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martes, 18 de agosto de 2015

UN HOMBRE BUENO.

Lo conocía el sol, y el lucero del alba, y la perdiz, que al traqueteo del carro, cruzaba el camino con su caterva de polluelos estirados y ligeros. Lo conocía la lagartija que se asomaba entre las piedras del majano cuando el sol comenzaba a calentar. Lo conocían los carreros con los que se cruzaba y a los que saludaba cordial y campechano. Lo conocía el mastín del vetusto aprisco. Y el pastor, y la madre tierra, que se esponjaba al paso de sus firmes pisadas.

Al amanecer del lunes, aparejaba a su yunta de mulas: Estrella y Colorá, no hay que ser más explícitos para saber por qué las llamaba así. Era pura genética. A una la metía en varas y a la otra, si la carga era pequeña  la ataba atrás, a la sopuente del carro.

No se olvida nada, pensaba dando un repaso mental a los enseres y alimentos que deberían durar toda la semana, mientras el viejo perrillo, de nombre Chaleco, aguardaba con las orejas estiradas la voz de ¡arre! . Era un ritual aunque la costumbre hacia el hecho cotidiano, ir repasando todos los aspectos de la marcha. Los preparativos, como untar las ruedas del caro, o lustrar con betún los arreos, o asegurarse de que los rayos de la rueda estuvieran bien encajados se quedaba resuelto el domingo por la tarde, que no era cosa de empezar perdiendo tiempo  en un día de trabajo.

Así que, vestido como requería la ocasión: “vas hecho un pincel”, le decía su mujer,  y ufano de sentirse pletórico, dirigía la pequeña comitiva que enfilaba las empedradas calles del pueblo para llegar al tortuoso camino que se iniciaba una vez cruzadas las vías del tren. Si la ocasión era propicia –era tímido ante la gente-, entonaba una de esas canciones que tanto le gustaban y a las que daba un aire de fandango  que podría haber hecho las delicias de cualquier oyente: “toda la semana arando / con arao de vertedera / y no he podío llegar/ a tu ventana morena. ¡Arre! decía sin transición  porque parecía que la mula se embelesaba con el canto.

Lo de la vestimenta era otro ritual que ni los toreros. Y aunque no se encomendaba a virgen alguna ni tenía ayuda de cámara, se acicalaba con parsimonia y meticulosidad, porque una arruga en el peal o una camiseta demasiado ajustada podían hacerle polvo la semana. Así que menudeaba en esos pormenores hasta sentirse cómodo. No necesitaba un espejo –no lo tenía- para saber que todo había quedado en su justo lugar: los peales, bien liados a los pies, metidos en las albarcas (lo de abarcas le parecía demasiado rebuscado) y recogiendo el negro pantalón de pana, al que el sol y las lavadas habían hecho pardear. Luego lo sujetaba con una especie de tobillera de cuero que daba  vuelta a la pierna y que abarcaba desde el empeine hasta la finalización del tobillo  fijándolos con unas hebillas. Ni que decir tiene que el práctico artilugio, así como las abarcas, eran de fabricación propia, cosa de la que se sentía orgulloso.  Así que ya tenemos  al labrador vestido de labrador: boina encasquetada para que el aire no jugara malas pasadas mientras se iba arando en dirección contraria, chaleco y pantalón de pana, camisa de algodón (vichy o percal) con un dibujo a rayas que nuca variaba, cuello de tirilla, amplias mangas que si el tiempo lo permitía arremangaba por encima del codo. Y como cinturón, uno trenzado de cordetas si el tiempo daba para ello, si no, una simple cordeta hacía las veces de un cinturón de diseño de esos que ahora son tan dados en sacar los actuales diseñadores.

El recorrido hasta la quintería se hacía pesado y monótono.  No era cómodo que digamos ir sentado en la vara del carro , que, aunque estrecho, era el sitio ideal para subir y bajar sobre la marcha cuando era necesario, ni aguantar sobre las posaderas el constante traqueteo que los baches del camino  producían en su rodar. Casi todo el trayecto lo hacía a pie, a fin de cuentas sólo había ocho kilómetros hasta llegar al corte y, como hemos dicho, se sentía pletórico.

