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jueves, 31 de octubre de 2013

CORAZON

Quiero publicar hoy un viejo relato de los muchos que duermen plácidamente en el cajón de mi escritorio, como homenaje al desprendimiento y a la generosidad de quienes donan sus órganos y como homenaje a la CIENCIA(con mayúsculas)que nos ha permitido entender la vida desde una concepción de progreso y nos ha permitido gracias a uno de sus derivados, la CIRUGÍA, que nuestra esperanza  de vida se alargue.Hubieron de librarse muchas batallas éticas, morales y religiosas (aún probablemente se estén librando) para que el avance se hiciera posible. En principio todos los intentos parecerían ciencia ficción y los que la practicaran serían catalogados como brujos, locos o amorales; pero hoy reconforta saber que la muerte ayuda a la vida. No hace mucho tiempo, un joven de mi pueblo se amputó un brazo en un accidente, brazo que recogió y que le ha sido injertado, al parecer con éxito. Otro lleva dos trasplantes de corazón, es decir, le han puesto dos corazones con trece o catorce años de intervalo; otros han salido de la diálisis gracias a un riñón que habría desaparecido bajo tierra. No se busca la perpetuidad (tampoco podría aguantarse); la muerte es el fin de la vida por decreto, pero puede producir milagros parecidos a aquel de "levántate y anda". 
Les dejo con el relato.



Querida Elena :
Hace apenas dos meses que nos conocemos y ya me resultas tan familiar y cercana  que no siento el menor rubor por encabezar esta carta con un apelativo tan íntimo. En cualquier ocasión , que no fuese esta tan especial, yo habría iniciado este escrito diciendo " Estimada Elena " o simplemente,  Señora Elena; es  más,  no creo que hubiera tenido oportunidad de conocerte y, dada mi condición natural de esposo fiel,  esta carta nunca se habría escrito.
              Estoy sumido en una terrible confusión: quién me iba a decir a mí , anclado en aquella interminable lista de espera , que pasados unos meses, mi corazón latiría por ti tan alocadamente.
Tú sabes -es lo primero que te dije cuando la ocasión lo hizo preciso- que soy un honrado padre de familia, que tengo tres hijos y que llevo casado felizmente con mi mujer  veintitrés años. En este largo periodo de tiempo hay lugar para todo: para el amor, para el desamor, para las infidelidades, para la rutina... Pero también, en este periplo de vida en común, uno llega a sentirse parte del otro; aprende a superar las diferencias, valora las entregas y las renuncias, las noches en vela, los miedos compartidos, los deseos comunes...Es un proceso largo y complicado del que, si no se rompe la unión, se sale fortalecido y con unas señas de identidad bien definidas: Matrimonio estable, mujer comprensiva , hombre responsable, hijos integrados, negocio o trabajo absorbente al que dedicar todo el tiempo disponible...; en definitiva, un diente más de este engranaje en el que la vida nos hace girar inexorablemente.
                Y es por estos razonamientos, por los que se me hace más difícil expresarte mis sentimientos -sentimientos a los que no puedo renunciar, por más que nadie entienda mis tribulaciones-; pero quiero decirte que siento una necesidad imperiosa de estar junto a ti; que cuando he conocido a tus hijos, los he sentido como propios; y que nada me haría tan feliz , como poder compartir con vosotros esta vida que la Ciencia, Dios, o el Destino, me han prolongado.

                    He hablado con mi mujer, Teresa, y le he hecho ver mis deseos de compartir contigo, con vosotros , esta nueva etapa de nuestra vida ; me ha sorprendido su generosidad , sobre todo, porque siempre ha sido algo celosilla; pero ahora dice comprender y compartir mis propósitos . Mis hijos también están de acuerdo - ya sabes que los jóvenes son más abiertos y aceptan  sin  demasiados aspavientos las situaciones que provoca esta nueva sociedad en la que los acontecimientos casi siempre preceden a los legisladores y  a sus leyes-, así que no veo mayor problema para que -como ya te he sugerido en alguna ocasión- os vengáis a compartir, como parte integrante de nuestra familia,  esta enorme casa en la que, sin duda , seremos todos felices.


                  Fue una feliz coincidencia que, por un error administrativo, me mandaran una carta desde el hospital donde fuí trasplantado en la que te agradecían la donación de los órganos de tu marido, fallecido en trágico accidente. Lo que yo no podía prever era la enorme impresión que sentí al verte, cuando - en un gesto de obligada gratitud- fuí a expresarte mi consideración.      
    
 Me abriste la puerta nerviosa y asustada y yo sentí mi corazón -) mi corazón ?- agitarse dulcemente. Después nos miramos como si nos encontrásemos tras una ausencia prolongada y las lágrimas surcaron nuestras mejillas. Nos fundimos en un abrazo largo y callado y supimos que aquella sensación inconfundible era amor.

No en vano, en mi pecho, late, firme otra vez, el corazón de tu esposo.