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viernes, 28 de febrero de 2014

RASGUEO POR PACO DE LUCÍA ( en memoria)

Dime, Paco, ¿qué ves tras de la bruma?
¿Hay nubes de algodón, mares de espuma;
Guitarras que los ángeles afinan,
Ruiseñores tocando su ocarina?
Dime dónde el embrujo se cobija,
¿En qué lugar de ensueño, en qué vasija?
¿Notas el corazón atribulado
Ahora que estás, por siempre, al otro lado?
Dime quién ha salido a recibirte
¿Alguien sabía que ibas a morirte?
Y tu guitarra ¿seguirá sonando?
¿qué dedos magistrales, dónde, cuándo?
Aquí la gente llora tu partida
Porque no alcanza a verte en la otra vida.
Conéctate  al fulgor de alguna estrella
Y déjanos la impronta de tu huella.
Que allí, donde seguro que ahora existes,
Siempre te puedan admirar los tristes
Que huérfanos quedaron de tu arte.


Diles que sólo es un punto y aparte.

martes, 25 de febrero de 2014

EL CORTAPELO

Hoy quiero rememorar para vosotros una anécdota no exenta de gracia con el fin de invitaros a la sonrisa o la carcajada, que para todo hay en este relato del que soy el auténtico protagonista.


No sé si esto es un cuento que aspira a ser gracioso, o una gracia que aspira a ser cuento. En cualquiera de los casos, la historia es verídica y el protagonista es el que la cuenta. Con un poco de  mala leche, es cierto, ya que uno tiene cierto sentido del ridículo. Pero como dijo no sé qué torero: Lo que no puede ser, no puede ser. Y además es imposible. Que es como decir lo hecho, hecho está. Y no tiene remedio.
Es el caso que mi amigo invisible tuvo la ocurrencia de regalarme esta última Navidad una máquina para cortar el pelo. Me hizo cierta ilusión pensar que tendría la autonomía suficiente para no tener que depender del peluquero, que no siempre te deja como tú quieres y nunca encuentras tiempo para ir a la peluquería. Pero no puedo negar que también me produjo cierto temor porque mi pelo es fino y lacio y no veía yo muy bien la manera de hacerme un corte de pelo decente. Pensaba yo que ese tipo de máquinas era para quienes tienen el pelo fuerte y les gusta echarse el uno; pero, una vez el demonio en casa, quién se resiste a la tentación
Así que tomando las precauciones habidas y por haber, leyendo y releyendo las instrucciones y, todo hay que decirlo, con la ayuda de mi esposa, hicimos del cuarto de baño salón de peluquería y pusimos manos a la obra. La cosa no salió todo lo bien que yo hubiera deseado, pero con las palabras de ánimo de la concurrencia lo dimos por aceptable.
Es entonces cuando entra en la historia mi hijo Eduardo, que así se llama el pollo, es un tardo/adolescente al que le gusta meter el moco en todas las paellas que se cuecen. Y como él si tiene el pelo apropiado y le gusta echarse el uno, daba la impresión de que  el regalo que  mi amigo invisible me había hecho con tanto esmero, le viniera que ni pintado al niño -según
su madre, el niño, va a ser niño hasta que se case-, que , ni corto ni perezoso se rapó haciendo las delicias de sus amigos que también quisieron probarlo.
Echarle la culpa de lo que me sucedió en la segunda ocasión que intenté cortarme el pelo, al desordenado de mi hijo, puede que sea exagerado, pero a quién si no. Con toda la parafernalia de rigor que la ocasión requería, hice los preparativos para la nueva siega: Me puse sobre los hombros el peinador que por gentileza de la casa viene con la máquinita - peinador al que por cierto le falla el cierre velcro y tengo que sujetármelo con una pinza de la ropa-; puse el peine en el número seis, ya que por mi cara alargada me va mejor el pelo un poco largo y llamé a  mi esposa para que diera comienzo a la maniobra.
-Empieza por detrás y de abajo arriba, le digo, a ver si se igualan los defectos del corte anterior.
Mi esposa, solícita, da la primera pasada y comienza a reír como una posesa. A mi esposa, cuando ríe, se le mueve el estómago como barca en pleno vendaval, única razón por la que noté que se estaba riendo, ya que la muy ladina, hacía ímprobos  esfuerzos para que las carcajadas no la delatasen.
-)Qué pasa?, digo asustado porque noto que el corta césped casi me rebana la piel.
-Que esto está mal, dice riendo ya a cara descubierta.
-Trae, le digo. )Cómo va a estar mal si la he puesto en el número seis? Mira como no está mal, afirmo mientras me doy una pasada por la patilla derecha.
Pero es el espejo en esta ocasión, el que me confirma que algo va mal El espejo y las risotadas que ya no disimula mi adorable esposa.
Fuera de mí, observo la máquina.
-Es imposible, )no ves que está en el número seis? (Mira!
Es entonces, en ese (mira! enérgico, en el que me doy cuenta que a la dichosa maquinita le falta el peine protector. Es decir, la he utilizado como si me hubiera pasado el cero. Más, como una cuchilla de afeitar. Calvo, vamos, como Roberto Carlos.
Con un cabreo que crece por momentos, busco al culpable que me indujo al error.


-¡El cabrón del niño que se lo quitó y luego no lo puso en su sitio! -digo al borde de la desesperación. (Y ahora qué hacemos!.
El ataque de risa de mi mujer, ya es de antología, pero al final, los nervios por la difícil solución del rapado se imponen.
-Habrá que tratar de disimularlo.
-)Pero cómo vamos a disimular este carril en el centro de la cabeza y esta patilla calva?
-Te lo pinto con el lápiz negro de ojos y verás como no se nota.
-Pero tendré que cortarme la patilla de este otro lado para que se queden las dos iguales, digo con un manso conformismo.
Así que aquí estoy: disimulando con carboncillo el destrozo que se ha producido en mi cabeza  y esperando que la naturaleza siga su curso y empareje el desaguisado.
Ahora no sé que excusas le daré al inoportuno, que siempre lo habrá, que me pregunte que qué me ha pasado. Tendré que decirle que me han operado de un tumor, o que me están dando quimioterapia. O es que es consecuencia del disfraz que tuve que utilizar en carnaval...Todo menos decir una verdad tan evidente.
O contarles el chiste de aquel que fue al peluquero y cuando éste le preguntó, )cómo lo quiere?, le dijo: Mire, la patilla derecha me la deja cinco centímetros más alta que la izquierda; por detrás me rapa y por arriba me lo deja largo. Ah, y el flequillo me lo corta a ras de frente.
)Cómo voy a hacerle ese desaguisado? Replica el peluquero con dignidad.)Por quién me toma usted?
No se sulfure, amigo, dice el cliente. así fue como me lo hizo la última vez sin que yo le dijera nada.

