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jueves, 6 de febrero de 2014

SUEÑOS


Cuando Víctor se contemplaba en el amplio espejo de su cuarto de baño, se veía hermoso. Era un hombre de unos treinta y ocho años, de rostro agradable , pelo negro encrespado , ojos como el azabache que sonreían pícaramente cuando los cruzaba con los de alguna guapa moza -porque Víctor era mujeriego hasta el delirio- , dientes de anuncio de dentífrico que enseñaba pródigamente en una risa franca y contagiosa ... Y un lunar - marca de la casa- en el lóbulo de la oreja  derecha que a saber porqué tenían todos los varones de su familia.
En su recorrido matinal frente al espejo contempló su recia musculatura, sus proporcionadas medidas que denotaban un esforzado trabajo de gimnasio , la elasticidad de sus tendones, dibujados a lo largo de todo el cuerpo... Decididamente, Víctor , se sabía hermoso y se preocupaba por mantener esa donosura corporal.
Como cada mañana,  preparó las tostadas  untadas en queso y miel, mientras  escuchaba en la radio a su cantante preferido , Juan Manuel Serrat - al que imitaba con verdadera maestría- y miraba, levantando el visillo de la ventana de la cocina , hacia la terraza del ático C, donde su vecina , en ajustado maillot, hacia unos ejercicios de aeróbic de sensuales movimientos. Víctor se relamía -es de suponer que por la miel - y sus ojos de fauno, chispeaban jubilosos mientras una sonrisa de íntima satisfacción inundaba su rostro.
Podía decirse que la vida había sonreído a Víctor en términos generales; disfrutaba de un hermoso ático en una zona tranquila de Madrid; tenía un trabajo -nada rutinario- por el que se consideraba bien pagado y que le dejaba bastante tiempo libre, tiempo que utilizaba en visitar museos, o en hacer excursiones en metro y autobús hasta los confines de la ciudad descubriendo un Madrid distinto en cada una de ellas; un Madrid que le fascinaba por su heterodoxa complejidad y del que no se marcharía por nada del mundo a pesar de que las grandes ciudades tuvieran ahora, villanos detractores y estuvieran contaminadas en exceso. Recordó -eran frecuentes esos recuerdos últimamente- aquellos tiempos de su infancia en aquél pequeño pueblecito manchego,  en el que sus padres,  humildes labradores, se ganaban con dureza un exiguo sustento que apenas cubría las más primarias necesidades. Ya entonces, Víctor se sentía distinto; algo , en su corta edad, le advertía  que él era especial. Era inútil que su padre, un rudo labrador, intentase hacer de él otro rústico al uso sin más conocimiento que las cuatro reglas aprendidas en los inviernos lluviosos -aprovechando ese tiempo en el que no se podía trabajar en el campo- y una dificultosa manera de juntar las letras que quería parecerse a saber leer.
Fueron, después,  los primeros años de su juventud difíciles de asumir; Víctor comenzó a darse cuenta de su entorno y de las limitaciones que a su peculiar personalidad le iban a suponer aquellos estrechos horizontes  entre gentes zafias y jóvenes condenados, desde su nacimiento, a llevar una vida anodina y vulgar.
Fue una mañana lluviosa y triste la que Víctor escogió para abandonar su pueblo. Atrás iba quedando, difuminada en la linea del horizonte , la silueta de la esbelta torre emergiendo sobre el puñado de casas de planta baja que configuraban la aldea; atrás quedaban unos padres que quizás no entenderían esta huida -escuetamente aclarada en una nota de torpe letra sobre un rugoso papel de estraza-,  pero que pronto volverían a enfrascarse en sus tareas intentando convencerse de que estas cosas pasan y que después de todo, Víctor, pertenecía a otro mundo...


Una nueva mirada tras el visillo, le devolvió a una realidad mucho más confortable. Ahora Víctor  se sentía feliz, había triunfado. Tal vez era un triunfo inusual,  pero a él le llenaba de legítima alegría. Su titánico esfuerzo para hacerse a sí mismo había dado unos resultados óptimos.  Desde aquellas frías noches de estaciones y bocas de metro; desde aquellos refugios para indigentes en busca de unas migajas de calor humano, Víctor,  había conseguido un lugar en la vida; un pequeño lugar en el que sentirse digno y respetado.
Fue en un programa de televisión -pionero en acercar lo anecdótico a las pantallas -donde Víctor de forma ingenua y espontánea se asomó a millones de hogares pidiendo una oportunidad para ser en la vida. Su tremenda disposición, su rostro franco y la vehemencia de sus manifestaciones le granjearon simpatías que nunca  antes había conseguido; y, lo que fue decisivo, algunas ofertas de trabajo que le permitieron iniciar una nueva etapa de su vida.
Se decidió  por la oferta que mejor iba con su personalidad extrovertida y comenzó a trabajar de camarero en un bar de la calle Atocha; con el primer anticipo de salario, pagó una pensión modesta en la calle Mesón de Paredes, donde una mujer, entrada en años ,  se esforzaba en dar a aquél lúgubre lugar una remota sensación de hogar.
Lejos de amilanarse, Víctor se consideró afortunado;  aquello era el comienzo que tanto había deseado. Desde aquél instante, se apresuró a desarrollar unas aptitudes naturales que se fueron encauzando gracias a su enorme tesón. En su modesto cuarto -una habitación interior con un ventanuco en el techo por donde la luz se tamizaba en penumbra- hurtando al sueño infinidad de horas, Víctor comenzó a leer de manera desordenada todo lo que se ponía al alcance de sus ojos; hasta que poco a poco, su cerebro fue desarrollando los mecanismos precisos para seleccionar las lecturas más acordes con sus propósitos. De esta manera , y aún a riesgo de ser reprobado cada noche por aquella voz regañona: -Esa luz ,muchacho, ¡apágala de una vez ! - iba descubriendo un mundo maravilloso en aquellos hermosos relatos que su cerebro febril , grababa de forma indeleble. Paralelamente, comenzó a emborronar cuartillas con una torpe letra que, poco a poco, fue adquiriendo rasgos de acusada personalidad. Y en un cuaderno, a manera de diario, fue  escribiendo sus impresiones, sus sueños, sus desánimos, sus propósitos...
Sonreía Víctor frente al espejo del pasillo y el azogue le devolvía la sonrisa de un hombre feliz; el reloj de pared dio las campanadas -en forma de conocida melodía - de las nueve y media; solo faltaba una hora para le entrevista con aquél periodista -el Loco de la Colina creía recordar que le llamaban- que quería entrevistarlo en su programa de media noche. Este sería el colofón y el reconocimiento a su particular trayectoria vital...


