderó de él y lo inundó  hasta el punto de orinarse sobre sus gastados pantalones. Recordó tragedias pasadas. Plagas que, según contaban los mayores del lugar, devoraban todo cuanto encontraban a su paso, ya fueran plantas, rebaños o personas; historias de insectos devoradores que acababan con un cuerpo en cuestión de segundos
Apresurado, salió del corralón y se dirigió hacia la plaza del pueblo. A pesar de sus temores, no dejaba de embargarle una sensación halagadora. Era su momento. El momento agridulce de erigirse en protagonista; de demostrarle a los vecinos que no era el tonto del pueblo, que poseía el milagroso don de la intuición. Y que una vez mas, Críspulo, el bueno de Críspulo, el tonto de Críspulo, iba a tener la última palabra.

-(LOS MOSQUITOS! (SON LOS MOSQUITOS...! repetía incesante, ante la mirada perpleja de los aldeanos que trataban de adivinar cuál sería , en esta ocasión, la tragedia que Críspulo anunciaba.

jueves, 26 de diciembre de 2013

EL TREN



Un hombre nace, camina por las tierras de su niñez, y va dejando una estela de vivencias que lo convierten en adulto. No piensa, ni por asomo, que la vida es una cita a ciegas con la que se ha de cruzar en el más insospechados de los caminos. Busca, acaso busca lo que sus sueños le sugieren.

En alguna estación, inicia un recorrido que no tendrá regreso.El billete, como esos paquetes de tabaco en los que se avisa de que el tabaco mata, se lo indica, pero se imagina la aventura tan excitante que lo olvida. Le seduce el viaje, las gentes con las que se cruza, el color de las ciudades, el aroma de lo desconocido...

Se va descubriendo a sí mismo en una sucesión de encuentros y desencuentros, de alegrías y sinsabores, de proyectos y abandonos, de logros y fracasos. Es grande la lucha; absorbente. Tanto que se olvida de su propia persona atrapada en menesteres de simple subsistencia. Hasta que un día se da cuenta que ya no le quedan esperanzas. Entonces piensa en  el regreso sin recordar que a la salida le indicaron que este viaje no lo tenía.

Quiere volver. Se desespera, grita, suplica, reza, inventa nuevos lugares a los que poder dirigirse. Tiene prisa por seguir el itinerario imaginado y escribe desde su alma esperanzada, atormentada,cautiva:

¡Y si el tren no partiera...!, qué sería
de quienes aguardamos el regreso
con la maleta presta y con el beso
dibujando en su adiós melancolía.

¡Y si el tren no partiera...! dónde iría
tanto sueño perdido, tanto preso
anhelo de fundirse en un proceso
que en el alma nos pone lejanía.

Somos de algún lugar equidistante
entre el ser y el no ser. Vamos, de paso,
en ruta hacia la tierra prometida.

Pero no llega el tren, y su retraso
nos duele en esta sangre itinerante
que sabe que no existe otra salida.

jueves, 19 de diciembre de 2013

CARTA A LOS REYES MAGOS

Queridos Reyes Magos:

El hecho de que seáis multirraciales y llevéis dos mil trece años cabalgando juntos, me anima a haceros una petición insólita. No sé si la podréis complacer, porque cuando mi edad requería juguetes, nunca me los traíais. Y me quedó una decepción que casi me ha acompañado de por vida (luego comprendí; pero aun así, el resquemor dejó huella). Aún recuerdo como si de un sueño se tratase, cómo en el Gran Teatro repartías juguetes a los niños más humildes. No pobres, porque pobres entonces éramos casi todos, pero  no siempre la pobreza y la humildad se dan la mano.

Recuerdo digo, como un sueño, que por alguna recomendación con alguno de los pajes, pude acceder a aquella entrega de regalos. Lo que no recuerdo es si me dieron algo, o qué me dieron. A lo mejor después de todo sólo fue un sueño que vosotros propiciasteis para que al menos durante aquel duermevela fuera un niño feliz.

