Es
una estampa insólita; extraña y ambigua al mismo tiempo. A lo lejos, ahora, no
se recorta su silueta majestuosa; una especie de vestido de tul, deja entrever
sus esbeltas formas y uno se imagina que quizá aquello es la torre. Un equipo
de acróbatas, hace ejercicios pintorescos mientras los desocupados adolecen sus
vértebras contemplado la escena. Un funámbulo, colgado de la veleta hace dudar
al viento de su verdadera dirección mientras las palomas, sorprendidas, se han
echado al campo y acaban con los últimos guisantes que la falta de lluvia no ha
dejado germinar.
Un
cartel, en la verja de la iglesia reza: JUNTA DE COMUNIDADES DE CASTILLA LA
MANCHA - PATRIMONIO- . Es la luz verde al inicio de una obra largamente
acariciada. La torre, nuestra torre, ha enmascarado su silueta como si quisiera
hacerse partícipe de este carnaval adocenado en el que no ha quedado lugar para
la improvisación, y las cigüeñas han sobrevolado aquél fantasmagórico gigante
inseguras y asustadas y al fin, se han alejado por si las moscas.
La
torre, tan esbelta, tan nuestra ya por vida y referencias se ha perdido en la
noche sumiendo a nuestro pueblo en abandono. El faro de este mar de sequedades
ya no alumbra señero a quienes por nostalgia o por necesidad se quisieran salir
de la autovía. Hemos perdido el eje en torno al cual se cruzan los caminos
desde tiempos remotos cuando eran las cañadas el obligado acceso a nuestro
pueblo.
Pero
hoy, por fortuna, no es nada irreparable. Dentro de algunos días nuestra torre
volverá a resurgir de sus cenizas, si cabe más esbelta pues ya nuestro cerebro
habrá desdibujado su silueta. Dentro de algunos días, volverá a recortarse en
el paisaje de esta inmensa llanura el perfil espigado de su porte y Manzanares,
volverá a recobrar su identidad entre un tañido alegre de campanas.
Esta
restauración, justificada, hará que nuestra torre siga siendo ese símbolo que a
todos nos hermana, que a todos nos ayunta en esa conjunción de pertenencias.
Porque la torre es nuestra y en nuestro corazón algo se agita si después de una
ausencia la vemos nuevamente; así fu para mí, cuando en la mía , recordaba las
cosas más queridas. A la torre le he dicho lo que siento en versos de nostalgia:
"Campanario de mi pueblo / veleta que al viento gira / y al besarse con el
cielo / llena de emoción suspira"; o aquélla sensación que hasta mis ojos
llegó en forma de llanto: " Al volante del coche, ilusionado, / que
aceleras, pues has visto la torre / no es solo el automóvil el que corre / que
tu alma hace ya tiempo que ha llegado".
Si
alguna vez la historia, por algún necio error se repitiera, recordad que la
torre es intocable; que no hay nadie con más merecimientos para seguir erguida;
que a su sombra, nos hemos hecho grandes tantas generaciones que es casi maternal
el sentimiento que debe producirnos.
El tiempo, nuestro tiempo, es
ese instante mágico que el ojo ve y el corazón retiene.