“PREGÓN PARA NO
DECIR”
CON MOTIVO DE LAS FIESTAS EN HONOR A
(NUESTRO PADRE JESÚS
DEL PERDÓN)
AÑO 2015
PREGONERO: Jerónimo
Calero Calero
Porque
eres el Camino, has regresado
y
estás en esta luz que te proclama,
en
el humilde tallo de retama,
en
la mano que alza al humillado.
Estás
a cada paso, siempre al lado
del
que busca consuelo, del que llama
a no
se sabe quién, del que derrama
su
lástima en la reja de tu arado.
Estás
como quien no, como quien vela
con
paternal sigilo, como brisa
que
alienta nuestra humana desventura.
Y
tienes siempre abierta tu cancela
para
aquellos que al borde de la prisa
te
buscan en su noche más oscura.
Representantes de la Muy
Fervorosa y Antigua Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús
del Perdón Y María Santísima de la Esperanza. Autoridades civiles y
eclesiásticas, Hermanos Mayores de las distintas cofradías. señoras, señores,
amigos todos
Me van a permitir que mis
primeras palabras sean de agradecimiento. Agradecimiento a D. Rafael Huéscar,
Hermano Mayor de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús, por haber considerado que
mi persona era idónea para dar este pregón. En algún punto del mismo daré
cuenta de mi miedo ante tal responsabilidad. Agradecimiento también a D. Manuel
Díaz.Pinés, por sus palabras, a todas luces más fruto de la amistad que de los
merecimientos de este humilde pregonero, y como no, a Mariano Chaparro
López-Astillero, este joven músico que me va a acompañar con la guitarra
española en su modalidad clásica, de la que es un aventajado estudiante.
I
Estoy a un mes vista de un acontecimiento que será
importante en mi vida: Ser el pregonero de Nuestro Padre Jesús del Perdón. Este
es el tercer intento de pregón. No es que los otros dos no me gusten. A fin de
cuentas, lo que lea es lo que vais a aplaudir, o criticar, o las dos cosas si
ambas os parecen oportunas. Habéis confiado en mí porque consideráis que lo que
diga será acorde con el acontecimiento. Y yo confío en saber estar a la altura
de las circunstancias.
El primer pregón lo empecé
a escribir hace muchos años, porque de alguna manera, esperaba tener esta oportunidad.
Lo titulaba PREGÓN PARA NO DECIR, porque el que yo esperara ser llamado algún
día, no quería decir que fuera a ser llamado. Así que, como tantas de las cosas
que he escrito, lo hice para mí y lo
archivé esperando mejor ocasión. Pasó el tiempo, me hice mayor y no volví a
pensar en este asunto. Pero mira por dónde,
hace poco, entablé relaciones a través de la red, con un viejo amigo.
Cruzamos correos, fundamos una página y empezamos a saber uno del otro. Él es
Manuel Díaz-Pinés, hombre carismático que sabe granjearse la simpatía de la
gente y un infatigable trabajador en pro
del pueblo que le vio nacer. Manuel fue el pregonero del año pasado y nos dio
una lección magistral de lo que para él supone la palabra contraída: Estando ya
en Manzanares, le comunicaron el fallecimiento s de su
hermana Teresa, conocida y querida por todos los manzanareños por su talante y
sus muchos años al frente de la librería Díaz-Pinés. Fue un mazazo y Manuel se
vino abajo ¿Qué hago, me diría en algún momento? pero rápidamente me dio
también la contestación: Daré el pregón. El resto es historia.
Yo sé, aunque nadie me lo
ha dicho, que el honor de estar hoy en este estrado se lo debo a él; que él ha
sido mi valedor como en tantas ocasiones durante estos últimos tiempos. Así
que, querido amigo Manuel, este pregón va por ti.
Sí. Podría haber leído
cualquiera de los otros pregones. Son dignos y nadie me garantiza que este vaya
a ser mejor. Pero esta mañana he salido al campo cuando el sol disipaba las
sombras de la noche y lo he mirado hasta que su resplandor me ha hecho apartar
la vista. Luz, he pensado mientras seguía el camino hasta mi pequeña casa de
campo. Eso es lo que le faltaba a mis pregones anteriores: Luz. He mirado la
vastedad de la llanura, he observado la armonía de la naturaleza, he
contemplado un paisaje como pudo hacerlo
el primer hombre. Tierra nada más. Horizonte. Sierras recortadas, encinas
centenarias. El viejo torreón que un día fue arrogante y ahora es sólo un
vestigio de nuestra historia local.
