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lunes, 30 de diciembre de 2013

ALZHEIMER

No sabría precisar cuando dejó de contar el tiempo. Bien pensado, era difícil ponerle una fecha al instante en el que dejó de interesarle todo. Cuántos años habrían transcurrido desde que su mente se sintió despoblada. Es posible que no hubieran sido tantos. Cuando la realidad es difusa se pierden las referencias. De manera que pudo ser ayer el último día en el que tuvo consciencia de sí mismo. Tanto daba.
Los que le conocíamos, sí podíamos precisar su bajón. Le habíamos ido viendo apagarse como un velón de  Semana Santa al finalizar la procesión, y, lo más triste, sin poder hacer nada para evitarlo. De aquella plenitud rayana en suficiencia que tuvo hasta en la risa,  sólo quedaban flecos deshilvanados, como esos cielos filamentosos que no ocultan en totalidad el ocaso del sol, pero lo enturbian. Un día era un nombre que no recordaba. Pero eso es normal a ciertas edades (o eso pretendíamos hacerle creer). En otras ocasiones era la conversación desmadejada., o el repetitivo recuento de sus dolencias el que nos hacía percibir su desmemoria. Sólo le quedaba la risa franca o alguna coletilla tan arraigada que, ocasionalmente, nos hacía dudar si nuestra percepción era cierta o es que estaba jugando al disimulo.
De repente un rostro se vuelve inexpresivo: los ojos divagan, la risa se hace mueca, las manos buscan algo desesperadamente. Puede que las preguntas se amontonen mientras haya lucidez para preguntarse; mientras uno siga reconociéndose en el rostro del otro; mientras el tacto nos devuelva sensaciones, pero las respuestas, cada vez más confusas, llegarán a diluirse hasta la negación.
Mi amigo estaba en esa etapa en la que la identidad aún le era propia. Hablaba de las cosas que fueron, de los hijos que volaron, de los amigos de la mili, del trabajo en el campo, de su padre que fue además amigo y consejero. Lo que no podía recordar era la pastilla que le correspondía tomar después de la cena o la conversación telefónica que habíamos mantenido días antes. Lo vi pasar de la desesperación a la resignación . Y aunque era una conclusión necesaria sentí pena; porque la resignación es la antesala del abandono, del olvido, de la muerte.
Y mi amigo estaba muerto. Le faltaba estar helado; le faltaba el ataúd, el traje de novio que, sí aún da la talla ( y si no también, porque para donde se va...) se utiliza para el último tránsito. Ya no me atrevía a llamarle por teléfono, porque cuando lo hacía, siempre respondía su mujer y la respuesta era invariable: está poco más o menos ,le duelen los ojos y siempre los tiene cerrados, hoy hemos ido a que le regulen el sintrón, le tienen que hacer una prueba nuclear en el cerebro para ver de donde dimana esta pérdida de memoria. Yo no quería oír aquella retahíla; yo quería oírle a él, sentir su optimismo, su risa contagiosa, su chiste al hilo de la circunstancia. Pero él, sentado en el sofá junto a su perra fiel, con la que intercambiaba miradas, quién sabe si entendimiento, era el silencio.

Cuando las cosas tienen que pasar, lo mejor es que pasen; que terminen. No entiendo la adicción al médico (propia o de los familiares) cuando el resultado, en el mejor de los casos va a ser una vida vegetativa. Mi amigo también debió entenderlo así porque una mañana, en un descuido de su mujer dio su último paseo por las vías del tren.

domingo, 29 de diciembre de 2013

CRÍSPULO

Críspulo Santaquiteria, no era astrofísico, ni astrónomo, ni astrólogo, ni tan siquiera un vidente de esos que suelen salir en televisión aconsejando a los crédulos que quieren saber si su trabajo será duradero o si el novio de la niña va con buenas intenciones. Críspulo era, y de eso no había la menor duda, intuitivo. Sobre eso, sobre la intuición, había dejado muestras entre los habitantes de la pequeña aldea , en la que había nacido hacía ya cincuenta y ocho años. Todos los vecinos recordaban aquella ocasión en la que Críspulo anunció, tras una prolongada sequía, que aquella semana se inundaría la vega ante la crecida del río; o aquél otro día del verano del setenta y dos, durante la celebración de la festividad del Patrón de la aldea, cuando, bajo un cielo de un azul inmaculado, vaticinó pedrisca, ante el asombro de los endomingados vecinos que pujaban, como todos los años,  por ver quien tenía el arresto necesario para vocear la cantidad de dinero que le proporcionara el privilegio de portar el anda delantera derecha del trono del santo. Como es natural, en ninguna de aquellas ocasiones, los vecinos hicieron caso del tonto del pueblo, que eso era Críspulo a los ojos de unos coterráneos, que juzgaban su alcance por unos signos externos de personalidad, que en nada dejaban entrever sus cualidades premonitorias. Por supuesto que en ambos acontecimientos, sucedió lo que Críspulo predijo, con los consiguientes daños materiales y morales para quienes tomaron a burla sus consejos de anticipar la recogida de las cosechas, que ya estaban en sazón, en la ocasión del desbordamiento del río,  o cuando entre las risotadas de los vecinos, desaconsejó  la procesión que , desoído su consejo,  terminó con el santo destrozado por las enormes piedras que, de golpe, comenzaron a caer de un cielo que se oscureció de nubarrones a velocidad vertiginosa. Ni que decir tiene que, desde entonces, Críspulo, sin dejar de ser considerado con una especial prevención por quienes seguían viendo en él rasgos de acusada bobaliconería, era tenido en cuenta cuando de prevenir tragedias se trataba.


-Críspulo, )cuando conviene sembrar hogaño?
-Críspulo, )habrá riada esta primavera?
-Críspulo, )crees que aquellas nubes presagian maldadas?
Y Críspulo, cuarteaba su rostro, de natural impasible, con una media sonrisa entre irónica y estúpida que nada aclaraba. Porque como ha quedado dicho, Críspulo no era  astrólogo, ni astrofísico, ni siquiera un vidente de esos que en la televisión incitaban a la hilaridad con sus más que peregrinos consejos. Críspulo no hablaba salvo que tuviera el convencimiento de que iba a ocurrir algo. Y ese convencimiento, fruto del azar, de la observación, o vaya usted a saber de qué causa,  no era preventivo. Ocurría en el momento, sin transición. Era (ya!; en las próximas horas; como mucho, en la próxima mañana.
Fuera de aquello, la vida de Críspulo era anodina, de una grisura tal, que más bien parecía no estar entre aquella pequeña comunidad de labradores que poblaban el valle. Vivía solo, en una desvencijada cuadra al fondo de un inmenso corralón infectado de malas hierbas, a la que se accedía por una portada de hierro pintada de verde en la que no había llamador, ni caso, pues dada la distancia hasta el humilde habitáculo no se oiría la llamada  por fuertes que fueran los golpes. Iba siempre enfundado en un mono azul y tocado con una gorra de visera como las que usan los militares en su uniforme de camuflaje. Quienes querían contratarle para que fuera a realizar las faenas agrícolas más engorrosas  -Críspulo era un buen trabajador-, tenían  que merodear por las inmediaciones del solar hasta que el hombre se dejara ver. Su recorrido, invariable en tiempo y espacio, hacía relativamente fácil su localización si, verdaderamente, él quería ser localizado; en caso contrario y ante la vista de alguien que no fuera de su agrado, se daba la vuelta  y aguardaba hasta que aquél se cansara y abandonara la empresa  para regresar a su cuartucho.


Vivía, dicho sea salvando las distancias, como un eremita. Y era tal su frugalidad que un simple pedazo de pan con queso podía servirle de comida para todo un largo día de trabajo, eso sí, con abundante provisión de agua y algún trago de vino peleón al que no le hacía ascos.
Esas, y una retahíla de coletillas, tales como A no hay mas que un hatajo de granujas@ o Aya no hay compañerismo@,  que sólo se permitía intercambiar con los más allegados, eran las señas de identidad de este hombre que, por lo demás, vivía de la forma que quería vivir, sin hacer oído a las bienintencionadas voces que le decían que, ésta, en los tiempos que corren, no era la  forma más apropiada de estar en el mundo.

Pero )quién sabía realmente cuál era el mundo de Críspulo? )Quién sabía algo, lo más mínimo, de su esencialidad, de sus planteamientos, de su filosofía sobre la vida? Porque Críspulo era filósofo, y fruto de su filosofía eran aquellas toscas aseveraciones sobre el comportamiento humano, aseveraciones que, como grama, se habían ido enquistado en su intelecto, fuese, éste, del grado que fuese.