Llegado a la humilde casa que serviría de morada durante la semana era el momento de poner cada cosa en su lugar: Los siete panes blancos en la orza de barro que a duras penas aguantaría hasta el sábado sin endurecerlos demasiado; el tocino salado, algún chorizo y un puñado de carne para guisar, en la fresquera, otro de esos inventos que se colgaban de una viga y que hacía una doble función: la de proteger el condumio de roedores u otros animales,  y de mantenerlo todo lo fresco que aquél recipiente permitía. La sal, el azúcar, los ajos, el aceite, la  harina de almorta y todo aquello que no era propenso a ponerse malo iba a para a los vasares, a los que para dar cierto empaque , la mujer había protegido con unos trozos de tela de cuadritos azules. El vino era mejor dejarlo suspendido en el brocal de la noria pues su trago fresquito, era lo más apetecible en una comida después de largas horas de ir tras la yunta.
Mientras la mulas descansaban y se reponían con un pienso, llegaba el momento de terminar con otros menesteres, que si no precisos, sí eran necesarios: llenar la cuba del agua, mullir la saca de paja, preparar el fuego, hacer el almuerzo -casi siempre unas gachas que entonaban y daban un inusitado vigor-, cambiar la torcía del candil, llenar el abrevadero de las mulas, airear la pajera. Todo esto hecho con movimientos seguros, casi mecánicos, coordinados y rápidos, que no era cosa de que entrara la mañana sin haber empezado a arar antes que los demás linderos; claro que ese era el pensamiento de todos, así que era difícil ser el primero en nada…

Ya descansadas las mulas, organizado lo esencial, y recuperadas las energías, era el momento de prepararlas para la larga faena, lo que obligaba a extender los mantujos sobre el suelo y mullirlos para que no provocaran mataduras al tiro los animales, posteriormente, serían acoplados al cuello de las acémilas mediante la collera; por delante de todo esto el horcate, utensilio de madera sobre el que se enganchaba el tiro que arrastraría el arado y, si procedía, el ubio o yugo que emparejaba a las mulas para que el tiro no fuera desacompasado.

Hoy vamos a salir arando desde la casa, pensaba. Y con la vista puesta en la Mesnera, que era un lugar de referencia en la frontera sierra, trazaba  una partición que ni con tiralíneas. Le gustaba ver cómo, tras hendir  la tierra, una bandada de palomas y pájaros de todas las especies, iban picoteando en busca de alguna lombriz o de cualquier cosa comestible. Esa era una estampa inenarrable, que lo hacía tan feliz, que nada le importaba el cansancio, ni la tierra que se depositaba sobre  sus ojos,  su boca o su camisa. Era un momento tan mágico que ninguna otra circunstancia podía turbar el pensamiento.
Era su vida. Una vida que transcurría en armonía con la naturaleza. Una vida ajena a ruidos, a problemas económicos - aunque los hubiera, pues era cuestión de comer más patatas y menos carne-, a discusiones sobre el trabajo, a preocupaciones financieras… Era una vida simple y hermosa. Tan hermosa que los enojos, que también los había, se diluían en el aire a través de iracundas expresiones, o de malintencionadas cancioncillas que inventaba sobre la marcha, al hilo del motivo del enfado.
Nunca supo hacer otra cosa. Nunca quiso hacer otra cosa. Tuvo oportunidades, puede que las tuviera, o no. Él decía que sí, que en la mili, un compañero, industrial de Barcelona, le ofreció un puesto en su fábrica. O que un pariente con cierta influencia le sugirió colocarse en RENFE. Pero algo lo llamaba a seguir siendo labrador; algo que no era dinero, ni comodidad, ni siquiera un buen trabajo. Era la llamada de la tierra, de las raíces, de la familia que había dejado cuando una guerra, a la que lo llevaron con apenas diecisiete años y a la que nunca hubiera querido ir, le permitió regresar desde uno de esos campos de concentración en los que sobrevivió de milagro.


Y así vivió, hasta que la vida, que al final parece más madrastra que madre, se le puso mal. Y vio cómo la enfermedad anulaba su energía. Y comprendió que era la hora de rendir cuentas. Aunque yo, que le conocía bien, sé que tenía pocas cuentas que rendir; que toda su vida fue un hombre honrado y trabajador y que si hay cielo, como debería haber, iría, sin paradas intermedias, a reunirse con los suyos para seguir labrando en paz las besanas de la gloria. Y todo esto lo sé, porque este hombre del que os he hablado era mi padre.

domingo, 16 de agosto de 2015

BASIDA.

BASIDA.
Este es uno de esos trabajos que perviven en los cajones del olvido. Se trataba del sexto aniversario de BASIDA en Aranjuez. Despues fundarían casa en Manzanares. Ciudad Real y probablemente, hayan fundado muchas más en esa trayectoria de ayuda que alguien se propuso.