O aquél otro que por entablar conversación con el peluquero del que era asiduo, aunque no amigo como se verá, le dice:
-)Sabes, me voy a Roma la semana que viene?.
-)Y eso?, le dice el peluquero con no disimulada envidia.
-Pues chico, a mi mujer que le ha tocado un viaje para dos personas en el Ariel.
-)Y tu te lo crees? Venga hombre, no seas ingenuo que te lo tragas todo. A lo mejor también te recibe el Papa en audiencia, remata el esquilador con una envidia irrefrenable.
Algo mohíno por la impertinencia del barbero, el cliente sale de la peluquería preguntándose: )Será verdad que esto del viaje será sólo propaganda?
A los dos meses vuelve a cumplir con el ritual del corte de pelo.
-Hombre, Manuel, dice jocoso el peluquero. Qué , )ya has vuelto de Roma?
-Pues sí,  ya he vuelto, dice, seco, Manuel.
-(Cuenta, cuenta!, el Papa te recibiría en audiencia, )no?, dice el fígaro en el paroxismo de la envidia.
-Pues sí. Aunque te parezca mentira me recibió en audiencia., Por cierto, que cuando me arrodillé para besarle la mano se fijó en mi cabeza y me dijo: -dime, hijo mío, )quién es el hijo puta del peluquero que te corta el pelo así?

Para concluir, les diré que me lo he tomado a broma. No sé por qué, esto del pelo induce a la risa, será por aquello de que borrico mal esquilado a los quince días emparejado. Ya sólo me quedan diez días para que el dibujo de mi rostro vuelva a tener su envoltura capilar como Dios manda. Hay cosas que duran toda la vida. Y ese sí que es motivo de preocupación.


lunes, 24 de febrero de 2014

TABLERO.

La distancia entre el ayer y el hoy, parece tiempo muerto; apenas se percibe. Acaso no queremos darnos cuenta del paso inexorable de esos minutos que se convierten en horas, días, meses, años...
Todo depende del punto desde el que se miren, a veces pasan lentos, otras veces son tan rápidos que casi no los saboreamos. De cualquier forma, el tiempo siempre corre en nuestra  contra, y aunque tratemos de eludirlo con mejor imagen, liposuciones,  estiramientos, gimnasio, alimentación..., llega un momento en que nos cierra el paso y, de repente, se convierte en un muro infranqueable.

Y aquí estamos, pasando, como el agua, en un constante avance hacia el destino, por mucho que, en ocasiones, su avance y el nuestro, nos parezcan  estáticos. Y de aquí este poema, esta reflexión, esta metáfora del tablero de juego, de esa partida que, por mucho que lo intentemos, nunca ganaremos.






Nada, si no son unas pequeñas manchas en la piel,
refleja la enorme distancia desde la que me miro.
Todo en mí está tan virgen como el día
en que hice el primer verso.
Mis palabras se llenan de inocencia cuando vuelvo la vista
a aquel niño que soy bajo esta piel manchada.
Y siento que la vida es como un juego
al que alguien le hubiera puesto reglas
para ganar un premio que  consiste en llegar al final,
como si fuera este final victoria y no derrota.
Sólo si se descubre que al ganar se termina la partida
y que es el entretanto el que nos llena de emoción y de empeño,
empieza uno a mirar desde el asombro
la casilla de inicio en el tablero.

jueves, 20 de febrero de 2014

domingo, 16 de febrero de 2014

CUANDO CORREN LOS RÍOS.

                                                                     I

De esta página que ahora comienzo, sólo tengo el título, bueno, casi siempre es así. Uno intenta decir algo porque se lo ha sugerido la  mirada, la imagen, la charla despaciosa con algún amigo, la búsqueda constante de ese yo interior que pugna por salirse de su encierro. Es así…

Hoy he salido con una intención preconcebida: la de acercarme hasta el río, este río nuestro que llevaba tanto tiempo sin correr y que ahora es constante, si bien algunas veces queda convertido en un tímido hilo de agua sobre un cauce descarnado. Pero hoy no, hoy el agua corre murmuradora, casi cantarina, casi alegre. Le falta, es cierto, el ímpetu de otros tiempos, la sonoridad del caudal completo. Pero es hermoso, y lúdico, y relajante,  detenerse a contemplar el ir de las aguas en pos de su destino. Y uno hace metáfora de esta imagen, y piensa que también es agua en busca de su cauce, en busca de su libertad.

Me he acercado a ese río eterno que sirvió de vida para aquellos primeros moradores que,  a su amparo, construyeron sus rudimentarios refugios; que se nutrieron de su esencia y que dieron lugar a asentamientos que luego fueron aldeas, villas, pueblos o ciudades, dependiendo del mayor o menor grado de afluencia e influencia que el río tuviera sobre el entorno.

En mi paseo, he observado estampas inamovibles, pero siempre nuevas, siempre frescas: el espigón de la torre se recortaba tras los árboles, sobre un cielo azul con un fondo de nubes que, como  espumas surgidas de no se sabe qué océano,  me han llevado hasta ese maestro, Iniesta, que era único pintando estos paisajes, este paisanaje de cielo y luz, y torre y sentimiento.

He regresado lento, despacioso, deteniéndome en conversaciones que, hoy, me parecían necesarias; observando cómo en su ribera  algunos jóvenes se movían al ritmo de una música que llegaba de los coches aparcados con estruendo de discoteca; descubriendo nuevos rincones que, por vistos , pasan desapercibidos; evocando ausencias y nacimientos; sintiendo la armonía que se establecía entre el agua y mi alma. Y me ha surgido el título de este escrito: “Cuando corren los ríos”. Sabía que tenía lo más importante de la página: el título; y que este daría lugar a la claridad de pensamientos, a la palabra precisa para llegar a aquello que pretendía, que pretendo: fluir de las profundidades de ese venero en el que todos, de alguna manera, nacemos a la vida.

                                                                    II

Puede que el título de esta página de para más. El río es la metáfora por excelencia: nuestra sangre es un río, nuestra vida es un río, nuestros sueños, nuestros proyectos, nuestras ilusiones, son ríos de mayor o menor recorrido, pero ríos al fin desembocando en un inmenso océano. Nosotros, como el agua, vamos labrando nuestro cauce. Con voluntad, con seguridad, con firmeza; hasta el extremo de creer que este cauce nos llevará hasta un lugar de remanso en el que se acabarán todas nuestras desdichas.
Porque somos de agua,vamos hacia los ríos de lo eterno. Hablamos del origen, llegamos más allá de lo posible, prometemos amores más allá de la muerte, soñamos con idílicos parajes que acaso recorremos sin saberlo. Buscamos esa dicha que imaginamos cierta, donde ya ni el dolor ni las miserias podrán amedrentarnos.
Somos ríos ¿quien puede ponerlo en duda? Pequeños afluentes sorteando escarpadas superficies con una lucha intrépida; cruzando por extensos pajonales, bucólicos y perezosos; salvando desiguales altitudes con un arrojo casi temerario. Todo con ese fin preconcebido de descubrir el punto en el que la felicidad nos haga ingrávidos, y gocen los sentidos como nunca; y vuele el pensamiento en libertad, sin miedo a represalias...
Definitivamente, somos ríos en curso hacia el misterio.

                                                               III



¿ Ha sido una ilusión ? . Hoy , hablaba por teléfono con un amigo catalán , viajante de tejidos y su pregunta ha sido ¿cómo sigue la Mancha?; para afirmar seguidamente : en mi último viaje , la Mancha era la tierra más bonita que he visto nunca.

