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domingo, 15 de noviembre de 2015

DOBLAN LAS CAMPANAS

Quisiera pensar que Dios existe. Y que se mesará los cabellos impotente anta tanta atrocidad como manifiestan los seres creados a su imagen y semejanza. Y que se dará golpes de cabeza sobre el orbe o incluso pensará en el suicidio, que es lo que hacen los seres creados a su imagen o semejanza  cuando no encuentran salidas para sus males.

Otro pensamiento sería que Dios no exista y sea el Demonio quien dirija nuestros actos. de manera maquiavélica mientras suelta risotadas atronadoras y espeluznantes y remueve peroles de agua hirviendo para torturar a los condenados.

O pensar que la humanidad tiene tan poco de humanidad que ha roto los moldes establecidos para una convivencia pacífica y ha descubierto el placer en la tragedia, placer que pone en práctica cada vez con técnicas más elaboradas y sibilinas.

Desde que existe memoria de acontecimientos, los dioses se han enfrentado entre sí a través de las religiones. Y uno no se explica que si existiera Dios, cualquier Dios, no se pusiera de acuerdo con sus oponentes para llegar a un consenso de paz universal donde la vida primara sobre la muerte, el amor sobre el odio, la construcción sobre la destrucción, la tolerancia sobre el fanatismo.

Los acontecimientos de París, con ser trágicos, son uno más en la sucesión de atentados que  en todos los órdenes y por todo el mundo están llevando a cabo los fanáticos que llámense como se llamen o lo hagan en nombre de cruzadas que no tienen nombre, no tienen justificación. Pero no es de extrañar que quienes no respetan su propia vida y se inmolan matando bajo la creencia de  que así encontrarán el paraíso, dejen de sentir respeto por las vidas ajenas.

Es patente que la primera tarea que la humanidad debe imponerse es la de encontrar caminos de paz y de concordia, palabras estas que no por repetidas dejan de tener vigencia. Tal vez todos tengamos que reconocer nuestros errores y empezar de cero. Es tarea de políticos, pero también de educadores, de medios de difusión, de patriarcas de las distintas iglesias, de ricos, de pobres, de gentes de toda condición… El mundo ya no tiene fronteras y los avances tecnológicos del último siglo lo han convertido en una aldea. Seamos aldeanos. Con las virtudes que puede representar esa palabra: aldeanos, vecinos, amigos, colaboradores. No hay más humanidad que la consigamos con nuestra  conducta. Estamos de paso. Pero la brevedad de nuestras vidas, no debe impedirnos sentar las bases para que las nuevas generaciones puedan disfrutar de este hermoso lugar y de esta forma de existencia que nos han sido dados aunque nunca sabremos por qué.

Que las injustas muertes que hoy destrozan nuestros corazones sirvan para forjar los cimientos de una nueva humanidad. Ya sé que son palabras grandilocuentes  y que todo lo aquí expuesto  tendrá mejores valedores que este humilde escritor de provincias. Pero también sé que hubo un visionario por estas tierras manchegas que se erigió en defensor de entuertos. A lo mejor lo que nos hace falta son muchos más visionarios que entiendan que los sueños no son síntoma de locura  y que merece la pena salir a enderezar entuertos, mundo a través, con la inocencia de una mente limpia y generosa.

Je suis París.

miércoles, 21 de octubre de 2015

INSTANTES DE VIDA.


1

Cuando Federico Romero Puértolas, conocido por "El Sable", consideró que había llegado su hora, planificó su suicidio: Mañana  se dijo la noche de la víspera , llegaré hasta la cochera donde guardo el tractor, y cogeré del vasar una de las botellas sobrantes del herbicida que he utilizado este año para matar las malas hierbas; con algún resto será más que suficiente. Espero que no sea muy dolorosa la ingestión del veneno; por lo menos tiene buen color, aunque el olor es bastante desagradable. Miró a su mujer que dormía plácidamente y sintió deseos de abrazarla, pero se dio la vuelta y se colocó mirando hacia el balcón; en esa posición se quedó hasta que le despertaron las luces del alba. Buscó su reloj, aunque sabía sobradamente la hora . Eran muchos años levantándose de madrugada, cuando el gallo en el corral entonaba su potente quiquiriquí y su vecino Andrés, que casi siempre andaba preparando los aperos cuando él salía a hacer lo propio, entonaba una cantinela que, por más que ahora lo intentaba, no podía recordar.

Pero aquella mañana no le importó que su vecino le cogiera la delantera y no salió, como otras, apresurado y envidioso de la ligereza de Andrés. Se recreó unos minutos en sus tortuosos pensamientos mientras unas lágrimas ardientes y pesadas surcaban su rostro. Era consciente de la estupidez que se proponía hacer, pero también tenía presente la inutilidad de una existencia repetitiva y monótona.

  ¿Que me ha ocurrido  pensó de esa forma maquinal con la que últimamente le llegaban todos los pensamientos  para sentir esta imperiosa necesidad de quitarme de en medio? ¿Qué va a pensar mi mujer  pobrecilla  cuando dentro de unas horas alguien venga a darle la noticia? ¿Se culpará?, ¿se sentirá liberada?; porque en el fondo tengo que reconocer que no le he hecho muy feliz la vida. Es una buena mujer; tuve suerte en conocerla. De no ser por ella, no sé que habría sido de mí .