Él sabía, como consecuencia de sus muchas horas de observación, que cuando la perdiz se revolcaba sobre el fango iba a llegar una oleada de calor; que cuando las hormigas amontonaban la tierra alrededor del hormiguero presagiaban tormentas de aire; que dependiendo de la situación en la que los pájaros se posaran sobre los cables del tendido eléctrico, el viento soplaría en uno u otro sentido; que cuando la brisa producía un suave balanceo sobre el culantrillo el tiempo sería primaveral; que los vencejos eran el único avión al que el motor no le fallaría en pleno vuelo y que la derivación de sus alas eran pura matemática ; que el canto de la cigarra tenía unos matices inalcanzables -para cualquier oído que no fuese el suyo- que anunciaban si la nueva fase lunar iba a ser pródiga en tormentas; que la naturaleza, en fin, era una fuente de sabiduría superior a la de aquellos libros que nunca logró entender por más que, cuando niño, un viejo maestro de renqueante andar, lo intentara a base de reglazos y capones que sólo consiguieron espantar a Críspulo de aquél pozo de ciencia.
Eso era todo y no necesitaba más. Su felicidad, si aquello podía considerarse felicidad, era ser tan libre como la más humilde brizna de hierba que nacía en el borde de los caminos. Recibía lo que la naturaleza le ofrecía con verdadero deleite y aguantaba estoico los malos tiempos refugiado en su cuarto, del que no salía hasta que la necesidad le obligaba.
En la primavera del dos mil dos, Críspulo estaba tumbado sobre la hierba del corralón, contemplando el vuelo de los vencejos que como ya hemos dicho, le fascinaba. La pequeña radio a pilas, que le mantenía en contacto con el resto del mundo, gangoseaba noticias sobre un atentado terrorista acaecido unos meses antes en algún lugar del planeta que, tanto le daba, si no era tan cerca de donde él se encontraba que peligrase su propia identidad. Los comentarios sobre el miedo a nuevos atentados o sobre la destrucción masiva de la humanidad por medio de armas nucleares o atómicas le sonaban a cuento chino. El sabía, intuía con ese presentimiento que cobraba fuerza en todo su ser en las grandes ocasiones, que la aniquilación del ser humano llegaría, estaba llegando ya, pero por otro camino.
-Qué sabrán?- se dijo. Y entornó los ojos dejando apenas una rendija entre sus párpados por la que se colaba el hermoso azul del infinito.
Fue entonces cuando descubrió la amenaza. Primero escuchó un zumbido. No era el zumbido de potentes aviones, como aquellos que de vez en cuando cruzaban hasta la cercana base militar en misión de maniobras, tampoco nada, en su particular radar, hacía previsible  el estallido de terroríficas  bombas que hicieran socavones tan grandes como su corral. Después los vio cruzar sobre sus entornados párpados en perfecta formación. Eran milimétricos, casi microscópicos. No eran demasiados todavía; si la ocasión diera lugar a ello, podría decirse que eran  algo así como si un cortejo de heraldos que se hubiera adelantado para anunciar la llegada de algún victorioso ejército.


Guiado de su instinto miró hacia el horizonte, por encima de las sierras que jalonaban el valle.
Ya no había duda. Aquél punto negro crecía de manera alarmante; en pocas horas, el grueso de aquella avanzadilla surcaría el cielo por encima de su corralón. )Qué debía hacer? )Sería bastante con esconderse en su cuarto hasta que pasara el peligro? )Cuál era el método o la conducta de aquellos insectos? )Irían sólo de paso hacia algún bosque tropical a miles de kilómetros de donde él se encontraba? El pánico se apoderó de él y lo inundó  hasta el punto de orinarse sobre sus gastados pantalones. Recordó tragedias pasadas. Plagas que, según contaban los mayores del lugar, devoraban todo cuanto encontraban a su paso, ya fueran plantas, rebaños o personas; historias de insectos devoradores que acababan con un cuerpo en cuestión de segundos
Apresurado, salió del corralón y se dirigió hacia la plaza del pueblo. A pesar de sus temores, no dejaba de embargarle una sensación halagadora. Era su momento. El momento agridulce de erigirse en protagonista; de demostrarle a los vecinos que no era el tonto del pueblo, que poseía el milagroso don de la intuición. Y que una vez mas, Críspulo, el bueno de Críspulo, el tonto de Críspulo, iba a tener la última palabra.

-(LOS MOSQUITOS! (SON LOS MOSQUITOS...! repetía incesante, ante la mirada perpleja de los aldeanos que trataban de adivinar cuál sería , en esta ocasión, la tragedia que Críspulo anunciaba.

jueves, 26 de diciembre de 2013

EL TREN



Un hombre nace, camina por las tierras de su niñez, y va dejando una estela de vivencias que lo convierten en adulto. No piensa, ni por asomo, que la vida es una cita a ciegas con la que se ha de cruzar en el más insospechados de los caminos. Busca, acaso busca lo que sus sueños le sugieren.

En alguna estación, inicia un recorrido que no tendrá regreso.El billete, como esos paquetes de tabaco en los que se avisa de que el tabaco mata, se lo indica, pero se imagina la aventura tan excitante que lo olvida. Le seduce el viaje, las gentes con las que se cruza, el color de las ciudades, el aroma de lo desconocido...

Se va descubriendo a sí mismo en una sucesión de encuentros y desencuentros, de alegrías y sinsabores, de proyectos y abandonos, de logros y fracasos. Es grande la lucha; absorbente. Tanto que se olvida de su propia persona atrapada en menesteres de simple subsistencia. Hasta que un día se da cuenta que ya no le quedan esperanzas. Entonces piensa en  el regreso sin recordar que a la salida le indicaron que este viaje no lo tenía.

Quiere volver. Se desespera, grita, suplica, reza, inventa nuevos lugares a los que poder dirigirse. Tiene prisa por seguir el itinerario imaginado y escribe desde su alma esperanzada, atormentada,cautiva:

¡Y si el tren no partiera...!, qué sería
de quienes aguardamos el regreso
con la maleta presta y con el beso
dibujando en su adiós melancolía.

¡Y si el tren no partiera...! dónde iría
tanto sueño perdido, tanto preso
anhelo de fundirse en un proceso
que en el alma nos pone lejanía.

Somos de algún lugar equidistante
entre el ser y el no ser. Vamos, de paso,
en ruta hacia la tierra prometida.

Pero no llega el tren, y su retraso
nos duele en esta sangre itinerante
que sabe que no existe otra salida.

jueves, 19 de diciembre de 2013

CARTA A LOS REYES MAGOS

Queridos Reyes Magos:

El hecho de que seáis multirraciales y llevéis dos mil trece años cabalgando juntos, me anima a haceros una petición insólita. No sé si la podréis complacer, porque cuando mi edad requería juguetes, nunca me los traíais. Y me quedó una decepción que casi me ha acompañado de por vida (luego comprendí; pero aun así, el resquemor dejó huella). Aún recuerdo como si de un sueño se tratase, cómo en el Gran Teatro repartías juguetes a los niños más humildes. No pobres, porque pobres entonces éramos casi todos, pero  no siempre la pobreza y la humildad se dan la mano.

Recuerdo digo, como un sueño, que por alguna recomendación con alguno de los pajes, pude acceder a aquella entrega de regalos. Lo que no recuerdo es si me dieron algo, o qué me dieron. A lo mejor después de todo sólo fue un sueño que vosotros propiciasteis para que al menos durante aquel duermevela fuera un niño feliz.

Pero la vida enseña, y curte, y cicatriza las heridas aunque queden verdugones mal disimulados por las arrugas de la edad. Por eso ahora, que ya no necesito más que tiempo, voy a tener la arrogancia de pediros, no para mí, pero sí para los míos, teniendo en cuenta que los míos, además de los propios, son mis paisanos, mis compatriotas, los ciudadanos del mundo que en su deambular llegan hasta nuestras plazas, las familias que lo pasan mal y las otras que aún siguen teniendo la suerte de tener un trabajo y un salario a fin de mes, quienes nos gobiernan, quienes están en la oposición., quienes juzgan, quienes promulgan leyes, quienes sufren condena, quienes se han estancado en la marginalidad, quienes barren las calles, quienes ponen las luces de navidad, quienes tienen la responsabilidad de enseñar a nuestros hijos. Si; aunque suene demagógico, aunque parezcan frases huecas y no sirvan más que para humedeceros los ojos durante un instante, todos los aquí nombrados, y los que podría seguir nombrando, son los míos.