La Mancha, que en esta época estival , vuelve a estar seca y desolada , fié, después de las generosas lluvias del pasado invierno con las que la primavera brotó esplendoroso , un mágico espejismo que transportó a los oriundos , a lugares de ensueño. Paisajes propios de un cuadro de Van Gogh - rojos, amarillos, verdes, lilas...campos enteros de amapolas ; abigarrada profusión de florecillas en caminos, cunetas y en las más insospechados promontorios , - hasta de las piedras brotó la naturaleza- daban una calidez inusual a este páramo seco y penitente.

La Mancha , descarnada, desolada , olvidada ,castigada... ha vuelto a sonreír con una sonrisa multicolor y generosa ; con una sonrisa de desposada en trance , que difícilmente recordábamos quienes la sufrimos . Y digo sufrimos , convencido del vocablo que utilizo , porque sufrir es querer. Y a la Mancha se la quiere , pero se la sufre : en estas tardes de calor insoportable ; en esta desolación de cepas amontonadas ; en este letargo de días repetidos , de paisajes áridos , de pozos abandonados...

La Mancha es mucho más ; está Ruidera , con sus lagunas recuperadas , y Anchuras, y Cabañeros, y las Hoces del Cabriel , y el Valle de los Perales . Por la Mancha corren ríos generosos que crean bellos parajes . Pero esta otra Mancha reseca y calcinada por la que el desierto avanza , ha sido capaz de dar un quiebro a la sequía, y en un alarde de entrega nos ha mostrado una nueva imagen como queriéndonos decir que aquí también es posible tener esperanza.

Pero el espejismo ha pasado ¿Ha sido un sueño ?. Parece que no ; todavía nos queda un testigo del fugaz esplendor : Nuestro río Azuer que aún sigue remontando caricias olvidadas ha poblado sus riberas de carrizos , juncos , eneas...y sus aguas , tímidas e inseguras están llenando los veneros de un acuífero esquilmado durante terribles y largos años de sequía.

Sí ; nuestro pequeño río aún corre , para regocijo de unas generaciones que no lo habían conocido y lleva sus aguas a ese otro río caudaloso y fuerte que , celoso de su propia imagen , se esconde bajo la tierra en un místico arrebato de pudor : El padre Guadiana.

Ojalá que los efectos de esta incipiente metamorfosis sirvan para que la Mancha recupere una imagen de prosperidad y que sus pueblos blancos , que sestean amodorrados por este tórrido sol de Julio , despierten de su letargo y en profusión de manos se entreguen , como saben, a la hermosa tarea de mantener su identidad.
Para que nunca más tengamos que preguntarnos; ¿Ha sido una ilusión ?...


jueves, 13 de febrero de 2014

FILOSOFÍA Y CONSUMO.*

* (Artículo rescatado del cajón del olvido)




En los pasados días y mientras los más celebrábamos nuestra feria, los menos intentaban ganarse el sustento vendiendo lo que ha dado en llamarse "discos pirata", con un ojo puesto en la mercancía y otro en el paseo vigilando la posible llegada de algún policía o guardia civil, momento en el que recogían sus pesados fardos y se perdían por los aparcamientos de la Feria del Campo para volver pasados unos minutos a su delictiva actividad. Alguien me ha comentado que a alguno de estos vendedores se lo llevaron esposado recogiéndoles la mercancía.

Sin entrar en la cuestión de lo ilegal de esta actividad, sí quiero pararme en los motivos que obligan a estas familias, a utilizar este modo fraudulento de ganarse la vida. Se trata de  encontrar ese hueco que permita salir adelante en un país extraño en el que nada es tan fácil como alguien dijo.

Con reiterada frecuencia, diversos medios de comunicación se están haciendo eco de la piratería que existe en el mercado del disco y del descalabro al que esto puede llevar a las empresas discográficas y a los cantantes.

Como todo lo que nace orquestado, y bien orquestado,  el sonido de estas proclamas encontrará eco en un auditorio dispuesto a hacerse eco de todo lo que le digan desde esa  nueva célula familiar en la que se ha convertido la televisión y  a cuyo cordón umbilical, parece que todos estemos enganchados.

Decir que la piratería es un mal menor, sería a todas luces una incongruencia por mi parte, pero decir que la piratería puede estar revestida de legalidad, con lo cual deja de ser piratería, es algo que a todos se nos pasa por las mientes. Me explico: ¿Qué es lo que hace legal cualquier forma de comercio en un país de libre mercado?: Estar dada de alta como empresa , pagar el I.A.E., las liquidaciones trimestrales de I.R.P.F., bien por el método de contabilidad directa o por el de módulos concertados etc, etc. A partir de ahí, cada cual puede buscarse sus trucos sin temor a caer en la ilegalidad. Salvo pifias de gran envergadura, desde ese momento vale cualquier argucia que el comerciante avispado pueda introducir en su sistema para hacer llegar sus productos al consumidor.

En ese terreno, la "piratería legal" se mueve a sus anchas. Pueden por ejemplo, las empresas, utilizar tus datos personales, sacados de algún banco de datos que alguien se encarga de vender a los interesados, para acribillarte a ofertas utilizando una masa potencial de clientes a la que en ningún caso puede acceder el comercio tradicional, con la consiguiente reducción de precio final, pero no de beneficio para le empresa que al vender masivamente y sin intermediarios, puede abaratar  sus costos. Si a esto añadimos que tal empresa no tendrá más infraestructura que una recepcionista de pedidos y una conexión con fabricantes que, en función a las cantidades pedidas, también rebajarán su precio, podemos imaginarnos la reducción de costos laborales a la que se puede llegar. Si esto, además, se adereza con regalos que nunca son tales y se envuelve con toda suerte de argumentos baratos y poco fiables para dorar la píldora, podemos imaginar que el resultado final será óptimo.

Pueden los bancos y cajas de ahorro, convertidos últimamente en bazares, obsequiar con todo tipo de utensilios a quienes hacen imposiciones a largo plazo, o simplemente incrementan su cuenta en una época determinada. Así se ofrecen, ollas exprés, parcas, toallas, mantelerías, juegos de café, vajillas, cuberterías, edredones, bicicletas  y todo lo imaginable a cambio de un dinero que, aparentemente,  gozará del mismo interés que si no existiera el regalo, pero que, lógicamente, si no existiera el regalo podría dar mayor interés. Sin embargo, nadie pone freno a este pingüe negocio que va en detrimento del comercio tradicional. ¿Tienen patente de corso estas entidades para llegar con sus tentáculos a todo lo que se pone en su camino?. ¿ No sería más lógico, que los bancos captaran su pasivo a través de buenas ofertas de rentabilidad y no de esas rebuscadas artimañas que más parecen de bazar de todo a cien?

Enumerar aquí, la cantidad de métodos legales para ejercer la piratería (¿no es piratería la publicidad engañosa?), nos llevaría más espacio del que corresponde a un artículo, pero basten estos dos ejemplos como botón de muestra de las muchas argucias que permite la legalidad.

Es, sin embargo justo, llamar la atención sobre esa clandestina manera de inundar el mercado de copias de "discos estrella" que, según voces autorizadas, están a punto de hundir a la industria discográfica y a los cantantes en la ruina más absoluta. Aceptando que pueda haber algo de verdad en estas afirmaciones, yo creo que el mundo discográfico merecería un análisis más en profundidad para encontrar las verdaderas causas de esta crisis anunciada a bombo y platillo.