Se rebulló en la cama la mujer que, normalmente, se levantaba cuando él.  ¿Qué hora es?  preguntó.
 Las siete  respondió como si la pregunta no incitara al movimiento.
 ¿Las siete?, ¡si no he oído de cantar al gallo!
 Yo tampoco, pero no importa. Hoy es un día especial -dijo desperezándose de forma felina .
Se volvió hacia la mujer y abrazó aquel cuerpo que era como una prolongación del suyo.
 ¡Vamos Federico, no es momento!
 Es momento. Es el único momento dijo encajando su cuerpo en las sinuosidades del de ella.
Consumó el acto carnal de manera salvaje. Nunca antes se había entregado de tal forma; ni en su noche de bodas que ya se diluía en lo recóndito de la memoria.

La mujer se dejaba hacer, entre sorprendida y gozosa. No recordaba aquella fogosidad, aquel empuje, aquella posesión incontrolada. Lloró por ella; lloró por él; por el recuerdo de tantos años de esfuerzo en el que nunca tuvieron tiempo para si mismos. Se quedó abrazada a aquel extraño que era su marido, el hombre con el que había compartido hijos y trabajo, y al que ahora, en ese frenesí inusual, desconocía.
Apenas pasaron unos minutos la adquirida conciencia del deber se impuso a los deseos de abandono. Se incorporó el hombre y se quedó sentado sobre la cama en un último intento de prolongar la pereza

2

Cuando cruzó las vías del ferrocarril sintió ganas de viajar. Siempre le sucedía los mismo. Imaginaba aquellas compartimentos llenos de gente aventurera; gente distinta a la que, con él,  compartían lo rutinario de su existencia; gente de mundo que sabía hablar de las cosas que contaban los periódicos. Nunca había leído un periódico. En toda su vida había salido de aquel lugar en el que se hizo viejo sin apenas darse cuenta. Y ahora, ya, era tarde. Además, no sabría estar en otro ambiente que no fuera éste que se le había introducido en la sangre.

Miró el preparado químico en el que el dibujo de  una calavera prevenía del peligro de su ingestión. Sacó del bolsillo de la chaqueta el doblado papel en el que días antes había escrito las razones de su suicidio. No sentía miedo. Estaba decidido y resuelto, y este día, en el que el sol brillaba sobre un cielo inmaculado, le parecía tan bueno como cualquier otro para llevar a cabo su cometido.

Se sentó en la piedra, bajo la frondosa higuera cuajada de negras brevas. Le gustaba aquel fruto dulzón y carnoso que llenaba el paladar con su sabor único. Se vio junto a su padre, haciendo el hoyo para plantar esta higuera que tenía casi sus mismos años, y recordó el trágico día en el que descubrió el cuerpo querido pendiendo de una soga sobre la misma rama que ahora sacudía para recoger su fruto. Nunca entendió aquel suceso que le amargó para siempre la memoria. Ahora sí; ahora comprendía que la vida cansa y que no tenía ningún sentido vivirla en vaciedad. Siempre sintió esa llamada aunque quisiera ignorarla; aunque buscara mil maneras de evadirse de su imperioso mandato.

Leyó el papel; no tenía una letra fea para lo poco que pudo ir a la escuela; faltas sí debía tener, pero no lo sabía, "claro, si lo supiera no las tendría"  sonrió ante este pensamiento ; repasó lo escrito anteriormente asintiendo con la cabeza; a lo lejos, se escuchaba el canto seco de la perdiz en el momento de su apareamiento.

Por primera vez en su vida no tenía prisa. Vio a los linderos afanados en sus labores y se sorprendió de no sentir ese aguijonazo que le predisponía a su tarea. No era envidia, o sí, no lo sabía. Lo cierto es que cuando uno de ellos iniciaba una labor determinada, todos los demás sentían la misma urgencia; lo mismo daría comenzar a estallicar a la semana siguiente, pero si Paco "el artillero" comenzaba a hacerlo, no había tiempo que perder; igual ocurría con la simienza, o el levantado de los rastrojos, o la poda, que se iniciaba en enero y podía alargarse hasta el día de San José.

Movió la cabeza en sentido negativo; así era el ser humano. Siempre insatisfecho, siempre queriendo ser el primero. Y no podía sustraerse de ese afán. Ahora sí, ahora Federico sabía que no tenía afanes; aunque también era otro afán el que le había llevado hasta este momento: El afán de andar el camino más deprisa; el afán de enfrentarse a ese final incuestionable sin esperar a que éste  llegara por sí solo.
Abrió la botella y se espandió un olor a almendras amargas que espantó al gorrión que trinaba sobre una de las ramas higuera.

 Qué fuerte  se oyó decir en alta voz. Recordó los brebajes que alguna vez le hizo su madre para combatir los resfriados y su poca disposición para tomarlos. "Es el momento"  pensó , y  levantó la cabeza mientras llevaba la botella hacia los labios.