Porque por encima de todo, a pesar del caparazón  con el que el tiempo me ha ido envolviendo, tengo momentos como estos, en los que pienso que la vida, la existencia dicho más exactamente, debe ser otra cosa que esta forma por la que transitamos de una a otra orilla.

Yo no sé si será buen momento de filosofar cuando de una petición se trata. Pero es que mi petición es pura filosofía. Porque lo que os pido es ESPERANZA. Esperanza para que podamos entendernos por encima de rivalidades, envidias, odios, soberbia; por encima de colores, de razas, de religiones; esperanza para un mundo que se está desmoronando, que arde por los cuatro costados como si nos estuvieran acosando los jinetes del Apocalipsis ( que deben ser mas de cuatro); esperanza para que salgamos de esta crisis de identidad y de valores que nos supeditan al dinero, a los mercados, a los índices que alguien nos exige para seguir creciendo porque la sociedad de consumo no tiene marcha atrás y a la velocidad que llevamos un frenazo en seco sería mortal.

Ya sé que mi petición caerá en saco roto. Que moveréis la cabeza en gesto afirmativo y os encogeréis de hombros porque ni a los reyes, por muy magos que sean les está permitida la facultad de hacer milagros. Pero tenía que intentarlo. Mi tiempo se cumple y siento el dolor por la herencia que dejamos a las generaciones que nos han de relevar.

No sé cuál será la solución. A mí se me ocurren algunas, pero son tan simples que me extraña que aún no se hayan podido poner en práctica. Por eso apelo a vuestra magia. A lo mejor vosotros, que tenéis el don de la ubicuidad podéis susurrar al oído de los poderosos, de quienes tienen la sartén por el mango, de quienes deciden ocupar naciones o extorsionar a los más débiles. Hacedles ver que el camino por el que se llega al otro extremo de la vida sólo precisa de sombra, agua y espíritu decidido. Que no hay desvíos porque al final todos los caminos conducen al mismo lugar. En fin, vosotros  tendréis mejores palabras que yo.

Ya me despido, porque si todas las cartas son tan extensas, comprendo que muchas de ellas no lleguéis a leerlas. A lo mejor es lo que ocurrió cuando yo era niño.

Abrazos fraternos.


martes, 17 de diciembre de 2013

FUGACIDAD

Siempre el tiempo es el mismo Nos cuenta la historia que en aquel tiempo, la gente vivía con lo puesto. Los pobres, casi todos, comían de las migajas del banquete de los opulentos. Las mujeres se escondían detrás de los muros de adobe de sus humildes viviendas a engendrar y parir los hijos del tedio y la desesperación. Los niños moqueaban mientras hacían lo que han hecho todos los niños siempre: jugar delante de las puertas de sus casas. Las enfermedades y la muerte bailaban sobre los tejados de cañas entretenidos en el juego de adivinar el sexo del próximo difunto. La miseria, la insalubridad, la falta de agua y alimentos diezmaban a las familias que, por esa razón entre otras, multiplicaban la especie. Y así fue creciendo el mundo animado; mientras el otro, el estático, seguía pareciendo el cuadro del salón comedor de Dios. Y pasaron los siglos terriblemente lentos, -lentos como transcurren los ríos de lo eterno-, aquel tiempo no es sino tiempo olvidado en esta epifanía de nuevos contraluces. Siempre el tiempo es el mismo. Y nos sigue contando la historia (la historia, en este caso, es contemporánea) que llegaron los tiempos del teléfono móvil (el milagro perfecto, el maná de los pobres) Desde entonces, los pobres cambiaron las migajas por el chute agenciado en el mercado negro, (a golpe de teléfono se consiguen milagros si el escrúpulo es poco y el dinero, ilegal, sigue siendo de curso). Que hoy el mundo es un antro donde todo es posible, donde vender el alma es tan sólo un oficio -acaso un viejo oficio sabiamente aprendido- con el que conseguir generosas prebendas. (La miseria es la misma que contaban aquellas páginas tenebrosas de los libros sagrados en los que Dios hervía -paladín justiciero- su pócima de plagas contra todo lo infecto). Siempre el tiempo es el mismo. En estel tiempo la gente se moría de asco -un asco de sí mismos para el que nadie era capaz de recetar remedio-. Las mujeres lloraban amargamente por sus hijos muertos de sobredosis, o en reyertas callejeras producidas entre grupos mafiosos que se disputaban la esquina más propicia para mercadear su miseria. Los marginados, casi todos, esnifaban la mierda que caía de las mesas de los opulentos que a carcajada limpia planeaban su dominio desde sus torres blindadas. Las niñas y los niños, se prostituían ante la mirada perdida de una sociedad ensimismada que no acertaba a desterrar su miedo y su egoísmo.. El Sida, el cáncer, las enfermedades coronarias, el exceso de velocidad, las guerras selectivas, con sus consabidos daños colaterales, cabalgaron por todo el orbe como nuevos y esperpénticos jinetes del apocalipsis diezmando las familias, ya breves de antemano, por el férreo control de natalidad que les imponía su agitada existencia. La tierra bramó; el aire si hizo tóxico y los océanos abrieron sus tentáculos hasta ocupar toda la superficie del planeta. La Muerte. bailaba sobre las azoteas de asfalto entretenida en adivinar las causas que provocarían el siguiente fallecimiento Y así fue desapareciendo el mundo animado, mientras el otro, el estático, seguía pareciendo el cuadro impoluto del salón comedor de Dios. Siempre el tiempo es el mismo . Y pasaron, de nuevo, lentamente los siglos Y se puso la tierra a parir nuevamente. Y corrieron los ríos con su carga de peces. Y los mares se hicieron felizmente habitables. Y surgieron los bosques con esplendor antiguo. Y amaneció la vida desde la desmemoria de un Dios que se moría de puro aburrimiento. Siempre el tiempo es el mismo. Y seguirán pasando lentamente los siglos, y seguirá la vida muriendo lentamente hasta que ya no queden vestigios de nosotros y alguien venga de nuevo, perdida la memoria, a contar en parábolas la historia de los tiempos.

jueves, 12 de diciembre de 2013

MEDITACIÓN

Hoy, el diálogo más común no el de fútbol (es posible que lo sea a nivel de quienes no padecen la crisis, que los hay), hoy se habla de política, de corrupción, de paro, de subida de impuestos, de quiebra del estado de bienestar, de recortes, de peligro en la retribución de pensiones, de la familia real, de Méndez y de tantos políticos o sindicalistas tildados de corruptos, de los bancos, de las hipotecas, de los desahucios, de los comedores sociales, de la pobreza que nos asola, de la precaria situación de tantas y tantas familias que se subieron al tren de un consumo que nos  pintaban fácil y al que accedimos porque teníamos un puesto de trabajo y un buen salario, sin pensar que el futuro podría dar un bandazo.

Hoy se habla de todo esto. Y se hace desde la indignación o la impotencia; desde la desesperación, desde el miedo, desde la inseguridad que provoca el cierre de fábricas, los eres salvadores, la suspensión de créditos bancarios; desde el desencanto que alguien nos ha traído como antes nos trajeron la esperanza, desde la súplica por un puesto de trabajo, desde la ira a punto de ebullición, desde las manifestaciones (que pocas son) en protesta por tantos atentados como están padeciendo los más desafortunados (que son muchos, casi mayoría).

Y me viene a la memoria, por reciente, una frase que se atribuye, que será, de Nelson Mandela: “Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y so se respetan los derechos fundamentales de las personas, la democracia es una cáscara vacía aunque los ciudadanos voten y tengan PARLAMENTO” . Una frase para meditar ¡pero tantas hermosas frases se han quedado sólo en eso…! Desde Cristo, desde los revolucionarios, desde los propios políticos antes de llegar al poder, cuando son oposición y tratan de derrocar al que ocupa el puesto. La vida es un cajón de frases que se quedan almacenadas, que no surten el efecto deseado y que sólo sirven para adornar una oratoria. Poco más.

No sé si toda la culpa será de los políticos. Hemos conseguido logros a lo largo de la historia y muchos de estos logros se deben a quienes han creído en sus predicamentos, a quienes han sido honrados, desde la política o desde cualquier otra faceta humana, y han pensado en los demás. La vida es una larga cruzada en la que combatimos contra nosotros mismos. Nos cuesta trabajo entender que los demás no se diferencian de nosotros más que en las circunstancias que han guiado su rumbo. Es con esas circunstancias con las que hay que hacer malabares para que a nadie le sean adversas hasta el extremo de convertirlos en marginados.


