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jueves, 26 de julio de 2018

ESCENA COTIDIANA


Es una de estas tardes
En las que noviembre quisiera ser mayo
Aunque nos hayan acortado los días
Y la noche nos sorprenda casi en la sobremesa.
Los aleteos del frío, todavía son tímidos y madrugadores
Y el cielo se resiste a mostrarse taciturno.
Hay luz, y sol, y flores
Y aún las abejas revolotean afanosas.
Es uno de esos espejismos que en el desierto
Le servirían al sediento para alargar un poco su agonía,
O su esperanza,
O su agónica esperanza.
Yo regresaba de mi clase de inglés que,
Dicho sea de paso,  no lograré hablar nunca,
Y él estaba allí,
Sentado en el bordillo de la acera con un globo en la mano.
Era un hombre de cuarenta años con ademanes de un niño de cuatro,
O un niño de cuatro con semblante de hombre de cuarenta años.
Su rostro, por sí solo,
Era tan perfecto como el de un dios griego,
Y el globo, en su mano,  era un hermoso anacronismo.
Lo miré un segundo, dos tal vez,
Lo justo para rebasarlo en mi trayecto
Y sentir que la vida era un juego maléfico.
Hoy es otro día.

Y sólo me quedaba contarlo.