El rayo de sol, colándose entre el ramaje, hirió sus ojos. Fue una sacudida brutal; como un trallazo sobre sus blancas espaldas; como el más impetuoso trueno que pudiera recordar.
Frenó su movimiento y miró la calavera del frasco con ojos de terror. Arrojó la botella lejos y se tapó el rostro con ambas manos.

Así lo encontró Andrés, su vecino, quien avisado por la mujer de la tardanza en regresar de Federico, se acercó hasta el pequeño quiñón que éste labraba.
 ¿Qué haces ahí?  Preguntó Andrés receloso.
-Me he debido quedar dormido  dijo Federico separando con esfuerzo las manos que parecían pegadas a los ojos.
Se sorprendió de que ya fuera casi de noche. No sabía si aquello era la realidad o estaba sumido en un sueño post-muerte.
 ¡Pero hombre!... vámonos y tranquiliza a tu pobre mujer, que no le cabe la camisa en el cuerpo.

3


El crepúsculo era una llama roja. Sobre el horizonte, se recortaba la silueta de unos vencejos en un último vuelo hacia su nido; las cigarras y los grillos entonaban su chillona letanía mientras el primer lucero hacía su aparición en el firmamento. Y con ser aquello cotidiano para un hombre como Federico, avezado a los sonidos y a las claridades que una espléndida luna ponía sobre la noche, fue, en esta ocasión, una sensación distinta la que le embargó; como de reencuentro consigo mismo. Recordó la madrugada, aquél insospechado arrebato del que fue presa, y el calor inundó su sangre; recordó la cantinela de su vecino Andrés, que ahora, por algún extraño designio, si entendió, y se rió de su letra picarona. No podía precisar si estaba vivo o muerto aunque, su mano, en un gesto mecánico, hubiera cogido del bolsillo de la raída chaqueta el papel con las razones que motivaban su suicidio y haciendo de él pequeños trozos, los fuera esparciendo al viento durante el camino de regreso -tal era su grado de ensoñación-; pero fuera cual fuese el estado en el que ahora se encontraba, decidió que, esta que hasta ahora había llevado, era  la única forma de vida que, de haber podido,  habría elegido vivir.

martes, 1 de septiembre de 2015










                    “PREGÓN PARA NO DECIR”

CON MOTIVO DE LAS FIESTAS EN HONOR A
(NUESTRO PADRE JESÚS DEL PERDÓN)

AÑO 2015
PREGONERO: Jerónimo Calero Calero










Porque eres el Camino, has regresado
y estás en esta luz que te proclama,
en el  humilde tallo de retama,
en la mano que alza al humillado.

Estás a cada paso, siempre al lado
del que busca consuelo, del que llama
a no se sabe quién, del que derrama
su lástima en la reja de tu arado.

Estás como quien no, como quien vela
con paternal sigilo, como brisa
que alienta nuestra humana desventura.

Y tienes siempre abierta tu cancela
para aquellos que al borde de la prisa
te buscan en su noche más oscura.


Representantes de la Muy Fervorosa y Antigua Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús del Perdón Y María Santísima de la Esperanza. Autoridades civiles y eclesiásticas, Hermanos Mayores de las distintas cofradías. señoras, señores, amigos todos
Me van a permitir que mis primeras palabras sean de agradecimiento. Agradecimiento a D. Rafael Huéscar, Hermano Mayor de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús, por haber considerado que mi persona era idónea para dar este pregón. En algún punto del mismo daré cuenta de mi miedo ante tal responsabilidad. Agradecimiento también a D. Manuel Díaz.Pinés, por sus palabras, a todas luces más fruto de la amistad que de los merecimientos de este humilde pregonero, y como no, a Mariano Chaparro López-Astillero, este joven músico que me va a acompañar con la guitarra española en su modalidad clásica, de la que es un aventajado estudiante.

                                     
                                               I

Estoy a un mes  vista de un acontecimiento que será importante en mi vida: Ser el pregonero de Nuestro Padre Jesús del Perdón. Este es el tercer intento de pregón. No es que los otros dos no me gusten. A fin de cuentas, lo que lea es lo que vais a aplaudir, o criticar, o las dos cosas si ambas os parecen oportunas. Habéis confiado en mí porque consideráis que lo que diga será acorde con el acontecimiento. Y yo confío en saber estar a la altura de las circunstancias.
El primer pregón lo empecé a escribir hace muchos años, porque de alguna manera, esperaba tener esta oportunidad. Lo titulaba PREGÓN PARA NO DECIR, porque el que yo esperara ser llamado algún día, no quería decir que fuera a ser llamado. Así que, como tantas de las cosas que he escrito, lo hice para mí  y lo archivé esperando mejor ocasión. Pasó el tiempo, me hice mayor y no volví a pensar en este asunto. Pero mira por dónde,  hace poco, entablé relaciones a través de la red, con un viejo amigo. Cruzamos correos, fundamos una página y empezamos a saber uno del otro. Él es Manuel Díaz-Pinés, hombre carismático que sabe granjearse la simpatía de la gente  y un infatigable trabajador en pro del pueblo que le vio nacer. Manuel fue el pregonero del año pasado y nos dio una lección magistral de lo que para él supone la palabra contraída: Estando ya en Manzanares, le comunicaron el fallecimiento s de su hermana Teresa, conocida y querida por todos los manzanareños por su talante y sus muchos años al frente de la librería Díaz-Pinés. Fue un mazazo y Manuel se vino abajo ¿Qué hago, me diría en algún momento? pero rápidamente me dio también la contestación: Daré el pregón. El resto es historia.
Yo sé, aunque nadie me lo ha dicho, que el honor de estar hoy en este estrado se lo debo a él; que él ha sido mi valedor como en tantas ocasiones durante estos últimos tiempos. Así que, querido amigo Manuel, este pregón va por ti.
                                              