Y esto requiere un aprendizaje, una dedicación vocacional y una exigencia propia para quien tiene la circunstancia de gobernar. Y no son los partidos políticos los que hoy ofrecen estas perspectivas. No mientras se odien, mientras se enzarcen en discusiones bizantinas, mientras no se quieran creer que todos somos uno. “Es mucha la mies y pocos los segadores” que dijo otro de esos grandes hombres de los que está jalonada la historia. Hagamos bien nuestro trabajo. Es el mejor esfuerzo que podemos ofrecer para la causa de la humanidad.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

INTERIORES

PROSA POÉTICA (I)

Porque mirar atrás sólo conduce a un tiempo que se fue  y que ya el olvido  ha convertido en sombra; porque  desde que comenzamos el camino,  hemos ido  ganando  un lugar en la muerte  ya que no era posible ganárselo a la vida ; porque nos dimos tanto que apenas nos quedaron instantes para el goce; porque fuimos esclavos de esa suerte de envidia que acaso nos navega por esta sangre turbia que aún riega nuestra entraña;  porque dijimos basta cuando no se cumplieron nuestros firmes propósitos, o intentamos, ilusos, la lucha cuerpo a cuerpo; porque llegó la vida y nos dejó varados en campos casi yermos como a guerreros viejos sin  escudo y sin lanza; porque todas las guerras nos pasaron de pronto por el tamiz del alma dejándonos el poso de la desesperanza; porque fuimos pioneros de lo único que pueden ser pioneros los hombres: aferrarse a  una tierra  que nunca será propia; porque así, lentamente,  vamos llegando al punto donde todo es comienzo o acaso una metáfora de polvo resurrecto, escribo estas palabras; estos versos cansados de buscar el cobijo de una página en blanco; estas nuevas maneras de quedarme en vosotros por si acaso la ausencia me convierte en silencio; en silencio y olvido; en fugaz sobresalto de sangre en desbandada; siempre quise teneros en la sombra del alma; al abrigo del pozo de mis aguas profundas; al lado de los sueños que en vosotros habitan; al borde del camino donde fuimos almendro

para el goce del ojo. Estas pobres palabras son el ritmo incesante que galopa mi entraña hace ya tanto tiempo… 

viernes, 6 de diciembre de 2013

NAVIDAD

Os hablo de la Navidad, desde un hogar confortable en el que el frío se queda en la puerta y no faltarán las debidas celebraciones que, por estas fechas, se acentúan entre la familia; un hogar en el que celebraremos “el amigo invisible” y Papá Noel, y los Reyes Magos, todo según preferencias; donde tomaremos las doce uvas entre cánticos, abrazos y buenos deseos; donde seremos felices a tope, aunque al día siguiente cada cuál siga sumergido en unos problemas cotidianos que nadie le resolverá.

Os hablo de la Navidad porque toca hablar de la Navidad   y montar belenes, y alumbrar las calles con luces de fantasía, y encender una vela en la terraza o poner el poster de un guapo y sonrosado niño en la reja de los balcones. Un niño que es todo un primor como corresponde a la divinidad y que, aunque nacido en un establo no tiene por qué oler a vaca y puede, por qué no, tener un cabello rubio de ensortijados rizos.

Os hablo de la Navidad, porque se respira desde hace tiempo, cada vez más pronto, un ambiente navideño en los escaparates de los comercios, que contribuyen desde su buen e interesado hacer a dar colorido a los deseos, a esos deseos contenidos durante todo el año y que por estas fechas se hacen ineludibles; porque vuelven a sacarse del trastero los abetos artificiales o se compran pequeños ejemplares naturales que terminarán de secarse en el contenedor de la basura cuando pasen estas fechas y todo vuelva a la cotidiana normalidad; porque los chinos han llenado sus bazares de luces intermitentes, y bolas brillantes, y cintas de raso de todos los colores, y nieve sintética, y corcho para imaginar árboles, y todo lo imaginable para seguir creándonos esa sensación de felicidad que parece envolvernos. Porque la imaginación, no lo olvidemos, es la fuente de la que se nutren los avispados: los que venden cualquier cosa, los que hacen belenes que se encienden a la introducción de una moneda en la correspondiente ranura; los que anuncian entre burbujas rutilantes y exquisitas bellezas el conocido elíxir de estas fiestas, los que hacen sofisticados arreglos con cantantes de primera línea para anunciar la venta de una lotería que toca a pocos pero que tienta a muchos.

Os hablo, en fin de la Navidad porque es una festividad arraigada en el corazón de los creyentes que se llenarán  de emotivos recuerdos, de actividades religiosas, de humildad,  de propósitos de enmienda, de caridad  para  los desfavorecidos, de solidaridad  con los ancianos que se agolpan en las residencias, casi olvidados,, o de todos aquellos que están aquejados por el desahucio o por la falta de trabajo; de los enfermos, de los que padecen privación de libertad,  de los inmigrantes, de los emigrantes, de los disminuidos psíquicos o físicos, de…

Pero me gustaría más hablaros del compromiso, de la entrega,  de la verdadera redención de los hombres en la tierra, hoy que nos deja uno de esos hombres que dignifican la condición humana como es Nelson Mandela . Me gustaría no hacer demagogia en este escrito y exigirles a los gobernantes  que cambien el modelo de la convivencia, que se puede; que lleguen a los más desfavorecidos devolviéndoles la dignidad con un puesto de trabajo, que se puede; que administren los impuestos, que son muchos el veinte por ciento más o menos de todo lo que se mueve y se dejen de gastos inútiles, de propuestas incoherentes, de medidas de consenso, de reuniones bilaterales, que se puede.


Tal vez, así, algún día, alguien podrá  hablar de una constante Navidad sobre la tierra.

martes, 26 de noviembre de 2013

HONESTIDAD (al fondo izquierda y derecha)

He comenzado a ver por la página Manzanaresvideo.es el pleno correspondiente al mes de noviembre , es decir, el actual. He oído hablar hasta que me he cansado, bueno, cansado no es la palabra, hasta que me he hastiado sería más correcto. El tema iba sobre la demolición del antiguo ALTOZANO. Lo dicho en el pleno no hace falta que lo repita, si alguien no lo ha oído puede abrir la página correspondiente que, sinceramente no sé la que es, pero sin duda el vídeo del acto debe quedar grabado en algún sitio.
He constatado lo que ya he dicho en alguna ocasión, que las mayorías absolutas tampoco son buenas: Mientras el concejal de turno del grupo que nos gobierna (PP) se ha explayado en la contestación a la moción de urgencia presentada por PSOE  e IU, argumentando sus actuaciones y recordando pasadas actuaciones del anterior gobierno,  y el Sr. alcalde ha ratificado lo dicho por su concejal en un más que largo espacio de tiempo (el que se han querido tomar), han negado la réplica al concejal acusado de pasividad en el gobierno anterior, tal vez porque antes, este, había acusado de pasividad al actual equipo ( que en definitiva eso es un grupo: equipo).
No entro en las razones, posiblemente todos  tengan las suyas, ni en la demagogia que acompaña al argumentario  de cada ponente, que también existe. Hablo simplemente de lo tedioso que resulta oír siempre la misma cantinela. El más eres tú, el desplante, la prepotencia (cualidades humanas qué duda cabe), están, hoy como ayer  en manos de la mayoría. Los otros, las minorías,  probablemente, también abusarán en la medida de lo posible de sus comentarios respecto a los oponentes, hasta que se les corta radicalmente, o se les advierte por primera, segunda, o tercera vez y son expulsados del pleno.
Y es este convencimiento de que “digas lo que digas, aquí mando yo”, el que me subleva, el que me entristece, el que me hace pensar en un juego de niños, o, mucho peor, de adultos que parecen niños.
No sé si seremos capaces, parece que no, de acabar con los enfrentamientos, de no plantear los plenos como si fuera una revancha hacia los que anteriormente tal vez hicieron lo mismo, de pensar en la misma dirección, de pensar en los gobernados, que ni somos tontos, ni nos merecemos que nos tomen por tal.
Cuando veo estas situaciones, pienso que las dos Españas que dijo Machado (Don Antonio) siguen en plena combustión; que, o los españoles somos temperamentales hasta extremos impropios, o no somos capaces de erradicar el odio; que nuestra visceralidad es incompatible con el actual momento que vivimos en el que los ánimos están tan caldeados que pueden estallar como pompas de jabón en cualquier momento; que es hora de pensar con la cabeza y no con el corazón, que aunque a veces sea bueno pensar con esta víscera (aunque víscera no sea la palabra que debiera definir a un órgano  tan noble),  no es el caso.