A lo lejos el ruido de las
esquilas del ganado, las voces del pastor azuzando a los perros o el sonido monocorde
de algún motor, dan fe de que la tierra aún sigue habitada. Todo es paz en
derredor, tanta paz como yo quisiera infundir a mi pregón.
Mi
pensamiento vuela por campos de luz. Son aquellos campos de mi infancia en los
que, mis padres y mis abuelos, labradores modestos, cultivaban la tierra con
tanto amor que bien podría decirse que su labor era sagrada. No practicaban esta
religión en la que sin duda estaban bautizados, No santificaban las fiestas. O
sí, pero a su modo A mis hermanos y a
mí, nos iniciaron en el campo. Puedo afirmar que aquello no era explotación de
menores. Nosotros éramos los discípulos de una religión que era el trabajo.
Allí estábamos todos, grandes y pequeños emparejados por un anhelo común.
Seguro que eso tiene que ver con mi falta de religiosidad. Y seguro que esa falta de religiosidad es la que me
hace pensar que no soy la persona idónea para proclamar esta festividad. Uno, a
veces, no es consciente de sus limitaciones. A lo mejor hubiera debido decir
que no, que yo no era digno de tal merecimiento. Pero tampoco uno es consciente
de su vanidad. Y el pregón de Jesús, es síntoma de reconocimiento. Y tal vez
por eso dije sí.
Este es el pregonero que, sin embargo, supo ver en su entorno
algo que siempre le emocionó: )Cómo era que, gente no
religiosa y que de hecho no practicaba los preceptos de la Santa Madre
Iglesia, pudiera sentir tal devoción por una imagen de madera que representaba,
al decir de todos, al Cristo perdonador?; ) cómo es que toda aquella gente se acercaba hasta su ermita y
le hablaban, o le rogaban, convencidos de su misericordia y de su intercesión? )En quién creían, en el
Cristo, o en el imaginero que supo dar forma a su propio sufrimiento? Si, de
pronto, la imagen reflejara otra secuencia, no esta del Cristo arrodillado ante
el peso de la Cruz sino una en la que se viera vigoroso, que también lo fue, y
amonestando a los mercaderes en el templo, o la misma del Cristo resucitado que
en todo su esplendor se pasea el Domingo
de Resurreción ante la mirada de unos
pocos curiosos ¿seguirían sintiendo la misma veneración, la misma piedad, la
misma rebeldía ante lo injusto de su cruento final?
II
En
la ermita de la Veracruz el último
vencejo se refugia en la espadaña del viejo campanario. El reloj de la plaza da
las nueve con ese sonido postizo que le presta la tecnología. La Iglesia de la
Asunción está llena de devotos a la espera de la palabra del predicador. Los predicadores son como poetas, o como
pregoneros. Utilizan la palabra para
con-mover, para llegar al alma de los escuchantes desde esas proclamas que
hablan de un hombre que era Dios, o de un Dios que se hizo hombre. Los predicadores vuelcan en sus palabras toda
la fe de la que son capaces. Y recuerdan, año tras año, la crucifixión y muerte
de Jesús con palabras que rebotan en el silencio de la iglesia, en la madera de
los confesonarios, en el mármol da las baldosas y desde allí inician un
recorrido hasta los miradores del alma. ¡Qué bien habla!, dirán los que,
atentos, se han quedado prendidos en aquella maraña de sensaciones a las que ,
como un prestidigitador que sabe su oficio, ha dado forma.
Bajando
por la calle Empedrada, de camino hacia
la iglesia, se recorta en el cielo una luna menguante sobre el negro fondo de
la noche y el destello de las luces terrenales. Allí, estática, como una oyente
más, se deja atrapar por las palabras
que, como una bandada de palomas blancas (bien podrían ser grises, pero
parece que la ocasión requiere que fueran blancas), se escapan a través de las
vidrieras. Puede que la luna no entienda de crucifixiones, pero tampoco sabemos
si entiende de amor y todos los enamorados la utilizan para enmarcar el suyo. Yo quisiera pensar que sí; que la
luna está ahí para escuchar al predicador, para emocionarse con esas
imágenes que ve desde su atalaya y para
reflejarnos la luz de su entendimiento.
