1
Deberíamos
dejarnos ya de sutilezas
Y llamar a las
cosas con el único nombre que les cuadra.
La vejez no
admite eufemismos,
Y uno sabe
cuándo llega.
Aunque al
principio no crea que esa edad
Se
corresponde con su desparpajo,
Con su agilidad
mental,
Con lo erguido
de su anatomía.
Un día descubres
que se te olvidan las palabras.
No todas,
aquella que vendría bien para el poema.
Y te dices:
¡bah, es sólo una palabra!
Y cuando llega
la noche
No sabes por qué
sientes ese cansancio que te anula.
Y de pronto te
encuentras repitiendo una cantinela
Que algún día le
oíste a tu padre.
Y te sigues
diciendo que no,
Que tú no eres
ese viejo que dice tu deneí
Aunque todos se
empeñen en llamarte de usted
Y quieran darte
las medicinas gratis.
¿Para qué
medicinas? ¿Cuándo he necesitado yo
medicinas?
-te rebelas ante
tu médico de cabecera
Que te aconseja
tomar una pastilla para controlar la tensión-.
Todavía no te
parecen síntomas graves
Esa pequeña
disfunción sexual
O el tener que
levantarte reiteradas veces durante la noche.
Y le hechas la
culpa a la monotonía
-que es posible
que también-,
O a que bebes
demasiado líquido, que no.
Todo menos
atreverte a mirarte al espejo
Y admitir el
proceso natural
Que nos deja a
las puertas de la decrepitud,
Y decirte:” viejo,
Ya sólo te
emocionas con tonterías”.
Siempre has sido
de lágrima fácil,
Pero ya es el
colmo.
Ah. Y no se te
olvide decir
Que escribiendo
este poema
Has tenido que
corregir la tira de veces.
2
De todos los milagros que me cabe esperar
Sólo hay uno por
el que daría la vida:
Llegar hasta la edad justa.
No se trata de cumplir años sin más,
Se trata de que
cada día venga con su sueño.
De que al abrir los ojos cada mañana
No vea al viejo
que se asoma al espejo
y sí al hombre
que se asoma a sí mismo.
Se trata de
seguir manteniendo la confianza en algo
-Aunque sea en el monótono ganchillo
Que acompañó a
mi madre en su andadura de noventa y un años-.
Se trata de escribir un poema de amor
Que pueda
parecer hecho por un adolescente;
De admirarse de los descubrimientos
Que a cada paso
nos siguen sorprendiendo.
Se trata en fin,
de aceptar la vida que me quede
Sin otra
exigencia que la de vivir.
Porque se puede
tener el cuerpo viejo:
Manchas en la
piel,
Arrugas en el
rostro,
Dolor en las
articulaciones,
Límites en la
actividad.
Podrán apagarse
los ojos en el último destello
O los oídos
dejar de percibir los rumores cotidianos.
Pero si el
cerebro piensa que puede seguir escribiendo un poema
Y la ilusión enciende esa llama
Que hace que el
corazón siga latiendo acompasado,
La vejez no será
impedimento para seguir sintiendo.
Llegar hasta le
edad justa.
Hasta que la
cabeza siga sabiendo quién es la persona que la habita
Y le permita
seguir aferrado a sus referencias.
Y cuando llegue
el día en que esta condición desaparezca
Pido a Dios el
milagro de la muerte
O el
razonado consuelo de la eutanasia.
3
Del punto en el
que estoy, hasta la fosa,
Sólo quedan
algunas estaciones.
No me digáis que
no, tengo razones,
Augurios, que me indican que no es cosa
De esconder la
cabeza si, miedosa,
Se quisiera
aturdir por los rincones.
También para
morir, los pantalones
Se deben de
llevar de forma airosa.
He descubierto
que el final es triste,
Que si el
cerebro a la vejez persiste,
Será su lucidez
una tortura.
Por eso no me
importa que la hora
Se adelante si
llega, salvadora,
A evitarme ese
cáliz de amargura.