Sí. Podría haber leído cualquiera de los otros pregones. Son dignos y nadie me garantiza que este vaya a ser mejor. Pero esta mañana he salido al campo cuando el sol disipaba las sombras de la noche y lo he mirado hasta que su resplandor me ha hecho apartar la vista. Luz, he pensado mientras seguía el camino hasta mi pequeña casa de campo. Eso es lo que le faltaba a mis pregones anteriores: Luz. He mirado la vastedad de la llanura, he observado la armonía de la naturaleza, he contemplado un paisaje como pudo  hacerlo el primer hombre. Tierra nada más. Horizonte. Sierras recortadas, encinas centenarias. El viejo torreón que un día fue arrogante y ahora es sólo un vestigio de nuestra historia local.
A lo lejos el ruido de las esquilas del ganado, las voces del pastor azuzando a los perros o el sonido monocorde de algún motor, dan fe de que la tierra aún sigue habitada. Todo es paz en derredor, tanta paz como yo quisiera infundir a mi pregón.

Mi pensamiento vuela por campos de luz. Son aquellos campos de mi infancia en los que, mis padres y mis abuelos, labradores modestos, cultivaban la tierra con tanto amor que bien podría decirse que su labor era sagrada. No practicaban esta religión en la que sin duda estaban bautizados, No santificaban las fiestas. O sí, pero a su modo  A mis hermanos y a mí, nos iniciaron en el campo. Puedo afirmar que aquello no era explotación de menores. Nosotros éramos los discípulos de una religión que era el trabajo. Allí estábamos todos, grandes y pequeños emparejados por un anhelo común. Seguro que eso tiene que ver con mi falta de religiosidad. Y seguro  que esa falta de religiosidad es la que me hace pensar que no soy la persona idónea para proclamar esta festividad. Uno, a veces, no es consciente de sus limitaciones. A lo mejor hubiera debido decir que no, que yo no era digno de tal merecimiento. Pero tampoco uno es consciente de su vanidad. Y el pregón de Jesús, es síntoma de reconocimiento. Y tal vez por eso dije sí.

Este es el pregonero que, sin embargo, supo ver en su entorno algo que siempre le emocionó: )Cómo era que, gente no  religiosa y que de hecho no practicaba los preceptos de la Santa Madre Iglesia, pudiera sentir tal devoción por una imagen de madera que representaba, al decir de todos, al Cristo perdonador?; ) cómo es que toda aquella gente se acercaba hasta su ermita y le hablaban, o le rogaban, convencidos de su misericordia y de su intercesión? )En quién creían, en el Cristo, o en el imaginero que supo dar forma a su propio sufrimiento? Si, de pronto, la imagen reflejara otra secuencia, no esta del Cristo arrodillado ante el peso de la Cruz sino una en la que se viera vigoroso, que también lo fue, y amonestando a los mercaderes en el templo, o la misma del Cristo resucitado que en todo su esplendor se  pasea el Domingo de Resurreción  ante la mirada de unos pocos curiosos ¿seguirían sintiendo la misma veneración, la misma piedad, la misma rebeldía ante lo injusto de su cruento final?


                                               II

En la ermita de la Veracruz el  último vencejo se refugia en la espadaña del viejo campanario. El reloj de la plaza da las nueve con ese sonido postizo que le presta la tecnología. La Iglesia de la Asunción está llena de devotos a la espera de la palabra del predicador.  Los predicadores son como poetas, o como pregoneros.  Utilizan la palabra para con-mover, para llegar al alma de los escuchantes desde esas proclamas que hablan de un hombre que era Dios, o de un Dios que se hizo hombre.  Los predicadores vuelcan en sus palabras toda la fe de la que son capaces. Y recuerdan, año tras año, la crucifixión y muerte de Jesús con palabras que rebotan en el silencio de la iglesia, en la madera de los confesonarios, en el mármol da las baldosas y desde allí inician un recorrido hasta los miradores del alma. ¡Qué bien habla!, dirán los que, atentos, se han quedado prendidos en aquella maraña de sensaciones a las que , como un prestidigitador que sabe su oficio, ha dado forma.

Bajando por la calle Empedrada, de  camino hacia la iglesia, se recorta en el cielo una luna menguante sobre el negro fondo de la noche y el destello de las luces terrenales. Allí, estática, como una oyente más, se deja atrapar por las palabras  que, como una bandada de palomas blancas (bien podrían ser grises, pero parece que la ocasión requiere que fueran blancas), se escapan a través de las vidrieras. Puede que la luna no entienda de crucifixiones, pero tampoco sabemos si entiende de amor y todos los enamorados la utilizan para enmarcar  el suyo. Yo quisiera pensar que sí; que la luna está ahí para escuchar al predicador, para emocionarse con esas imágenes  que ve desde su atalaya y para reflejarnos la luz de su entendimiento.