En relación con esta última proclama contra la piratería discográfica, me viene a la memoria lo que en alguna ocasión, leí en una revista de actualidad sobre la manera de repartir el dinero que el consumidor paga por un disco. Desde el que cobra los impuestos, hasta el que maqueta la carátula, hay un río de dinero engrosando esos mares que nunca sabremos a ciencia cierta el caudal que acogen, pero de los que tampoco, nunca, descubriremos el cieno de su fondo.

¿Se les ha ocurrido pensar, que rebajando su producto ( cosa  que la piratería está demostrando que puede ser posible) solucionarían el problema? Pero en ésta, como en tantas jugadas del consumo, lo que se pretende es eliminar al adversario para tener el campo libre y actuar desde la impunidad del monopolio.

Se quejan los cantantes, pobrecitos ellos, que sólo cobran diez, quince o veinte millones por actuación; se quejan las multinacionales a quienes no le gusta que alguien les haga sombra; se quejan, con lógica, los recaudadores, que ven la posibilidad de incrementar sus recursos, se supone que para buenas causas. Pero el consumidor, que a veces no puede acceder al original  porque el euro le impide estirazar hasta fin de mes,  aprovecha esas ofertas que el mercado ¿pirata? pone al alcance de su mano sin cuestionarse si ésta es una manera lícita o ilícita de hacerse con un producto parecido al " estrella".

Perseguir la piratería suena a cruzada nacional. Estos piratas, que suelen llegar en patera o en el inverosímil hueco de un camión tienen como primera intención  buscarse una vida que no encuentran en su lugar de origen; lo que ignoran, es que tampoco la encontrarán en el de llegada. No saben, o no pueden, trabajar en la industria; son ilegales, sin papeles, apátridas en un mundo que debiera ser uno, pero que es muchos a la vez. Algunos se organizan y crean el producto ilegal; otros , la mayoría los venden con un pequeño margen de beneficio que, como mucho, dará para ir tirando en esta parte del mundo que no es la bicoca que imaginaron. Al final serán cientos, miles de vendedores clandestinos que inundarán el mercado de copias de Corazón Latino, o de discos de  Chenoa,  Manu Tenorio, Bustamante... ese otro producto estrella creado al amparo del filón que ha supuesto Operación Triunfo. Lo curioso es que ellos, los chicos y chicas de este evento, recién incorporados a este mundo y millonarios ya en ventas y en galas multitudinarias, también se quejan de la piratería, aleccionados por quienes saben que su palabra sonará a limpia gracias a ese origen humilde del que casi todos presumen.

No es lícita la piratería ( aunque, a decir verdad, quién no ha copiado un disco, o una película de video o un programa de ordenador o ha fotocopiado un libro con la naturalidad de quien no se percata de que ese acto pueda estar infringiendo las leyes de la propiedad intelectual), pero mucho menos lícito debiera ser el abuso en el que caen quienes, libres de competidores, se dicen aquello de "ancha es Castilla".

El consumo y la vida  necesitan de una planificación lógica para no seguir cayendo en el error y en el abuso. No hay espacio suficiente, ni en el cerebro humano, ni en las viviendas de clase media, para albergar todo aquello que la industria y el comercio ponen a nuestro alcance. Sin embargo, nunca nos parece bastante lo que tenemos. Y aquí mi pregunta ¿es sólo el deseo de posesión el que mueve los entresijos de nuestra cacareada humanidad?

lunes, 10 de febrero de 2014

EVOCACIÓN*

*Este artículo lo escribí hace veinte años ( que a pesar de lo que diga la canción, son muchos; sobre todo si sabes que otros veinte, difícilmente los vas a salvar).   el 0,7, fue un movimiento parecido al actual 15M. La gente tomó el Paseo de la Castellana y estableció allí sus tiendas de campaña durante largo tiempo. Reclamaban un impuesto a nivel de estado del 0,7 % para ayudar a los países del tercer mundo. He de confesar que no estuve allí. Y no puedo decir que me habría gustado, porque sonaría a falsa excusa. Lo cierto es que siempre ha habido censores del capitalismo; gentes que entienden la vida de otro modo y tratan de reivindicar sus postulados. Otra cosa cierta es que parece que el artículo no es tan viejo; que las similitudes con la actual situación lo mantienen latente. De ahí que ahora lo rescate del olvido...

                                                              ***


Tengo cuarenta y ocho años. Estoy, nunca lo hubiera imaginado, en el campamento del 0,7, intentando no sé qué. Debe ser importante a juzgar por el entusiasmo de los jóvenes que dirigen este evento. A ambos lados de la larga fila de tiendas de campaña, circula una inacabable procesión de vehículos, muchos suenan sus claxon como apoyo a esta manifestación que cada día se va alargando más dando a la ciudad un aspecto nómada y provisional( bien mirado nuestra estancia en la tierra tiene ese mismo sentido de provisionalidad), otros protestan, gritan frases que se pierden, pero que no parecen de apoyo; es lógico que haya opiniones para todos los gustos. Pero lo que más me ha impresionado, la razón por la que estoy aquí, es porque me parece que este campamento es el punto de partida de una nueva civilización. Una civilización en lucha contra el consumo y el sometimiento a unas leyes de mercado que exigen crear cada vez más necesidades para seguir dominando a un mundo que ha perdido el concepto de su individualidad. El campamento del 0,7, no es una llamada más de las muchas que últimamente vienen haciendo ecologistas y científicos para que seamos conscientes del enorme deterioro al que estamos sometiendo a nuestro planeta, el campamento del 0,7 es una muestra de que una sociedad joven y creada en el consumismo más feroz, ha dicho ¡basta! a un progreso sin base, a un desarrollo inhumano, a una robotización de  nuestro género que a finales del siglo xx quiere romper con tantas imposiciones absurdas para poder vivir de una forma adecuada a lo que la sociedad exige.
Es evidente que algo ha cambiado en el panorama económico, por mucho que los políticos se empeñen em decir que la crisis ha tocado fondo. Ha cambiado el sistema capitalista, en su voracidad por ser más competitivos, eliminando unos puestos de trabajo que nunca más serán ocupados por personas(como si una producción mayor pudiera ser consumida por quienes no tienen ingresos determinados por su renta de trabajo). Han saltado al panorama internacional unas potencias que, aletargadas durante siglos, han despertado a la producción y han desviado el rumbo de las multinacionales hacia esos sitios donde el costo es mucho menor sin tener en cuenta que no consiste en producir más o más barato, sino en consumir lo que se produce. Han desaparecido los oficios tradicionales que de padres a hijos o de madres a hijas creaban medios de vida, que no riqueza, suficientes para realizarse como personas: artesanos, carpinteros, marmolistas, agricultores, fontaneros, y todos los imaginables. Ahora nuestros hijos estudian en la universidad, carreras de futuro -porque el gusto o la vocación personal no suelen llenar el estómago o cubrir las numerosas necesidades de la sociedad actual-que luego servirán para sentirse traumatizados al no encontrar el puesto de trabajo adecuado. La universidad no forma, capacita a los más capacitados y desmorona a quienes lo son menos, en función de una masificación a la que no puede dar salida. Y así, un sin fin de causas para que la nueva sociedad que emerge, se plantee su postura ante la vida de una forma lógica y decidida.
Por eso, este campamento del 0,7, es algo más que una petición de solidaridad para con los más pobres, es, además, el cimiento de una nueva civilización, de una nueva filosofía, de un nuevo credo. Es, por fin, la respuesta de quienes deben orientar el futuro de la humanidad hacia una nueva cultura que elimine del progreso lo pernicioso y equipare a todos los pueblos y razas de la tierra.
Por eso yo, tímidamente, he llegado hasta aquí, tratando no de ayudar, sino de ayudarme. Quiero demostrar con esta experiencia, que se puede decir basta, que cada uno de nosotros, también puede contribuir a conseguir ese mundo que a todos nos gustaría, que esa frase de "pero que puedo hacer yo" es una simple excusa para no salir del ostracismo. Quiero que esta experiencia me acerque a mis hijos, quiero desterrar el miedo a no tener, a no poder, al frío, a la necesidad. Ya sé que és difícil, de eso se vale la sociedad de consumo: de nuestros miedos, de nuestras limitaciones.
Nunca en mi vida he sentido frío, ni un solo día me he acostado sin comer, cualquier contrariedad me hunde, por nimia que parezca; no digamos si falla el negocio. Miedo, miedo, siempre miedo. La vida es otra cosa, pero necesita de todos nosotros, de nuestro firme propósito de vivirla de otro modo para conseguir romper todas las vallas de protección que hemos ido poniendo a nuestro alrededor.
No quiero pregonar con esto la vuelta a las cavernas, pero desde luego retroceder hay que retroceder: Para seguir andando, para tener el coraje de ser personas auténticas, para compartir desde la necesidad porque desde la abundancia no se comparte, se dan limosnas; para tener conciencia de que mi paso por la tierra no será baldío.
Eran tantas las razones, que con el consentimiento de mi familia, logré dejar todas mis preocupaciones encerradas y me vine aquí. Confieso que ha sido una experiencia edificante. Y por supuesto, el preludio de una nueva era.