Termino, para no cansarles, aunque mi visceralidad, que también la tengo (cómo no si soy humano) me anime a seguir erre que erre.  Creo que sería suficiente con que nos parásemos a pensar, y no en nuestra propia circunstancia; que supiéramos respetar y valorar las ajenas capacidades y consensuar nuestros razonamientos en orden a prioridades, necesidades, justicia social, hermanamiento… . En fin, creo que tendríamos que ser honestos.

sábado, 23 de noviembre de 2013

CRUCE DE CAMINOS

Hacía muchos años que no viajaba en tren, que no iba a Madrid por razones de negocio ( que no iba, no importan las razones), porque llegar a Madrid y coger cualquiera de las M, no es estar en Madrid.

Mi reciente viaje ha sido todo un aprendizaje. Uno que ya se ha acostumbrado a ser de provincia no sabe ni sacar el billete de metro. Las gentes, indiferentes ante todo lo que no sean sus propias cavilaciones, van a lo suyo (en los pueblos se mira a fulano o a mengano, se fija uno en cómo van vestidos, se saluda, en fin. Es otra cosa.).

La estación de Atocha es un hervidero de gentes que van y vienen; un muestrario de la España plural y mixta; un arrebol de tonos que van del blanco al negro pasando por todos los matices; un mundo que no parece nuestro ( de los de provincia, me refiero). Nadie mira a nadie. O si miran, lo hacen de forma que no se note. El invernadero que hicieron en la vieja estación ha crecido tanto que ya las palmeras quieren salirse de la estructura de hierro que las detiene; muchos emigrantes han montado puestos alrededor de aquel espacio dando lugar a un pintoresco rastrillo donde se vende de todo (lo de se vende es un poco aventurado, pues la gente pasa y pasa); los marginados, que también los hay, le dan al tetrabrick (¿se escribe así?)  de vino y vociferan una retahíla de insultos dirigidos a los que están sentados en las terrazas de las cafeterías. Dicen "ciudad de mierda" y cosas parecidas. Pintoresco sí es. Y probablemente lícita su rebelión contra quien puede más (que a lo mejor es por el vino, pero existen muchas desigualdades que en una sociedad civilizada no deberían existir) y exhibe su natural forma de vida ante los ojos de los que no han tenido (o no han sabido) encontrar una mínima oportunidad.

Fueron todas estas sensaciones, y un poco de oficio, todo hay que decirlo, las que dieron lugar a este soneto de tinte romántico y decadente, pero probable en el fondo:


Una mujer y un hombre  cruzaron su camino:
Va la  mujer al filo de la desesperanza,
El hombre, cabizbajo, rumiando su destino,
Va pensando en anhelos que casi nunca alcanza.

Apenas un instante sus ojos se encontraron,
Como el sol y la luna se encuentran en penumbra,
Opacas las miradas hasta que se miraron
Y surgió de su noche la luz que hoy los alumbra.

Detuvieron el paso, volvieron la cabeza,
Y en ambos se encendieron las mismas emociones
Por encima del torvo color de la tristeza.

Nada se preguntaron, tal vez no había razones,
O acaso  sí, y la vida, pensó que era torpeza
Después de aquel misterio pedir explicaciones.

lunes, 18 de noviembre de 2013

EL BUSCADOR DE TESOROS

(Del acervo popular)
                                               I
Un padre dejó en herencia a su hijo una pequeña viña en la que, según dijo en su lecho de muerte, había escondido un tesoro. Y al punto, espiró.
"Ya podía habérmelo dicho en vida", pensó el hijo. ¿Ahora, cómo sabré el lugar en donde está enterrado? ¿Bajo qué cepa tendré que cavar para llegar a encontrarlo?
Y apremiado por el deseo de conseguir el codiciado  legado, se puso a cavar con frenesí. Cepa tras cepa, fue dejando su  rabia y su esperanza de que estuviera en la próxima, removiendo la tierra como tal vez no había sido removida nunca. Pero fue en vano.
¿Cómo es posible que mi padre me haya mentido? Siempre fue un hombre honesto y cabal, se decía el desalentado hijo que pasado algún tiempo, y por segunda vez volvió a remover la tierra por si acaso esta vez encontraba el tesoro.
Su desencanto aumentó en la misma proporción que los sarmientos de aquella viña que, llegada la primavera  y con el despertar de la nueva savia se hicieron fuertes y vigorosos, dando paso a  un fruto tan dorado y abundante que era una bendición mirarlo. Dándose además la circunstancia de que durante la temporada  de maduración  no hubo pedriscas y si abundantes lluvias, la viña produjo una cosecha tan extraordinaria que el hijo, asombrado, recogió, dando gracias a la perspicacia con la que su padre supo inculcarle el afán de remover la tierra del majuelo.  
-Gracias padre- dijo el hijo comprendiendo que el tesoro no estaba bajo tierra, sino en la producción que gracias a aquella ambición incontrolada, sirvió de laboreo, para que la tierra lo devolviera generosamente.

                                               II

Hasta aquí la historia que alguna vez oí contar a mi padre. Una de esas historias que calan en los hijos -a pesar de que parezca que no nos escuchan-, hasta el extremo de que hoy, ya en esa edad  en la que podrían llamarme viejo, la recuerdo como una lección ejemplarizante que, tal vez sin saberlo, he puesto en práctica durante toda mi vida.
La sabiduría popular está plagada de afortunados ejemplos que han sobrevivido por trasmisión oral. Historias que no formarán parte de la literatura, pero que forman parte de la vida haciéndola armoniosa y fructífera.
Lástima que hoy no se escuche a los viejos. Las diferencias generacionales son tan alarmantes y están plagadas de tantos artilugios que no queda tiempo para  la reposada conversación al amor de la lumbre. Aunque bien mirado, hoy ya no hay lumbre.
Es probable que hayamos ganado con el progreso, aunque muchas veces me pregunto en qué hemos ganado. También entiendo que cada generación, que cada persona busque su camino; que la vida ha seguido por unos derroteros que hacen difícil la convivencia; que el espacio del viejo se ha reducido hasta el punto de la anulación de su personalidad, dando lugar a esos grandes  almacenes llamados residencias,  donde refugian sus últimas horas.
Tal vez, no hemos sabido buscar el tesoro. 

sábado, 16 de noviembre de 2013

BONZANZA



                                             “Nunca hubo una guerra buena ni una  paz mala”
                                                           Benjamín Franklim

