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martes, 9 de diciembre de 2014

CON EL DEBIDO RESPETO.



Carta abierta al alcalde de Manzanares.-

Lo malo de ser alcalde, Sr. Alcalde, es que, desde ese cargo, uno se pone en el disparadero, pero por la parte de atrás, es decir en la diana.  Y es que corren malos tiempos para aventurarse en ese menester.  Y sobre todo, corren malos tiempos para hacer profesión de la política. Los que le conocemos  ¿quién no conoce en Manzanares las siglas ALM?, sabemos de su buen hacer, de sus comienzos en una pequeña habitación de la c/ Virgen de Gracia, de su posterior evolución, de su extraordinario  desarrollo profesional, de su vida cotidiana, tan común, o tan singular, como la de cada uno de los habitantes de este Manzanares de nuestra entraña. Los que le conocemos sabíamos que era usted un hombre normal, emprendedor, trabajador, honrado, buena gente… que tendría usted sus virtudes y sus defectos, como todo el mundo. Pero hasta ahí llegábamos. A nadie le importaba su persona más allá de esa imagen con la que todos  nos proyectamos hacia la sociedad;  si, es un poner, hacía usted crucigramas en su despacho de la calle Pérez Galdós o estudiaba  posibles inversiones; si se gastaba su dinero, bien ganado, en lo que le apeteciera, o disfrutaba viendo crecer su patrimonio en esos carteles anunciadores de venta de parcelas. Porque eso entraba dentro de su  desarrollo personal, de su vida privada, de esa parcela en la que cada cual se manifiesta sin miedo al qué dirán, porque entre otras cosas, el qué dirán sólo podía ser fruto del beneplácito  de quienes tienen una perspectiva lógica de las cosas,  o de una malsana envidia de quienes  sólo se alimentan de una bilis ponzaoñosa.

Usted gozaba, goza, de un prestigio social adquirido día a día durante su ya dilatada trayectoria profesional. Y  tiene la suerte de dar una imagen acorde con esa personalidad. Pero por encima de todo era usted un hombre valorado. Porque en el fondo, aunque nos joda ver como alguien pisa el acelerador y nos pasa como un meteorito, todos apreciamos las cualidades que se dan en quienes destacan en cualquier orden de la vida.

Pero llega un punto (Y corríjame si me equivoco), en el que uno piensa: Lo he hecho todo, lo tengo todo ¿Qué más puedo hacer? -¡Ser alcalde! Parece decirnos una voz interior. Luchar por los intereses de mi pueblo, mejorar su imagen, proyectarlo hacia una dimensión nueva, exportarlo al resto de España y hacerlo esplendoroso. Porque, estoy seguro, no es la vanidad personal la que nos mueve, aunque si  lo fuera también sería  admisible. Es el deseo, las ganas de hacer cosas, de conseguir retos,  y, si el tiempo y las circunstancias lo requieren, ser reconocido como alguien que pasó por la vida dejando una huella positiva.

Esa sería, en teoría, la manera de pasar de uno a otro empeño, de uno a otro  escalafón.  De pasar de ser  un gran emprendedor a un gran alcalde, puesto que las condiciones como persona las tiene y la capacidad de actuación se le reconoce.

Pero llegamos a la diana cuando la situación es tan convulsa que todo el mundo estamos con la mosca/escopeta detrás de la oreja; dispuestos a disparar nuestros dardos al centro mismo del círculo principal. Y llega el momento de bailar con la más fea; de lidiar a un morlaco resabiado que sabe latín y va derecho al cuerpo –acéptenme la metáfora-. Y no es que sus proyectos no sean los adecuados, o que sus ideas respecto al desarrollo de nuestra ciudad no sean válidas, que probablemente lo sean. Es que usted ahora es alcalde. Y tiene sueldo como tal. Y en su cargo va implícita la crítica, el comentario más o menos acorde con sus movimientos; la dualidad de ser de un partido y al mismo tiempo, del pueblo que lo votó. Yo sé, me imagino, que en esa situación debe ser difícil adoptar una postura coherente con el sentir de todo el mundo. Y que cualquier paso que Vd. de,  será mirado con lupa. Con la gigantesca lupa de quienes estamos pendientes de la paja en el ojo ajeno.

Pero es lo que hay, Sr. Alcalde. En este teatro del mundo cada cual asume el papel para el que cree estar capacitado. A veces nos capacitan los errores,  otras veces la propia experiencia. Y, como mal menor, hacemos de tripas corazón y nos acostumbramos a vivir con el sambenito que nos quieran aplicar. O decimos basta, que también puede ser una postura coherente en según qué circunstancias.
No espero molestarle con esta reflexión personal que ni siquiera es una crítica. Lo que pretendo, lo que me agradaría,  es que asuma su nueva posición sabiendo que se debe a esas críticas; que quienes no le han votado también son su pueblo; que por encima de las consignas de partido está la defensa de los intereses de sus paisanos, de todos; que se revista de magnanimidad y admita los comentarios de quienes no estén de acuerdo con su línea de actuación. Porque de la discusión sale la luz. Y porque a quienes miramos, que también somos parte de ese teatro en el que nos toca interpretar este papel -qué sería del teatro sin espectadores-, captamos mucho más de los gestos, que también son lenguaje, que de la palabra que a veces no concuerda con el gesto.

En fin Sr. Alcalde, qué puedo decirle que usted no sepa. Ojala salga de esta legislatura siendo tan valorado como lo es en la empresa privada y sepa ganarse la confianza de todos los ciudadanos que, aún queriendo cambios, como demostraron las urnas, no admiten que aquellos a los que votaron, pisoteen sus derechos.


Reciba un cordial saludo.