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lunes, 14 de abril de 2014

FILOSOFÍA Y CONSUMO

Con este título genérico, quiero traer a esta página una serie de reflexiones escritas a lo largo de los últimos años. Podría llamarlos, y así los llamaré, ensayos. Aquí va la primera entrega:


Cuentan de un sabio que un día/ tan triste y mísero estaba/ que sólo se sustentaba/ de unas hierbas que cogía./ Habrá otro (entre sí, decía)/ más pobre y triste que yo./Y cuando el rostro volvió/halló la respuesta, viendo/ que iba otro sabio cogiendo/ las hierbas que él arrojó.


Probablemente hoy, el sabio aquél de la fábula no pasaría por sabio, entre otras cosas, porque, supongo yo, es difícil filosofar con el estómago hambriento  por mucho que al fabulista le parezca bien el adoctrinamiento que se desprende de sus estudiados versos. Y porque, a buen seguro, su nivel de vida se habría incrementado, como ha sucedido con el de todos los habitantes de las sociedades consumistas, hasta el extremo de ignorar, si no se es especialista en la materia, qué hierbas son aptas para el consumo humano y animal, que cuando de ronzar algo para matar el hambre se trata, tanto monta, monta tanto (si no es el hombre el que debe fijarse en lo que come el animal, mejor dotado de instinto de supervivencia).

Viene esto a cuento de esas reflexiones que, sin poderlo evitar, uno va haciendo al pairo de lo que el día a día le va deparando; de las comparaciones que, irremediables, plantan cara al observador que, asombrado, recuerda tiempos cercanos; de la íntima concepción de los hechos,  que todos tenemos arraigada y por la que juzgamos y valoramos con personal criterio lo que ocurre a nuestro alrededor.

El consumo, responsable de nuestros grandes logros, pero también de nuestros grandes fracasos, es la piedra filosofal por la que se mueve el mundo ( el que conocemos los que hemos tenido el privilegio de desechar los zapatos porque no hay un zapatero que te arregle las tapas, o porque el arreglo es casi tan caro como comprar unos zapatos nuevos . Que no se me moleste ningún zapatero, pues el símil es aplicable a todos los gremios). Todo, incluso las palabras más inocuas que salen del fraseo que utilizan los anunciantes de productos, está pensado para hacernos caer en la tentación de adquirir aquello que se nos ofrece de manera mediática.

El proceso de desarrollo y crecimiento está basado en las grandes cifras. Y, como en los pedidos a imprenta, en los que más se abarata cuanto más se imprime, así, las empresas basan sus objetivos y porcentajes en un consumo masivo y, a mi modo de ver,  innecesario, para canalizar un crecimiento lógico que permita que los números sigan siendo fiables.

Lo malo de estos conceptos, es que en ese crecimiento ilimitado se esclaviza la libertad del ser humano que tiene que dedicar todo su tiempo a conseguir el dinero necesario para llegar a fin de mes sin devolver la letra del coche o, en el caso de un comerciante,  la del último pedido de motivos florales que se dice que serán moda en la próxima temporada.

La solución, probablemente retrógrada, pasaría por unos ajustes entre producción y consumo que oxigenaran la asfixia en la que todos, productores y consumidores, estamos sumidos. Por poner ejemplos sencillos que ilustren esta reflexión, imaginemos a una persona ahíta ante un nuevo y suculento plato del más exquisito de los manjares, con la obligación de comerlo so pena de destierro; o la del concursante que tiene que  soportar más peso del que aguanta la ternilla de la oreja en un intento de mejorar un absurdo e inservible récord. Las consecuencias, previsibles en ambos casos , no dejan lugar a dudas del camino a seguir.


Hoy, sin embargo, esta teoría de la masificación se ha extendido de tal forma, que ha llegado a todos los estamentos, públicos y privados, como objetivo a conseguir. Así hemos pasado, en un esfuerzo, a primera vista loable, de no tener una biblioteca pública en infinidad de municipios españoles, a poseer una particular que nunca tendremos tiempo de hojear, mucho menos de  leer; de no saber qué remedio tomar para curar un catarro si no eran las recetas de la abuela, al dispensario de urgencia para que nos diagnostiquen sobre un vahído etílico; de la precaria jubilación después de toda una vida de sacrificio y trabajo, a la costosa prejubilación a una edad que aún podría considerarse Atierna@; de la tierra refrescante al asfalto plomizo; del analfabetismo jornalero a engrosar las filas del paro con la licenciatura bajo el brazo; de la nada al todo y tiro porque aún se puede estirazar la cuerda...


)Qué hacer? Probablemente, el camino no pueda hacerse de otra forma y habría que preguntarle al sabio, en la actualidad, qué haría con las hierbas sobrantes si no tuviera sitio donde arrojarlas porque ya todos tienen hierbas. )No será pecado de soberbia este deseo insano de no ponerle límites al ansia?