La luna alumbra el haz de este cortejo
que en procesión te sigue hasta el calvario
en un gesto de amor que, solidario,
quiere hacerse dolor por tu reflejo.

Hoy tiene su plegaria como un dejo
de infinita tristeza. Es necesario
que regreses a un mundo que a diario
necesita tu voz y tu consejo.

Dijiste luz, y abundan los abismos.
Dijiste amor, y hay odio en las miradas,
dijiste paz y hay pífanos de guerra.

Si aún la vida se nutre de egoísmos.
Si aún hay  almas que están atribuladas.
¿Cuándo vuelves, Señor, por esta tierra?

                                               III

El hombre es un ser de luz. Lástima que, algunas veces las sombras se apoderen de nosotros y anulen nuestra generosidad, nuestros propósitos de ser mejores, nuestra excelsa naturaleza.

Hoy he visto una noticia en televisión que me ha sobrecogido. A un pequeño que por algún motivo de nacimiento o de tratamiento, le faltaban los pies y las manos, le han trasplantado unas manos. Ya sé que no podrá catalogarse como milagro, pero sí se puede pensar que Jesús estuvo en el equipo de aquél cirujano. Ya sé que para trasplantar unas manos, hace falta que otro niño muera. Pero ese es nuestro sino. Y tal vez por ese gesto, la familia del niño muerto, vea, reconfortada, cómo las manos de su hijo van a seguir aferrándose a la vida en el niño vivo.

En otro programa, un equipo de biólogos y veterinarios se encargaba de rescatar orangutanes huérfanos para alimentarlos en su infancia y regresarlos después a su hábitat. Y yo creo que Jesús lloraba por los ojos lacrimosos de los biólogos y por las miradas sorprendidas de los monos, cuando la despedida se hacía necesaria.
Son destellos, pinceladas de vida en las que el ser humano sigue el ejemplo de aquel Hombre que sufrió su calvario personal convencido de que con su muerte y su generosidad sin límites redimía los pecados de todos los hombres.

La imagen de nuestro Patrón, nos refleja a un ser doliente. Un imaginero supo ponerle rostro y dar a ese rostro la serenidad, la fortaleza, la mansedumbre, la esperanza, la magnanimidad, la luz de una mirada que pide perdón por un mundo equivocado. Hacia ella vuelven los ojos los que necesitan su amparo; los que ya no encuentran los remedios a sus males, los que necesitan una esperanza a la que aferrarse; un hombro sobre el que llorar, una mirada de consuelo
                                      IV
El pueblo llano, del que vengo, se deja guiar por el instinto más que por la reflexión; de ahí que ese pueblo llano,   sea capaz de pasar de liturgia, de misa y novena y, sin embargo, sienta la imperiosa necesidad de hacer descalzo el  recorrido procesional en cumplimiento de alguna promesa. Y es que, cuando uno se ve en una situación extrema, sea de la índole que sea, acude a lo sobrenatural. )Quién puede socorrer a los humanos cuando los medios con que cuentan se han manifestado impotentes?. Más, ¿quién puede serenar el ánimo ante lo injustificado de una muerte prematura; ante la desesperación por una enfermedad incurable; ante el miedo a un futuro impredecible? ¿Quién tiene la llave, la fuerza, la magnanimidad que en ese momento necesita el alma? Y el pueblo vuelve los ojos a esa imagen tallada que representa todo aquello que no se vende en los mercados de la vida. En definitiva, lo que el pueblo esta haciendo es volverse hacia sí mismo, descubriendo que tiene una fortaleza que no había desarrollado y que la esperanza sigue esperando. Y es ahí donde los ojos del Cristo hablan ese idioma sin palabras en el que todos nos entendemos. Es ahí, justo en esa manifestación del ser, donde se encuentra el consuelo necesario, el milagro que le hará superar la mala racha, el infortunio e incluso la enfermedad. Porque Dios, ya nos lo han dicho, está en todas partes, incluso en esta talla de madera a la que se le confieren poderes milagrosos.

Anoche te miré
y se quedó fundida mi mirada en tus ojos.
Te ví triste y cansado
en tu rostro asomaba la fatiga del Mundo.
Tu cuerpo , lacerado,
se postraba de hinojos
bajo una cruz grotesca de reseca madera.
Anoche te miré
como miro a un hermano vencido y humillado
como miro, impotente,
el dolor de un amigo
como miro una flor, un árbol o una espiga.
Anoche te miré
desde lo más profundo de un alma atormentada
desde la más recóndita realidad de mi mismo
desde la pequeñez
y el miedo
y la esperanza..
Anoche te miré
y ví los pies descalzos de cientos de personas
y ví los ojos serios pendientes de tu imágen
y escuché la saeta perdiéndose en la noche
y el silencio más íntimo desgarrado en sollozos.
Era por Ti. Por ellos.
Eran los mismos ojos, las mismas esperanzas
era el miedo, la angustia,
la ansiedad, la tristeza...
Era el mismo latido, compañero del Tuyo.
Anoche te miré
buscando en tí la fuerza por encima del tiempo
con la mano tendida hacia Tu mano eterna
con la fe del artista que cinceló la piedra
y descubrió la angustia que reflejó en tu rostro.
Anoche te miré  por un momento
y me quedé fundido en tu mirada.



