Carta
abierta al alcalde de Manzanares.-
Lo malo de ser alcalde, Sr. Alcalde, es
que, desde ese cargo, uno se pone en el disparadero, pero por la parte de
atrás, es decir en la diana. Y es que corren
malos tiempos para aventurarse en ese menester.
Y sobre todo, corren malos tiempos para hacer profesión de la política.
Los que le conocemos ¿quién no conoce en
Manzanares las siglas ALM?, sabemos de su buen hacer, de sus comienzos en una
pequeña habitación de la c/ Virgen de Gracia, de su posterior evolución, de su
extraordinario desarrollo profesional,
de su vida cotidiana, tan común, o tan singular, como la de cada uno de los
habitantes de este Manzanares de nuestra entraña. Los que le conocemos sabíamos
que era usted un hombre normal, emprendedor, trabajador, honrado, buena gente…
que tendría usted sus virtudes y sus defectos, como todo el mundo. Pero hasta
ahí llegábamos. A nadie le importaba su persona más allá de esa imagen con la
que todos nos proyectamos hacia la
sociedad; si, es un poner, hacía usted
crucigramas en su despacho de la calle Pérez Galdós o estudiaba posibles inversiones; si se gastaba su
dinero, bien ganado, en lo que le apeteciera, o disfrutaba viendo crecer su
patrimonio en esos carteles anunciadores de venta de parcelas. Porque eso
entraba dentro de su desarrollo
personal, de su vida privada, de esa parcela en la que cada cual se manifiesta
sin miedo al qué dirán, porque entre otras cosas, el qué dirán sólo podía ser
fruto del beneplácito de quienes tienen
una perspectiva lógica de las cosas, o
de una malsana envidia de quienes sólo
se alimentan de una bilis ponzaoñosa.
Usted gozaba, goza, de un prestigio
social adquirido día a día durante su ya dilatada trayectoria profesional.
Y tiene la suerte de dar una imagen
acorde con esa personalidad. Pero por encima de todo era usted un hombre
valorado. Porque en el fondo, aunque nos joda ver como alguien pisa el
acelerador y nos pasa como un meteorito, todos apreciamos las cualidades que se
dan en quienes destacan en cualquier orden de la vida.
Pero llega un punto (Y corríjame si me
equivoco), en el que uno piensa: Lo he hecho todo, lo tengo todo ¿Qué más puedo
hacer? -¡Ser alcalde! Parece decirnos una voz interior. Luchar por los
intereses de mi pueblo, mejorar su imagen, proyectarlo hacia una dimensión
nueva, exportarlo al resto de España y hacerlo esplendoroso. Porque, estoy
seguro, no es la vanidad personal la que nos mueve, aunque si lo fuera también sería admisible. Es el deseo, las ganas de hacer
cosas, de conseguir retos, y, si el
tiempo y las circunstancias lo requieren, ser reconocido como alguien que pasó
por la vida dejando una huella positiva.
Esa sería, en teoría, la manera de pasar
de uno a otro empeño, de uno a otro escalafón.
De pasar de ser un gran
emprendedor a un gran alcalde, puesto que las condiciones como persona las
tiene y la capacidad de actuación se le reconoce.
Pero llegamos a la diana cuando la
situación es tan convulsa que todo el mundo estamos con la mosca/escopeta
detrás de la oreja; dispuestos a disparar nuestros dardos al centro mismo del
círculo principal. Y llega el momento de bailar con la más fea; de lidiar a un
morlaco resabiado que sabe latín y va derecho al cuerpo –acéptenme la metáfora-.
Y no es que sus proyectos no sean los adecuados, o que sus ideas respecto al
desarrollo de nuestra ciudad no sean válidas, que probablemente lo sean. Es que
usted ahora es alcalde. Y tiene sueldo como tal. Y en su cargo va implícita la
crítica, el comentario más o menos acorde con sus movimientos; la dualidad de
ser de un partido y al mismo tiempo, del pueblo que lo votó. Yo sé, me imagino,
que en esa situación debe ser difícil adoptar una postura coherente con el
sentir de todo el mundo. Y que cualquier paso que Vd. de, será mirado con lupa. Con la gigantesca lupa
de quienes estamos pendientes de la paja en el ojo ajeno.
Pero es lo que hay, Sr. Alcalde. En este
teatro del mundo cada cual asume el papel para el que cree estar capacitado. A
veces nos capacitan los errores, otras
veces la propia experiencia. Y, como mal menor, hacemos de tripas corazón y nos
acostumbramos a vivir con el sambenito que nos quieran aplicar. O decimos
basta, que también puede ser una postura coherente en según qué circunstancias.
No espero molestarle con esta reflexión
personal que ni siquiera es una crítica. Lo que pretendo, lo que me agradaría, es que asuma su nueva posición sabiendo que se
debe a esas críticas; que quienes no le han votado también son su pueblo; que
por encima de las consignas de partido está la defensa de los intereses de sus
paisanos, de todos; que se revista de magnanimidad y admita los comentarios de
quienes no estén de acuerdo con su línea de actuación. Porque de la discusión
sale la luz. Y porque a quienes miramos, que también somos parte de ese teatro
en el que nos toca interpretar este papel -qué sería del teatro sin espectadores-,
captamos mucho más de los gestos, que también son lenguaje, que de la palabra
que a veces no concuerda con el gesto.
En fin Sr. Alcalde, qué puedo decirle que
usted no sepa. Ojala salga de esta legislatura siendo tan valorado como lo es
en la empresa privada y sepa ganarse la confianza de todos los ciudadanos que,
aún queriendo cambios, como demostraron las urnas, no admiten que aquellos a
los que votaron, pisoteen sus derechos.
Reciba un cordial saludo.