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jueves, 23 de enero de 2014

DEL VINO Y SUS GENTES.

Semana de Pasión. El intenso frío, que ha llegado después de un prematuro verano, ha cogido por sorpresa la debilidad de unos brotes que ya habían iniciado su Víacrucis. Valga el símil, hecho desde el más profundo respeto hacia la Pasión de Cristo, para referirme a esta otra pasión que inicia su ciclo vital con un destino previsto: el de hacerse sangre - también de Cristo- de vida, en un proceso largo y laborioso, mezcla de cuidados y sortilegios, de ciencia y de clima, que harán que este proceso culmine en el retiro de la plácida tinaja que en el claustro maternal de la bodega, espera, impaciente, su primigenia derrama.

El vino y su entorno, como todas las cosas que ya tienen sentada su raíz en las tradiciones y en la cultura se alimenta de tópicos. )Qué no se habrá dicho ya del vino desde todas las vertientes, desde todas las voces, que definen su crianza, su bondad, su generosidad, su hidalguía, su solera, su ancestro... !de ahí las denominaciones de origen? El vino ha llenado y seguirá llenando hermosas páginas de la historia de nuestros pueblos; ha dado fama a nuestra región, a nuestras bodegas; los vinos de la Mancha, han conquistado los paladares exquisitos de medio mundo; (lástima que el otro medio se lo monte con brebajes de dudosa reputación) ha sido un excelente embajador, junto a nuestro sol y nuestra fiesta nacional que ha convencido a gentes de todos los confines de la tierra de que España es diferente.

Pero hay algo más: en palabras de Félix Grande, en su libro Memoria del Flamenco,@ el vino está vinculado a la memoria, en consecuencia también está vinculado a la vida@; de ahí que, en ocasiones, se necesite de su sabor para rememorar hermosas páginas de esa vida gastada.
AHay ! sigue diciendo el poeta!, un vino intermedio que no tiene relación con la memoria. Es un vino ruidoso que ayuda a hablar, a reír y, finalmente a dormir. Hay un vino trágico; un vino aislante, fronterizo, caído; lo beben quienes muestran una derrota y a la vez una desmemoria. Hay, por fin, un vino profundo ! un vino que está igualmente lejos de la trivialidad y de la venganza! es el vino de las solemnidades; el que bebe el cantaor de flamenco antes de iniciar su ayeo, su quejío; ese vino que empuja hacia su corazón, para apartar el olvido o la indiferencia”. Podríamos considerar, éste, como un acto de consagración en el que el cantaor se invistiera de unos atributos negados al resto de los mortales.

No es el vino, como todo lo excelso, algo de lo que se pueda o se deba abusar: podríamos caer  en el error de banalizarlo; de bajarlo del Olimpo ! donde Dioniso sigue festejando junto al resto de las divinidades, la cata de cada nueva cosecha! para arrojarlo a las cloacas; por eso hay que gustarlo con mesura, en el momento justo, en la ocasión pintada, aquélla en la que el alma pida hablar por su boca.

Después está el esfuerzo por descubrir su esencia; que son esas labores, en nada rutinarias, que se inician plantando una modesta rama, una débil promesa que formará la cepa de la que brotarán, traslúcidos, sus ambarinos frutos.

Y está la mano sabia, la trasmisión constante hecha de padres a hijos; el amor y la entrega generosa; la cultura ancestral de su cultivo laborioso y tenaz. Y está el Sol que dejará su huella en el azúcar; y la tierra que prestará calor a las raíces. Y está el lagar, por el que el mosto corre en ríos de ambrosía; y la tinaja austera, hecha también de tierra para que siga el mosto soñándose en la cepa. Y por fin el silencio, el reposo absoluto, la mutación radiante que dejará en los vasos el hermoso caudal de su misterio.

Qué deciros del vino que ya no se haya dicho por todos los que un día se sintieron artistas; por tantos valedores como tuvo, como siempre tendrá, mientras la Mancha no pierda su horizonte.

Qué deciros del vino de esta tierra que no dijera Sancho, el escudero de aquel loco imposible; o el último aprendiz de bodeguero que aún no acierta en su oficio de preparar las madres...

Humildemente, nada.


Si puedo, sin embargo, plasmar esta constancia de admiración sincera, por quienes han dejado en el vino tanto esfuerzo, tanta sabiduría, tanta alquimia prendida en la torcía de ese candil que un día les abrirá el camino para subir hasta el empotro donde las bocas anchas de las hervidoras tinajas, habrán dejado ya lugar para el reposo.

Antes no permitirán el acceso de ningún intruso que intente romper su intimidad; ni nadie, avezado en estas lides, se atreverá a cruzar esos metros que separan la puerta de la cueva de aquellas panzudas y aparentemente pacíficas estructuras que no se sabe por qué arte de encantamiento ocupan un espacio superior al de las entradas que la cueva/bodega permite, de lo que se deduce que, o bien fueron fabricadas en el mismo lugar que ahora ocupan, por hábiles alfareros venidos de otras tierras, o fueron trasladadas hasta su lugar de ubicación, en el mismo momento en que la tierra, horadada, dejaba lugar para ello. Sea como fuere, que más misterio no podrá haber, es el candil el que decide en qué momento se puede traspasar aquella intimidad sin riesgo de la propia vida. Y aún así, más de uno ha perecido en ese abrazo mortal con el que el vino concluye su advenimiento. Después, el paso quedará expedito para que comience el trasiego y el peregrinar de los caldos manchegos hasta allende los mares, donde su buena fama les hace partícipes de cuantas celebraciones, ritos y hermanamientos precisen de su confabulación.

No se conoce un tiempo sin vino; no un tiempo escrito. Desde que el hombre pudo dejar constancia de sus sueños, de sus pensamientos, de sus logros, ha sido, el vino, camarada propicio a la cordialidad y al buen entendimiento entre culturas y razas; algo así como la Pipa de la Paz que fumaban los indios americanos en épocas de armisticio.

Claro está que de su abuso, como de todo lo que exceda la normalidad, sólo pueden esperarse tristes consecuencias, penosos desarreglos de la personalidad y dependencias incontrolables que harán de quien en ello caiga enfermos irrecuperables que vivirán su vida en una tragicomedia constante.


Ya dijo alguien que todo lo bueno, o es pecado o está prohibido. El chiste !toda una sentencia filosófica!, es cierto si con abuso se procede; pero si el entendimiento anda en la justa concepción que de las dosis de placer puede admitir, el vino, nuestro más excelsa referencia, será recibido bajo palio, allí donde alguien intente la celebración de la vid