Nuestro Padre Jesús del Perdón, desde su lugar de silencio, vela por las habitantes de Manzanares; como lo hace el Jesús Rescatado en la Solana, o el Cristo de Urda en aquel pueblo toledano. Y es que el arraigo tiene mucho que ver con la tradición, con el ejemplo que nuestros mayores han sabido transmitirnos, con la necesidad de identificarnos con un lugar, con un espacio, con unas costumbres.

Ser de Manzanares, conlleva venerar a nuestro Patrón. Se esté donde se esté, más incluso, si el lugar en el que se reside pone distancia por medio. Cuántas familias emigradas vuelven al cabo de los años impelidos por ese poso de nostalgia que nunca llegó a diluirse. Cuántas fotografías con la imagen de Nuestro Padre Jesús están enmarcadas en los salones de los manzanareños ausentes; cuánta memoria vive agazapada en las sombras de esas vidas que han tomado otros rumbos, otros hábitos, incluso otras tradiciones.

Se és de donde se pace, dice un adagio popular al que no le falta razón. Pero lo que nadie puede poner en duda es que, además, se és de donde se nace. Lo sé por experiencia. Yo estuve fuera un largo tiempo. Siempre tuve la mirada vuelta hacia nuestra torre, hacia los lugares en los que transcurrió mi infancia; hacia esta pequeña ermita en la que, alguna vez, en actitud recogida, como tantos, le pedí a Jesús imposibles. Eran viajes de fin de semana, o algunas cortas vacaciones, lo suficiente para que esa necesidad espiritual se calmara. Sólo hacía falta bajar por el paseo de la estación para que el vigor se restaurara en mi ánimo; sólo hacía falta ver el majestuoso Casino, al que nunca o muy pocas veces pasé, para no sentirme ajeno; sólo hacía falta cruzar por las  calles mortecinas, que llevaban hasta mi casa, para saber que allí estaba mi esencia.
                                            v
Definitivamente, a mi pregón le faltaba luz. Tal vez el personaje, tan cruelmente  ajusticiado, tan traído hasta nosotros como símbolo de amor y perdón, como hijo de Dios, muerto por redimir nuestros pecados, se prestaba a hacer un panegírico de su sufrimiento. Tenía que ser, por tanto, trágico el contenido, sombría la descripción, tristes las palabras con las que documentar esta semblanza. Así pensaba hasta hoy.
Pero hoy he decidido hablar de luz; de la luz que emana de su esencia; de la esperanza que supone su entrega, del resurgimiento a una dimensión espiritual que en este momento no acierto a imaginar.
Pinceladas de luz para afirmar que la Tierra es una resurrección constante: El sol sale todos los días, las plantas se renuevan por gracia de la savia; la siembra da lugar a las cosechas; las manos del hombre cultivan lo que mañana será nuestro alimento: El pan y el vino, símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo, son, antes, semillas y frutos que precisan de la elaboración y del trabajo.  Todo se desarrolla a través de un proceso armónico. Esta es, en verdad, la Eternidad, la Tierra Prometida.

La eternidad, al fondo a la derecha
(como el lavabo en las cafeterías)
Donde se anuncia: “término a sus días”
Y te sugieren: “ siga usted la flecha”.
Pero oye bien: recoge tu cosecha
No te pierdas en vanas naderías
Busca en el alma tierras labrantías
Y déjate, al partir, la labor hecha.
Porque más que una puerta de salida,
La eternidad anida en la esperanza
De allanarle caminos al relevo.
Y no le tengas miedo a esta mudanza,
Que sólo será punto de partida
Para que vuelvas a empezar de nuevo.
Principio del formulario