Han pasado tantos años desde nuestra cruenta guerra civil, que ya, ni quienes  rozamos la ancianidad, recordamos, si no es por referencias y por la historia, versionada según bandos, que aquí hubo un desastre de ingentes  magnitudes que dejó  importantes secuelas de las que, creo, aún no nos hemos recuperado.
Tan grande fue el daño que el pueblo español recibió en aquellos tres años de contienda, y tanta  la represalia de quienes, tras la victoria, debieron ser magnánimos y sólo fueron vengadores, que el miedo, instalado en las bocacalles de nuestro pueblo, en el aire que susurraba entre las chimeneas, en los corrillos que en voz inaudible relataban hazañas bélicas; en las torvas miradas de quienes, recelosos, seguían  odiando a los del bando contrario, se enquistó  en el raciocinio de quienes, por encima de razones, circunstancias o motivaciones, únicamente seguirían recordando a sus muertos inocentes, a sus padres, hermanos, novios, amigos masacrados por esa “Ley del talión” de la que ya hablaba la Biblia y la a que tan dados somos los mortales humanos.
Hablar a estas alturas de una guerra que nadie ha sabido archivar en los baúles del olvido y cuyos  efectos, bien sean psíquicos o físicos, aún persiste en el fichero de la memoria colectiva, tiene, hoy, una razón que no escapará a los ojos de los observadores que, tal vez sin razones apremiantes, barruntan aires de confrontación entre  las distintas maneras de afrontar una crisis  que va para largo y de la que tan mal parados están saliendo muchos de los más desafortunados.
Puede que no se den, y ojalá que nunca se dieran, las circunstancias que motivaron aquella barbarie. Mal que bien, han pasado setenta y cuatro años desde que aquella paz impuesta se aposentó entre los españoles para ir, si no restañando heridas, sí haciéndolas más llevaderas. La dictadura de Franco dio paso, afortunadamente, a una democracia incruenta  en la que se impuso el buen criterio de quienes apostaron por el aperturismo a la pluralidad política y el avance de una sociedad anquilosada que supo adaptarse a los  modos y maneras de los nuevos tiempos.
Pero el problema de los largos periodos, en todos los órdenes de la vida,  es el de la decadencia,  la desidia, el  conformismo o el olvido. Como si a un largo periodo de sequia, durante el cual  nos hemos atrevido a edificar en los terrenos del seco cauce porque nadie recordaba que el río llevara agua alguna vez, no pudieran seguir largos periodos de lluvia e inundaciones.  Y son los jóvenes (los más proclives a sufrir las consecuencias de este nuevo periodo: paro, marginación, inseguridad  en el futuro y tantas circunstancias derivadas de la desaceleración económica a la que, por mandato de estamentos superiores, hemos llegado), que no saben hasta donde pueden llegar las consecuencias de una confrontación, los que, probablemente se encuentren de manos a boca con que, la dilatada paz que gozamos, presenta un horizonte borrascoso.
Corresponde a quienes toman decisiones evitar el caos. No se trata de salir de una crisis a la que, tarde o temprano nos acostumbraremos y con la que, mejor o peor, conviviremos: se trata de dejar sentadas unas normas para la paz, para que la paz siga enarbolando su blanca bandera más allá de nuestra propia existencia  para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, sigan ignorando los tintes de la tragedia. Se trata de entender  que una sociedad bien fundamentada, no puede basarse en la desigualdad con la que se miden las injusticias, en la mentira o en la corrupción; se trata de entender al individuo como parte de un todo en el que nadie puede conseguir mejores logros si no es por su tenacidad o su esfuerzo y, aún así, entendiendo que los menos aptos, cosa que no siempre depende de la propia persona,  tienen el mismo derecho a la vida y al reparto equitativo de la ventajas o inconvenientes  de la riqueza o pobreza que un país o el mundo generen.
Se trata de cambiar el concepto de la existencia y comprender que el regalo de la vida es algo tan sagrado que ninguna guerra debe dar al traste con su realización. Se trata, en fin, de aceptar que por encima del poder, del dinero, del orgullo de llegar más alto o más lejos, está  la razón de una existencia en armonía como la que nos llega desde cualquier elemento de la naturaleza.

Y sin querer hablar del dramatismo que suponen los daños colaterales de una guerra: hambre, enfermedades, epidemias, desarraigo y todo cuanto hoy, a pesar de los malos momentos  que atravesamos, ignoramos por quedarnos lejos, si sería bueno pensar que esos daños, impensables en épocas de bonanza, son los primeros en llegar si las escarbaduras en el pasado no nos dejan ver el color del  sufrimiento.

viernes, 15 de noviembre de 2013

RAÍCES



La generosidad y amistad de Manuel Díaz-Pinés Prieto (GALMANGO), manzanareño de origen y gallego de adopción, ha tenido a bien crear este vídeo que gira en torno a mi poesía, dando un repaso a mis orígenes e intercalando poemas de varias épocas, para integrarlo en un hermoso proyecto que lleva a cabo, y en el que irá dando paso a todos los creadores de Manzanares en cualquiera de las facetas en la que destaquen. Manuel es un claro ejemplo de amor a las raíces, memoria del origen y nostalgia (aquí cabría decir morriña) de un tiempo y de unas gentes que conformaron su andadura vital en aquellos difíciles años de posguerra en los que le/nos tocó nacer.Todos sus trabajos llevan implícito el homenaje a su padre Melchor Díaz-Pinés -prolífico periodista de la época, quizás no suficientemente reconocido-, y a su madre Sagrario Prieto,

Gracias Manuel por tu aportación para que nuestra pequeña historia local, no caiga en el olvido.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

EL RICO QUE QUERÍA SER POBRE

Cuentan las crónicas que existió una vez un hombre, que aún sin ponérselo  convertía en oro todo lo que tocaba. Tanto y tanto atesoró que llegó al punto de tener que construir una cámara acorazada de tan grandes dimensiones que el arquitecto que la diseñó tuvo que echar mano de todo su ingenio y experiencia para dar solidez a la macro estructura que, durante años, precisó de  una ingente multitud de trabajadores: albañiles, carpinteros, electricistas, pintores, montadores de dispositivos de seguridad, fontaneros, escayolistas, herreros, y todo lo que imaginarse pueda para llevar a cabo tan extraordinario proyecto.
Como quiera que sus exigencias en el acabado necesitaban de una mano de obra especializada, pagaba bien a quienes cubrían las expectativas de su insaciable perfeccionismo, dando así lugar a que los trabajadores dispusieran de una considerable renta mensual que no sólo les permitía atender las necesidades familiares., sino que, además, les facilitaba la posibilidad de hacerse con tantas cosas como anunciaban las cadenas de televisión (casi todas salidas de las propias fábricas del afortunado empresario que, a su vez, daba trabajo en ellas a toda la población en las que las tenía ubicadas):
El gran empresario, el hombre (que por muchos tesoros que hubiera conseguido no dejaba de ser eso, un hombre con las limitaciones y necesidades de todo hombre), se alegraba de la prosperidad de la ciudad, pero no sin un puntazo de resquemor, motivado tal vez por las menores desigualdades sociales que se habían producido entre él y sus trabajadores y la felicidad que parecía emanar de un consumismo que aunque siguiera favoreciéndole con mayores beneficios, dejaba en entredicho su primacía social y su orgullo como persona; pues vestidos igual y siendo poseedores de todo lo que habían conseguido a causa de su esfuerzo, los hombres  se crecían hasta el punto de emular, e incluso anular, la personalidad de quien, tal vez por razones de destino, tenía tantas obligaciones a su cargo que le impedían disfrutar de los pequeños placeres de los que disfrutaban sus trabajadores.

“Ellos, se decía el poderoso hombre, disfrutan de la vida más que yo, tienen más horas de ocio, más tiempo para sus familias, más ilusión por lo que pueden adquirir. Se van de fin de semana, de puente, de vacaciones; comen en restaurantes los sábados, disfrutan del partido del domingo… Yo en cambio, tengo que darle constantemente a la cabeza para seguir manteniendo este emporio que me sujeta a sus exigencias.  Mi cárcel es de oro, pero al fin y al cabo cárcel. ¿Cómo he podido llegar a semejante despropósito?”

Olvidaba, o tal vez el todopoderoso, no tenía tiempo de pensar  que la dignidad es un legado que a todos nos pertenece; que lo intangible, como puede ser la condición humana, no debería ser medida en función de razones económicas; que los sueños, sólo son placenteros hasta ser conseguidos para luego pasar a esclavizarnos; que la vida es un andar constante hacia la muerte; que  los seres humanos, todos, somos homogéneos en nuestra desnuda concepción; que el camino es una ilusión que se nos antoja eterna hasta que descubrimos que hemos llegado al término de nuestra andadura  y  que nada que sea finito tendrá un final distinto al designado por el Gran Hacedor.

