PESCAITO-
Después de todas las palabras, no hay palabras.
Después de todos los llantos no hay consuelo. Después de todos los intentos
sólo queda el silencio…
Gabriel era inocente. No sé todos los demás, pero
Gabriel era inocente. Como todos los
niños que se ven sometidos a las medidas más o menos legales que suceden a la
separación de los progenitores. Porque también para ellos comienza una nueva
vida. Una vida en la que tienen que aprender a estar y a convivir con
desconocidos, con nuevas parejas, con nuevas costumbres.
Hay puntos de referencia: madre, padre, abuelos… Pero
la vida para ellos, para los niños, se rompe en el momento en el que alguien
toma la decisión de separar caminos. Son ellos los verdaderamente castigados de
esas historias. Ellos los que tienen que aprender a mirar con otros ojos, a
entender con otras palabras, a descubrir nuevas interioridades.
No busco culpables. Las cosas, la vida, viene siendo
así desde que el mundo es mundo (frase socorrida cuando no hay más que decir).
Y no hay leyes que amedranten a quienes tienen en los genes instintos
superiores a su propio raciocinio; ni condenas que rediman, ni campañas que
conciencien, ni lecciones que motiven. Porque es, en definitiva, la sangre la
que manda, las vísceras las que odian, la propia condición la que conduce a las
más insólitas acciones.
Es emocionante ver que una nación entera llora por la
vida de un niño (incluso quien ha cometido la barbarie). Es impactante ver cómo
las redes sociales, se llenan en escasos minutos de dulces pececitos que
primero aguardan expectantes y luego nadan hacia el mar de las ausencias. Es
humano llorar y pedir y sentir. Es humano ser humanos…
No sé qué impulsos oscuros, pueden mover a alguien a
ejecutar una barbarie. Cuál de nuestros componentes, se altera para que lo más
sagrado pueda aniquilarse de un golpe. Ese golpe que una vez dado ya no tiene
remedio, por más que el arrepentimiento nos venga también de golpe.
Nuestra sociedad ha cambiado. No voy a entrar en si
para bien o para mal, pero ha cambiado. Las relaciones, las promesas, lo
trascendental. se convierten en papel mojado cuando no nos interesan. Y en aras
de una libertad más que dudosa ponemos tierra por medio para salir ¿fortalecidos?,
hasta el nuevo tropezón. El concepto de núcleo familiar, hoy, nada tiene que
ver con el de hace cincuenta años (que siguen siendo nada, aunque sean más de
veinte). Y así podemos encontrarnos con un mosaico plural que, se está
demostrando, no es la panacea.
Es un tema difícil este. Porque yo quería decir que
siento lo del “Pescaito” y miren en qué berenjenales me estoy metiendo.
Y los legisladores, en un más difícil todavía,
inventan maneras para que la sociedad sienta que se vela por sus derechos, aunque
esos derechos perjudiquen, por derecho, a los más inocentes.
La multiculturalidad, necesaria y rica en la mayoría
de las ocasiones, también se demuestra conflictiva cuando la religión, o
simplemente la distancia, ponen barreras insalvables entre quienes pensaron que
un poco de exotismo haría bien en sus vidas. Y se vuelve a legislar para que
los jueces tengan herramientas necesarias para enjuiciar todo aquello que
escapa a lo establecido, a lo estudiado, a lo ortodoxo, aunque sean, estas,
palabras traídas a colación para rellenar un artículo que sólo es una mera
opinión. Como casi todo.
Hoy lloramos por Gabriel. Un niño dulce, como todos
los niños. Por sus padres, Patricia y Ángel, que han sufrido en carne propia la
devastación más atroz que puede ocurrirle a unos padres; por la sociedad. Sí,
también por la sociedad, que va dando bandazos a remolque de las mareas que la
asolan.
Hoy lloramos por la vida. Y por todos los pescaitos
que tienen que nadar contra corriente...