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lunes, 6 de enero de 2014

DANIEL *, mi amigo.


Este trabajo fue escrito en el año 2005, a raíz de su fallecimiento.


Estoy aquí, Daniel, hurgando en el pasado; buscando esos momentos en que fuimos inocentes. Nuestros primeros juegos en la calle de las Corpas, cuando un buen día apareciste por allí y con tu voluminoso culo, diste un empellón a mi hermano que hacía de potro en el juego de la pídola. Fue buena tu entrada en nuestras vidas. Desde entonces, y durante muchos años ( todos los de la adolescencia y la juventud), fuimos amigos. Compartimos colegio, ilusiones, sentimientos -este que ahora tengo al dirigirte este triste escrito- ; compartimos tantas cosas, que sería largo de contar, y a quién le importa.

Fuiste un buen muchacho, ejemplar muchacho ( qué duro es decir fuiste cuando aún tu cuerpo está como dormido), de aquellos que todos quisiéramos como hermano, como amigo; generoso siempre, entregado a la música que era un reto que tu abuelo se había impuesto para ti.

De tu mano inicié mis primeros pasos en la música, en la que anduve poco, tengo que reconocerlo, pero lo suficiente para acompañarte en aquellas noches de ronda, o en aquella orquesta con nombre americano LOS KENTON a la que dedicaste tanto empeño, o en nuestra querida banda de música, municipal primero, privada después, con la que descubrimos un nuevo y entrañable mundo.

Fue después en Madrid, siendo tú, ya,  profesor de su banda municipal - todo un triunfo- y yo un humilde provinciano recién llegado a aquella pensión en la calle Menéndez Pelayo. Recuerdo tus actuaciones en el Parque del Retiro, tus palabras de ánimo para aquél primer trabajo que yo conseguí y que alternaba con mi servicio militar, tu sincera alegría cuando veías que mi camino se iba afianzando.
Pero de nada sirve llenar ahora páginas desde el recuerdo, aunque sea éste el que nos ha mantenido unidos durante los últimos años, cuando ya nuestra relación, por causas naturales era la propia de adultos que viven en ambientes distintos.

Fuiste un merecido Sembrador, porque a nadie se le escapaba tu amor por Manzanares, tu constante apoyo a todo lo que pudiera mejorar el ambiente musical; tu decisiva intervención para que Manzanares contara con un Conservatorio; tus actuaciones con tus compañeros de la Orquesta Nacional de España - máxima aspiración de cualquier músico en nuestro país y a la que meritoriamente accediste-  en esta banda humilde que se crecía con vosotros, dando, bajo la batuta de otro ilustre manzanareño, José Sánchez Maroto, conciertos inolvidables.

Nadie podía imaginar que nuestro Gran Teatro tuviera el honor de recibir a la Orquesta Nacional de España, tan solicitada, tan grandiosa, tan inaccesible. Y aquí estuvo, y aunque tú nunca dijiste que fuera gracias a tu mediación, todos sabíamos que fue por ello por lo que la ONE actuó en Manzanares. No te gustaban los homenajes hacia tu persona, te gustaba estar en la sombra, disfrutar de tu pueblo que visitabas cuando los demás se iban de vacaciones a las abarrotadas playas.

Esta mañana he salido a la calle; el cielo, después de una temporada de lluvia estaba de un azul inmaculado; ni una pequeña nube presagiaba tu ausencia; el jardín  de la Plaza de las Palomas - ese que a ti te gustaba contemplar desde el Josito a altas horas de la madrugada- brillaba con el mismo esplendor de otras primaveras; la banda, tu banda, estaba preparada para interpretar una marcha fúnebre en tu honor, las campanas tañían por tu muerte, por todas las muertes que, inexorablemente se irán produciendo Y es que eso somos, después de todo: el diente de un engranaje que se va reponiendo a medida que otro desaparece. Nada más y nada menos.

Han dado la noticia de tu fallecimiento. Has hablado desde un pasado aún reciente. Hay consternación y asombro en quienes te conocen y te quieren. Nada distinto a lo que ocurre con todos los muertos. Reposarás aquí, junto a los tuyos, en la paz del camposanto del pueblo que te vio nacer. Con tu vida, te has ganado un bello epitafio que, sin duda, alguien pondrá sobre tu lápida. Descansa en paz, amigo.



* Daniel Francisco González-Mellado Marruedo. Músico. Inició sus estudios en la Banda Municipal de Manzanares y los finalizó en el Conservatorio de Madrid. Fue profesor en la Banda Municipal de Madrid y posteriormente, por oposición,  en la Orquesta Nacional de España, donde desarrolló su actividad, bajo la titularidad de trombón bajo hasta su muerte acaecida en el año 2005, a los cincuenta y cinco años de edad..
Fue constante colaborador de nuestra banda de música siempre que su tiempo se lo permitía.
En Manzanares se celebran unas jornadas musicales que llevan su nombre.
Estaba en posesión de la Medalla de la Orden de Isabel la Católica.