jueves, 6 de febrero de 2014

SUEÑOS


Cuando Víctor se contemplaba en el amplio espejo de su cuarto de baño, se veía hermoso. Era un hombre de unos treinta y ocho años, de rostro agradable , pelo negro encrespado , ojos como el azabache que sonreían pícaramente cuando los cruzaba con los de alguna guapa moza -porque Víctor era mujeriego hasta el delirio- , dientes de anuncio de dentífrico que enseñaba pródigamente en una risa franca y contagiosa ... Y un lunar - marca de la casa- en el lóbulo de la oreja  derecha que a saber porqué tenían todos los varones de su familia.
En su recorrido matinal frente al espejo contempló su recia musculatura, sus proporcionadas medidas que denotaban un esforzado trabajo de gimnasio , la elasticidad de sus tendones, dibujados a lo largo de todo el cuerpo... Decididamente, Víctor , se sabía hermoso y se preocupaba por mantener esa donosura corporal.
Como cada mañana,  preparó las tostadas  untadas en queso y miel, mientras  escuchaba en la radio a su cantante preferido , Juan Manuel Serrat - al que imitaba con verdadera maestría- y miraba, levantando el visillo de la ventana de la cocina , hacia la terraza del ático C, donde su vecina , en ajustado maillot, hacia unos ejercicios de aeróbic de sensuales movimientos. Víctor se relamía -es de suponer que por la miel - y sus ojos de fauno, chispeaban jubilosos mientras una sonrisa de íntima satisfacción inundaba su rostro.
Podía decirse que la vida había sonreído a Víctor en términos generales; disfrutaba de un hermoso ático en una zona tranquila de Madrid; tenía un trabajo -nada rutinario- por el que se consideraba bien pagado y que le dejaba bastante tiempo libre, tiempo que utilizaba en visitar museos, o en hacer excursiones en metro y autobús hasta los confines de la ciudad descubriendo un Madrid distinto en cada una de ellas; un Madrid que le fascinaba por su heterodoxa complejidad y del que no se marcharía por nada del mundo a pesar de que las grandes ciudades tuvieran ahora, villanos detractores y estuvieran contaminadas en exceso. Recordó -eran frecuentes esos recuerdos últimamente- aquellos tiempos de su infancia en aquél pequeño pueblecito manchego,  en el que sus padres,  humildes labradores, se ganaban con dureza un exiguo sustento que apenas cubría las más primarias necesidades. Ya entonces, Víctor se sentía distinto; algo , en su corta edad, le advertía  que él era especial. Era inútil que su padre, un rudo labrador, intentase hacer de él otro rústico al uso sin más conocimiento que las cuatro reglas aprendidas en los inviernos lluviosos -aprovechando ese tiempo en el que no se podía trabajar en el campo- y una dificultosa manera de juntar las letras que quería parecerse a saber leer.
Fueron, después,  los primeros años de su juventud difíciles de asumir; Víctor comenzó a darse cuenta de su entorno y de las limitaciones que a su peculiar personalidad le iban a suponer aquellos estrechos horizontes  entre gentes zafias y jóvenes condenados, desde su nacimiento, a llevar una vida anodina y vulgar.
Fue una mañana lluviosa y triste la que Víctor escogió para abandonar su pueblo. Atrás iba quedando, difuminada en la linea del horizonte , la silueta de la esbelta torre emergiendo sobre el puñado de casas de planta baja que configuraban la aldea; atrás quedaban unos padres que quizás no entenderían esta huida -escuetamente aclarada en una nota de torpe letra sobre un rugoso papel de estraza-,  pero que pronto volverían a enfrascarse en sus tareas intentando convencerse de que estas cosas pasan y que después de todo, Víctor, pertenecía a otro mundo...


