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jueves, 26 de julio de 2018

ESCENA COTIDIANA


Es una de estas tardes
En las que noviembre quisiera ser mayo
Aunque nos hayan acortado los días
Y la noche nos sorprenda casi en la sobremesa.
Los aleteos del frío, todavía son tímidos y madrugadores
Y el cielo se resiste a mostrarse taciturno.
Hay luz, y sol, y flores
Y aún las abejas revolotean afanosas.
Es uno de esos espejismos que en el desierto
Le servirían al sediento para alargar un poco su agonía,
O su esperanza,
O su agónica esperanza.
Yo regresaba de mi clase de inglés que,
Dicho sea de paso,  no lograré hablar nunca,
Y él estaba allí,
Sentado en el bordillo de la acera con un globo en la mano.
Era un hombre de cuarenta años con ademanes de un niño de cuatro,
O un niño de cuatro con semblante de hombre de cuarenta años.
Su rostro, por sí solo,
Era tan perfecto como el de un dios griego,
Y el globo, en su mano,  era un hermoso anacronismo.
Lo miré un segundo, dos tal vez,
Lo justo para rebasarlo en mi trayecto
Y sentir que la vida era un juego maléfico.
Hoy es otro día.

Y sólo me quedaba contarlo.

lunes, 23 de julio de 2018

DE AYER A HOY



Una pendiente,
a veces un declive.
Un llano,
algún regato de tranquilas aguas.
Y yo en cada momento,
en cada paso o vuelta,
intentando el milagro de ser hombre.
No hay distancias después de tantos pasos.
Aquí nací.
Aquí me espera el hueco de la tierra.
Mi rostro dice más que mis palabras.
Pero no veis mi rostro.
Principio y fin.
Dos fechas
y una losa  de tiempo ennegrecida.
No hay más.
No os inventéis mi vida.
Dije cuatro palabras

 y puede que no fueran necesarias.

sábado, 21 de julio de 2018

CUANDO LA CALLE PARECE UNA FIESTA



Mi pueblo es un pueblo de calles sobrias, solitarias, aplanadas por el sol que reverbera sobre el blanco de la cal de sus paredes. Antes, cuando los niños no teníamos ordenador, ni teléfono móvil ni Tablet, ni MP3, ni play steyson  ( no sé si se escribe así), antes, digo, los muchachos del barrio salíamos a jugar a la calle, que tampoco estaba empedrada, ni entarugada, ni iluminada y nos pasábamos las horas jugando a todo lo imaginable. Éramos niños de la calle como ahora lo son de la tecnología. Lo bueno de ser niños de la calle, era que la calle parecía una fiesta y entre los gritos, los llantos, las risas, las canciones, el batir de las espadas, los enfrentamientos verbales y de los otros; ante tanta vida en suma, la calle parecía un hervidero. De cuando en cuando, alguna madre asomaba la cabeza a la puerta para ver si todo transcurría con normalidad, hacía alguna reconvención a sus pupilos y volvía a sus quehaceres.
Los niños de entonces podíamos tener el moco colgando, o estar comiéndonos un canto de aceite que era un trozo de pan al que se le hacía un boche en la miga,  regado  de ese nutritivo y espeso líquido que a falta de donuts, de paté o de nocilla, hacían las delicias de los más y los ascos de los menos; los niños éramos la última célula en un escalafón de jerarquías que se respetaba, probablemente por miedo, pero se respetaba…

La vida transcurría con esa normalidad propia de los lugares en los que no ocurre nada digno de mencionar salvo los chismes que eran terreno acotado para los niños. Y la calle, parecía agradecer aquella algarabía, porque, pienso yo, las calles, sin vida sobre su superficie,  no tienen sentido;  entristecen, languidecen y se les va quedando una expresión amargada, como de resignación e impotencia.

Por eso hoy, las calles me parecen impersonales, todas hechas sobre un mismo patrón, rectilíneas, asfaltadas, llenas de coches y de pisos donde los vecinos apenas se hablan y los niños se convierten en solitarios inadaptados que prefieren pasar horas ante esos juegos virtuales que, digo yo, algo bueno deben tener, porque si no, no se explica que les dediquen tanto tiempo.

Hay calles que por su situación o su actividad siguen manteniendo esa pujanza que les da la vida que transita sobre sus baldosas. Nuestra calle Empedrada es una de ella pues allí se dan cita quienes van a los bancos a los comercios a los organismos municipales a los bares a las cafeterías… Allí, el pueblo toma otro color, las gentes se mueven con diligencia, los jubilados entablan largas conversaciones u ocupan las terrazas de los bares; los niños corretean mientras los padres hacen como que los vigilan pues saben que en esa calle, por ser peatonal, pueden estar tranquilos. Alguna vez se deja caer un mimo o un músico callejero que dan a la calle un ambiente cosmopolita, como de Puerta del Sol de Madrid, o de Ramblas de Barcelona, aunque todo sea tan pequeño que la comparación casi huelga. Quienes no fallan son los mendigos, por lo general mujeres rumanas, que, como ejecutivos venidos a menos, montan allí su talabarte y tienen horario fijo, mientras sus hijos, hombretones que no parecen carecer de nada, esperan en el banco cercano jugando en sus teléfonos móviles a que su madre termine la jornada.


Aun así, aquí la vida transcurre lenta, con lentitud de campana tañendo a difunto, o con esa lentitud con la que los impedidos se desplazan apoyados en su andador. Nada hay que consiga estremecer el  ritmo pausado de la vida en los pueblos, salvo esos instantes en los que la calle parece una fiesta

viernes, 20 de julio de 2018

MULA DE CARGA


Fue la mula uno de esos animales creados por el hombre para una específica función. En este caso, para el aprovechamiento de su energía y fortaleza en propio beneficio.  Pocos brutos han dado tal cantidad de juego en las labores agrícolas… No recuerdo un trabajo que no fuera duro ni jornadas que no fueran de sol a sol. El trabajo del  campesino,  casi siempre parejo al de la mula,  creaba una relación de camaradería, si bien era la mula la peor parada, particularmente cuando había que conseguir un sobreesfuerzo  a base de latigazos o arengas malsonantes a falta de mejores remedios.

