Querido Dios:
No sé
lo que pretendo con esta reflexión, que eso es, en definitiva, esta carta.
No sé
si el Dios al que yo me dirijo es el mismo que en estas fechas muere en la Cruz
y resucita al tercer día en un simbolismo de eternidad de la Iglesia Católica,
o es el pobre niño que nace en la soledad y la indigencia de un humilde portal
- aquí sería una choza - , símbolo nuevamente de esa desposesión con la que se
nos juzgará para entrar en el Reino de los Cielos.
No sé si mi Dios es necesidad de
mi espíritu o de mi cuerpo, pues aunque mi espíritu ansía liberarse de
ataduras, es mi cuerpo el que impide esa liberación; mi cuerpo el que necesita
de los bienes terrenales que no son maná caído del cielo; mi cuerpo el que
necesita comer, vestir, vivir, reproducirse y luchar por la supervivencia de
quienes de mi cuerpo dependen.
No sé
si mi Dios sería ruandés o gitano, blanco o negro, budista o cristiano, - pues
en la definición que recuerdo del colegio decían que: "es infinitamente
bueno, sabio y poderoso; principio y fin de todas las cosas"- y esto no
aclara nada con respecto a raza o
religión.
No sé
si mi Dios me juzgará por esta carta que no está escrita desde la fe, sino
desde la duda; que no está escrita desde la sumisión sino desde la esperanza;
que no está escrita desde el temor sino desde el deseo de un mundo coherente.
Y
veo pasar esta Semana Santa de
celebraciones litúrgicas sin sentir esa necesidad de integración como miembro
de la Iglesia en la que estoy bautizado y a la que en teoría pertenezco. Y son vamos mis
intentos de búsqueda espiritual porque van en proporción inversa a las
necesidades del Mundo en el que habito.
Por
eso me parece vacía y costumbrista esta celebración repetida durante dos mil
años. Por eso esta carta va dirigida a Dios, a cuya benevolencia apelo, y a
quien quiero descubrir a la vuelta de cualquier esquina.
En el
fondo de mi alma, yo sé que mi Dios se funde con el tuyo, con el de todos
nosotros. Que mi Dios está presente en cualquier instante o en cualquier lugar;
en cualquier persona o en cualquier circunstancia. A veces, acierto a
descubrirlo en una mirada, en un gesto, en una solicitud; otras veces se me
escapa con la fugacidad de lo cotidiano y sigo enfrascado en mis quehaceres;
agobiado con mi carga que me parece la más pesada; insensible a lo que ocurre a
mi alrededor.
Y a
veces, como ahora, reflexiono ante la inminencia de una colaboración a la que
no sé negarme pero en la que quiero ser sincero.
Una
cosa es cierta : Cada reflexión es una nuevo paso hacia esa verdad que busco;
hacia ese Dios que hoy es seguido por miradas fervorosas y mañana será
ametrallado en Ucrania; hacia ese Dios que muere de una forma salvaje e
inhumana y que nace en la sonrisa pura de cada nuevo ser.
Querido
Dios, te escribo desde los entresijos de mi alma. Pongo sello de urgencia y
espero tu respuesta en la forma y manera que estimes oportuno. No dudes que te
quiero, aunque a veces no sepa demostrarlo. Recibe la calidez de mi abrazo.