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sábado, 23 de noviembre de 2013

CRUCE DE CAMINOS

Hacía muchos años que no viajaba en tren, que no iba a Madrid por razones de negocio ( que no iba, no importan las razones), porque llegar a Madrid y coger cualquiera de las M, no es estar en Madrid.

Mi reciente viaje ha sido todo un aprendizaje. Uno que ya se ha acostumbrado a ser de provincia no sabe ni sacar el billete de metro. Las gentes, indiferentes ante todo lo que no sean sus propias cavilaciones, van a lo suyo (en los pueblos se mira a fulano o a mengano, se fija uno en cómo van vestidos, se saluda, en fin. Es otra cosa.).

La estación de Atocha es un hervidero de gentes que van y vienen; un muestrario de la España plural y mixta; un arrebol de tonos que van del blanco al negro pasando por todos los matices; un mundo que no parece nuestro ( de los de provincia, me refiero). Nadie mira a nadie. O si miran, lo hacen de forma que no se note. El invernadero que hicieron en la vieja estación ha crecido tanto que ya las palmeras quieren salirse de la estructura de hierro que las detiene; muchos emigrantes han montado puestos alrededor de aquel espacio dando lugar a un pintoresco rastrillo donde se vende de todo (lo de se vende es un poco aventurado, pues la gente pasa y pasa); los marginados, que también los hay, le dan al tetrabrick (¿se escribe así?)  de vino y vociferan una retahíla de insultos dirigidos a los que están sentados en las terrazas de las cafeterías. Dicen "ciudad de mierda" y cosas parecidas. Pintoresco sí es. Y probablemente lícita su rebelión contra quien puede más (que a lo mejor es por el vino, pero existen muchas desigualdades que en una sociedad civilizada no deberían existir) y exhibe su natural forma de vida ante los ojos de los que no han tenido (o no han sabido) encontrar una mínima oportunidad.

Fueron todas estas sensaciones, y un poco de oficio, todo hay que decirlo, las que dieron lugar a este soneto de tinte romántico y decadente, pero probable en el fondo:


Una mujer y un hombre  cruzaron su camino:
Va la  mujer al filo de la desesperanza,
El hombre, cabizbajo, rumiando su destino,
Va pensando en anhelos que casi nunca alcanza.

Apenas un instante sus ojos se encontraron,
Como el sol y la luna se encuentran en penumbra,
Opacas las miradas hasta que se miraron
Y surgió de su noche la luz que hoy los alumbra.

Detuvieron el paso, volvieron la cabeza,
Y en ambos se encendieron las mismas emociones
Por encima del torvo color de la tristeza.

Nada se preguntaron, tal vez no había razones,
O acaso  sí, y la vida, pensó que era torpeza
Después de aquel misterio pedir explicaciones.