Una nueva mirada tras el visillo, le devolvió a una realidad mucho más confortable. Ahora Víctor  se sentía feliz, había triunfado. Tal vez era un triunfo inusual,  pero a él le llenaba de legítima alegría. Su titánico esfuerzo para hacerse a sí mismo había dado unos resultados óptimos.  Desde aquellas frías noches de estaciones y bocas de metro; desde aquellos refugios para indigentes en busca de unas migajas de calor humano, Víctor,  había conseguido un lugar en la vida; un pequeño lugar en el que sentirse digno y respetado.
Fue en un programa de televisión -pionero en acercar lo anecdótico a las pantallas -donde Víctor de forma ingenua y espontánea se asomó a millones de hogares pidiendo una oportunidad para ser en la vida. Su tremenda disposición, su rostro franco y la vehemencia de sus manifestaciones le granjearon simpatías que nunca  antes había conseguido; y, lo que fue decisivo, algunas ofertas de trabajo que le permitieron iniciar una nueva etapa de su vida.
Se decidió  por la oferta que mejor iba con su personalidad extrovertida y comenzó a trabajar de camarero en un bar de la calle Atocha; con el primer anticipo de salario, pagó una pensión modesta en la calle Mesón de Paredes, donde una mujer, entrada en años ,  se esforzaba en dar a aquél lúgubre lugar una remota sensación de hogar.
Lejos de amilanarse, Víctor se consideró afortunado;  aquello era el comienzo que tanto había deseado. Desde aquél instante, se apresuró a desarrollar unas aptitudes naturales que se fueron encauzando gracias a su enorme tesón. En su modesto cuarto -una habitación interior con un ventanuco en el techo por donde la luz se tamizaba en penumbra- hurtando al sueño infinidad de horas, Víctor comenzó a leer de manera desordenada todo lo que se ponía al alcance de sus ojos; hasta que poco a poco, su cerebro fue desarrollando los mecanismos precisos para seleccionar las lecturas más acordes con sus propósitos. De esta manera , y aún a riesgo de ser reprobado cada noche por aquella voz regañona: -Esa luz ,muchacho, ¡apágala de una vez ! - iba descubriendo un mundo maravilloso en aquellos hermosos relatos que su cerebro febril , grababa de forma indeleble. Paralelamente, comenzó a emborronar cuartillas con una torpe letra que, poco a poco, fue adquiriendo rasgos de acusada personalidad. Y en un cuaderno, a manera de diario, fue  escribiendo sus impresiones, sus sueños, sus desánimos, sus propósitos...
Sonreía Víctor frente al espejo del pasillo y el azogue le devolvía la sonrisa de un hombre feliz; el reloj de pared dio las campanadas -en forma de conocida melodía - de las nueve y media; solo faltaba una hora para le entrevista con aquél periodista -el Loco de la Colina creía recordar que le llamaban- que quería entrevistarlo en su programa de media noche. Este sería el colofón y el reconocimiento a su particular trayectoria vital...


No pudo evitar, en este punto,  recordar la mirada fija de aquél hombre que una mañana de Domingo -hacía ya diez años - le abordó de manera directa mientras secaba las cucharillas del café.
- Muchacho, ¿Quieres ganar dinero?
- Qué pregunta ¿Y quién no?  -dijo Víctor , ojo avizor.
- Ven a verme a esta dirección el día que libres, dijo el hombre alargándole una tarjeta, de la misma manera que él había visto hacer  en algunas películas.
Aquello le pareció extraño, pero avivó en él unos deseos largo tiempo  adormecidos por esta situación estable a la que se había acostumbrado y que le permitía ir saliendo con relativa comodidad.
El miércoles era su día libre. Muy temprano se levantó para ir a aquella dirección en las afueras de Madrid. Era una casa grande rodeada de jardín, donde un hermoso ejemplar de pastor alemán daba furiosos ladridos avisando de su presencia.
-¡Calla Yaco! -reprendió aquél hombre con voz autoritaria-. Entra, dijo franqueando la verja.
Aquél hombre hablaba claro y conciso. El trabajo era duro y arriesgado -pero estoy  convencido , muchacho , de que tienes las aptitudes necesarias-...


Su cabeza era un torbellino. Esto era lo que él había soñado desde el día en que , siendo niño,  su padre lo llevó a la feria del pueblo vecino a ver aquél espectáculo,  que todavía recordaba, soberbio.
Dijo adiós al bar y a las gentes que le habían ayudado en sus comienzos. Víctor era un hombre agradecido y había cogido cariño a aquél matrimonio que siempre le trató con respeto. Pero el gusanillo que se había despertado en su interior era superior al compromiso contraído en los últimos años con aquella buena gente. Por otra parte, su sentido de la responsabilidad le afirmaba que no le  habían regalado nada, que todo se lo había ganado con su trabajo serio y profesional. Y que si ahora había llegado el momento de comprobar si era capaz de lograr otras metas, no debía renunciar a intentarlo.
Fueron meses de intensa preparación, de entrega ilusionada, de esfuerzo desmedido. Aquél trabajo, prometía un cambio decisivo en todos sus esquemas. Era tan distinto, tan completo, tan creativo, que no podía imaginar nada más gratificante.
Se integró en un equipo ( cuadrilla la llamaban ) con el que entrenaba incansablemente en un amplio recinto de aquella casa grande; pronto, dada su natural condición física destacó sobre los demás.
Bravo  muchacho -le dijo un día aquél hombre que nunca le llamó por su nombre; ya estás preparado. El próximo Domingo toreamos en Manzanares...
¡Manzanares!. Ese era el pueblo al que su padre lo llevó cuando era un niño a ver aquél soberbio espectáculo que tan honda impresión le causó. Y ahora, él, iba a torear allí de primera figura...
El Domingo lució un sol espléndido. La plaza estaba abarrotada de un público entusiasta que esperaba con impaciencia el inicio del espectáculo.
Víctor y su cuadrilla, vestidos de luces , iniciaron el  paseíllo de rigor hasta llegar al palco presidencial. El presidente dio su permiso para que comenzara el espectáculo. Sonó el clarín...


El timbre del teléfono le devolvió a la realidad. - Dígame...
-Soy la secretaría de programación de TVE Le recuerdo que está Vd. citado con  el Sr. Quintero a las diez y media de hoy, dijo  la voz de tono impersonal.
-No lo he olvidado, respondió Víctor. Ya salía para allá.
Salió a la calle seguro de sí mismo; un tanto vanidoso -pecado al que aún no había sabido sustraerse -. Pronto el tráfago de Madrid lo engulló sin miramientos.
- Taxi...
Habían transcurrido diez años desde aquella mañana de Domingo que cambió su vida. Su nombre había adquirido un prestigio que le acreditaba como uno de los mejores en su especialidad. No había feria que se preciara que no contratara a "Víctor el mancheguito". Y ahora esa entrevista...


Buenas noches , les habla Jesús Quintero desde su programa " El Perro Verde ". Como todos los jueves a esta hora, traemos hasta Vds., personajes curiosos, intrépidos, originales ; personas que han triunfado en alguna faceta de su vida a pesar de su destino. Nuestro primer invitado de esta noche es " Víctor el mancheguito ", el más espectacular torero cómico de todos los tiempos...


La cámara ofreció un primer plano de Víctor,  perdido en aquella silla en la que sus pies colgaban, acentuando aún más su pequeña estatura...

martes, 4 de febrero de 2014

ENTRE EL AYER Y EL SIEMPRE


Los poetas, la gente en general, miramos hacia nuestro ayer con añoranza. No en vano alguien dijo que la patria es la infancia de cada persona -o algo así-. En mi caso particular, miro mucho al pasado y observo que tiene mucho de presente. Porque aunque haya variado nuestra imagen, aunque la edad nos haya distanciado de ese tiempo de pájaros ( y al decir pájaros quiero decir inocencia), aunque hayamos creado una figura respetable o nuestro porte se asemeje al de un circunspecto inspector de algo, en el fondo, a poco que se escarbe, nos sale el niño que fuimos. La fuerza de esos recuerdos traspasa todas las barreras que la vida haya podido poner entre lo que somos y lo que fuimos. De ahí este soneto parecido a un jeroglífico con el que quiero representar esto que digo:

Ah, y me doy cuenta de que se explica mejor el poema cuando está acabado que cuando está en proceso de creación.

Si alguien escribe"ayer" y es otro día,
cómo puede saber lo que ayer quiso,
o, para ser en mi decir preciso:
quién dice ayer, si ayer es todavía.

