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domingo, 30 de marzo de 2014

EL BULEVAR DEL RECUERDO.


 Nunca sabrían por qué extraño designio, se encontraron, nuevamente,  en aquel lugar. Era noche cerrada cuando el tren se detuvo en la solitaria estación- una de las que conformaban la línea Madrid-Cádiz  y no pudieron apreciar- desde su posición en los vagones de cola- la pancarta iluminada con el nombre de la población. Transcurridos quince minutos, el revisor les comunicó que como consecuencia de un descarrilamiento ocurrido unas horas antes, la vía estaba cortada y no podía precisar el tiempo que duraría la parada. Se suponía que en un plazo máximo de tres horas el problema estaría resuelto, razón por la cual, y dado que la población contaba con escasos alojamientos, consideraban lo menos perjudicial para los viajeros que, éstos, esperaran en el mismo compartimento, o paseando por los cercanías. el curso de los acontecimientos.

Marta y Pedro, eran un matrimonio de mediana edad; rondando los cincuenta , Pedro conservaba un cierto aire juvenil en su semblante y Marta, algo más joven, proyectaba una belleza serena que se traslucía a su armoniosa manera de vestir, a la elegancia con que sostenía la mirada, al discreto maquillaje que realzaba sin estridencias el óvalo de su rostro... Era éste, un viaje al que ambos se agarraban como a una tabla de salvación. Se querían, pero su matrimonio había entrado en una fase rutinaria en la que el exceso de trabajo de Pedro y las escasas obligaciones de Marta, ahora que los hijos eran mayores, habían minado sus relaciones y el tedio se iba traduciendo en un distanciamiento tácito. Decididos a no arrojar por la borda tantos años de andadura en común pensaron en este viaje como medio de volver a encontrarse en esas sendas donde la vida se percibe de una manera menos lineal. Unos días en Sevilla, lugar por el que sentían una especial  predilección,  podrían servir de bálsamo reparador para esas fisuras que amenazaban con poner en peligro su matrimonio.


Incapaces, ambos, de seguir por más tiempo en el reducido compartimento, decidieron indagar el lugar en el que se encontraban, para lo cual, bajaron al andén dispuestos a dar un paseo por los aledaños de la estación. Invitaba a ello la plácida noche otoñal y, a fin de cuentas, no había nada que les obligara a llegar a una hora concreta a su lugar de destino. Bien mirado, hasta agradecían esa retención que les permitiría reflexionar sobre su particular situación.

Cuando el nombre del lugar se les hizo legible, se miraron con sorpresa. )No era ,éste, el pueblo en el que Pedro estuvo trabajando durante unos meses con motivo del arreglo de la Nacional IV?

Era cierto. En aquel pueblo transcurrieron sus primeros meses de matrimonio. La empresa envió a Pedro como jefe administrativo de la obra en cuestión y no era cosa de que, recién casados, empezaran a vivir separados. Se marcharon los dos desde Madrid, y decidieron, dada la incierta duración de su estancia, alquilar una de las pocas habitaciones de que disponía aquel hotel de cálida apariencia...

Paseaban por la larga avenida que unía la estación con el centro de la ciudad, hoy alfombrada  por las amarillas hojas de los plátanos orientales. Nada recordaba, en una primera impresión, aquel destartalado pueblo con el que se encontraron hacía ahora veintitantos años. -Casi treinta- dijo Pedro en un tono lastimero...


Los recuerdos parecían fluir mansos, ocupando el lugar en el que la desgana había comenzado a destilar su ponzoña. Sus manos se encontraron en ese recorrido que salvaba distancias y Marta reclinó su cabeza sobre el hombro de Pedro que aceptó, complacido, su abandono. Sin mediar palabra, dirigieron sus pasos hacia aquel hotel donde vivieron los momentos más felices de su existencia. Antes, mucho antes, de que su relación iniciara ese desgaste que parecía no tener solución; antes de que los hijos ocuparan un espacio que ambos hubieron de ceder; antes de que la vida supusiera costes y obligaciones, y enfermedades y problemas, y apatía y desilusión, y rutina y desencanto... Antes, mucho antes; cuando la pasión inundaba su sangre joven y las noches eran largas cabalgadas de amor por las estrellas; cuando la mano reclamaba, y el beso reclamaba, y el alma reclamaba más y más presencia; cuando todo era un grito de unánime armonía y el tiempo era un instante sin fin y sin principio.

Llegaron hasta el hotel, que recordaban por la singularidad de su fachada y vieron con sorpresa que el estado actual era de total abandono; la pared , descarnada, dejaba ver las entrañas del más humillante olvido; las persianas rotas, las puertas desvencijadas, los andamios de protección a lo largo de toda su vieja armadura, dejaron en sus corazones un gélido sentimiento. Se miraron incrédulos. )Era posible tal desidia?. De pronto se dijeron que sí, que era posible. Que la rutina teje su tela con perseverancia y que en definitiva, a ellos les estaba ocurriendo lo mismo que a aquel edificio donde un día se juraron amor eterno.

Se miraron a los ojos desde una infinita tristeza. No. Nosotros no, se dijeron en un tácito e íntimo anhelo.

Regresaron un tanto apresurados y ocuparon de nuevo sus asientos, Minutos después, el tren, iniciaba su interrumpido recorrido; un recorrido que, ahora sí, estaban seguros, les llevaba de nuevo a la felicidad.