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lunes, 11 de abril de 2016

MENSAJE EN UNA BOTELLA

Querida mamá:

¿Puedo llamar así a alguien que ha decidido no conocerme? Hoy lo he sabido; no sé si por las reacciones químicas que se han producido en el líquido amniótico en el que esperaba el sorprendente momento de mi salida al mundo exterior, o porque he sentido como mía la punzada de dolor que ha atravesado tu corazón ¿de madre?, ¿o de pobre mujer asustada que no ha sabido reaccionar ante lo que cree adversidad?

No voy a juzgarte, ni siquiera a culparte de que no te atrevas a aceptarme ahora que los médicos te han dicho que no seré un niño normal. (Si alguna vez, la ciencia, es capaz de detectar las anormalidades que existen en las personas normales, no nacerá nadie). Me he contagiado de tu tristeza, de tu decepción, de tu desamparo. Quizás cuando intenten detener mi camino hacia la vida, haya decidido morirme, para no ponerte en la disyuntiva de que tengas que ser tú, pobre mamá, la que tenga que pasar por tan amargo trance.

Pero ahora quiero apurar estos pocos momentos, esta lucidez que parece haber emanado del desgarro que ambos hemos sentido,  para dejarte entre las manos la pequeña flor de mi esencia, el estrenado aroma de mi inocencia, el fruto de ese amor con el que me habéis engendrado. Porque no creas que me olvido de papá aunque a él lo sienta menos cercano. Algo tendrá que decir sobre este asunto; aunque los padres, ya se sabe, sienten de otro modo; quizás porque nunca tendrán la dicha de conmoverse con una vida nueva que arañe en sus entrañas.

Pero a ti, mamá, querida mamá, tengo que contarte todo lo que pasa por mi mente. Porque en este momento soy tu pensamiento, tu llanto, tu desesperación. Estamos unidos por el vínculo más íntimo con el que pueden estar unidos dos seres: el cordón umbilical; mi extensión desde tu vida, tu prolongación hacia la mía, pasan por ese pequeño milagro que nos mantiene abrazados desde el mismo instante en que decidiste engendrarme.

Podría empezar por convencerte para que me tengas, pero ¿sería eso, realmente, lo mejor para los dos? Puedo asegurarte que te enamorarías de mí nada más verme; que cuando cogieras   mi mano sentirías tal ternura, que ya no podrías soltarla nunca; que mis ojos te buscarían en cada momento de mi existencia como busca el marinero en la noche la luz del faro salvador; que nunca tendrías un compañero más fiel, ni más bueno, ni más solícito. Es cierto que no sería el más listo de la clase, ni el más espabilado, ni el mejor deportista; que mis pasos serían torpes, que me pondría gordo y que la gente te miraría con gesto compasivo. ¡pobre mujer!- dirían- o,¡pobre hijo, tan guapo!
Pero eso, en definitiva, sólo serían palabras , opiniones infundadas de quienes no sabrían lo hermoso de nuestra relación. Porque entre tú y yo, sólo existiría amor. Y el amor salva todas las barreras. ¿Sería yo más barrera por ser como soy, que si tuviera cualquier otro problema no detectado tan prematuramente, o si, ya crecido, entrada en esa vorágine de drogas y mala vida con la que algunos hijos torturan a sus padres?

Yo sólo sabría quererte. Pero parece ser que en esa sociedad avanzada que entre todos habéis conseguido, no cuentan los sentimientos, al menos los sentimientos de quien no tiene opción de defenderse...

A lo peor, lo realmente dramático es que nazca un ser improductivo, o simplemente, que los padres sientan vergüenza de que les haya tocado a ellos, tan listos, tan guapos, la bola negra del sorteo .

Decidas lo que decidas, yo siempre seré ese punto de luz que pudo alumbrar tu existencia.