Como única recompensa, un pienso a base de paja y cebada que el animal se encargaba de reclamar a lo largo de la noche con un incesante manoteo que hacía que el gañán, malhumorado,  tuviera que interrumpir su sueño y abandonar su saca de paja para cumplir con ese indispensable cometido si quería que, al día siguiente, la acémila cooperara con vigor.

Las casas de labor cobraban  importancia en función de los pares de mulas que tenían los propietarios. Lo normal era un par, dos a lo sumo, salvo los terratenientes  que tenían cuadras considerables.

Pero en el devenir diario, nadie valoraba ese capital animal si no era por los miles de reales que pudieran costar cuando pasadas de años y de esfuerzos eran llevadas al matadero y había que sustituirlas.

Pocos signos de agradecimiento han dejado constancia de la esclavitud a la que eran sometidas aquellas sufridas criaturas fruto del  cruce de yegua y asno. Sirva este humilde soneto hecho desde el recuerdo de un tiempo desparecido,  como homenaje póstumo a su anónimo pasar.

Noble animal de austera arquitectura
hija directa de la diosa Ceres,
firme puntal del hombre en sus quehaceres,
recio engranaje de musculatura.

Briosa conjunción, genio y figura
por los campos de Dios en donde mueres,
estampa a  contraluz de atardeceres
cuando la tierra toda se hace hondura.


Mula de carga, yo vi tu coraje
vi la tragedia  de tu triste sino
vi tu entrega silente y generosa.

Sirva mi humilde verso de homenaje.
Y con mi voz de viejo campesino
déjame pregonar que fuiste hermosa.

DE MULAS Y OTROS CARGOS

Estoy haciendo un soneto a la mula como homenaje  a ese noble animal que durante una larga etapa fue el baluarte en  el que los campesinos se apoyaron para hacer su trabajo más eficiente y productivo. La mula era el tractor de la época. Lo mismo araba, que tiraba del carro, que daba vueltas en torno a la noria, que trillaba… pocas faenas se podían hacer sin su colaboración y su energía. Y todo ello por un poco de paja y cebada. Y lo peor del caso es que era tratada como una bestia,  a base de latigazos y malos modos. No creo que haya tenido muchos reconocimientos a lo largo de la historia. Desconozco si algún monumento la recuerda. Poemas he visto pocos. Y prácticamente desparecieron cuando la maquinaria vino a sustituirlas.

Creo que alguna podría haber sido una buena ministra de trabajo, porque de trabajo sabían bastante y, visto lo visto, es preferible la práctica a la teoría. No quiero que se malinterprete la metáfora, es decir, no quiero llamar mula a ningún ministro, sí quiero que se entienda que a los ministerios o a los puestos de responsabilidad no se debería llegar a dedo y que la dirección debería  darse a una persona con la adecuada preparación e independientemente del equilibrio sexista.

 Últimamente, se está pretendiendo dar una imagen de progreso con la paridad y el nombramiento de personas más o menos relevantes en las distintas ramas del saber. Pero es que no consiste en que los nominados sean personajes mediáticos, que, a lo mejor y además,  gozan de conocimientos adecuados. Se trata de encontrar a la persona idónea entre el elenco de posibles y eso nunca puede hacerse arbitrariamente.

No es cuestión de entrar en los dimes y diretes que ahora, con el nombramiento del Director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, están saliendo a la luz, entre otras cosas, porque a mí me parece un gran poeta y porque lo he oído en alguna conferencia y me han parecido interesantes sus reflexiones.  Sin embargo se dicen cosas de él como que no es excesivamente honrado a la hora de otorgar premios y que en igualdad de condiciones, prefiere dárselo a un amigo. Que no sería grave si el amigo es buen poeta, pero ¿Cómo se sabe quién es el amigo si el sistema de plicas con los que se participa en los concursos debe garantizar el anonimato? Por otra parte, imagino que habrá muchos intelectuales preparados para ese cargo. ¿Cuál es la razón para que haya sido precisamente éste el elegido?

Pedro Duque, una leyenda en España por aquello de su viaje espacial, podría ser un buen Ministro de Ciencia, pero hasta ahora sólo ha demostrado que puede ser astronauta y  parece que gracias a la enseñanza privada. Maxim Huerta, ese fugaz Ministro de Cultura al que aún  no he tenido el gusto de leer, no ha tenido siquiera la oportunidad de demostrar su valía. Y así sucesivamente…

Pero es que, las personas dedicadas a la política, deberían ser, por encima de todo y además de los conocimientos necesarios para el cargo a desarrollar, políticos. Teniendo en cuenta que el político al que yo me refiero debe tener  vocación de servicio, talante y capacidad de negociación, generosa entrega y sobre todo, honradez. Y no cabe duda tiene que haber gente así entre todos los españoles. Pero como en todas partes ocurre, por desgracia, “ni son todos los que están ni están todos los que son”.

En fin, me vuelvo a mi mula. Es difícil hacer un soneto  de modo genérico sobre un animal de carga que no tiene la emoción de ser competitivo. Por ejemplo un caballo ganador, un toro indultado, un perro equilibrista… La mula sólo ha sido un instrumento y como tal ha sido utilizada. Así que voy a esforzarme en ese soneto de agradecimiento. Si soy capaz de conseguirlo, lo colgaré en mi muro.