Si en el ayer el ánima porfía
y el hombre hacia el ayer mira remiso,
quién puede darle al corazón permiso
para decir que ayer es otro día.

El tiempo es un lugar en la memoria
sin distancia ni estricto calendario,
sin barreras que impidan el regreso.

El tiempo es un invento de la historia
para aquellos que olvidan que a diario
la vida y el ayer se dan un beso.

lunes, 3 de febrero de 2014

ÚLTIMO TRAYECTO

Cruzaba las palmas de las manos y las ahuecaba de modo que se formara una concavidad, cerraba con los dedos cualquier posible fuga por la que el aire pudiera escapar y soplaba por el pequeño orificio que, a la altura de la falange, dejaban los pulgares unidos longitudinalmente. El sonido que se producía era similar al silbido del tren, aquel silbido que, cuando la mañana estaba buena, traspasaba el silencio de los campos y llegaba con nitidez hasta su oído.
Por aquel  entonces, el zagal, no había visto de cerca un tren. Lo había visto, sí,  cruzando la extensa llanura manchega como un monstruo fantástico; conocía su sonido, que el eco repetía insistente, y sabía modular, con la lengua pegada al paladar anterior como  si fuera a pronunciar la letra ch, el ritmo uniforme de su marcha. Pero eso era todo lo que sabía sobre aquel misterioso ingenio. Eso, y que los destellos con que el sol irisaba los cristales de las ventanillas eran la frontera entre su triste realidad y sus tímidos sueños.
Porque, cuándo él, un pobre zagal que pastoreaba parte de las ovejas de un hacendado ganadero desde que el sol hacía acto de presencia a través del angosto tragaluz de la humilde casucha que, en la majada, servía para albergar a los pastores, hasta que se ocultaba tras las sierras de Villarrubia,  iba a tener ocasión o motivo para subir en aquel artilugio ruidoso. Cuándo, un ignorante muchacho, que apenas había tenido oportunidad de ir a la escuela y que difícilmente unía las letras para escribir su nombre, iba a poder zafarse de aquella forma de vida  para la que estaba predestinado como la había estado antes su padre y mucho antes su abuelo, porque ser pastor era el oficio de los suyos y lo demás, pertenecía, como las secuencias de esas películas que anunciaban en las carteleras del cinematógrafo a otro mundo.


El ladrido del perro lo sacó de su embeleso; mecánicamente lanzó una piedra contra algunas de  las ovejas que se habían puesto a pastar en la siembra lindera. Acto seguido,  sacó del zurrón la hogaza de pan blanco y el untuoso tocino que, como todas las mañanas le serviría de almuerzo. Recostado sobre el cayado, como sólo pueden hacerlo los pastores, comenzó a dar buena cuenta del frugal  condumio, ajeno por completo a sus anteriores reflexiones.
Pero cuando al día siguiente, el tren volvía a asomar por los predios de su pastoreo el zagal no podía evitar aquella punzada que era como el aviso despótico del amo diciéndole: ANo te hagas ilusiones, tú has nacido para pastor, como tu padre@.
@ Pero alguien lo guiará@, se oyó decir una vez rompiendo el borbolleo de sus pensamientos. AAlguien tendrá que ir pendiente de que no se salga de las vías, o de frenar cuando llegue a alguna estación@.
Sin saber bien por qué, o aún sabiendo que aquello era uno de esos sueños imposibles, tan imposible como el de tener una bicicleta verde como la de Julianón, el hijo del amo, aunque fuera de tercera mano y hubiera  que arreglarle el sillín o la cadena, en su mente se iba haciendo firme la idea de ser conductor de trenes. No era consciente de cómo podría salir de su actual situación para llegar a ese destino que en algún lugar de su cerebro estaba tomando cuerpo. Tenía claro que necesitaría ayuda y que esta no llegaría de ninguna de las personas con las que compartía su cotidiana existencia, bien por egoísmo o bien porque nunca lo miraron con excesiva simpatía. Desde ese mismo instante supo cuál sería su reto el resto de su vida: ser maquinista. Se imaginaba cruzando las tierras de España y saludando a todos los pastorcillos que viera en su camino; se imaginaba vestido con su traje azul marino de botones dorados, su gorra de visera, su bigote bien perfilado (porque para ser maquinista habrá que dejarse el bigote como seña de autoridad), cruzando sierras, valles, lagos, grandes desfiladeros por los que su tren se deslizaría como una sinuosa serpiente de cascabel en busca de una presa a la que nunca lograba alcanzar.

 A(Maquinista!@, pensó con firmeza. )por qué yo no voy a poder ser maquinista? 

Sólo quien ha sentido la obligación de madurar por sí mismo sabe de lo que es capaz el alma humana, de la fortaleza que encierra, del tesón que pone en alcanzar sus propósitos. Juan, justo es que conozcamos ya el nombre de nuestro protagonista, era de esa pasta; todo en su aspecto denotaba al voluntarioso hombre que llegaría a ser. Sólo necesitaba que alguien le indicara el camino a seguir. Era diligente, despierto, esforzado, tenaz, cualidades estas, suficientes para descubrir nuevas veredas, nuevos modos de vida más acordes con sus inquietudes. )Pero cómo?
Todo transcurre por cauces más o menos establecidos, pensaba Juan, sin saber que lo pensaba: el agua de los ríos, el apareo de las perdices, las estaciones climatológicas,  las cosechas, incluso el recorrido de las piedras que lanzaba con su honda para retornar al rebaño la oveja descarriada, eran fruto de unas constantes: destreza y fuerza, que las impelían hacia el lugar deseado. )Cómo no iba a existir un camino, una luz que disipara sus tinieblas interiores y le abriera esos horizontes presentidos?


Se lo dijo a su madre una de las veces que bajó al pueblo para procurarse el hato y renovar la muda. La mujer lo miró entre sorprendida e incrédula, con un punto de admiración en su mirada mansa, acostumbrada a que las cosas fuesen como habían sido siempre: antes,  cuando vivía su marido, y ahora que el hombre descansaba en la paz del camposanto y  su Juan, el zagal al que apenas pudo llevar al colegio, había ocupado el puesto del padre. Algo en su interior le decía que aquello no era vida para un niño, que su hijo era listo y podía aspirar a algo más, pero eran reflexiones que no conducían a ninguna parte dada la precariedad de su situación económica. Por eso, cuando Juan, con gesto decidido, le había contado su propósito, sintió un legítimo orgullo recorriendo su sangre y miró hacia el retrato del hombre que presidía la humilde sala como preguntando )y tú que dices a esto?
Alguna corriente debió transmitirse entre aquel inane retrato y la apocada  mujer, pues, poniendo una mano sobre el hombro del hijo y mirándolo con gesto resuelto, dijo: ADice tu padre que lo intentemos@.

Don Leandro, el viejo maestro que durante unos meses dio clases a Juan antes de que los acontecimientos que impidieron la continuidad de las mismas se  precipitaran , era un hombre bondadoso, algo que denotaba su semblante y se percibía en sus palabras. Cuando tras el fallecimiento del padre, el niño tuvo que contribuir con su trabajo al sustento del hogar, y la madre, compungida, decidió que debía  abandonar el colegio, D. Leandro suspiró y dijo:@lástima de muchacho, con lo que vale@.
@Es la vida@, dijo la madre apenas sin aliento.

