Con este título genérico, quiero traer a esta página una serie de reflexiones escritas a lo largo de los últimos años. Podría llamarlos, y así los llamaré, ensayos. Aquí va la primera entrega:
Cuentan
de un sabio que un día/ tan triste y mísero estaba/ que sólo se sustentaba/ de
unas hierbas que cogía./ Habrá otro (entre sí, decía)/ más pobre y triste que
yo./Y cuando el rostro volvió/halló la respuesta, viendo/ que iba otro sabio
cogiendo/ las hierbas que él arrojó.
Probablemente
hoy, el sabio aquél de la fábula no pasaría por sabio, entre otras cosas,
porque, supongo yo, es difícil filosofar con el estómago hambriento por mucho que al fabulista le parezca bien el
adoctrinamiento que se desprende de sus estudiados versos. Y porque, a buen
seguro, su nivel de vida se habría incrementado, como ha sucedido con el de
todos los habitantes de las sociedades consumistas, hasta el extremo de
ignorar, si no se es especialista en la materia, qué hierbas son aptas para el
consumo humano y animal, que cuando de ronzar algo para matar el hambre se
trata, tanto monta, monta tanto (si no es el hombre el que debe fijarse en lo
que come el animal, mejor dotado de instinto de supervivencia).
Viene
esto a cuento de esas reflexiones que, sin poderlo evitar, uno va haciendo al
pairo de lo que el día a día le va deparando; de las comparaciones que,
irremediables, plantan cara al observador que, asombrado, recuerda tiempos
cercanos; de la íntima concepción de los hechos, que todos tenemos arraigada y por la que
juzgamos y valoramos con personal criterio lo que ocurre a nuestro alrededor.
El
consumo, responsable de nuestros grandes logros, pero también de nuestros
grandes fracasos, es la piedra filosofal por la que se mueve el mundo ( el que
conocemos los que hemos tenido el privilegio de desechar los zapatos porque no
hay un zapatero que te arregle las tapas, o porque el arreglo es casi tan caro
como comprar unos zapatos nuevos . Que no se me moleste ningún zapatero, pues
el símil es aplicable a todos los gremios). Todo, incluso las palabras más
inocuas que salen del fraseo que utilizan los anunciantes de productos, está
pensado para hacernos caer en la tentación de adquirir aquello que se nos
ofrece de manera mediática.
El
proceso de desarrollo y crecimiento está basado en las grandes cifras. Y, como
en los pedidos a imprenta, en los que más se abarata cuanto más se imprime,
así, las empresas basan sus objetivos y porcentajes en un consumo masivo y, a
mi modo de ver, innecesario, para
canalizar un crecimiento lógico que permita que los números sigan siendo
fiables.
Lo malo
de estos conceptos, es que en ese crecimiento ilimitado se esclaviza la
libertad del ser humano que tiene que dedicar todo su tiempo a conseguir el
dinero necesario para llegar a fin de mes sin devolver la letra del coche o, en el caso de un comerciante, la
del último pedido de motivos florales que se dice que serán moda en la próxima
temporada.
La
solución, probablemente retrógrada, pasaría por unos ajustes entre producción y
consumo que oxigenaran la asfixia en la que todos, productores y consumidores,
estamos sumidos. Por poner ejemplos sencillos que ilustren esta reflexión,
imaginemos a una persona ahíta ante un nuevo y suculento plato del más exquisito
de los manjares, con la obligación de comerlo so pena de destierro; o la del
concursante que tiene que soportar más
peso del que aguanta la ternilla de la oreja en un intento de mejorar un
absurdo e inservible récord. Las consecuencias, previsibles en ambos casos , no
dejan lugar a dudas del camino a seguir.
Hoy,
sin embargo, esta teoría de la masificación se ha extendido de tal forma, que
ha llegado a todos los estamentos, públicos y privados, como objetivo a
conseguir. Así hemos pasado, en un esfuerzo, a primera vista loable, de no
tener una biblioteca pública en infinidad de municipios españoles, a poseer una
particular que nunca tendremos tiempo de hojear, mucho menos de leer; de no saber qué remedio tomar para
curar un catarro si no eran las recetas de la abuela, al dispensario de
urgencia para que nos diagnostiquen sobre un vahído etílico; de la precaria
jubilación después de toda una vida de sacrificio y trabajo, a la costosa prejubilación a una edad que aún podría considerarse Atierna@; de la tierra refrescante al
asfalto plomizo; del analfabetismo jornalero a engrosar las filas del paro con
la licenciatura bajo el brazo; de la
nada al todo y tiro porque aún se puede estirazar la cuerda...
)Qué hacer? Probablemente, el
camino no pueda hacerse de otra forma y habría que preguntarle al sabio, en la
actualidad, qué haría con las hierbas sobrantes si no tuviera sitio donde
arrojarlas porque ya todos tienen hierbas. )No será pecado de soberbia este
deseo insano de no ponerle límites al ansia?