Barrunto que no tardará en llegar el día
En que, como hiciera mi padre,
No querré volver a levantarme de la cama
Y esperaré tranquilamente el final.
Es probable que, como él, diga a mis
hijos:
“Cuidad de madre, no sea que al ducharse
Se caiga en la bañera”
Y abanicaré despacio ese calor mortífero
Que precede al trance.
Saber que ha llegado la hora
Es una cuestión de disposición;
De valor, si la expresión no os parece
dura.
Yo quisiera tener ese valor,
Me estoy preparando para ello.
Por eso me acuerdo de quienes me
precedieron
De su manera de hacer frente
A esa nueva dimensión del no ser.
Puede que, al final, la misericordia
Nos preste la necesaria resignación,
E incluso lleguemos a pensar que, salvada
la distancia,
Nos encontraremos en un maravilloso lugar
En el que las aflicciones de la vida
habrán desparecido.
No sé, cada quién tendría una tabla a la
que agarrarse
Para impedir que esa corriente
vertiginosa nos anule.
Pero también es probable que el miedo nos
atenace
Y a pesar, de nuestros firmes propósitos
Cerremos los ojos fuertemente
Para no imaginar la soledad a la que
estamos predestinados.
Porque no os confundáis.
Este es un poema con trampa,
Pues mientras con mis palabras os exhorto
A que os preparéis para el tránsito,
Mi mente piensa que mañana volverá a
lucir el sol
Y yo tendré la fortuna de volver a verlo.
Y abrigo la esperanza de que la vida
sea magnánima conmigo
Y me conceda aún largos años de
existencia.
Es lo que casi siempre le suele ocurrir
al poeta
-quizá por eso, Pessoa lo tildó de
fingidor-:
Que tiene la habilidad necesaria para
enmascarar sus sentimientos,
Para ofrecernos una visión más o menos
idílica pero siempre manipulada;
Que olvida su condición de pobre mortal
Para dejar caer ese ramalazo de eternidad
que acaso ni imagina.
Por eso mi esfuerzo de ahora mismo
Va dirigido a haceros ver las dos caras
de un mismo sentimiento.
Porque
puede que yo sea poeta
Y quiera que lo que escribo
Tenga ese sentido de trascendencia que
pretendo.
Pero soy humano
Y estoy atenazado por las dudas y los
miedos
Que corroen a todos los humanos sin
excepción.
Sólo el instante tiene la respuesta.