Era la vida. Una vida que casi nunca era justa; una vida en la que los que no tenían recursos estaban condenados a seguir sin recursos; una vida que cada cuál vivía de puertas para adentro y en la que los problemas ajenos eran eso: ajenos, lejanos. Lamentable, sí, pero )qué se podía hacer si resolver los propios ya era difícil cuestión? Era la vida.
Pero ahora había comprendido que era necesario enfrentarse a esa vida. Y si alguien podía poner alguna luz en aquella mente ignorante, ese sería Don Leandro. Resuelta, la mujer se dirigió a la casa del señor maestro. Sabía que en la vida surgen ocasiones, circunstancias, detalles que son irrepetibles, que no se pueden dejar de perder. Y este gesto de su hijo era una de esas circunstancias.


Don Leandro asentía cuando la mujer, con vehemencia, le manifestaba los deseos del muchacho: AY he venido a verle a usted porque sé que le tiene ley al zagal, que ya me dijo usted cuando tuve que sacarle de la escuela que era una lástima. Lo malo...- dudó la madre-, es que no sé como voy a pagarle si usted está de acuerdo en enseñar a mi Juan. Puedo venir a limpiarle la casa dos veces por semana. Puedo...@
AVamos a hacer una cosa, dijo Don Leandro tomando las riendas de la situación. Lo primero será hablar con el amo, que no es mal rucio. Tenemos que convencerle para que, dos días a la semana, lo deje bajar al pueblo. Si somos capaces de convencerlo, que lo dudo, empezaremos desde el principio; yo le prestaré los libros a su hijo y le orientaré en las lecciones; si veo que su progreso es bueno, no le cobraré nada hasta que él, no importa cuándo, me lo pueda pagar. Y ahora dejemos correr los acontecimientos@.
No dijo nada la mujer. Podía haber dicho Dios se lo pague, es usted un santo, ay si viviera mi marido. Pero no acertó a decir nada. Pugnando por evitar las lágrimas que inundaban sus ojos miró al maestro como si en él viera reflejada la venerada imagen del Santo Patrón.

-(Que no, Don Leandro, que he dicho que no!
-Pero vamos a ver, Lucas, volvía insistir el maestro ante el ganadero, )qué interés tienes tú en que el muchacho sea un analfabeto de por vida?
-Para ser pastor no hace falta tener cultura.
-Para ser un pastor inculto, querrás decir, porque lo que no está escrito en ningún sitio es que un pastor no pueda ser una persona cultivada.
-Yo me entiendo. La gente debe saber de aquello en lo que trabaja. Lo demás son adornos que no valen pa ná .

-Entonces )por qué a tu hijo Julián lo mandas al colegio?
Calló el ganadero como pillado en falta. Aún quiso porfiar.
-Lo de mi hijo es distinto. Tiene que manejar una hacienda y se está preparando para ello. Y ni eso sería necesario. Yo he conseguío tó lo que tengo sin apenas saber leer ni escribir. Trabajar es lo que hace falta, trabajar sin hiel como yo he trabajao desde mu chiquitillo.
-Sólo te pido que lo dejes bajar al pueblo dos días a la semana, los que tú consideres que perjudicarán menos su trabajo. Y si su rendimiento baja, o no cumple con sus obligaciones como lo está haciendo hasta ahora, daremos por zanjado este asunto.
-(Un día! (Y no se hable más! -dijo Lucas de forma tajante al advertir que Don Leandro iba a volver a las andadas.
Hoy puede parecer imposible una conversación de estas características, en la que una persona pueda erigirse en amo de alguien y disponer de su vida a cambio de un salario miserable. Pero estamos hablando de una época oscura en la que la ignorancia, siempre temerosa, se doblegaba ante el poderoso. Eran los Niños Yunteros que cantó Miguel Hernández con palabras nacidas de la rabia y la pena.
Pero para Juan empezó una nueva vida. Su ilusión por saber, ponía alas a sus pies que volaban por el pedregoso camino que conducía al pueblo. En  el umbral de la casa de Don Leandro,  arrugó la boína y se la guardó en el bolsillo de la raída chaquetilla de dril. Llamó con timidez.
-Hombre Juan, pasa...


Fueron años duros; no era fácil compaginar trabajo y estudio; máxime cuando el trabajo requería un gran esfuerzo físico y el estudio eran horas robadas al necesario y reconfortante sueño. Pero Juan no desfalleció. El silbido del tren era su acicate, la puerta en la que su destino se abría de par en par. Estudió con ahínco y a la par que su cuerpo, creció su conocimiento. Don Leandro no salía de su asombro, sabía que el muchacho valía, pero aquello era mucho más de lo cabía esperar en alguien con una dedicación tan limitada.


Sentado en el pequeño jardín de su casa adosada, el anciano cruzaba las palmas de sus manos y las ahuecaba hasta formar una concavidad , juntaba los dedos pulgares en paralelo y dejaba un pequeño orificio a la altura de las falanges, por el que soplaba emitiendo un sonido similar al del silbido del tren. Juan, el viejo, Juan, jubilado de RENFE con la honrosa categoría de maquinista, no pensaba en los viajes, siempre sorprendentes, que hizo a través de todo el territorio español. Tenía miles de anécdotas grabadas en su memoria; anécdotas que iban desde la máquina de vapor hasta el tren Talgo; desde los eternos viajes con paradas en todas las estaciones del recorrido hasta la prodigiosa velocidad de los que sólo paraban en las principales estaciones; desde su iniciación en RENFE como soldado tras aprobar aquellas pruebas para las que se estuvo preparando durante toda su juventud, hasta los distintos exámenes para acceder a los cargos por los que fue ascendiendo hasta el escalafón soñado; desde las lecciones y consejos del bueno de D. Leandro hasta los libros especializados en la materia por la que iba a opositar; desde las noches en la majada, luchando contra el sueño bajo la mortecina luz del candil, hasta aquellos años de pensión en Madrid con habitación individual y tiempo disponible para ampliar sus estudios; desde la reprimenda del amo cuando comprendió que aquel zagal, al que ojalá no hubiera consentido tanto,  iba a levantar el vuelo y, por lo tanto, se iba a quedar sin un buen pastor, hasta las lágrimas de su madre, temerosa siempre de la velocidad de vértigo de aquellos enormes artilugios y vieja ya para soportar la separación de quien había sido durante toda su vida su única compañía; desde aquella foto de niño andrajoso y cetrino, hasta esta que presidía el salón de su casa y  en la que se apreciaba a un distinguido señor de blancos cabellos y esmerado bigote; desde aquella juventud que nuca disfrutó hasta este momento sereno en el que los frutos de su paso por la vida eran la justa recompensa a sus muchos desvelos Sí, Juan tenía tantas anécdotas, tanta vivencias, que bien podría escribir un voluminoso tomo de memorias. Pero para Juan, el recuerdo más nítido, el único que verdaderamente merecía el esfuerzo realizado, era el de aquellas mañanas de pastoreo en las que el tren asomaba su estela de humo por el horizonte e iba avanzando hasta hacerse sonido y presencia en los ojos de un niño que, desde ese momento, comenzó a soñar que todo podía ser distinto.