domingo, 10 de noviembre de 2013

EL FLAUTISTA DEL CONGRESO

Erase una vez un país en el que  sus habitantes entraron en una guerra fratricida que costó sangre, lágrimas y desesperación; tanta que, pasadas       bastantes décadas  de aquella horrible contienda,  aún  las heridas seguían supurando un hilillo de bilis que (pese a las maneras más o menos democráticas que los habitantes de dicho país se habían impuesto para tener  una convivencia tranquila), se manifestaban en conversaciones entre contrarios, en foros de dudosa catadura, en bares, en tertulias televisadas, en fin, en todo lugar y hora en las que la ocasión fuera propicia.
Como suele ocurrir en todos los órdenes de la vida (nada es para siempre), a tiempos de bonanza siguieron años de temporal;  a tiempos de exceso oleadas de carestía.  Y así, los habitantes que en una época consiguieron acceder a unos bienes que parecían regalados, se vieron, en la siguiente, amenazados por los mismos que en principio les hicieron pensar que todo el monte era orégano.
Pasado el tiempo y por razones que ni los más expertos economistas pudieron demostrar, el país comenzó a hacer aguas y el hundimiento parecía inminente. Al descenso en la natalidad y en el trabajo se unió la larga cola de jubilados; al pleno empleo siguió la Santa Hermandad de Parados; al estímulo por el trabajo siguió el desencanto y la impotencia. Nada parecía poder remediar el caos, pues mientras los llamados despilfarradores insistían que el camino del progreso pasaba por el bienestar social, los del bando contrario optaban por los recortes sociales y las subidas de impuesto en un intento de sanear la economía (la del país) siguiendo las directrices  que marcaba la Federación de Naciones Unidas, a cambio de hundir la propia economía doméstica que en la otra época parecía estar dando tan buenos frutos.
Aquella guerra fratricida con la que iniciamos esta parábola había pasado de los cañonazos mortales  a las manifestaciones más o menos pacíficas, de los gritos de unos a la intransigencia de los otros, de la elocuencia de los oradores a la desesperación de los oyentes. Nada parecía poder remediar la confrontación.
Pero hete aquí que un buen día,  pasó por el país un flautista (no tiene por qué ser el de Hámelin pues ese pertenece a la memoria colectiva de todos los niños de la tierra) que con sus melodías iba ganándose la vida por pueblos y ciudades, situándose a las puertas de las iglesias, de los grandes almacenes, de las calles transitadas,  en las que, a su gorra boca arriba en demanda de caridad, acompañaba un cartel en el que en letra grande y bien caligrafiada ponía: “POR FAVOR UN DONATIVO PARA SEGUIR TOCANDO MI FLAUTA”
La suerte, el destino, el camino, lo puso a las puertas del Congreso de los Diputados del país, en el que unos enormes leones de piedra, simbolizaban  vaya usted a saber qué, pues lo mismo podía ser fortaleza que dominio que majestad, o simplemente el capricho de ponerlos como algunos poseedores de chalés, ponen un perro de piedra a la entrada de su finca.
Ignorante del lugar en el que se había situado y desoyendo las voces que le invitaban a marcharse comenzó a hacer sonar su flauta. Su melodía conquistó a los de seguridad que, embelesados, optaron  por escuchar sin más impedimentos una música que, colándose por las ventanas del palacio sorprendió a los congregados aquel día, casi todos pues siempre solían faltar algunos  alegando cualquier excusa, si no compensaba la dieta o el día amanecía lluvioso.
A la salida, todos los congresistas, sin excepción pusieron sobre su gorra deslustrada  una moneda o varias, en función de la generosidad de cada cual, mientras el flautista, hinchados los carrillos por el inesperado aluvión de donativos, seguía haciendo sonar su instrumento con angelical dulzura.
La parábola termina aquí, pero el mensaje puede continuar su andadura haciéndonos ver que hay una sola causa por la que luchar y en la que todos debemos contribuir de igual manera para que siga sonando la flauta.


viernes, 8 de noviembre de 2013

LLEGADA A META

Es probable que a nadie que no haya llegado a este punto le importe lo que voy a decir, pero lo que seguro es que llegar a este punto, si no nos quedamos en el camino,  llegaremos todos, en mejor o peor forma, pero llegaremos. Y entonces sí, entonces será comprensible mi punto de vista, cualquier punto de vista que se nos ofrezca.
Llegar aquí, es parte de un proceso en el que todo vale. Se han tenido que sortear  miles de obstáculos, hacer muchas veces de tripas corazón, entender que cada etapa no era un triunfo, ni siquiera un fracaso, era solamente un paso, uno más de esos que uno tras otro estaban marcados en nuestro devenir. Pasos que nos han traído sin más mediación por nuestra parte que la inercia, esa inercia que constantemente nos ha ido empujando hacia nosotros mismos.
Y es ahora, llegados al muro donde todo es imaginario, donde el antes no cuenta porque ya no es, y el después es tan improbable como variopinto, cuando  cabe hacernos las reflexiones que tampoco serán la definitivas pero sí las que vayan más acorde con nuestro conocimiento, con nuestros hábitos, con nuestra formación como persona, que nunca será la que nos hayamos propuesto, sino la que las circunstancias  habrán demandado para nosotros.
Este enredo de cables, consecuencia de las muchas impresiones que nos han ido conformando a lo largo de nuestra vida, es el que en mayor o menor medida nos afecta a todos. Y nuestras teorías, esas que damos por ciertas y que defenderíamos hasta la muerte si llegara el caso  (puede que un poco menos), no dejan de ser impuestas  por otras teorías a su vez impuestas desde otras teorías a su vez impuestas.
Ninguna certeza deja de estar adulterada por los acontecimientos. Si el conocimiento hubiera llegado a la perfección, no estaríamos embarrancados en los mismos cenagales que embarrancaron a nuestros ancestros.  Seríamos un mundo en paz, donde la convivencia estaría basada en lo elemental, en lo simple; donde la vida importaría más que la forma de vivirla; donde el reparto de lo alcanzado habría satisfecho a toda la humanidad; donde las palabras mentirosas, habrían pagado impuestos o destierro.
Pero no es así. Y aunque ahora, muchos, enzarzados en el fragor de vuestra lucha no os deis cuenta, llegará el tiempo en el que comprendáis lo que quiero decir. Ahora, llegados a este punto,  de nada sirve hacerse otros planteamientos. Lo que no funcionó cuando creíamos que podíamos no va a funcionar cuando no podemos, cuando físicamente no podemos más que aceptar los acontecimientos y bailar al son que nos toquen.

Así que todas mis críticas, todas mis pataletas, todas mis afirmaciones…Nada. Ahora sólo queda el consuelo de intentar entender. Y acaso nunca, lleguemos a conseguirlo.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

NUEVAS PALABRAS

Casi siempre la búsqueda es una constante en los poetas. La poesía se diferencia de la prosa, a mi manera de ver, en la profundidad de la que nace. No es lo sencillo, lo que todo el mundo puede entender, tan fácil de escribir como pueda parecer en principio. Hay algo que nos atrae, que nos identifica con el alma de quien escribe con palabras salidas de la entraña. Pueden ser, incluso palabras coloquiales, de las que se utilizan en una conversación normal. Lo misterioso, lo inexplicable, es que con esas palabras colocadas en función de una manera de sentir, alguien pueda emocionar. Creo que la poesía, para salir de ese enclaustramiento en el que sobrevive, debe atreverse a ser humilde, a crear emociones desde la sencillez. No es este comentario un atentado contra ninguna forma de poesía, porque la poesía, en primer lugar, es arte y como tal, puede presentarse de mil maneras diferentes. Es sólo una apreciación de alguien a quien su intelecto no da para más.


Esta nueva entrega pretende hablar de esto de manera poética. Espero haberlo conseguido




Nuevas palabras. O cambiar las formas.
Decir de otra manera, Buscar otros propósitos.
El de ser, por ejemplo, más sincero.
El de darle a las cosas el sentido
con el que todo existe. Los poemas
son improntas de vida, ramalazos
de esa intensa tormenta en la que somos.
Cuando uno lo descubre, cuando llega
a ese lugar del ser en el que el tiempo
es más un aliado; cuando acaso
ya no queda más tiempo que el del verso
protegiendo, precario, el andamiaje,
es la hora -y no valen prebendas-,
de llamar a las cosas por su nombre.

Pesa menos el mundo. La mirada
se posa como un pájaro, sin prisa,
con esa precisión que la costumbre
pone en la liviandad de nuestros gestos.
Así el poeta sabe que ha llegado
a las nuevas palabras, las que nacen
de la propia experiencia, liberadas
de adornos o de afeites engañosos.
Y cuenta sus vivencias mansamente,
porque la mansedumbre es una ciencia
difícil de aprender. Cuestión de vida.
Cuestión de desengaños, de derrotas,
de hacerse o deshacerse pulso a pulso
como dunas de un único desierto.


Desnudar la palabra, ese es su anhelo,
presentarla recién amanecida
con olor corporal, con desaliño,
auténtica en su forma y en su fondo
Ya es su decir tranquilo; de maestro
que quisiera evitarnos sus fracasos;
de amigo fiel a pie de confidencia.
Sabe, el poeta bien sabe que es difícil
la meta perseguida; que el poema
tendrá tantas lecturas como ojos
indaguen en su centro. Pero intenta
-palabra que lo intenta- ser coherente
con esa nueva forma de asomarse
a los pliegues profundos del poema.







sábado, 2 de noviembre de 2013

APOCALIPSIS

No es un poema divertido, pero sí demostrativo de que el tiempo y las personas no alteran el devenir de la humanidad. Nos corresponde a nosotros, mientras podamos, sentar las bases de una nueva civilización , ya que probablemente, la actual, se originó en algún despiste de Dios, 





"Siempre el tiempo es el mismo"

Nos cuenta la historia
que en aquel tiempo, la gente vivía con lo puesto.
Los pobres, casi todos, comían de las migajas del banquete de los opulentos.
Las mujeres se escondían detrás de los muros de adobe de sus humildes viviendas
a engendrar y parir los hijos del tedio y la desesperación.
Los niños moqueaban mientras hacían lo que han hecho todos los niños siempre:
jugar delante de las puertas de sus casas.
Las enfermedades y la muerte bailaban sobre los tejados de cañas
entretenidos en el juego de adivinar el sexo del próximo difunto.
La miseria, la insalubridad, la falta de agua y alimentos
diezmaban a las familias que, por esa razón entre otras, multiplicaban la especie.