Pero la vida enseña, y curte, y cicatriza las heridas aunque queden verdugones mal disimulados por las arrugas de la edad. Por eso ahora, que ya no necesito más que tiempo, voy a tener la arrogancia de pediros, no para mí, pero sí para los míos, teniendo en cuenta que los míos, además de los propios, son mis paisanos, mis compatriotas, los ciudadanos del mundo que en su deambular llegan hasta nuestras plazas, las familias que lo pasan mal y las otras que aún siguen teniendo la suerte de tener un trabajo y un salario a fin de mes, quienes nos gobiernan, quienes están en la oposición., quienes juzgan, quienes promulgan leyes, quienes sufren condena, quienes se han estancado en la marginalidad, quienes barren las calles, quienes ponen las luces de navidad, quienes tienen la responsabilidad de enseñar a nuestros hijos. Si; aunque suene demagógico, aunque parezcan frases huecas y no sirvan más que para humedeceros los ojos durante un instante, todos los aquí nombrados, y los que podría seguir nombrando, son los míos.

Porque por encima de todo, a pesar del caparazón  con el que el tiempo me ha ido envolviendo, tengo momentos como estos, en los que pienso que la vida, la existencia dicho más exactamente, debe ser otra cosa que esta forma por la que transitamos de una a otra orilla.

Yo no sé si será buen momento de filosofar cuando de una petición se trata. Pero es que mi petición es pura filosofía. Porque lo que os pido es ESPERANZA. Esperanza para que podamos entendernos por encima de rivalidades, envidias, odios, soberbia; por encima de colores, de razas, de religiones; esperanza para un mundo que se está desmoronando, que arde por los cuatro costados como si nos estuvieran acosando los jinetes del Apocalipsis ( que deben ser mas de cuatro); esperanza para que salgamos de esta crisis de identidad y de valores que nos supeditan al dinero, a los mercados, a los índices que alguien nos exige para seguir creciendo porque la sociedad de consumo no tiene marcha atrás y a la velocidad que llevamos un frenazo en seco sería mortal.

Ya sé que mi petición caerá en saco roto. Que moveréis la cabeza en gesto afirmativo y os encogeréis de hombros porque ni a los reyes, por muy magos que sean les está permitida la facultad de hacer milagros. Pero tenía que intentarlo. Mi tiempo se cumple y siento el dolor por la herencia que dejamos a las generaciones que nos han de relevar.

No sé cuál será la solución. A mí se me ocurren algunas, pero son tan simples que me extraña que aún no se hayan podido poner en práctica. Por eso apelo a vuestra magia. A lo mejor vosotros, que tenéis el don de la ubicuidad podéis susurrar al oído de los poderosos, de quienes tienen la sartén por el mango, de quienes deciden ocupar naciones o extorsionar a los más débiles. Hacedles ver que el camino por el que se llega al otro extremo de la vida sólo precisa de sombra, agua y espíritu decidido. Que no hay desvíos porque al final todos los caminos conducen al mismo lugar. En fin, vosotros  tendréis mejores palabras que yo.

Ya me despido, porque si todas las cartas son tan extensas, comprendo que muchas de ellas no lleguéis a leerlas. A lo mejor es lo que ocurrió cuando yo era niño.

