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miércoles, 22 de enero de 2014

MAR GRUESA

Sólo vi la entrevista al presidente del gobierno durante unos minutos, pero en ese poco tiempo me pude dar cuenta de que el Sr. Rajoy estaba sobre aviso, iba a la defensiva, se escudó en monólogos y repitió esas consignas a las que ya nos tiene acostumbrados: La infanta es inocente, no subirá el IVA, se solucionará el paro, no permitirá el desmembramiento de España, apoyará a sus ministros porque han tenido que tomar decisiones difíciles. Y sobre todo, ha insistido en que la situación está mucho mejor que la que se encontraron a su llegada. Dicen de los gallegos que nunca se sabe si suben o bajan. Creo, por supuesto, que es una generalidad como tantas, un tópico, un estereotipo… Aunque vista la actitud de D. Mariano, uno no sabe que pensar. Porque D. Mariano, como dijo la entrevistadora (que fue incisiva, mordaz y probablemente poco delicada) es un personaje correoso al que es difícil conseguir sacarle titulares. A mí, lo que realmente me sorprende es que, ya mediada la legislatura, sigan echando balones fuera y cargando culpas a los que ya no están, como si los que ahora gobiernan hubieran venido de algún otro planeta en el que se desconocían los malos momentos por los que atravesaba España. Y es que, pienso yo, tan culpable es el gobierno que se desmanda como la oposición que no sabe poner freno a los desmanes. Aquí sí que viene a cuento ese refrán que dice que cada cual arrima el ascua a su sardina, porque eso es, al parecer, lo que han estado haciendo todos: Los unos mirando hacia otro lado para que nadie se fije en sus propias andanzas; los otros negando la mayor cuando se veía patente que íbamos de mal en peor. Y así seguiremos mientras no haya alguien capaz de dar la cara como se debe: saliéndose de esos círculos viciados en los que el poder está maniatado. Mientras tanto, el sistema capitalista haciendo aguas que, por mucho que se tapen las brechas, no hay manera de achicar. Y es que, el sistema (el menos malo de los sistemas democráticos, según dicen), se basa en un constante consumismo que hace que todos vivamos por encima de nuestras posibilidades. Una continua huida hacia delante para evitar el hundimiento que, a la postre, será inevitable si no se toman remedios que no sean de manual. Porque vamos a ver: hasta que a alguien no dio el frenazo que nos ha catapultado a la pobreza, España era un país en auge. Había trabajo, la gente se endeudaba porque podían responder a esas deudas, dadas las facilidades que los bancos ofrecían y a unos salarios que gozaban de buena salud. Seguíamos huyendo hacia delante pero parecía que los resultados eran buenos (esto es lo que se trasluce a nivel doméstico) y nadie parecía poner en duda aquello que algún político acuñó de que “España va bien”. Y realmente iba bien en lo que se refiere a consumo; un consumo que a todos alegraba y al que nadie le hacía ascos. Pero ¡ay! Ahí estaban los guardianes de la indisoluble Europa poniendo freno a lo que es estimaba un país en bancarrota. Había que tomar medidas drásticas. Y se tomaron. Tantas que hundieron el sistema. Porque no olvidemos que gracias al sistema, el gobierno llenaba sus arcas. Ahora no hay dinero ni para el gobierno, aunque los más sigamos pagando impuestos religiosamente (mientras podamos); impuestos que no dan para mucho según parece, por lo que hay que subir y subir hasta que las ubres de la vaca se sequen y ya no haya de dónde sacar. En fin, no sé si doctores, pero asesores, supongo que bien pagados, sí que tienen los que gobiernan. A ellos, asesores y gobernantes, les corresponde sacarnos de este pozo en el que nos han sumergido antes de que el agua nos llegue a los ojos. Ya nos llega a una altura alarmante; a la que le llegaba al conde de Romanones…