Me vais a permitir que al hablar de Jesús no lo haga como si se tratase de Dios. No sabría. Dios es un concepto tan amplio, tan abstracto, que me perdería en divagaciones. Prefiero hablaros del hombre. Y, aunque luego lleguemos a la tragedia, hablaremos primero de la esperanza que supone sentir. Los sentidos son nuestro  mecanismo de integración al medio en el que habitamos. Son inherentes a cualquier ser humano. Y Jesús fue hombre: Y vio, y olió, y tocó  y gustó y oyó.
Por imaginarnos, primero vería a los niños de su aldea, jugaría con ellos, correría por los campos, desparramaría el serrín del taller de su padre; sería un niño, como todos los niños de la tierra que tan pronto se rompen una ceja como hacen una travesura que les costará una reprimenda.
A medida que fuera creciendo, se  irían desarrollando sus sentidos y amando todo aquello que lo rodeaba. Esa era, en primera instancia su misión como hombre: Sentir. Y, sin duda, Jesús sintió amor, sintió dolor, sintió complacencia. Porque sintió como hombre. Y como hombre, tuvo luces, sombras, dudas. Nadie puede decir, sería aventurado, que Jesús vino con  unas condiciones distintas al resto de los humanos. Al menos mientras fue mortal tendría muchas de las limitaciones que son inherentes a nuestra condición. Y era necesario que fuera así para que conociera, entendiera, amara a su prójimo. Si algo une es la camaradería, la convivencia, los tragos, malos y buenos que hemos pasado con nuestros amigos. Al final, es en eso en lo que se cimienta una amistad.
Y Jesús fue amigo de la gente. Amó a sus discípulos. Estuvo al lado de la adúltera evitando su lapidación. Fue amigo de Lázaro a quien resucitó,  de María de Magdala .a quien expulsó siete demonios. En las bodas de Caná de Galilea realizó el milagro del vino a petición de su madre. Y la gente lo aclamó en su entrada a Jerusalén Era, es cierto, un hombre tocado por la gracia, pero como lo puede ser  cualquier hombre en cualquier momento y en cualquier situación. Ejemplos tenemos de hombres y mujeres que han entregado su vida a una causa, sea esta social, cultural, deportiva, religiosa. Gentes que han dado incluso su vida en aras de un ideal. Gente en la mayoría de los casos, desconocida, anónima, que han entregado su existencia al cuidado de los más necesitados, sean propios o ajenos, que han dado ejemplo de lo que es una vida al servicio de los demás.
La historia llega hasta nuestros días hablándonos de un hombre cuya palabra transmitía emociones, cuyos ojos despedían una luz confortadora, cuyas manos sanaban. Es cuando menos curioso que un hombre así no hubiera prosperado económicamente; que se pusiera del lado de los menesterosos que prefiriera las aldeas a las grandes ciudades, que predicara en los montes y llamara bienaventurados a los pobres, a los afligidos, a los limpios  de corazón.

                            Un milagro, Señor!

Effatá “, dijo Jesús al sordomudo metiéndole los dedos en los oídos y                                   tocando su lengua  con saliva”.

¡Un milagro, Señor!
Haz conmigo el milagro que hiciste con aquel sordomudo en Galilea..
Permite que mi palabra se abra paso a través de las dunas
A través del desierto de la incomunicación.
Permite que  mi poesía sea clara y haz de mi claridad poesía.
No soy digno. Ya sé que no soy digno.
Pero dime de verdad, cuántos hay, dignos de estar en tu presencia.
Sé que no tengo fe. Por más que la he buscado en esas horas bajas
En las que todo se reduce a implorar tu misericordia.
Pero soy fuerte y sé sobreponerme a los fracasos.
A lo mejor, eso también es fe después de todo.
Sólo tengo referencias  sobre tu vida e incertidumbre sobre tu muerte.
No sé si fuiste un hombre tan hermoso como te pintan
O no se han atrevido a pintarte como a un hombre.
En mi vida hay tantas lagunas como estrellas en el firmamento.
Quiero sortear esas lagunas,
Bucear por esas aguas procelosas en las que me siento inseguro
Y emerger a la superficie con palabras de luz.
No sé si esto es una oración, una súplica o una simple reflexión.
Sé que estoy aquí, frente a la pantalla del ordenador
Intentando buscarte, intentando buscarme.
Todo lo he hecho mal (bueno, espero que algo pueda salvarse).
Pero la intención ha sido buena.
Es el camino, que a veces parece intransitable.
Es la sangre, que a veces se encrespa en su tortuoso discurrir.
Es el miedo que no me deja lanzarme al vacío.
Es la ignorancia que pone su muro frente a mis ojos.


Estas son mis credenciales.
Como ves, a todas luces insuficientes para salirte al paso
Y pedirte que abras mis sentidos.
Por eso te las digo aquí, en la intimidad de mi reducto,
Susurrando desde la timidez de mi esperanza,
Mostrando humildemente mis defectos.
Y esperando que  tu benevolencia
 Llegue también a quienes estamos perdidos..

Es largo ya el trayecto recorrido.
Y corto, muy corto el que me queda por recorrer.
Por eso te apremio, Señor. Pon luz en mis palabras.
No sé por qué. No sé para quién.
Es que soy poeta ¿sabes?
Y llevo toda la vida buscando ese verso que no encuentro
Por más que lo haya buscado en los más insospechados recovecos.

Pon tu mano sobre mi cabeza y di la palabra:

EFFATÁ
                   
VI

El hombre ha buscado un lugar despoblado donde algunos olivos centenarios y el canto monótono de la lechuza, son los únicos vestigios de vida.  Está en actitud meditativa y su rostro refleja pesadumbre. Un poco más lejos un grupo de personas parece dormitar sobre el suelo.
El hombre se pregunta. O quizás, sabiendo las respuestas, intenta asumirlas.

Cuánta noche, Señor, has puesto sobre mi vida. Cuánta duda has sembrado en mi alma. Cuánto dolor se agolpa en mi corazón.
Hoy es el día en que tengo que decidir cuál es mi camino: si he de seguir el mandato de esa voz interior que me lleva al borde de esta profunda sima que me tienes asignada, o he de escuchar las razones de esa queja,  también interior, que me dice que disponga de mi vida, que disfrute, que ame, que sea yo mismo hasta la consumación de mi tiempo.