Uno sabe que su paso por Basida es tan sólo una visita; que a una hora de camino está su casa con todas las barreras protectoras que el miedo y el consumo le han hecho adquirir a lo largo de su vida. Uno piensa en muchas ocasiones que la vida está mal, que debería existir una fórmula para que la sociedad eliminara esas enormes diferencias derivadas exclusivamente de la capacidad económica de los individuos ; porque las otras diferencias , las de seres humanos , son mínimas y dependen de las circunstancias que a cada cual rodean.

Uno piensa , que si a estas alturas , siguen existiendo focos marginales es porque ha fracaso todo : religión, estado, filosofía, humanismo... Que todos nos dejamos mover por una inercia planteada en primera persona ; por razonamientos tales como : Yo trabajo, que trabajen los demás. O : él se lo ha buscado por su mala cabeza...Uno piensa , en fin, que aún queda un largo trecho para que la humanidad sea feliz sobre la tierra.

No quisiera pecar de ingenuo al decir que existen soluciones; porque entre otras cosas, no todos los problemas se pueden atacar de la misma manera. Hay problemas que dimanan directamente de la sociedad y otros que dimanan del propio individuo. Pero en cualquier caso, una persona con problemas debe sentir el apoyo de la sociedad en la que vive. Un apoyo que a veces deberá llegar en forma de exigencia , de educación , de preparación , de medios...

Hemos construido un mundo donde solo tienen cabida los capaces, los inteligentes , los guapos - les ruego a Vds. que en todo mi escrito inserten también el femenino -,y luego están los otros , aquellos a los que esta sociedad considera parásitos , inútiles , descarriados ; los que no producen no tienen derecho a consumir , parece rezar la filosofía de esta sociedad materialista que nos mueve. Y efectivamente, todos debemos contribuir a que nuestra sociedad prospere ; cómo si no, se conseguirían los medios necesarios para solucionar tantos problemas. Pero es que además , la marginación es un problema añadido ; un problema al que el estado , como todos nosotros , atiende con migajas. Nadie, y es lícito , puede decirle a un necesitado : Toma mi sueldo , o mi coche , o mi negocio . Cada cual nos preocupamos de atender nuestras propias necesidades . Y ya es difícil luchar para conseguirlo.

Por otra parte, no sé si la marginación preocupa , o molesta. Todos recelamos , rehuimos de aquellos que se acercan a solicitar nuestro donativo , porque además está claro que es un oficio del que no tienen intención de salir. La marginación, me temo , es, como todos los caminos que en la vida se inician , difícil de abandonar.

Pero no es menos cierto que todos somos culpables del abandono , de la humillación , de la miseria que asola nuestras opulentas ciudades. Probablemente el estado hace lo que puede y llega cada vez más lejos en sus planteamientos de solidaridad . Pero el estado derrocha ; la sociedad derrocha . No preocupa el consumo si uno tiene con qué pagarlo; de la misma manera, no preocupa la droga si uno puede adquirirla. Lo malo , lo peligroso son los medios para lograrlo . Lo peligroso es el agravio comparativo que corroe las entrañas ; esa pregunta lícita : ¿ Porqué yo no y ese sí ?.

Pero es que el ser humano es débil , gracias a Dios . Y cae en la tentación y en la lujuria y en el egoísmo . Porque todos los pecados están inventados desde que el hombre existe sobre la tierra . Lo distinto es la forma de interpretar la vida - único bien con el que todos llegamos a este mundo-.
La gente se margina o nace en la marginación. La marginación no deja de ser otra filosofía , pero una filosofía que no tiene cabida en un mundo que se mueve a golpe de talonario. "Poderoso caballero es don dinero" con él se disimulan los vicios, las limitaciones , los pecados a los que es proclive el ser humano. Por otra parte dudo mucho que los marginados se esfuercen en dejar de serlo . Otra cosa son los desafortunados , los que han llegado a cotas de desesperación , de soledad , de abandono...
Ahí es donde debe estar la sociedad con la mano tendida como puente salvador. Cada cual es libre de interpretar su vida. Pero a la sociedad corresponde establecer los mecanismos de adaptación necesarios.

