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viernes, 20 de marzo de 2015

ECOS


Vívida historia a raíz de una visita al cementerio local.-

D
Icen los que lo vivieron -aunque ya van quedando pocos-,
Que aquel era un tiempo de colores:
Rojo, como la sangre; azul, como el cielo azul;
Verde, como los pimientos
-aunque al verde lo marginaran porque era el color de los soñadores-.
Y dicen también quienes saben del ayer,
Que era tan difícil ponerlos de acuerdo
-se entiende que detrás o delante de los colores estaban las                                                                                                        personas-,
Que llegaron a enfrentarse en la más tonta de las guerras: la                                                                                                      fratricida.                                         
En las guerras, ya se sabe: pierden hasta los que ganan
-aunque estos, dada su prepotencia por la victoria no se den cuenta-.
Y esta no fue una excepción:
Familias diezmadas,
Odio entre hermanos,
Ruinas y desolación....
Todo lo imaginable y lo que no se puede imaginar,
Ocupó el lugar que hubiera debido ocupar la concordia.

Y fue pasando el tiempo; tanto,
Que algunos de los que hoy somos mayores,
No vivimos aquellos acontecimientos.
Pero si la canción dice que veinte años no es nada,
Habría que agregar que setenta tampoco lo son.
Porque lejos de hacer del olvido morada común de los despropósitos,
Nos empeñamos en resucitar viejos fantasmas al grito de “y yo más”.
Y aunque es cierto que aún existen diferencias en el predominio de                                                                                                    aquellos colores,
No es menos cierto que algunas diferencias son insalvables.
Y es por este motivo, que lo sensato sería hacer tabla rasa
Y comenzar, en memoria de todos aquellos a los que les arrebataron                                                                                                   la juventud,
Una nueva andadura en la que los colores, al son de una festiva                                                                                                           danza,
Se integraran en una armónica fusión hacia un camino de luz y de                                                                                          buenos propósitos.

No sé si este poema se me está yendo de las manos.
No quisiera darle un tono panfletario y mucho menos ambiguo.
Y hasta es posible que esta elegía no hubiera nacido
De no ser por mi visita dominical al cementerio municipal:
Allí, en continuo desamparo,
Separados del entorno colectivo,  según el mejor entender de quien                                                                                         se vio obligado a ello,
Moran los huesos, que no las almas,
De quienes dieron -aunque sería mejor decir perdieron- su vida
Sin la justificación de saber por qué motivo fueron ajusticiados en el                                                                                        paredón de los horrores.
Doscientos nombres -digamos de los que representaban el color rojo-
Rescatados del más horrible de los olvidos: el de la desmemoria,
Yacen por los siglos de los siglos sobre el mármol renegrido de las                                                                                            fosas comunes
Con las que la democracia pretendió restañar viejas heridas.
En la misma operación democrática, cuando ya los azules parecían                                                                                                                 recuerdo,
Y los rojos gobernaban con la legitimidad de las urnas,
Se derribaron los monolitos erigidos por los victoriosos, en ocasión                                                                                            de su victoria.

Al grito de democracia es libertad, desaparecieron las viejas                                                                                                        consignas,
En el lugar de los monolitos amanecieron surtidores con palomas
Y  palabras genéricas como igualdad y pluralismo;
Se derrocó el nombre de los generales que presidían las principales                                                                                                                                                              calles
Para volver a llamarlas con sus nombres de origen.

Pero no fueron aquellas medidas fruto del consenso.
El error de los unos,  fue pensar que la vida de los otros carecía de                                                                                                                   valor;
Pero el error de los otros, fue el mismo que el de los unos.
Para ambos las muertes eran el salvoconducto de las ideas,
Sin pararse a pensar
Que si para que prevalezcan las ideas es necesaria la muerte,

Es porque que las ideas están afectadas de filoxera.

lunes, 16 de marzo de 2015

CEREMONIAS DE LO COTIDIANO.


                           1
Partir el pan  siempre fue cosa de padre
-recuerdo aquel momento con inefable calidez-:
Sobre las trébedes, el rústico caldero
En el que aún borbolleaba el rojizo caldo del guiso;
Alrededor, la  familia –desde el abuelo hasta los más pequeños-
Dispuesta a recuperar fuerzas
Después de una dura mañana de labranza.
Cuchara en mano,  
Se iniciaba la ceremonia previa a la frugal comida
.No había rezos de acción de gracias
-Aunque puedo asegurar que la ceremonia era sagrada-
Porque padre no sabía rezar
Y los demás probablemente tampoco.
Pero se hacía un silencio respetuoso
En el momento en que padre,
Apoyando sobre el pecho el pan
-sentado ya por los días de espera en la orza-
Y utilizando su bien afilada navaja
Cortaba las rebanadas con calculada maestría
Y las pasaba a cada uno de los presentes
El pan se sujetaba en la mano
Para que sirviera  de apoyo a la cuchara
Evitando el goteo en su viaje del caldero a la boca.
Se hablaba poco durante la comida,
Alguna alusión al trabajo realizado
O al que quedaba por realizar.
Algún comentario gracioso o pícaro
Para despertar el interés de los más jóvenes
Y poco más, por aquello de “oveja que bala…”
Si el pan, por algún descuido, se caía
-y esto les solía ocurrir a los más pequeños-,
Caían sobre el infractor las severas miradas de los adultos
Mientras se recogía y se besaba  el mendrugo
Como si el pan fuese Dios
O algún objeto infinitamente valioso
-que ambas cosas ha sido siempre el pan-.
En aquella ceremonia no faltaba el vino que desde la botella
-A la que previamente se le adaptaba una delgada caña
Sobre el agujereado tapón-
Caía en generoso chorro perdiéndose en las profundidades de las gargantas.
Una exclamación gutural de placer
Y el refriego de la boca con el dorso de la mano
Daban muestra de la satisfacción que sentía el agradecido estómago,
Mientras los más pequeños, con ojos de por qué yo no,
Veíamos pasar la botella de mano en mano saltándose las propias.
Así eran las cosas en esta tierra austera
En este santuario donde el labrador  trabajaba en sagrado
Porque para él la tierra era el único dios
Por el que merecía la pena sacrificarse.
            
