Próxima otra vez la Semana Santa, echo mano de uno de mis escritos que, a pesar del tiempo transcurrido desde que lo hice, me parece tan vigente como si lo hubiera escrito ayer.
CIRINEO.
Por qué, yo, por poner un ejemplo, que me siento por naturaleza desvinculado de los dogmas de la Iglesia Católica, puedo escribir apasionados sonetos sobre la Pasión de Cristo. Por qué tanta gente que no pisa la Iglesia si no es en funerales, cabodaños, bodas o bautizos, caminan detrás de la imagen de Nuestro Padre Jesús del Perdón con un inusitado fervor. Por qué perdura, a lo largo de la hstoria la trágica representación de la muerte de un idealista, cuando tantos han muerto sin que la misma historia sepa de su existencia. Por qué somos capaces de aguantar indiferentes tanta atrocidad como el mundo nos enseña a través de telediarios y prensa y nos sobrecoge el dolor de unas escenas desarrolladas en cartón piedra con visos de leyenda.
Independientemente de creencias, que respeto sea cual sea la índole, y de exaltaciones que predisponen a la interpretación de un suceso, siento que es otra la razón por la que la gente responde a determinadas llamadas. En el caso que nos ocupa, y pese a que alguien pueda sentirse escandalizado por mi exposición, creo que la razón escapa a lo divino y se acerca, por lo cruenta, a lo humano. Nos duele la muerte de Jesús, no por ser Hijo de Dios, sino por ser da carne y hueso; con sus limitaciones en el dolor, con su desesperanza en las últimas palabras pronunciadas, aquellas en las que su voz se estremece ante la inminencia de la muerte y, por qué no pensarlo, ante la inutilidad de su sacrificio. Es su cercanía, la que lo eleva en nuestros corazones a la dimensión de Dios, y es su mismo deseo, en lo esencial de su doctrina, el que nos mueve a admiración hacia quien fue capaz de llevar sus ideales
hasta las máximas consecuencias.
Hoy, dos mil años después, está claro que el mundo sigue necesitando idealistas; no uno, que asuma los pecados de quienes en él sobrevivimos, sino muchos que prediquen palabras de proyección, de vida, de integración, de congruencia con la realidad de un mundo que cada vez es más pequeño; un mundo en el que, dada su cercanía, no se puede mirar hacia otro lado o ignorar los problemas de países que, antes, pudieran parecer inexistentes.. Hoy, más que redentores se necesitan cooperantes; más que maestros se necesitan discípulos, más que líderes se necesitan compañeros..
.
Hoy, dos mi años después, la humanidad sigue estando dividida por las mismas secuelas que siempre la han dividido: razas, creencias, fronteras, fanatismo..., y aunque es cierto que las muestras de solidaridad son cada vez mayores, no es menos cierto que la ingente tarea pendiente, aún está en los albores.
Dependerá de gobernantes, de misioneros, de voluntarios; de idealistas en suma, que sigan teniendo fe en que la Tierra Prometida está aún por llegar; dependerá del propio ser humano que trabaje por acortar las distancias sin merma de las propias identidades; dependerá de poner a trabajar las intenciones que hay detrás de las palabras; dependerá de la entrega generosa que cada cual ponga en la parcela en la que le ha tocado desarrollarse.
No digo nada nuevo, ese es el camino iniciado, ya, por tantos nuevos Cristos que mueren en guerrillas en las que nada les va sino el amor a sus semejantes; que sacrifican su juventud y su comodidad para seguir el camino que Él dejó trazado en su palabra; que entienden que la vida tiene un sentido mucho más plural que el de la simple subsistencia; en definitiva, quienes viven su tiempo asumiendo el compromiso de ser partes integrantes de un mismo engranaje.
Por eso hoy, cuando la procesión del Crucificado pasee por nuestras calles, no será bastante con inclinar la cabeza y, con un signo de genuflexión olvidarse hasta el año siguiente. Hoy, cuando los ojos del Nazareno se crucen con nuestra mirada debemos darle la impresión de que hemos entendido su mensaje y estamos dispuestos a ponerlo en práctica en la medida de nuestras posibilidades; de que somos el cirineo que le ayudará a llevar la Cruz en este trecho del camino que pasa por nuestra puerta. A lo mejor, Él, también espera el milagro...