No pudo evitar, en este punto,  recordar la mirada fija de aquél hombre que una mañana de Domingo -hacía ya diez años - le abordó de manera directa mientras secaba las cucharillas del café.
- Muchacho, ¿Quieres ganar dinero?
- Qué pregunta ¿Y quién no?  -dijo Víctor , ojo avizor.
- Ven a verme a esta dirección el día que libres, dijo el hombre alargándole una tarjeta, de la misma manera que él había visto hacer  en algunas películas.
Aquello le pareció extraño, pero avivó en él unos deseos largo tiempo  adormecidos por esta situación estable a la que se había acostumbrado y que le permitía ir saliendo con relativa comodidad.
El miércoles era su día libre. Muy temprano se levantó para ir a aquella dirección en las afueras de Madrid. Era una casa grande rodeada de jardín, donde un hermoso ejemplar de pastor alemán daba furiosos ladridos avisando de su presencia.
-¡Calla Yaco! -reprendió aquél hombre con voz autoritaria-. Entra, dijo franqueando la verja.
Aquél hombre hablaba claro y conciso. El trabajo era duro y arriesgado -pero estoy  convencido , muchacho , de que tienes las aptitudes necesarias-...


Su cabeza era un torbellino. Esto era lo que él había soñado desde el día en que , siendo niño,  su padre lo llevó a la feria del pueblo vecino a ver aquél espectáculo,  que todavía recordaba, soberbio.
Dijo adiós al bar y a las gentes que le habían ayudado en sus comienzos. Víctor era un hombre agradecido y había cogido cariño a aquél matrimonio que siempre le trató con respeto. Pero el gusanillo que se había despertado en su interior era superior al compromiso contraído en los últimos años con aquella buena gente. Por otra parte, su sentido de la responsabilidad le afirmaba que no le  habían regalado nada, que todo se lo había ganado con su trabajo serio y profesional. Y que si ahora había llegado el momento de comprobar si era capaz de lograr otras metas, no debía renunciar a intentarlo.
Fueron meses de intensa preparación, de entrega ilusionada, de esfuerzo desmedido. Aquél trabajo, prometía un cambio decisivo en todos sus esquemas. Era tan distinto, tan completo, tan creativo, que no podía imaginar nada más gratificante.
Se integró en un equipo ( cuadrilla la llamaban ) con el que entrenaba incansablemente en un amplio recinto de aquella casa grande; pronto, dada su natural condición física destacó sobre los demás.
Bravo  muchacho -le dijo un día aquél hombre que nunca le llamó por su nombre; ya estás preparado. El próximo Domingo toreamos en Manzanares...
¡Manzanares!. Ese era el pueblo al que su padre lo llevó cuando era un niño a ver aquél soberbio espectáculo que tan honda impresión le causó. Y ahora, él, iba a torear allí de primera figura...
El Domingo lució un sol espléndido. La plaza estaba abarrotada de un público entusiasta que esperaba con impaciencia el inicio del espectáculo.
Víctor y su cuadrilla, vestidos de luces , iniciaron el  paseíllo de rigor hasta llegar al palco presidencial. El presidente dio su permiso para que comenzara el espectáculo. Sonó el clarín...


El timbre del teléfono le devolvió a la realidad. - Dígame...
-Soy la secretaría de programación de TVE Le recuerdo que está Vd. citado con  el Sr. Quintero a las diez y media de hoy, dijo  la voz de tono impersonal.
-No lo he olvidado, respondió Víctor. Ya salía para allá.
Salió a la calle seguro de sí mismo; un tanto vanidoso -pecado al que aún no había sabido sustraerse -. Pronto el tráfago de Madrid lo engulló sin miramientos.
- Taxi...
Habían transcurrido diez años desde aquella mañana de Domingo que cambió su vida. Su nombre había adquirido un prestigio que le acreditaba como uno de los mejores en su especialidad. No había feria que se preciara que no contratara a "Víctor el mancheguito". Y ahora esa entrevista...


Buenas noches , les habla Jesús Quintero desde su programa " El Perro Verde ". Como todos los jueves a esta hora, traemos hasta Vds., personajes curiosos, intrépidos, originales ; personas que han triunfado en alguna faceta de su vida a pesar de su destino. Nuestro primer invitado de esta noche es " Víctor el mancheguito ", el más espectacular torero cómico de todos los tiempos...


La cámara ofreció un primer plano de Víctor,  perdido en aquella silla en la que sus pies colgaban, acentuando aún más su pequeña estatura...