La luna alumbra el haz de este cortejo
que
en procesión te sigue hasta el calvario
en
un gesto de amor que, solidario,
quiere
hacerse dolor por tu reflejo.
Hoy
tiene su plegaria como un dejo
de
infinita tristeza. Es necesario
que
regreses a un mundo que a diario
necesita
tu voz y tu consejo.
Dijiste
luz, y abundan los abismos.
Dijiste
amor, y hay odio en las miradas,
dijiste
paz y hay pífanos de guerra.
Si
aún la vida se nutre de egoísmos.
Si
aún hay almas que están atribuladas.
¿Cuándo
vuelves, Señor, por esta tierra?
III
El
hombre es un ser de luz. Lástima que, algunas veces las sombras se apoderen de
nosotros y anulen nuestra generosidad, nuestros propósitos de ser mejores,
nuestra excelsa naturaleza.
Hoy
he visto una noticia en televisión que me ha sobrecogido. A un pequeño que por
algún motivo de nacimiento o de tratamiento, le faltaban los pies y las manos,
le han trasplantado unas manos. Ya sé que no podrá catalogarse como milagro,
pero sí se puede pensar que Jesús estuvo en el equipo de aquél cirujano. Ya sé
que para trasplantar unas manos, hace falta que otro niño muera. Pero ese es
nuestro sino. Y tal vez por ese gesto, la familia del niño muerto, vea,
reconfortada, cómo las manos de su hijo van a seguir aferrándose a la vida en
el niño vivo.
En
otro programa, un equipo de biólogos y veterinarios se encargaba de rescatar
orangutanes huérfanos para alimentarlos en su infancia y regresarlos después a
su hábitat. Y yo creo que Jesús lloraba por los ojos lacrimosos de los biólogos
y por las miradas sorprendidas de los monos, cuando la despedida se hacía
necesaria.
Son
destellos, pinceladas de vida en las que el ser humano sigue el ejemplo de
aquel Hombre que sufrió su calvario personal convencido de que con su muerte y
su generosidad sin límites redimía los pecados de todos los hombres.
La
imagen de nuestro Patrón, nos refleja a un ser doliente. Un imaginero supo
ponerle rostro y dar a ese rostro la serenidad, la fortaleza, la mansedumbre,
la esperanza, la magnanimidad, la luz de una mirada que pide perdón por un
mundo equivocado. Hacia ella vuelven los ojos los que necesitan su amparo; los
que ya no encuentran los remedios a sus males, los que necesitan una esperanza
a la que aferrarse; un hombro sobre el que llorar, una mirada de consuelo
IV
El pueblo llano, del que vengo, se deja guiar por el instinto
más que por la reflexión; de ahí que ese pueblo llano, sea capaz de pasar de liturgia, de misa y
novena y, sin embargo, sienta la imperiosa necesidad de hacer descalzo el recorrido procesional en cumplimiento de
alguna promesa. Y es que, cuando uno se ve en una situación extrema, sea de la
índole que sea, acude a lo sobrenatural. )Quién puede socorrer a los humanos cuando los medios con que
cuentan se han manifestado impotentes?. Más, ¿quién puede serenar el ánimo ante
lo injustificado de una muerte prematura; ante la desesperación por una
enfermedad incurable; ante el miedo a un futuro impredecible? ¿Quién tiene la
llave, la fuerza, la magnanimidad que en ese momento necesita el alma? Y el pueblo
vuelve los ojos a esa imagen tallada que representa todo aquello que no se
vende en los mercados de la vida. En definitiva, lo que el pueblo esta haciendo
es volverse hacia sí mismo, descubriendo que tiene una fortaleza que no había
desarrollado y que la esperanza sigue esperando. Y es ahí donde los ojos del
Cristo hablan ese idioma sin palabras en el que todos nos entendemos. Es ahí,
justo en esa manifestación del ser, donde se encuentra el consuelo necesario,
el milagro que le hará superar la mala racha, el infortunio e incluso la
enfermedad. Porque Dios, ya nos lo han dicho, está en todas partes, incluso en
esta talla de madera a la que se le confieren poderes milagrosos.
