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sábado, 2 de agosto de 2014

EL ALMENDRO.

I

Porque soy de una tierra seca como el esparto
donde la piedra es nido para que el sol la acune,
porque en este paisaje huraño del que parto
apenas una sombra de espigas nos reúne,
porque la luna asoma su corazón de estaño
sobre esta vastedad de suelo a contravida,
porque se anega el alma de soledad y extraño
las manos que la ausencia llevó de amanecida,
porque es el tiempo un luto por tanta vida rota
y se mueren de olvido las antiguas querencias,
porque apenas un árbol se asoma en la remota
vastedad de estos llanos cuajados de inclemencias,
porque recuerdo un tiempo de corazón y apuros
bajo la ardiente imagen de un florecido anhelo,
porque la infancia habita tras insondables muros
y se me va perdiendo el ímpetu del vuelo,
quiero volver la vista a ese recuerdo amigo
de un almendro que aún vive plantado en mi memoria,
acaso voy en busca del único testigo
que tiene entre sus ramas retazos de mi historia.

II

El mundo era un silbido de trenes a lo lejos
un humear que el viento robaba a la llanura
un sol que desgajaba metálicos reflejos
al avión que, raudo, surcaba  aquella altura .
El mundo era el almendro que al lado del camino
se cuajaba de flores de exótica  belleza
el mundo era mi padre contento de su sino
aunque fuera su sino de una extrema dureza.
El mundo era aquel fruto tan dulce como un beso
que en capachos de esparto llegaba a la bodega,
el mundo era, en resumen, el lógico proceso
de un alma que iniciaba sus sueños de andariega.
No sé por qué el recuerdo me llena de añoranza
si al decir de los muchos era una vida ingrata,
acaso porque siempre buscamos semejanza
entre aquello que somos y aquello que nos ata.
Y a pesar de los muchos caminos recorridos,
uno vuelve los ojos al lugar de la infancia
y llega a comprender,  hurgando en los olvidos,
que entre el ayer y el siempre, apenas hay distancia.

III

Bordaban los vencejos su vuelo matutino
al filo de una hermosa mañana de vendimia
caminaba la mula con su paso cansino
mientras yo imaginaba una inocente alquimia.
El almendro aguardaba como un fauno travieso


la carga que mi padre llevaba a la bodega
y así, como al descuido, con su ramaje espeso,
se apoderó del garfio, tan preciso en la briega
de mover los capachos enganchado a su esparto.
No es nada de importancia, mas perdura el recuerdo
después de tantos años, después de tiempo harto,
en estos pajonales de infancia en que me pierdo.
La historia es tan sencilla que casi no me atrevo
a desgranar en verso la solución al caso
pero también hay algo que me dice que debo
buscarme en claridades al borde de mi ocaso.
Ufano de su logro aquel almendro altivo
mostraba su conquista pendiendo de una rama.
Ya ustedes se imagina que fue lo sucesivo:
Descolgar, entre risas, la labriega oriflama.

IV

Acaso lo curioso de toda esta odisea
no sea sino el poso del rústico suceso
acaso no es la vida, por mucho que se crea,
más que un recuerdo vivo que aguanta por su peso
entre todo el bagaje que nos cabe en el alma
y  aguarda allí, impasible, el momento preciso
en el que la memoria se desande en la calma
de un hombre al que ya solo le cabe el paraíso.
Después de tantos años volví a andar el camino
en el que el viejo almendro aún vive en soledumbre
y me llenó de gozo saber que, mortecino,
aún por abril destellan sus ramas como lumbre.
Yo te venero almendro, pues eres la inocente
razón de que mi sangre florezca en un poema,
de que este último tiempo que amenaza doliente
se agarre a tu recuerdo como una estratagema
para hacer que la espera no resulte enojosa
ahora, cuando sabemos que ya la pasajera
vida nos va poniendo al borde de la fosa
como a vencidas ramas de vieja enredadera...