Queridos amigos, buenas
tardes:
Podría recurrir, en esta
hora difícil, a viejos escritos sobre el amigo muerto al que lloré, más por lo
inesperado que por lo inexorable de su muerte, pues la muerte a todos nos
espera en esa encrucijada final a la que más tarde o más temprano hemos de
llegar. Podría recurrir a viejos escritos sobre el amigo vivo, con el que
compartí infancia y juventud, y al que me cupo el honor de presentar cuando la
revista Siembra le nombró sembrador. No hace tanto...
Podría contar anécdotas,
revivir imágenes, pero serían pasadas, personales, íntimas. Y no quiero
proyectar exclusividad en mis personales sentimientos sobre la trayectoria de
quien a lo largo de su vida fue pródigo y generoso en su sentir, hacia todos
los que de alguna manera se sintieron atraídos por la calidez de su cercanía.
Por eso, hoy, no voy a
recurrir a las emociones, entre otras cosas porque no sé si podría dar fin a
esta lectura, y porque a Daniel, pues ya sabéis que es de él de quien os hablo,
no le gustaría . Voy a utilizar una figura menos dolorosa para evocar al amigo,
a nuestro amigo: la de la ausencia. Porque la ausencia no es un estado
definitivo del ser. La ausencia siempre es evocadora y en ella cabe la
esperanza del reencuentro. En la ausencia se puede mantener comunicación con el
ausente, revivir los momentos que con él pasamos, imaginar su llegada con esa
aureola que imprime la distancia, guardarle
un sitio preferente en ese hueco de la memoria que es, en definitiva, lo
único que pervive de nuestro paso por la vida.
Si hoy, sobre este
escenario hubiera una silla vacía, y , sobre ella, un trombón de varas,
quedaría constancia de una pérdida.; pero, si, como ocurre, cada músico ocupa su lugar, y los trombones,
aguardan, inquietos, que el aire circule por sus tuberías para producir ese
sonido inconfundible, nadie notará la falta de quien, a última hora, tuvo que
acudir a una cita inexcusable.
Y, en realidad, sobre este
escenario, no falta nadie, pues en todos nosotros está latente el recuerdo del
buen hacer de un músico que no ha escatimado esfuerzos por su pueblo y por su
banda ( entre otras cosas, porque nunca le supuso esfuerzo); que siempre ha
llevado a Manzanares entre los pliegues de su gran humanidad, sin pararse a
pensar en si Manzanares reconocería alguna vez esa entrega.
No se trata de magnificar
nada, pues seguro estoy de que, a quien corresponda, no le pasará desapercibida
esta reflexión y algún día, el nombre de uno de nuestros ilustres paisanos,
figurará en la cabecera de alguna de nuestras calles, aunque me consta, y todos
lo sabéis, que Daniel ha excusado
siempre cualquier intento de alabanza u homenaje desde esa sencillez le ha
hecho acreedor al cariño que todos le profesamos. Sus amigos, aunque a algunos
la vida nos haya llevado por otras sendas, han estado siempre presentes en sus
prioridades y para todos ha tenido una sonrisa amable, un gesto confidente, una
palabra cálida...
Daniel está con nosotros,
donde mejor se puede estar: en el corazón, en el sentimiento, en la palabra
que pretende salvar barreras y
acercarnos a su esencia. Nadie, en estas circunstancias puede considerarse
muerto.
Por eso, hoy, este
concierto no será un homenaje sino un encuentro. Un encuentro desde ese
sentimiento bienhechor que en este momento nos invade y pugna por aflorar en
los ojos. Que la música sea la savia reparadora de la ausencia. Por ti Daniel.