Anoche te miré
y se quedó fundida mi mirada
en tus ojos.
Te ví triste y cansado
en tu rostro asomaba la
fatiga del Mundo.
Tu cuerpo , lacerado,
se postraba de hinojos
bajo una cruz grotesca de
reseca madera.
Anoche te miré
como miro a un hermano
vencido y humillado
como miro, impotente,
el dolor de un amigo
como miro una flor, un árbol
o una espiga.
Anoche te miré
desde lo más profundo de un
alma atormentada
desde la más recóndita
realidad de mi mismo
desde la pequeñez
y el miedo
y la esperanza..
Anoche te miré
y ví los pies descalzos de
cientos de personas
y ví los ojos serios
pendientes de tu imágen
y escuché la saeta
perdiéndose en la noche
y el silencio más íntimo
desgarrado en sollozos.
Era por Ti. Por ellos.
Eran los mismos ojos, las
mismas esperanzas
era el miedo, la angustia,
la ansiedad, la tristeza...
Era el mismo latido,
compañero del Tuyo.
Anoche te miré
buscando en tí la fuerza por
encima del tiempo
con la mano tendida hacia Tu
mano eterna
con la fe del artista que
cinceló la piedra
y descubrió la angustia que
reflejó en tu rostro.
Anoche te miré por un momento
y me quedé fundido en tu
mirada.
Nuestro Padre Jesús del Perdón, desde su lugar de silencio,
vela por las habitantes de Manzanares; como lo hace el Jesús Rescatado en la
Solana, o el Cristo de Urda en aquel pueblo toledano. Y es que el arraigo tiene
mucho que ver con la tradición, con el ejemplo que nuestros mayores han sabido
transmitirnos, con la necesidad de identificarnos con un lugar, con un espacio,
con unas costumbres.
Ser de Manzanares, conlleva venerar a nuestro Patrón. Se esté
donde se esté, más incluso, si el lugar en el que se reside pone distancia por
medio. Cuántas familias emigradas vuelven al cabo de los años impelidos por ese
poso de nostalgia que nunca llegó a diluirse. Cuántas fotografías con la imagen
de Nuestro Padre Jesús están enmarcadas en los salones de los manzanareños
ausentes; cuánta memoria vive agazapada en las sombras de esas vidas que han
tomado otros rumbos, otros hábitos, incluso otras tradiciones.
Se és de donde se pace, dice un adagio popular al que no le
falta razón. Pero lo que nadie puede poner en duda es que, además, se és de
donde se nace. Lo sé por experiencia. Yo estuve fuera un largo tiempo. Siempre
tuve la mirada vuelta hacia nuestra torre, hacia los lugares en los que
transcurrió mi infancia; hacia esta pequeña ermita en la que, alguna vez, en
actitud recogida, como tantos, le pedí a Jesús imposibles. Eran viajes de fin
de semana, o algunas cortas vacaciones, lo suficiente para que esa necesidad
espiritual se calmara. Sólo hacía falta bajar por el paseo de la estación para
que el vigor se restaurara en mi ánimo; sólo hacía falta ver el majestuoso
Casino, al que nunca o muy pocas veces pasé, para no sentirme ajeno; sólo hacía
falta cruzar por las calles mortecinas,
que llevaban hasta mi casa, para saber que allí estaba mi esencia.
v
Definitivamente, a mi
pregón le faltaba luz. Tal vez el personaje, tan cruelmente ajusticiado, tan traído hasta nosotros como
símbolo de amor y perdón, como hijo de Dios, muerto por redimir nuestros
pecados, se prestaba a hacer un panegírico de su sufrimiento. Tenía que ser,
por tanto, trágico el contenido, sombría la descripción, tristes las palabras
con las que documentar esta semblanza. Así pensaba hasta hoy.
Pero hoy he decidido
hablar de luz; de la luz que emana de su esencia; de la esperanza que supone su
entrega, del resurgimiento a una dimensión espiritual que en este momento no
acierto a imaginar.
Pinceladas de luz para
afirmar que la Tierra es una resurrección constante: El sol sale todos los días,
las plantas se renuevan por gracia de la savia; la siembra da lugar a las
cosechas; las manos del hombre cultivan lo que mañana será nuestro alimento: El
pan y el vino, símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo, son, antes, semillas
y frutos que precisan de la elaboración y del trabajo. Todo se desarrolla a través de un proceso
armónico. Esta es, en verdad, la Eternidad, la Tierra Prometida.
