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lunes, 10 de febrero de 2014

EVOCACIÓN*

*Este artículo lo escribí hace veinte años ( que a pesar de lo que diga la canción, son muchos; sobre todo si sabes que otros veinte, difícilmente los vas a salvar).   el 0,7, fue un movimiento parecido al actual 15M. La gente tomó el Paseo de la Castellana y estableció allí sus tiendas de campaña durante largo tiempo. Reclamaban un impuesto a nivel de estado del 0,7 % para ayudar a los países del tercer mundo. He de confesar que no estuve allí. Y no puedo decir que me habría gustado, porque sonaría a falsa excusa. Lo cierto es que siempre ha habido censores del capitalismo; gentes que entienden la vida de otro modo y tratan de reivindicar sus postulados. Otra cosa cierta es que parece que el artículo no es tan viejo; que las similitudes con la actual situación lo mantienen latente. De ahí que ahora lo rescate del olvido...

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Tengo cuarenta y ocho años. Estoy, nunca lo hubiera imaginado, en el campamento del 0,7, intentando no sé qué. Debe ser importante a juzgar por el entusiasmo de los jóvenes que dirigen este evento. A ambos lados de la larga fila de tiendas de campaña, circula una inacabable procesión de vehículos, muchos suenan sus claxon como apoyo a esta manifestación que cada día se va alargando más dando a la ciudad un aspecto nómada y provisional( bien mirado nuestra estancia en la tierra tiene ese mismo sentido de provisionalidad), otros protestan, gritan frases que se pierden, pero que no parecen de apoyo; es lógico que haya opiniones para todos los gustos. Pero lo que más me ha impresionado, la razón por la que estoy aquí, es porque me parece que este campamento es el punto de partida de una nueva civilización. Una civilización en lucha contra el consumo y el sometimiento a unas leyes de mercado que exigen crear cada vez más necesidades para seguir dominando a un mundo que ha perdido el concepto de su individualidad. El campamento del 0,7, no es una llamada más de las muchas que últimamente vienen haciendo ecologistas y científicos para que seamos conscientes del enorme deterioro al que estamos sometiendo a nuestro planeta, el campamento del 0,7 es una muestra de que una sociedad joven y creada en el consumismo más feroz, ha dicho ¡basta! a un progreso sin base, a un desarrollo inhumano, a una robotización de  nuestro género que a finales del siglo xx quiere romper con tantas imposiciones absurdas para poder vivir de una forma adecuada a lo que la sociedad exige.
Es evidente que algo ha cambiado en el panorama económico, por mucho que los políticos se empeñen em decir que la crisis ha tocado fondo. Ha cambiado el sistema capitalista, en su voracidad por ser más competitivos, eliminando unos puestos de trabajo que nunca más serán ocupados por personas(como si una producción mayor pudiera ser consumida por quienes no tienen ingresos determinados por su renta de trabajo). Han saltado al panorama internacional unas potencias que, aletargadas durante siglos, han despertado a la producción y han desviado el rumbo de las multinacionales hacia esos sitios donde el costo es mucho menor sin tener en cuenta que no consiste en producir más o más barato, sino en consumir lo que se produce. Han desaparecido los oficios tradicionales que de padres a hijos o de madres a hijas creaban medios de vida, que no riqueza, suficientes para realizarse como personas: artesanos, carpinteros, marmolistas, agricultores, fontaneros, y todos los imaginables. Ahora nuestros hijos estudian en la universidad, carreras de futuro -porque el gusto o la vocación personal no suelen llenar el estómago o cubrir las numerosas necesidades de la sociedad actual-que luego servirán para sentirse traumatizados al no encontrar el puesto de trabajo adecuado. La universidad no forma, capacita a los más capacitados y desmorona a quienes lo son menos, en función de una masificación a la que no puede dar salida. Y así, un sin fin de causas para que la nueva sociedad que emerge, se plantee su postura ante la vida de una forma lógica y decidida.
Por eso, este campamento del 0,7, es algo más que una petición de solidaridad para con los más pobres, es, además, el cimiento de una nueva civilización, de una nueva filosofía, de un nuevo credo. Es, por fin, la respuesta de quienes deben orientar el futuro de la humanidad hacia una nueva cultura que elimine del progreso lo pernicioso y equipare a todos los pueblos y razas de la tierra.
Por eso yo, tímidamente, he llegado hasta aquí, tratando no de ayudar, sino de ayudarme. Quiero demostrar con esta experiencia, que se puede decir basta, que cada uno de nosotros, también puede contribuir a conseguir ese mundo que a todos nos gustaría, que esa frase de "pero que puedo hacer yo" es una simple excusa para no salir del ostracismo. Quiero que esta experiencia me acerque a mis hijos, quiero desterrar el miedo a no tener, a no poder, al frío, a la necesidad. Ya sé que és difícil, de eso se vale la sociedad de consumo: de nuestros miedos, de nuestras limitaciones.
Nunca en mi vida he sentido frío, ni un solo día me he acostado sin comer, cualquier contrariedad me hunde, por nimia que parezca; no digamos si falla el negocio. Miedo, miedo, siempre miedo. La vida es otra cosa, pero necesita de todos nosotros, de nuestro firme propósito de vivirla de otro modo para conseguir romper todas las vallas de protección que hemos ido poniendo a nuestro alrededor.
No quiero pregonar con esto la vuelta a las cavernas, pero desde luego retroceder hay que retroceder: Para seguir andando, para tener el coraje de ser personas auténticas, para compartir desde la necesidad porque desde la abundancia no se comparte, se dan limosnas; para tener conciencia de que mi paso por la tierra no será baldío.
Eran tantas las razones, que con el consentimiento de mi familia, logré dejar todas mis preocupaciones encerradas y me vine aquí. Confieso que ha sido una experiencia edificante. Y por supuesto, el preludio de una nueva era.