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miércoles, 8 de enero de 2014

EL EURO, ESE SUEÑO.

Llevamos ya más de una década con la moneda única. No sé quién nos vendió la sibilina idea de que con el euro tendríamos todas las ventajas de la Europa comunitaria. Y es posible que España, a nivel de estado, y cuando era un país receptor neto, es decir, recibía más que entregaba,  se beneficiara  con las ayudas económicas que convertidas en euros llenaban las arcas del estado y de todos los recepcionistas que por alguna razón tenían derecho a ellas. Así, enormes latifundios improductivos, recibieron fructuosas ayudas de la PAC (Política Agraria Comunitaria); en general todos los agricultores se beneficiaron de unos ingresos que el campo no daba y que les permitieron arreglar sus casas, renovar la maquinaria, comprarse fincas, etc. Y supongo que todos los sectores de la economía española se beneficiaron en igual medida de subvenciones europeas  Los ayuntamientos remozaron sus pueblos y ciudades, se renovaron carreteras, se crearon aeropuertos y hospitales, residencias de ancianos, escuelas… España dio un salto cualitativo que nos hizo afirmar (les hizo afirmar a nuestros gobernantes) que éramos la décima potencia europea.
Pero llegó la época de las vacas flacas, de los recortes en las subvenciones, de la mayor aportación española a la comunidad, del desplome del ladrillo… y nos dimos cuenta de la cruda realidad: éramos pobres. Pero pobres de solemnidad. Y lo que es peor: endeudados hasta las cejas. Si ahora hablamos de corrupción, de gastos superfluos e innecesarios y de toda la letanía de errores que nos asolan, no sé qué habrá ocurrido en estas décadas en la que el dinero ha entrado a mares. Lo que está claro es que no hemos sido previsores, que no hemos creado un tejido social compacto y que estamos a verlas  venir. Y ahora la pregunta: ¿nadie de los que tenían la obligación de saberlo  se daba cuenta del asunto? Y la respuesta: parece que no. Aquí nos vendría bien la fábula de la cigarra y la hormiga: hemos cantado tan alegremente como ahora lloramos nuestro infortunio.
Y es ahora cuando intuimos (nosotros sólo podemos intuir, imaginar –no tenemos nivel para otros análisis-) que el euro nos está asfixiando. Sí, porque la proporción salarial entre unos y otros países de la Europa comunitaria es tan desfasada que lo que a los ricos enriquece, a los pobres empobrece. Nuestros salarios siguen siendo depreciados por las congelaciones y por las subidas de todos los productos; el comercio, incluso en épocas de rebajas, se queja de una  facturación que nos retrotrae a años del pasado siglo y de unos impuestos que ya casi nadie puede pagar; el paro, salvo oscilaciones propias de determinadas épocas, sigue estancado.

Ya sé que es una estampa pesimista para un principio de año. Yo quisiera tener motivos para el optimismo, y contagiarlos. Claro que si estos motivos existieran realmente, se notaría en el ambiente y no haría falta que nadie diera ánimos. Mientras tanto, y como mal menor, sólo nos queda el recurso del pataleo, porque ¿qué otra cosa podemos hacer?