La eternidad, al fondo a la derecha
(como el lavabo en las cafeterías)
Donde se anuncia: “término a sus días”
Y te sugieren: “ siga usted la flecha”.
(como el lavabo en las cafeterías)
Donde se anuncia: “término a sus días”
Y te sugieren: “ siga usted la flecha”.
Pero oye bien: recoge tu cosecha
No te pierdas en vanas naderías
Busca en el alma tierras labrantías
Y déjate, al partir, la labor hecha.
No te pierdas en vanas naderías
Busca en el alma tierras labrantías
Y déjate, al partir, la labor hecha.
Porque más que una puerta de salida,
La eternidad anida en la esperanza
De allanarle caminos al relevo.
La eternidad anida en la esperanza
De allanarle caminos al relevo.
Y no le tengas miedo a esta mudanza,
Que sólo será punto de partida
Para que vuelvas a empezar de nuevo.
Que sólo será punto de partida
Para que vuelvas a empezar de nuevo.
Me vais a permitir que al
hablar de Jesús no lo haga como si se tratase de Dios. No sabría. Dios es un
concepto tan amplio, tan abstracto, que me perdería en divagaciones. Prefiero
hablaros del hombre. Y, aunque luego lleguemos a la tragedia, hablaremos
primero de la esperanza que supone sentir. Los sentidos son nuestro mecanismo de integración al medio en el que
habitamos. Son inherentes a cualquier ser humano. Y Jesús fue hombre: Y vio, y
olió, y tocó y gustó y oyó.
Por imaginarnos, primero
vería a los niños de su aldea, jugaría con ellos, correría por los campos,
desparramaría el serrín del taller de su padre; sería un niño, como todos los
niños de la tierra que tan pronto se rompen una ceja como hacen una travesura
que les costará una reprimenda.
A medida que fuera
creciendo, se irían desarrollando sus
sentidos y amando todo aquello que lo rodeaba. Esa era, en primera instancia su
misión como hombre: Sentir. Y, sin duda, Jesús sintió amor, sintió dolor,
sintió complacencia. Porque sintió como hombre. Y como hombre, tuvo luces,
sombras, dudas. Nadie puede decir, sería aventurado, que Jesús vino con unas condiciones distintas al resto de los
humanos. Al menos mientras fue mortal tendría muchas de las limitaciones que
son inherentes a nuestra condición. Y era necesario que fuera así para que
conociera, entendiera, amara a su prójimo. Si algo une es la camaradería, la
convivencia, los tragos, malos y buenos que hemos pasado con nuestros amigos.
Al final, es en eso en lo que se cimienta una amistad.
Y Jesús fue amigo de la
gente. Amó a sus discípulos. Estuvo al lado de la adúltera evitando su
lapidación. Fue amigo de Lázaro a quien resucitó, de María de Magdala .a quien expulsó siete
demonios. En las bodas de Caná de Galilea realizó el milagro del vino a
petición de su madre. Y la gente lo aclamó en su entrada a Jerusalén Era, es
cierto, un hombre tocado por la gracia, pero como lo puede ser cualquier hombre en cualquier momento y en
cualquier situación. Ejemplos tenemos de hombres y mujeres que han entregado su
vida a una causa, sea esta social, cultural, deportiva, religiosa. Gentes que
han dado incluso su vida en aras de un ideal. Gente en la mayoría de los casos,
desconocida, anónima, que han entregado su existencia al cuidado de los más
necesitados, sean propios o ajenos, que han dado ejemplo de lo que es una vida
al servicio de los demás.
La historia llega hasta
nuestros días hablándonos de un hombre cuya palabra transmitía emociones, cuyos
ojos despedían una luz confortadora, cuyas manos sanaban. Es cuando menos curioso
que un hombre así no hubiera prosperado económicamente; que se pusiera del lado
de los menesterosos que prefiriera las aldeas a las grandes ciudades, que
predicara en los montes y llamara bienaventurados a los pobres, a los
afligidos, a los limpios de corazón.
Un milagro, Señor!
“Effatá “, dijo Jesús al sordomudo metiéndole
los dedos en los oídos y tocando su
lengua con saliva”.
