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lunes, 20 de octubre de 2014

DANIEL, MI AMIGO.

Probablemente, todos los de mi edad recordaréis a Daniel González-Mellado, nuestro paisano músico,  y los que sean más jóvenes, deberían recordarlo porque sería señal de que su memoria prevalece por encima de convencionalismos protocolarios como pudiera ser la sala de ensayos que lleva su nombre. Sirva como recordatorio este escrito  con el que presenté el concierto homenaje que se le rindió a raíz de su fallecimiento en el año 2000.



Queridos amigos, buenas tardes:

Podría recurrir, en esta hora difícil, a viejos escritos sobre el amigo muerto al que lloré, más por lo inesperado que por lo inexorable de su muerte, pues la muerte a todos nos espera en esa encrucijada final a la que más tarde o más temprano hemos de llegar. Podría recurrir a viejos escritos sobre el amigo vivo, con el que compartí infancia y juventud, y al que me cupo el honor de presentar cuando la revista Siembra le nombró sembrador. No hace tanto...

Podría contar anécdotas, revivir imágenes, pero serían pasadas, personales, íntimas. Y no quiero proyectar exclusividad en mis personales sentimientos sobre la trayectoria de quien a lo largo de su vida fue pródigo y generoso en su sentir, hacia todos los que de alguna manera se sintieron atraídos por la calidez de su cercanía.

Por eso, hoy, no voy a recurrir a las emociones, entre otras cosas porque no sé si podría dar fin a esta lectura, y porque a Daniel, pues ya sabéis que es de él de quien os hablo, no le gustaría . Voy a utilizar una figura menos dolorosa para evocar al amigo, a nuestro amigo: la de la ausencia. Porque la ausencia no es un estado definitivo del ser. La ausencia siempre es evocadora y en ella cabe la esperanza del reencuentro. En la ausencia se puede mantener comunicación con el ausente, revivir los momentos que con él pasamos, imaginar su llegada con esa aureola que imprime la distancia, guardarle  un sitio preferente en ese hueco de la memoria que es, en definitiva, lo único que pervive de nuestro paso por la vida.

Si hoy, sobre este escenario hubiera una silla vacía, y , sobre ella, un trombón de varas, quedaría constancia de una pérdida.; pero, si, como ocurre,  cada músico ocupa su lugar, y los trombones, aguardan, inquietos, que el aire circule por sus tuberías para producir ese sonido inconfundible, nadie notará la falta de quien, a última hora, tuvo que acudir a una cita inexcusable.

Y, en realidad, sobre este escenario, no falta nadie, pues en todos nosotros está latente el recuerdo del buen hacer de un músico que no ha escatimado esfuerzos por su pueblo y por su banda ( entre otras cosas, porque nunca le supuso esfuerzo); que siempre ha llevado a Manzanares entre los pliegues de su gran humanidad, sin pararse a pensar en si Manzanares reconocería alguna vez esa entrega.


No se trata de magnificar nada, pues seguro estoy de que, a quien corresponda, no le pasará desapercibida esta reflexión y algún día, el nombre de uno de nuestros ilustres paisanos, figurará en la cabecera de alguna de nuestras calles, aunque me consta, y todos lo sabéis,  que Daniel ha excusado siempre cualquier intento de alabanza u homenaje desde esa sencillez le ha hecho acreedor al cariño que todos le profesamos. Sus amigos, aunque a algunos la vida nos haya llevado por otras sendas, han estado siempre presentes en sus prioridades y para todos ha tenido una sonrisa amable, un gesto confidente, una palabra cálida...

Daniel está con nosotros, donde mejor se puede estar: en el corazón, en el sentimiento, en la palabra que  pretende salvar barreras y acercarnos a su esencia. Nadie, en estas circunstancias puede considerarse muerto.


Por eso, hoy, este concierto no será un homenaje sino un encuentro. Un encuentro desde ese sentimiento bienhechor que en este momento nos invade y pugna por aflorar en los ojos. Que la música sea la savia reparadora de la ausencia. Por ti Daniel.