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lunes, 4 de agosto de 2014

DOS GARDENIAS.


... Dos gardenias para ti, con ellas quiero decir, te quiero....

Bailaban abrazados, cada uno en el corazón del otro; en el hueco del corazón del otro. Las palabras, tímidas al principio, se hicieron confidentes susurros, elevándose y descendiendo por la piel,  electrizándolos con su magnetismo incontrolado. Nunca antes había sido así. O sí...

La vieja gramola reproducía el disco de "Antonio Machín", aquella melodía con la que se conocieron hacía tantos años que ya amarilleaban el color del hermoso pelo de Jacinta. Más que bailar, se apoyaban el uno en el otro arrastrando los pies sobre el impersonal suelo de aquella habitación de la residencia de ancianos a la que habían decidido ir a terminar sus vidas.

Manuel levantó la cabeza y miró los hermosos ojos que, a su vez, lo miraron. Intentaron una sonrisa, una lágrima, o tal vez ambas cosas. Puede que fuera por la melodía, rescatada de su juventud, que sonaba de manera clandestina a altas horas de la madrugada.

 ¡Cómo se entere Sor Juana...! - sonrió con complicidad Jacinta .  -¡Tonto!, dijo en un tono que quiso decir te amo.

Por su mente desfilaron, como en un vuelo, los más vívidos instantes de su vida en común;  daguerrotipos de viejas secuencias que, ahora, cobraban inusitada nitidez : Manuel en el servicio militar, Manuel en su Gordini de segunda mano saludándola a la puerta de su casa, Manuel con su traje de novio aguardándola en el altar... Manuel, siempre Manuel. Ni los cinco hijos habidos en su matrimonio pudieron apartar de ella esa sensación de dependencia. La enamoró de él, su ensortijado pelo negro, ¿negro?, ¡fue negro!  sus ojos de azabache que siempre le parecieron tiernos; sus manos que siempre le infundieron serenidad.

Estamos juntos, pensó. Aún estamos juntos...Te adoro, mi vida...,la voz de Machín sonaba queda, sugerente, armoniosa. ¡Como se entere Sor Juana...! No dejaba de hacerles gracia aquella travesura. Era el día de San Valentín y ellos aún estaban enamorados. Si Sor Juana llegaba, ya les dirían  que estaban celebrando el día del Amor.

Cuando decidieron venirse a la residencia sólo pusieron una condición, que les dejaran tener su vieja gramola y su colección de discos de pizarra. Eran sus señas de identidad. Lo demás no importaba tanto. En el camino se habían ido quedando cosas inservibles: lavadoras, algún televisor, radios... pero aquella gramola la trajo Manuel de Canarias cuando estuvo allí haciendo el servicio militar; al arrullo de su música habían celebrado todos los acontecimientos felices que les habían sucedido a lo largo de su vida. Y éste, a pesar de la circunstancia, era un momento feliz.

Estaban aquí por expreso deseo; no quisieron importunar a sus hijos, todos lejos, ni supieron dejar el pueblo del que apenas habían salido.

...Pónle toda tu atención, porque son tu corazón, y el mío... Te quiero, dijo Manuel, mientras una lágrima rodaba por su mejilla. Te quiero, dijo Jacinta, secándosela con un tembloroso beso.

- ¡Vaya -se oyó una voz en el pasillo- con que tenemos jarana!

Se miraron como dos niños traviesos que hubieran sido cogidos en el momento de su travesura. Con sigilo apagaron la gramola y la luz de la habitación. Llegaron a la cama entre jadeos nerviosos . Por la ventana, como signo de complicidad, se  filtraba la tranquila luz de la Luna.

...Pero si un atardecer, las gardenias de mi amor se mueren... susurró Manuel al oído de Jacinta.

-Nunca morirán. ¡Nunca..!