¡Un milagro, Señor!
Haz conmigo el milagro que
hiciste con aquel sordomudo en Galilea..
Permite que mi palabra se abra
paso a través de las dunas
A través del desierto de la
incomunicación.
Permite que mi poesía sea clara y haz de mi claridad
poesía.
No soy digno. Ya sé que no soy
digno.
Pero dime de verdad, cuántos
hay, dignos de estar en tu presencia.
Sé que no tengo fe. Por más que
la he buscado en esas horas bajas
En las que todo se reduce a
implorar tu misericordia.
Pero soy fuerte y sé
sobreponerme a los fracasos.
A lo mejor, eso también es fe
después de todo.
Sólo tengo referencias sobre tu vida e incertidumbre sobre tu
muerte.
No sé si fuiste un hombre tan
hermoso como te pintan
O no se han atrevido a pintarte
como a un hombre.
En mi vida hay tantas lagunas
como estrellas en el firmamento.
Quiero sortear esas lagunas,
Bucear por esas aguas
procelosas en las que me siento inseguro
Y emerger a la superficie con
palabras de luz.
No sé si esto es una oración,
una súplica o una simple reflexión.
Sé que estoy aquí, frente a la
pantalla del ordenador
Intentando buscarte, intentando
buscarme.
Todo lo he hecho mal (bueno, espero
que algo pueda salvarse).
Pero la intención ha sido
buena.
Es el camino, que a veces
parece intransitable.
Es la sangre, que a veces se
encrespa en su tortuoso discurrir.
Es el miedo que no me deja
lanzarme al vacío.
Es la ignorancia que pone su
muro frente a mis ojos.
Estas son mis credenciales.
Como ves, a todas luces
insuficientes para salirte al paso
Y pedirte que abras mis
sentidos.
Por eso te las digo aquí, en la
intimidad de mi reducto,
Susurrando desde la timidez de
mi esperanza,
Mostrando humildemente mis
defectos.
Y esperando que tu benevolencia
Llegue también a quienes estamos perdidos..
Es largo ya el trayecto
recorrido.
Y corto, muy corto el que me
queda por recorrer.
Por eso te apremio, Señor. Pon
luz en mis palabras.
No sé por qué. No sé para
quién.
Es que soy poeta ¿sabes?
Y llevo toda la vida buscando
ese verso que no encuentro
Por más que lo haya buscado en
los más insospechados recovecos.
Pon tu mano sobre mi cabeza y
di la palabra:
EFFATÁ
VI
El hombre ha buscado un lugar despoblado donde algunos olivos
centenarios y el canto monótono de la lechuza, son los únicos vestigios de
vida. Está en actitud meditativa y su
rostro refleja pesadumbre. Un poco más lejos un grupo de personas parece
dormitar sobre el suelo.
El hombre se pregunta. O quizás, sabiendo las respuestas,
intenta asumirlas.
Cuánta noche, Señor, has puesto sobre mi vida. Cuánta duda
has sembrado en mi alma. Cuánto dolor se agolpa en mi corazón.
Hoy es el día en que tengo que decidir cuál es mi camino: si
he de seguir el mandato de esa voz interior que me lleva al borde de esta
profunda sima que me tienes asignada, o he de escuchar las razones de esa
queja, también interior, que me dice que
disponga de mi vida, que disfrute, que ame, que sea yo mismo hasta la
consumación de mi tiempo.
Dudo de todo. Incluso de esa capacidad sobrenatural que emana
de mi persona. )Quién sana realmente al que se acerca a mí en demanda de
ayuda? Si soy yo, )por qué no puedo ahora sanar mi propio pensamiento?, si eres
Tú )para qué necesitas de
mi intervención? ¿Soy realmente tu hijo?, )soy más hijo tuyo que el resto de estos mortales que pasan de
una a otra orilla de su vida preocupándose de sus afanes, de sus familias, de
sus negocios?; )soy más hijo tuyo que quienes sufren escarnio, miseria,
enfermedad, ignorancia, marginación, soledad, vejez, tristeza ...?
)O es que acaso estoy tan loco como para creerme investido de
tu gloria? Sea cual sea la causa, sobre mis hombros llevo una carga pesada: la
de predicar algo que no es tangible; porque este ser humano, creado a tu imagen
y semejanza, tiene tan alto concepto de su propia fuerza, que no admite el
vasallaje sino ante quienes le demuestran su autoridad mediante el
dictamen de sus leyes o el poder de sus
armas.
