Nunca sabrían por qué extraño designio, se encontraron,
nuevamente, en aquel lugar. Era noche
cerrada cuando el tren se detuvo en la solitaria estación- una de las que
conformaban la línea Madrid-Cádiz y no
pudieron apreciar- desde su posición en los vagones de cola- la pancarta
iluminada con el nombre de la población. Transcurridos quince minutos, el
revisor les comunicó que como consecuencia de un descarrilamiento ocurrido unas
horas antes, la vía estaba cortada y no podía precisar el tiempo que duraría la
parada. Se suponía que en un plazo máximo de tres horas el problema estaría
resuelto, razón por la cual, y dado que la población contaba con escasos
alojamientos, consideraban lo menos perjudicial para los viajeros que, éstos,
esperaran en el mismo compartimento, o paseando por los cercanías. el curso de
los acontecimientos.
Marta y Pedro, eran un matrimonio de mediana edad; rondando los
cincuenta , Pedro conservaba un cierto aire juvenil en su semblante y Marta,
algo más joven, proyectaba una belleza serena que se traslucía a su armoniosa
manera de vestir, a la elegancia con que sostenía la mirada, al discreto
maquillaje que realzaba sin estridencias el óvalo de su rostro... Era éste, un
viaje al que ambos se agarraban como a una tabla de salvación. Se querían, pero
su matrimonio había entrado en una fase rutinaria en la que el exceso de
trabajo de Pedro y las escasas obligaciones de Marta, ahora que los hijos eran
mayores, habían minado sus relaciones y el tedio se iba traduciendo en un
distanciamiento tácito. Decididos a no arrojar por la borda tantos años de
andadura en común pensaron en este viaje como medio de volver a encontrarse en
esas sendas donde la vida se percibe de una manera menos lineal. Unos días en
Sevilla, lugar por el que sentían una especial
predilección, podrían servir de
bálsamo reparador para esas fisuras que amenazaban con poner en peligro su
matrimonio.
Incapaces, ambos, de seguir por más tiempo en el reducido
compartimento, decidieron indagar el lugar en el que se encontraban, para lo
cual, bajaron al andén dispuestos a dar un paseo por los aledaños de la
estación. Invitaba a ello la plácida noche otoñal y, a fin de cuentas, no había
nada que les obligara a llegar a una hora concreta a su lugar de destino. Bien
mirado, hasta agradecían esa retención que les permitiría reflexionar sobre su
particular situación.
Cuando el nombre del lugar se les hizo legible, se
miraron con sorpresa. )No era ,éste,
el pueblo en el que Pedro estuvo trabajando durante unos meses con motivo del
arreglo de la Nacional IV?
Era cierto. En aquel pueblo transcurrieron sus
primeros meses de matrimonio. La empresa envió a Pedro como jefe administrativo
de la obra en cuestión y no era cosa de que, recién casados, empezaran a vivir
separados. Se marcharon los dos desde Madrid, y decidieron, dada la incierta
duración de su estancia, alquilar una de las pocas habitaciones de que disponía
aquel hotel de cálida apariencia...
Paseaban por la larga avenida que unía la estación
con el centro de la ciudad, hoy alfombrada
por las amarillas hojas de los plátanos orientales. Nada recordaba, en
una primera impresión, aquel destartalado pueblo con el que se encontraron
hacía ahora veintitantos años. -Casi treinta- dijo Pedro en un tono
lastimero...
Los recuerdos parecían fluir mansos, ocupando el
lugar en el que la desgana había comenzado a destilar su ponzoña. Sus manos se
encontraron en ese recorrido que salvaba distancias y Marta reclinó su cabeza
sobre el hombro de Pedro que aceptó, complacido, su abandono. Sin mediar
palabra, dirigieron sus pasos hacia aquel hotel donde vivieron los momentos más
felices de su existencia. Antes, mucho antes, de que su relación iniciara ese
desgaste que parecía no tener solución; antes de que los hijos ocuparan un
espacio que ambos hubieron de ceder; antes de que la vida supusiera costes y
obligaciones, y enfermedades y problemas, y apatía y desilusión, y rutina y
desencanto... Antes, mucho antes; cuando la pasión inundaba su sangre joven y las
noches eran largas cabalgadas de amor por las estrellas; cuando la mano
reclamaba, y el beso reclamaba, y el alma reclamaba más y más presencia; cuando
todo era un grito de unánime armonía y el tiempo era un instante sin fin y sin
principio.
Llegaron hasta el hotel, que recordaban por la
singularidad de su fachada y vieron con sorpresa que el estado actual era de
total abandono; la pared , descarnada, dejaba ver las entrañas del más
humillante olvido; las persianas rotas, las puertas desvencijadas, los andamios
de protección a lo largo de toda su vieja armadura, dejaron en sus corazones un
gélido sentimiento. Se miraron incrédulos. )Era posible
tal desidia?. De pronto se dijeron que sí, que era posible. Que la rutina teje
su tela con perseverancia y que en definitiva, a ellos les estaba ocurriendo lo
mismo que a aquel edificio donde un día se juraron amor eterno.
Se miraron a los ojos desde una infinita tristeza.
No. Nosotros no, se dijeron en un tácito e íntimo anhelo.
Regresaron un tanto apresurados y ocuparon de nuevo
sus asientos, Minutos después, el tren, iniciaba su interrumpido recorrido; un
recorrido que, ahora sí, estaban seguros, les llevaba de nuevo a la felicidad.