Y así fue creciendo el mundo animado; mientras el otro, el estático,
seguía pareciendo el cuadro del salón comedor de Dios.


Y pasaron los siglos terriblemente lentos,
-lentos como transcurren los ríos de lo eterno-,
aquel tiempo no es sino tiempo olvidado
en esta epifanía de nuevos contraluces.

Siempre el tiempo es el mismo.

Y nos sigue contando la historia
(la historia, en este caso, es contemporánea)
que llegaron los tiempos del teléfono móvil
(el milagro perfecto, el maná de los pobres)
Desde entonces, los pobres cambiaron las migajas
por el chute agenciado en el mercado negro,
(a golpe de teléfono se consiguen milagros
si el escrúpulo es poco
y el dinero, ilegal, sigue siendo de curso).
Que hoy el mundo es un antro donde todo es posible,
donde vender el alma es tan sólo un oficio
-acaso un viejo oficio sabiamente aprendido-
con el que conseguir generosas prebendas.
(La miseria es la misma que contaban aquellas
páginas tenebrosas de los libros sagrados
en los que Dios hervía -paladín justiciero-
su pócima de plagas contra todo lo infecto).

Siempre el tiempo es el mismo.


En estel tiempo la gente se moría de asco
-un asco de sí mismos para el que nadie era capaz de recetar remedio-.
Las mujeres lloraban amargamente por sus hijos muertos de sobredosis,


o en reyertas callejeras producidas entre grupos mafiosos
que se disputaban la esquina más propicia para mercadear su miseria.
Los marginados, casi todos, esnifaban la mierda que caía de las mesas de los opulentos
que a carcajada limpia planeaban su dominio desde sus torres blindadas.
Las niñas y los niños, se prostituían ante la mirada perdida de una sociedad ensimismada
que no acertaba a desterrar su miedo y su egoísmo..
El Sida, el cáncer, las enfermedades coronarias, el exceso de velocidad,
las guerras selectivas, con sus consabidos daños colaterales,
cabalgaron por todo el orbe como nuevos y esperpénticos jinetes del apocalipsis
diezmando las familias, ya breves de antemano,
por el férreo control de natalidad que les imponía su agitada existencia.
La tierra bramó; el aire si hizo tóxico y los océanos abrieron sus tentáculos
hasta ocupar toda la superficie del planeta.
La Muerte. bailaba sobre las azoteas de asfalto
entretenida en adivinar las causas que provocarían el siguiente fallecimiento

Y así fue desapareciendo el mundo animado, mientras el otro, el estático,
seguía pareciendo el cuadro impoluto del salón comedor de Dios.
           
Siempre el tiempo es el mismo
.
Y pasaron, de nuevo, lentamente los siglos
Y se puso la tierra a parir nuevamente.
Y corrieron los ríos con su carga de peces.
Y los mares se hicieron felizmente habitables.
Y surgieron los bosques con esplendor antiguo.
Y amaneció la vida desde la desmemoria
de un Dios que se moría de puro aburrimiento.

Siempre el tiempo es el mismo.

Y seguirán pasando lentamente los siglos,
y seguirá la vida muriendo lentamente
hasta que ya no queden vestigios de nosotros
y alguien venga de nuevo, perdida la memoria,
a contar en parábolas la historia de los tiempos.



jueves, 31 de octubre de 2013

CORAZON

Quiero publicar hoy un viejo relato de los muchos que duermen plácidamente en el cajón de mi escritorio, como homenaje al desprendimiento y a la generosidad de quienes donan sus órganos y como homenaje a la CIENCIA(con mayúsculas)que nos ha permitido entender la vida desde una concepción de progreso y nos ha permitido gracias a uno de sus derivados, la CIRUGÍA, que nuestra esperanza  de vida se alargue.Hubieron de librarse muchas batallas éticas, morales y religiosas (aún probablemente se estén librando) para que el avance se hiciera posible. En principio todos los intentos parecerían ciencia ficción y los que la practicaran serían catalogados como brujos, locos o amorales; pero hoy reconforta saber que la muerte ayuda a la vida. No hace mucho tiempo, un joven de mi pueblo se amputó un brazo en un accidente, brazo que recogió y que le ha sido injertado, al parecer con éxito. Otro lleva dos trasplantes de corazón, es decir, le han puesto dos corazones con trece o catorce años de intervalo; otros han salido de la diálisis gracias a un riñón que habría desaparecido bajo tierra. No se busca la perpetuidad (tampoco podría aguantarse); la muerte es el fin de la vida por decreto, pero puede producir milagros parecidos a aquel de "levántate y anda". 
Les dejo con el relato.



Querida Elena :
Hace apenas dos meses que nos conocemos y ya me resultas tan familiar y cercana  que no siento el menor rubor por encabezar esta carta con un apelativo tan íntimo. En cualquier ocasión , que no fuese esta tan especial, yo habría iniciado este escrito diciendo " Estimada Elena " o simplemente,  Señora Elena; es  más,  no creo que hubiera tenido oportunidad de conocerte y, dada mi condición natural de esposo fiel,  esta carta nunca se habría escrito.
              Estoy sumido en una terrible confusión: quién me iba a decir a mí , anclado en aquella interminable lista de espera , que pasados unos meses, mi corazón latiría por ti tan alocadamente.
Tú sabes -es lo primero que te dije cuando la ocasión lo hizo preciso- que soy un honrado padre de familia, que tengo tres hijos y que llevo casado felizmente con mi mujer  veintitrés años. En este largo periodo de tiempo hay lugar para todo: para el amor, para el desamor, para las infidelidades, para la rutina... Pero también, en este periplo de vida en común, uno llega a sentirse parte del otro; aprende a superar las diferencias, valora las entregas y las renuncias, las noches en vela, los miedos compartidos, los deseos comunes...Es un proceso largo y complicado del que, si no se rompe la unión, se sale fortalecido y con unas señas de identidad bien definidas: Matrimonio estable, mujer comprensiva , hombre responsable, hijos integrados, negocio o trabajo absorbente al que dedicar todo el tiempo disponible...; en definitiva, un diente más de este engranaje en el que la vida nos hace girar inexorablemente.
                Y es por estos razonamientos, por los que se me hace más difícil expresarte mis sentimientos -sentimientos a los que no puedo renunciar, por más que nadie entienda mis tribulaciones-; pero quiero decirte que siento una necesidad imperiosa de estar junto a ti; que cuando he conocido a tus hijos, los he sentido como propios; y que nada me haría tan feliz , como poder compartir con vosotros esta vida que la Ciencia, Dios, o el Destino, me han prolongado.

                    He hablado con mi mujer, Teresa, y le he hecho ver mis deseos de compartir contigo, con vosotros , esta nueva etapa de nuestra vida ; me ha sorprendido su generosidad , sobre todo, porque siempre ha sido algo celosilla; pero ahora dice comprender y compartir mis propósitos . Mis hijos también están de acuerdo - ya sabes que los jóvenes son más abiertos y aceptan  sin  demasiados aspavientos las situaciones que provoca esta nueva sociedad en la que los acontecimientos casi siempre preceden a los legisladores y  a sus leyes-, así que no veo mayor problema para que -como ya te he sugerido en alguna ocasión- os vengáis a compartir, como parte integrante de nuestra familia,  esta enorme casa en la que, sin duda , seremos todos felices.


                  Fue una feliz coincidencia que, por un error administrativo, me mandaran una carta desde el hospital donde fuí trasplantado en la que te agradecían la donación de los órganos de tu marido, fallecido en trágico accidente. Lo que yo no podía prever era la enorme impresión que sentí al verte, cuando - en un gesto de obligada gratitud- fuí a expresarte mi consideración.      
    
 Me abriste la puerta nerviosa y asustada y yo sentí mi corazón -) mi corazón ?- agitarse dulcemente. Después nos miramos como si nos encontrásemos tras una ausencia prolongada y las lágrimas surcaron nuestras mejillas. Nos fundimos en un abrazo largo y callado y supimos que aquella sensación inconfundible era amor.

No en vano, en mi pecho, late, firme otra vez, el corazón de tu esposo.