Abrazos fraternos.


martes, 17 de diciembre de 2013

FUGACIDAD

Siempre el tiempo es el mismo Nos cuenta la historia que en aquel tiempo, la gente vivía con lo puesto. Los pobres, casi todos, comían de las migajas del banquete de los opulentos. Las mujeres se escondían detrás de los muros de adobe de sus humildes viviendas a engendrar y parir los hijos del tedio y la desesperación. Los niños moqueaban mientras hacían lo que han hecho todos los niños siempre: jugar delante de las puertas de sus casas. Las enfermedades y la muerte bailaban sobre los tejados de cañas entretenidos en el juego de adivinar el sexo del próximo difunto. La miseria, la insalubridad, la falta de agua y alimentos diezmaban a las familias que, por esa razón entre otras, multiplicaban la especie. Y así fue creciendo el mundo animado; mientras el otro, el estático, seguía pareciendo el cuadro del salón comedor de Dios. Y pasaron los siglos terriblemente lentos, -lentos como transcurren los ríos de lo eterno-, aquel tiempo no es sino tiempo olvidado en esta epifanía de nuevos contraluces. Siempre el tiempo es el mismo. Y nos sigue contando la historia (la historia, en este caso, es contemporánea) que llegaron los tiempos del teléfono móvil (el milagro perfecto, el maná de los pobres) Desde entonces, los pobres cambiaron las migajas por el chute agenciado en el mercado negro, (a golpe de teléfono se consiguen milagros si el escrúpulo es poco y el dinero, ilegal, sigue siendo de curso). Que hoy el mundo es un antro donde todo es posible, donde vender el alma es tan sólo un oficio -acaso un viejo oficio sabiamente aprendido- con el que conseguir generosas prebendas. (La miseria es la misma que contaban aquellas páginas tenebrosas de los libros sagrados en los que Dios hervía -paladín justiciero- su pócima de plagas contra todo lo infecto). Siempre el tiempo es el mismo. En estel tiempo la gente se moría de asco -un asco de sí mismos para el que nadie era capaz de recetar remedio-. Las mujeres lloraban amargamente por sus hijos muertos de sobredosis, o en reyertas callejeras producidas entre grupos mafiosos que se disputaban la esquina más propicia para mercadear su miseria. Los marginados, casi todos, esnifaban la mierda que caía de las mesas de los opulentos que a carcajada limpia planeaban su dominio desde sus torres blindadas. Las niñas y los niños, se prostituían ante la mirada perdida de una sociedad ensimismada que no acertaba a desterrar su miedo y su egoísmo.. El Sida, el cáncer, las enfermedades coronarias, el exceso de velocidad, las guerras selectivas, con sus consabidos daños colaterales, cabalgaron por todo el orbe como nuevos y esperpénticos jinetes del apocalipsis diezmando las familias, ya breves de antemano, por el férreo control de natalidad que les imponía su agitada existencia. La tierra bramó; el aire si hizo tóxico y los océanos abrieron sus tentáculos hasta ocupar toda la superficie del planeta. La Muerte. bailaba sobre las azoteas de asfalto entretenida en adivinar las causas que provocarían el siguiente fallecimiento Y así fue desapareciendo el mundo animado, mientras el otro, el estático, seguía pareciendo el cuadro impoluto del salón comedor de Dios. Siempre el tiempo es el mismo . Y pasaron, de nuevo, lentamente los siglos Y se puso la tierra a parir nuevamente. Y corrieron los ríos con su carga de peces. Y los mares se hicieron felizmente habitables. Y surgieron los bosques con esplendor antiguo. Y amaneció la vida desde la desmemoria de un Dios que se moría de puro aburrimiento. Siempre el tiempo es el mismo. Y seguirán pasando lentamente los siglos, y seguirá la vida muriendo lentamente hasta que ya no queden vestigios de nosotros y alguien venga de nuevo, perdida la memoria, a contar en parábolas la historia de los tiempos.

jueves, 12 de diciembre de 2013

MEDITACIÓN

Hoy, el diálogo más común no el de fútbol (es posible que lo sea a nivel de quienes no padecen la crisis, que los hay), hoy se habla de política, de corrupción, de paro, de subida de impuestos, de quiebra del estado de bienestar, de recortes, de peligro en la retribución de pensiones, de la familia real, de Méndez y de tantos políticos o sindicalistas tildados de corruptos, de los bancos, de las hipotecas, de los desahucios, de los comedores sociales, de la pobreza que nos asola, de la precaria situación de tantas y tantas familias que se subieron al tren de un consumo que nos  pintaban fácil y al que accedimos porque teníamos un puesto de trabajo y un buen salario, sin pensar que el futuro podría dar un bandazo.