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miércoles, 15 de marzo de 2017
miércoles, 8 de marzo de 2017
SÚPLICA.
SÚPLI CA.
Abre los ojos y míranos. De verdad ¿no te damos lástima?
Cuando nos ves postrados en las camas de los hospitales, tirados en el arcén de
una autovía, explotando en pedazos en una de esas guerras que la ambición o el
fanatismo declaran al mundo, incapaces de conseguir el alimento que regalas a
algunas de tus criaturas (porque otras tienen que matar para subsistir) o el
abrigo necesario para nuestros hijos; cuando contemplas el éxodo masivo hacia
ninguna parte o la falta de recursos por los que una gran parte de la humanidad
aguarda impaciente la hora en la que finalicen sus padecimientos; cuando ves
que somos vacuos, ambiciosos, envidiosos, iracundos, soberbios, crueles hasta
matar a los seres más queridos, cobardes hasta eludir la más mínima
responsabilidad; cuando nos ves así, dinos, de verdad ¿No te damos lástima?
Iba a pedirte cosas, ¿pero qué si tú ya sabes lo que
necesitamos? Iba a pedirte lo que solemos pedir los mortales: salud, bienestar,
trabajo, vivienda…cosas que, bien mirado, deberíamos pedir a quienes nos
gobiernan, pero que como ellos no llegan a todos, te solemos pedir a ti Dios,
Padre. Omnipotente, Celestial… (seguro que tú no te has puesto todos esos
calificativos) que tampoco consideras que sea culpa tuya porque nos diste libre
albedrío (cosa que también afirman quienes han hecho de la teología su ideario
para cruzar por esta vida) y nos dejaste sobre la tierra diciendo: “creced y
multiplicaos” como el que suelta en el campo perdices de criadero para que los
cazadores sacien su instinto. Iba a pedirte cosas, ¿Pero qué si tú ya sabes lo
que necesitamos?
Así que aquí me tienes: Sin saber qué rumbo tomar, ni a
quién dirigirme, ni de qué manera controlar este desasosiego que es más bien impotencia o dolor de corazón
por saberme tan frágil como una de esas boñigas que al cabo de unos días
vuelven a ser tierra. Porque dime: “si
estamos creados a tu imagen y semejanza “ ¿cómo eres Tú que seguramente estás
dictando esto que ahora transcribo (te prometo que yo sería incapaz de perder
mi tiempo en esto) entre esas eternas cabezadas que te dejan traspuesto…? Así que
aquí me tienes.
Mientras parpadea el cursor, en este nuevo latido universal
que nos hermana, voy buscando esos resquicios por los que colarme en tu cotidiana
divinidad para contarte con un lenguaje directo todas estas
tribulaciones que, como humano, me afligen. No es el enojo el que me impulsa a utilizar
un tono menos medroso que el que se requeriría para una súplica; puede que sea
una reacción propia de quien sabe que su parte espiritual le presta una
condición de exigencia para con su igual. En cualquier caso, mi deseo sería que de este
intento de comunicación, saliera una razón que nos motivara para intentar erradicar todos esos males que nos asolan y
conseguir que la Tierra sea por fin ese paraíso en el que la vida transcurriera
plácida. Mientras parpadea el cursor…
Y no dudes que esto sea una súplica (bueno, lo sabes) .
Porque está hecha desde el miedo a no saber abrir la última puerta (esa tras la
que se supone que Tú estarás juzgando mis pasos por la vida) y causarte una
buena impresión para que no tengas que
arrepentirte ( una vez más) de estas criaturas que no sabemos bien a qué
vinimos a este lugar de paz que era esta
tierra antes de nuestra llegada. Te
confieso, humildemente, desde mi condición de mortal y la limitación de mi
intelecto, que lo único que he
pretendido dejando mi imaginación a Tu antojo ha sido una súplica.
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