No sé si esto es
un cuento que aspira a ser gracioso, o una gracia que aspira a ser cuento. En
cualquiera de los casos, la historia es verídica y el protagonista es el que la
cuenta. Con un poco de mala leche, es
cierto, ya que uno tiene cierto sentido del ridículo. Pero como dijo no sé qué
torero: Lo que no puede ser, no puede ser. Y además es imposible. Que es como
decir lo hecho, hecho está. Y no tiene remedio.
Es el caso que mi
amigo invisible tuvo la ocurrencia de regalarme esta última Navidad una máquina
para cortar el pelo. Me hizo cierta ilusión pensar que tendría la autonomía
suficiente para no tener que depender del peluquero, que no siempre te deja
como tú quieres y nunca encuentras tiempo para ir a la peluquería. Pero no
puedo negar que también me produjo cierto temor porque mi pelo es fino y lacio
y no veía yo muy bien la manera de hacerme un corte de pelo decente. Pensaba yo
que ese tipo de máquinas era para quienes tienen el pelo fuerte y les gusta
echarse el uno; pero, una vez el demonio en casa, quién se resiste a la
tentación
Así que tomando
las precauciones habidas y por haber, leyendo y releyendo las instrucciones y,
todo hay que decirlo, con la ayuda de mi esposa, hicimos del cuarto de baño
salón de peluquería y pusimos manos a la obra. La cosa no salió todo lo bien
que yo hubiera deseado, pero con las palabras de ánimo de la concurrencia lo
dimos por aceptable.
Es entonces cuando
entra en la historia mi hijo Eduardo, que así se llama el pollo, es un
tardo/adolescente al que le gusta meter el moco en todas las paellas que se
cuecen. Y como él si tiene el pelo apropiado y le gusta echarse el uno, daba la
impresión de que el regalo que mi amigo invisible me había hecho con tanto
esmero, le viniera que ni pintado al niño -según
su madre, el niño,
va a ser niño hasta que se case-, que , ni corto ni perezoso se rapó haciendo
las delicias de sus amigos que también quisieron probarlo.
Echarle la culpa
de lo que me sucedió en la segunda ocasión que intenté cortarme el pelo, al
desordenado de mi hijo, puede que sea exagerado, pero a quién si no. Con toda
la parafernalia de rigor que la ocasión requería, hice los preparativos para la
nueva siega: Me puse sobre los hombros el peinador que por gentileza de la casa
viene con la máquinita - peinador al que por cierto le falla el cierre velcro y
tengo que sujetármelo con una pinza de la ropa-; puse el peine en el número
seis, ya que por mi cara alargada me va mejor el pelo un poco largo y llamé
a mi esposa para que diera comienzo a la
maniobra.
-Empieza por
detrás y de abajo arriba, le digo, a ver si se igualan los defectos del corte
anterior.
Mi esposa,
solícita, da la primera pasada y comienza a reír como una posesa. A mi esposa,
cuando ríe, se le mueve el estómago como barca en pleno vendaval, única razón
por la que noté que se estaba riendo, ya que la muy ladina, hacía ímprobos esfuerzos para que las carcajadas no la
delatasen.
-)Qué pasa?, digo asustado porque noto que el
corta césped casi me rebana la piel.
-Que esto está
mal, dice riendo ya a cara descubierta.
-Trae, le digo. )Cómo va a estar mal si la he puesto en el
número seis? Mira como no está mal, afirmo mientras me doy una pasada por la
patilla derecha.
Pero es el espejo
en esta ocasión, el que me confirma que algo va mal El espejo y las risotadas
que ya no disimula mi adorable esposa.
Fuera de mí,
observo la máquina.
-Es imposible, )no ves que está en el número seis? (Mira!
Es entonces, en
ese (mira! enérgico, en el
que me doy cuenta que a la dichosa maquinita le falta el peine protector. Es
decir, la he utilizado como si me hubiera pasado el cero. Más, como una
cuchilla de afeitar. Calvo, vamos, como Roberto Carlos.
Con un cabreo que
crece por momentos, busco al culpable que me indujo al error.
-¡El cabrón del
niño que se lo quitó y luego no lo puso en su sitio! -digo al borde de la
desesperación. (Y ahora qué hacemos!.
El ataque de risa
de mi mujer, ya es de antología, pero al final, los nervios por la difícil
solución del rapado se imponen.
-Habrá que tratar
de disimularlo.
-)Pero cómo vamos a disimular este carril en
el centro de la cabeza y esta patilla calva?
-Te lo pinto con
el lápiz negro de ojos y verás como no se nota.
-Pero tendré que
cortarme la patilla de este otro lado para que se queden las dos iguales, digo
con un manso conformismo.
Así que aquí
estoy: disimulando con carboncillo el destrozo que se ha producido en mi
cabeza y esperando que la naturaleza
siga su curso y empareje el desaguisado.
Ahora no sé que
excusas le daré al inoportuno, que siempre lo habrá, que me pregunte que qué me
ha pasado. Tendré que decirle que me han operado de un tumor, o que me están
dando quimioterapia. O es que es consecuencia del disfraz que tuve que utilizar
en carnaval...Todo menos decir una verdad tan evidente.
O contarles el
chiste de aquel que fue al peluquero y cuando éste le preguntó, )cómo lo quiere?, le dijo: Mire, la patilla
derecha me la deja cinco centímetros más alta que la izquierda; por detrás me
rapa y por arriba me lo deja largo. Ah, y el flequillo me lo corta a ras de
frente.
)Cómo voy a hacerle ese desaguisado? Replica
el peluquero con dignidad.)Por quién me toma usted?
No se sulfure,
amigo, dice el cliente. así fue como me lo hizo la última vez sin que yo le
dijera nada.
O aquél otro que
por entablar conversación con el peluquero del que era asiduo, aunque no amigo
como se verá, le dice:
-)Sabes, me voy a Roma la semana que viene?.
-)Y eso?, le dice el peluquero con no
disimulada envidia.
-Pues chico, a mi
mujer que le ha tocado un viaje para dos personas en el Ariel.
-)Y tu te lo crees? Venga hombre, no seas
ingenuo que te lo tragas todo. A lo mejor también te recibe el Papa en
audiencia, remata el esquilador con una envidia irrefrenable.
Algo mohíno por la
impertinencia del barbero, el cliente sale de la peluquería preguntándose: )Será verdad que esto del viaje será sólo
propaganda?
A los dos meses
vuelve a cumplir con el ritual del corte de pelo.
-Hombre, Manuel,
dice jocoso el peluquero. Qué , )ya has vuelto de Roma?
-Pues sí, ya he vuelto, dice, seco, Manuel.
-(Cuenta, cuenta!, el Papa te recibiría en
audiencia, )no?, dice el fígaro en el paroxismo de la
envidia.
-Pues sí. Aunque
te parezca mentira me recibió en audiencia., Por cierto, que cuando me
arrodillé para besarle la mano se fijó en mi cabeza y me dijo: -dime, hijo mío,
)quién es el hijo puta del peluquero que te
corta el pelo así?
Para concluir, les
diré que me lo he tomado a broma. No sé por qué, esto del pelo induce a la
risa, será por aquello de que borrico mal esquilado a los quince días
emparejado. Ya sólo me quedan diez días para que el dibujo de mi rostro vuelva
a tener su envoltura capilar como Dios manda. Hay cosas que duran toda la vida.
Y ese sí que es motivo de preocupación.