Hoy se habla de todo esto. Y se hace desde la indignación o la impotencia; desde la desesperación, desde el miedo, desde la inseguridad que provoca el cierre de fábricas, los eres salvadores, la suspensión de créditos bancarios; desde el desencanto que alguien nos ha traído como antes nos trajeron la esperanza, desde la súplica por un puesto de trabajo, desde la ira a punto de ebullición, desde las manifestaciones (que pocas son) en protesta por tantos atentados como están padeciendo los más desafortunados (que son muchos, casi mayoría).

Y me viene a la memoria, por reciente, una frase que se atribuye, que será, de Nelson Mandela: “Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y so se respetan los derechos fundamentales de las personas, la democracia es una cáscara vacía aunque los ciudadanos voten y tengan PARLAMENTO” . Una frase para meditar ¡pero tantas hermosas frases se han quedado sólo en eso…! Desde Cristo, desde los revolucionarios, desde los propios políticos antes de llegar al poder, cuando son oposición y tratan de derrocar al que ocupa el puesto. La vida es un cajón de frases que se quedan almacenadas, que no surten el efecto deseado y que sólo sirven para adornar una oratoria. Poco más.

No sé si toda la culpa será de los políticos. Hemos conseguido logros a lo largo de la historia y muchos de estos logros se deben a quienes han creído en sus predicamentos, a quienes han sido honrados, desde la política o desde cualquier otra faceta humana, y han pensado en los demás. La vida es una larga cruzada en la que combatimos contra nosotros mismos. Nos cuesta trabajo entender que los demás no se diferencian de nosotros más que en las circunstancias que han guiado su rumbo. Es con esas circunstancias con las que hay que hacer malabares para que a nadie le sean adversas hasta el extremo de convertirlos en marginados.


Y esto requiere un aprendizaje, una dedicación vocacional y una exigencia propia para quien tiene la circunstancia de gobernar. Y no son los partidos políticos los que hoy ofrecen estas perspectivas. No mientras se odien, mientras se enzarcen en discusiones bizantinas, mientras no se quieran creer que todos somos uno. “Es mucha la mies y pocos los segadores” que dijo otro de esos grandes hombres de los que está jalonada la historia. Hagamos bien nuestro trabajo. Es el mejor esfuerzo que podemos ofrecer para la causa de la humanidad.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

INTERIORES

PROSA POÉTICA (I)

Porque mirar atrás sólo conduce a un tiempo que se fue  y que ya el olvido  ha convertido en sombra; porque  desde que comenzamos el camino,  hemos ido  ganando  un lugar en la muerte  ya que no era posible ganárselo a la vida ; porque nos dimos tanto que apenas nos quedaron instantes para el goce; porque fuimos esclavos de esa suerte de envidia que acaso nos navega por esta sangre turbia que aún riega nuestra entraña;  porque dijimos basta cuando no se cumplieron nuestros firmes propósitos, o intentamos, ilusos, la lucha cuerpo a cuerpo; porque llegó la vida y nos dejó varados en campos casi yermos como a guerreros viejos sin  escudo y sin lanza; porque todas las guerras nos pasaron de pronto por el tamiz del alma dejándonos el poso de la desesperanza; porque fuimos pioneros de lo único que pueden ser pioneros los hombres: aferrarse a  una tierra  que nunca será propia; porque así, lentamente,  vamos llegando al punto donde todo es comienzo o acaso una metáfora de polvo resurrecto, escribo estas palabras; estos versos cansados de buscar el cobijo de una página en blanco; estas nuevas maneras de quedarme en vosotros por si acaso la ausencia me convierte en silencio; en silencio y olvido; en fugaz sobresalto de sangre en desbandada; siempre quise teneros en la sombra del alma; al abrigo del pozo de mis aguas profundas; al lado de los sueños que en vosotros habitan; al borde del camino donde fuimos almendro