Dudo de todo. Incluso de esa capacidad sobrenatural que emana de mi persona. )Quién sana realmente al que se acerca a mí en demanda de ayuda? Si soy yo, )por qué no puedo ahora sanar mi propio pensamiento?, si eres Tú )para qué necesitas de mi intervención? ¿Soy realmente tu hijo?, )soy más hijo tuyo que el resto de estos mortales que pasan de una a otra orilla de su vida preocupándose de sus afanes, de sus familias, de sus negocios?; )soy más hijo tuyo que quienes sufren escarnio, miseria, enfermedad, ignorancia, marginación, soledad, vejez, tristeza ...?

)O es que acaso estoy tan loco como para creerme investido de tu gloria? Sea cual sea la causa, sobre mis hombros llevo una carga pesada: la de predicar algo que no es tangible; porque este ser humano, creado a tu imagen y semejanza, tiene tan alto concepto de su propia fuerza, que no admite el vasallaje sino ante quienes le demuestran su autoridad mediante el dictamen  de sus leyes o el poder de sus armas.

)Cómo podrían, estos opulentos, hacer caso a un grupo de peregrinos de dudosa indumentaria que sólo predican el amor? Sólo los humildes, los necesitados de una voz que les hable directamente al corazón, los que no saben qué comerán hoy, o qué techo les cobijará esta noche, se acercan hasta nosotros. Nos ven sus iguales. Y realmente los somos: nuestros vestidos son humildes, nuestra comida escasa, nuestras sandalias están desgastadas por tanto camino andado. Sólo nuestra palabra puede dar fe de que no somos maleantes o salteadores de caminos: AAmaos los unos a los otros como yo os he amado@

Se han dormido mis apóstoles; este grupo de  hombres buenos que un día lo dejaron todo por seguirme. Pronto vendrán a prenderme quienes no han entendido mi mensaje y entonces correrán como gamos asustados. Estoy solo; solo ante mis dudas, ante mi miedo, ante mi naturaleza, tan humana a fin de cuentas, tan débil para enfrentarse a lo que está escrito, que no puede evitar estremecerse..

Hágase en mí, según tu palabra. Y ya que no puede sustraerme a mi designio, haz que mi muerte no sea estéril; que la semilla que he intentado sembrar fructifique de manera  que no haya odio entre las razas, guerra entre las naciones, hambre entre los menos afortunados. Si mi muerte es el precio, aquí me tienes, Padre. Estoy dispuesto.

 He querido que mi pregón no incida en lo que ya es sabido. He querido pintar a un ser de luz porque eso interpreto que es Jesús. He querido dejar una imagen de fortaleza, como esas fotos que ahora sustituyen a los fallecidos en los tanatorios para que el recuerdo de la persona sea  el de sus mejores momentos. Yo sé que, probablemente, provoca más impacto el rostro sufriente. Pero Jesús salió victorioso del trance. y resucitó como resucitaremos todos a una dimensión de eternidad. Este he querido que, humildemente, fuera mi mensaje.

Y porque este es un tiempo para meditar voy a terminar mi pregón con un poema que habla de escarnio, de inocencia ultrajada, de injusticia, de búsqueda, de humana esperanza…

Tiempo para meditar.
                                                        Al poeta Antonio García de Dionisio
                                                                                               
Empaparon las vírgenes sus velos
con el amargo llanto de la ausencia,
mientras las madres, todas, de la tierra
cerraban los postigos de sus sueños.
Nadie las vio llorar, desde tan hondo
les nacía la pena. Nadie supo
de su desgarro íntimo, del miedo,
de la esperanza rota, del presagio
de sus muertos anónimos.


Madres de la desdicha,
madres del infortunio,
madres de la desgracia,
madres de la derrota,
madres de la renuncia,
madres de la desventura,
madres todas del mundo
paridoras de víctimas,
¿quién os puso en el alma tanta angustia?
¿quién os dejó tan muertas?
¿quién os reparará?, ¿con qué palabra?

Mares de llanto y sal
mares de piedra,
mares de desconsuelo,
mares amargos,
mares tristes,
mares de desolación,
mares de sangre,
mares tempestuosos,
¿quién os impulsa?
quién os hace verdugos?
quién os saca de quicio?
¿quién os crece?

Cristos famélicos,
Cristos deshabitados,
Cristos rotos,
Cristos hambrientos,
Cristos muertos de sed,
Cristos desamparados
Cristos escarnecidos,
Cristos indefensos,
¿quién pidió vuestra muerte?,
¿por qué injusta soberbia?
¿quién os cerró los ojos?, ¿ con qué beso?

No se asoma la luna a su explanada
muerta está de vergüenza,
teñida está su luz, cárdena y triste
se refleja en los pozos del ultraje.
Ha de nacer de nuevo el que nos hable,
el que conduzca al grueso del rebaño
a los prados floridos, el que rompa
la maldición que asola a nuestra especie.
Una sola palabra, una tan solo
que nos haga entender y nos despierte