                      2

“Tomad todos de él, mi cuerpo es esto”
-Padre nos parte el pan, y aunque no sabe
Que estas palabras son toda una clave
Lo hace con seriedad y grave gesto-.

Pasa de mano en mano el trozo honesto
De ese pan que nos sacia y que nos cabe
Cual cabe al capitel el arquitrabe
Para que siga el edificio enhiesto.

Y tal como en la misa  se recibe
La comunión, con suma reverencia,
Lo atenaza la mano firmemente.

Porque el pan es de Dios,  y la conciencia
De ese gesto sagrado sobrevive

En el viejo zurrón del subconsciente.

viernes, 13 de marzo de 2015

LA OTRA MIRADA.

La otra mirada.-
(Artículo para ser publicado, en principio en la Revista de Semana Santa 2013)

Hay dos fechas señaladas: Navidad y Semana Santa,  que hacen referencia a la vida de Cristo. La del Nacimiento, alegre, bullanguera, como corresponde a una gran celebración. Las calles se iluminan, los comercios ponen alfombras rojas en sus puertas con sendas macetas decoradas con  ramas de acebo, o pequeños y representativos  pinos; los villancicos con sus letras de esperanza inundan de alegría las calles principales, en las que una chiquillería en época vacacional, se asombra y se emociona al paso de algún rey de alquiler, o a la vista del juguete soñado desde que alguien hizo que lo soñara a través del televisor. La gente se saluda, se desea felicidad, prosperidad, salud, buenaventura,  y toda aquello que, en fin, se puede desear a quienes, por unos días, nos caen un poco mejor que de costumbre.
Tras corto intervalo de tiempo, nos encontramos con la Semana de Pasión, en la que aquel Niño, del que hace nada celebrábamos su venida, va a ser acusado, procesado y ajusticiado de manera cruenta e ignominiosa. El Niño Jesús, es hoy Jesús, el hombre. Y el peso de su Cruz, al paso por las calles de Manzanares, hará brotar fervorosas lágrimas en algunos de los rostros que aguardan su paso desde las aceras.
Como casi siempre sucede, es el corazón, y no la razón el que mueve a las multitudes. Lo era entonces, cuando el pueblo entero pedía a Poncio Pilatos la crucifixión de Jesús y lo es ahora, ante la cruenta exposición de las imágenes que nos han legado los artistas imagineros a través de la inspiración o del propio sentimiento.
Pero lo cierto es, que si tuviésemos que ponerle rostro a un hombre que vivió hace dos mil años y del que apenas existen vestigios, no sabríamos por dónde empezar. ¿Sería alto, sería atractivo, sería, rubio, sería moreno, tendría la voz grave, sería... cómo sería?
Todas las versiones de Jesús, que a través de la literatura, la pintura, la escultura, el teatro  o el cine, han llegado hasta nosotros, lo representan hermoso, no podía ser de otra manera. No es imaginable pensar que a Jesús le faltara algún diente, que le podía faltar, o que fuera cejijunto, o cargado de hombros. En esto, como en tantas otras cosas de la vida, mitificamos lo desconocido en función de la necesidad o la proyección del personaje. Judas siempre estará representado por un personaje de rostro maléfico, de mirada huidiza, de ademanes groseros. Posiblemente a alguien se le haya ocurrido pensar en el tormento que para el debió suponer ser el culpable de una muerte inocente y lo haya imaginado llorando arrepentido; pero esa no sería una imagen acorde con la naturaleza de lo que se representa.
Así es la Historia, porque así es el género humano. Nos basamos en el dicho, en lo oído a alguien que a su vez lo oyó. Ensalzamos o envilecemos a capricho cuando lo justo, mientras no se demuestre lo contrario,  sería el escepticismo.
Es por esa misma razón, por la que dudo que mi reflexión sea bien interpretada en estas páginas. Yo debería decir lo que se espera que diga alguien que colabora en una revista si no religiosa, al menos fervorosamente crédula. Pero si dos mil años de repetición no han servido para que la humanidad haya seguido el camino que Él nos impuso, ¿de qué sirven las palabras?
Seguiremos pasando sobre cadáveres, crucificando a inocentes, permitiendo que  mueran de hambre y de abandono aquellos que no han hecho otro mal que nacer en un mundo injusto.
Seguiremos criticando, zahiriendo, malmetiendo, mirándonos el ombligo, porque así, querámoslo o no, es el género humano. Seguiremos editando esta revista, representando estos sucesos, renovando estas imágenes año tras año, mientras el mundo se enzarza en guerras en nombre de palabras adocenadas y caducas como libertad, religión, raza...
Seguirán sucediéndose las estaciones, los siglos, las civilizaciones. Y loa hombres, siempre temerosos, seguirán eliminando a quienes supongan un obstáculo para la buena marcha de lo establecido, porque, querámoslo, o no, así es el género humano.
Sólo existe una palabra: Amor. Y Él lo dijo “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”
No haría falta nada más, pero tampoco nada menos.