para el goce del ojo. Estas pobres palabras son el ritmo incesante que galopa mi entraña hace ya tanto tiempo… 

viernes, 6 de diciembre de 2013

NAVIDAD

Os hablo de la Navidad, desde un hogar confortable en el que el frío se queda en la puerta y no faltarán las debidas celebraciones que, por estas fechas, se acentúan entre la familia; un hogar en el que celebraremos “el amigo invisible” y Papá Noel, y los Reyes Magos, todo según preferencias; donde tomaremos las doce uvas entre cánticos, abrazos y buenos deseos; donde seremos felices a tope, aunque al día siguiente cada cuál siga sumergido en unos problemas cotidianos que nadie le resolverá.

Os hablo de la Navidad porque toca hablar de la Navidad   y montar belenes, y alumbrar las calles con luces de fantasía, y encender una vela en la terraza o poner el poster de un guapo y sonrosado niño en la reja de los balcones. Un niño que es todo un primor como corresponde a la divinidad y que, aunque nacido en un establo no tiene por qué oler a vaca y puede, por qué no, tener un cabello rubio de ensortijados rizos.

Os hablo de la Navidad, porque se respira desde hace tiempo, cada vez más pronto, un ambiente navideño en los escaparates de los comercios, que contribuyen desde su buen e interesado hacer a dar colorido a los deseos, a esos deseos contenidos durante todo el año y que por estas fechas se hacen ineludibles; porque vuelven a sacarse del trastero los abetos artificiales o se compran pequeños ejemplares naturales que terminarán de secarse en el contenedor de la basura cuando pasen estas fechas y todo vuelva a la cotidiana normalidad; porque los chinos han llenado sus bazares de luces intermitentes, y bolas brillantes, y cintas de raso de todos los colores, y nieve sintética, y corcho para imaginar árboles, y todo lo imaginable para seguir creándonos esa sensación de felicidad que parece envolvernos. Porque la imaginación, no lo olvidemos, es la fuente de la que se nutren los avispados: los que venden cualquier cosa, los que hacen belenes que se encienden a la introducción de una moneda en la correspondiente ranura; los que anuncian entre burbujas rutilantes y exquisitas bellezas el conocido elíxir de estas fiestas, los que hacen sofisticados arreglos con cantantes de primera línea para anunciar la venta de una lotería que toca a pocos pero que tienta a muchos.

Os hablo, en fin de la Navidad porque es una festividad arraigada en el corazón de los creyentes que se llenarán  de emotivos recuerdos, de actividades religiosas, de humildad,  de propósitos de enmienda, de caridad  para  los desfavorecidos, de solidaridad  con los ancianos que se agolpan en las residencias, casi olvidados,, o de todos aquellos que están aquejados por el desahucio o por la falta de trabajo; de los enfermos, de los que padecen privación de libertad,  de los inmigrantes, de los emigrantes, de los disminuidos psíquicos o físicos, de…

Pero me gustaría más hablaros del compromiso, de la entrega,  de la verdadera redención de los hombres en la tierra, hoy que nos deja uno de esos hombres que dignifican la condición humana como es Nelson Mandela . Me gustaría no hacer demagogia en este escrito y exigirles a los gobernantes  que cambien el modelo de la convivencia, que se puede; que lleguen a los más desfavorecidos devolviéndoles la dignidad con un puesto de trabajo, que se puede; que administren los impuestos, que son muchos el veinte por ciento más o menos de todo lo que se mueve y se dejen de gastos inútiles, de propuestas incoherentes, de medidas de consenso, de reuniones bilaterales, que se puede.


Tal vez, así, algún día, alguien podrá  hablar de una constante Navidad sobre la tierra.