Todo se realiza con dinero . Pero el dinero no se encuentra debajo de las piedras : Las necesidades que depara una sociedad son múltiples y de costos astronómicos.Y es aquí donde surge la pregunta : ¿ Qué hago yo, pobre de mí, para solucionar tantos problemas ? . ¿ No es bastante con los impuestos que pago ?. ¿ No se podrían adaptar los Presupuestas Generales del Estado para que cubran estas demandas ? ¿ No nos sobra armamento ? ,¿ están bien gestionadas las partidas de cada ministerio ?...Y uno se pierde entre tanto galimatías - porque es normal que se pierda - y justifica su letargo y su egoísmo, pensando que hace lo que puede para a ayudar a solucionar esos problemas sociales.

Mientras tanto, otros, se aprestan a la lucha , inician nuevos caminos , proyectan su humanidad sobre aquellos que necesitan una mano tendida tratando de llevar una luz de esperanza a la incierta penumbra de sus vidas . Son los voluntarios , los solidarios , los que no se plantean aquello de ¿Y yo, que puedo hacer ? . Los llaman O.N.G. (Organización No Gubernamental ), pero también esas siglas podrían significar : Os Necesitamos , Gracias.

Ayer estuve en Basida ( Aranjuez ) con motivo de la celebración del VI aniversario de su fundación . Formaba parte de un grupo de poetas que acudió a la llamada de un hombre bueno : Juan García Espinosa de Los Monteros . Juan organiza recitales para llevar algo de calor y de humanidad allí donde se necesita .

Hablar de Basida sería transportaros a otro mundo . Un mundo creado por un grupo de gente solidaria, en un lugar aislado , alejado de la ciudad - Basida, antes de ser un complejo habilitado con el trabajo de los propios internos, debió ser una granja - confundido entre olores de heno y establo. Era la hora del crepúsculo y aquella tierra feraz respiraba efluvios maternales; sin duda , sus fundadores debían ser, además , amantes de la naturaleza.

Basida es un lugar modesto , autofinanciado, supongo ; hecho desde los cimientos con más amor que medios . En Basida había calor ; calor humano . Su pequeño salón de actos estaba lleno de buenos propósitos . Llegamos en el momento en que se servía una merienda a base de pastas , mantecados , natillas , coca -cola... Algunos de los nuestros ya habían estado allí en años anteriores ...Abrazos , saludos , felicitaciones . El saludo más emotivo , a Manuel Cerrato, uno de los fundadores - ahora postrado en una silla de ruedas por una trombosis - que seguía desde su asiento todos los acontecimientos . A continuación un grupo folklórico de Aranjuez interpretó un nutrido repertorio de danzas regionales ; aplaudido, jaleado por las doscientas personas que llenaban el recinto . Aquél lugar estaba dotado ,con dignidad , con lo que otros desechan - Era una prueba más de las muchas que pudimos ver en aquellas pocas horas- y que aún podía servir para albergar ilusiones .

Lo que más me impresionó fue la pequeña capilla - contigua al salón - donde una Cruz de madera , grande , desnuda ,cubierta solo con un lienzo a manera de dosel , presidía aquél sagrado recinto convertido, ahora, en improvisado camerino . Las paredes acusaban las huellas de unos días de intensas lluvias en los amplios goterones que cubrían aquellas que daban al exterior y a las que sin duda faltaban los aislantes de rigor.
Me imaginé palabras de fe y esperanza para quienes saben que son portadores de una de las últimas y más cruentas enfermedades del siglo XX.

Fue después la cena, frugal, en otro improvisado comedor a la que todos los asistentes fuimos invitados , el punto de encuentro , al menos para mí , con los responsables del Centro de Acogida. Lamento no recordar sus nombres, pero creo que a ellos ( a ellas ) les importe poco . Solo recuerdo el de Pana " Me llaman Pana porque mi apellido es Panadero ", y sus palabras de vida en un lugar donde son necesarias sus palabras y su entrega ; entrega generosa cambiada por una vida de brillante ejecutivo que encontraba vacía...

Era noche cerrada cuando salimos del comedor. Aún quedaba por actuar un cuadro flamenco que no vimos dada la hora y la distancia para regresar a casa . El tímido alumbrado nos descubría todas las dependencias que utilizaban los residentes : Biblioteca, lavandería , habitaciones personales... La tierra seguía despidiendo su vaho maternal en forma de húmedo aliento confundido con aromas a heno y a establo .La paz era absoluta.

Dijimos adiós a Basida con el corazón encogido ; incapaces de describir las sensaciones que nos embargaban . Hoy , desde la distancia - esa distancia vital que nos separa -, les quiero enviar mi más emocionado recuerdo y mi profunda admiración.