)Cómo podrían, estos opulentos, hacer caso a un grupo de
peregrinos de dudosa indumentaria que sólo predican el amor? Sólo los humildes,
los necesitados de una voz que les hable directamente al corazón, los que no
saben qué comerán hoy, o qué techo les cobijará esta noche, se acercan hasta
nosotros. Nos ven sus iguales. Y realmente los somos: nuestros vestidos son
humildes, nuestra comida escasa, nuestras sandalias están desgastadas por tanto
camino andado. Sólo nuestra palabra puede dar fe de que no somos maleantes o
salteadores de caminos: AAmaos los unos a los otros como yo os he amado@
Se han dormido mis apóstoles; este grupo de hombres buenos que un día lo dejaron todo por
seguirme. Pronto vendrán a prenderme quienes no han entendido mi mensaje y
entonces correrán como gamos asustados. Estoy solo; solo ante mis dudas, ante
mi miedo, ante mi naturaleza, tan humana a fin de cuentas, tan débil para
enfrentarse a lo que está escrito, que no puede evitar estremecerse..
Hágase en mí, según tu palabra. Y ya que no puede sustraerme
a mi designio, haz que mi muerte no sea estéril; que la semilla que he
intentado sembrar fructifique de manera
que no haya odio entre las razas, guerra entre las naciones, hambre
entre los menos afortunados. Si mi muerte es el precio, aquí me tienes, Padre.
Estoy dispuesto.
He
querido que mi pregón no incida en lo que ya es sabido. He querido pintar a un
ser de luz porque eso interpreto que es Jesús. He querido dejar una imagen de
fortaleza, como esas fotos que ahora sustituyen a los fallecidos en los
tanatorios para que el recuerdo de la persona sea el de sus mejores momentos. Yo sé que,
probablemente, provoca más impacto el rostro sufriente. Pero Jesús salió
victorioso del trance. y resucitó como resucitaremos todos a una dimensión de
eternidad. Este he querido que, humildemente, fuera mi mensaje.
Y
porque este es un tiempo para meditar voy a terminar mi pregón con un poema que
habla de escarnio, de inocencia ultrajada, de injusticia, de búsqueda, de humana
esperanza…
Tiempo
para meditar.
Al poeta Antonio
García de Dionisio
Empaparon
las vírgenes sus velos
con
el amargo llanto de la ausencia,
mientras
las madres, todas, de la tierra
cerraban
los postigos de sus sueños.
Nadie
las vio llorar, desde tan hondo
les
nacía la pena. Nadie supo
de
su desgarro íntimo, del miedo,
de
la esperanza rota, del presagio
de
sus muertos anónimos.
Madres
de la desdicha,
madres
del infortunio,
madres
de la desgracia,
madres
de la derrota,
madres
de la renuncia,
madres
de la desventura,
madres
todas del mundo
paridoras
de víctimas,
¿quién
os puso en el alma tanta angustia?
¿quién
os dejó tan muertas?
¿quién
os reparará?, ¿con qué palabra?
Mares
de llanto y sal
mares
de piedra,
mares
de desconsuelo,
mares
amargos,
mares
tristes,
mares
de desolación,
mares
de sangre,
mares
tempestuosos,
¿quién
os impulsa?
quién
os hace verdugos?
quién
os saca de quicio?
¿quién
os crece?
Cristos
famélicos,
Cristos
deshabitados,
Cristos
rotos,
Cristos
hambrientos,
Cristos
muertos de sed,
Cristos
desamparados
Cristos
escarnecidos,
Cristos
indefensos,
¿quién
pidió vuestra muerte?,
¿por
qué injusta soberbia?
¿quién
os cerró los ojos?, ¿ con qué beso?
No
se asoma la luna a su explanada
muerta
está de vergüenza,
teñida
está su luz, cárdena y triste
se
refleja en los pozos del ultraje.
Ha
de nacer de nuevo el que nos hable,
el
que conduzca al grueso del rebaño
a
los prados floridos, el que rompa
la
maldición que asola a nuestra especie.
Una
sola palabra, una tan solo
que
nos haga entender y nos despierte