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martes, 28 de julio de 2015

AÚN ES TIEMPO

Hacerse viejo no es ninguna tragedia.
(Se lo digo yo, que ya me estoy haciendo viejo).
La tragedia sería perder la memoria
(he sustituido memoria por cabeza),
O contraer alguna enfermedad de esas que ya nos acompañarán hasta el final:
Glaucoma ocular,
Artritis,
Próstata,
Párkinson
Demencia senil…
Enfermedades de viejo, en realidad, de las que pocos se salvan.
Pero aún así, los hay que parecen inmunes,
Bien porque no les afectan de lleno
O porque saben vivir con sus limitaciones
(Cuesta toda una vida, no crean,
Aprender a sacarle partido a las mermas)
Así que, distinguiendo vejez de enfermedad,
La vejez es una de las etapas más placenteras de la existencia
(Tal vez sea porque placentera parece venir de placenta
Que  es el lugar donde el ser está más protegido):
No existen deberes –si no son los que uno  se debe a sí mismo-,
Se han superado las ambiciones –si queda alguna  es pura costumbre-,
Se necesita menos para vivir –si se sabe vivir con menos-,
La seguridad social es gratis –después de cuarenta y ocho años de cotización, faltaría más-,
El gobierno te paga las vacaciones –maneras son de afianzar a la parroquia-,
Cobras sin trabajar –ni en Jauja-,
Eres reflexivo –el paso de los años es toda una catarsis-,
Ves la luz al final del túnel –lo malo es que el tren viene hacia ti-,
Comprendes que los demás piensen que eres viejo
Y que tus aptitudes se han ido deteriorando
(Tampoco es cuestión de ponerte a demostrar lo equivocados que están
Es decir, eres tolerante)
Te importa menos el tiempo,
La muerte ya no representa una amenaza,
Sólo le pides que sea  benévola.
(En otras ocasiones, la vejez era el desamparo total,
Fíjense si hemos avanzado en materia social, gracias y a pesar de los políticos).
Y los que tenemos la suerte de haber accedido
A las más elementales nociones de navegación por Internet
Tenemos el mundo en la palma de la mano.

No es que la ciencia haya alargado la vida, que también.
Es que la vida es tan dulce que no nos queremos morir.
Y ya se sabe que no hay mayor empuje que el de la voluntad.
Y si eres capaz de sortear los fallos de la sanidad pública,
Te puedes acartonar como Matusalén y rebobinar el cuenta kilómetros..

Ya sé que este poema puede resultar atípico,
Pero qué quieren, hacerse viejo supone hablar
Como a uno le parezca más oportuno.
(El verso anterior es un eufemismo
Hay maneras mucho más descriptivas)
Ya  no hace falta escribir para la posteridad
(Entre otras cosas, porque ¿qué posteridad le queda a un muerto?)
Y uno puede permitirse el lujo de ser algo impertinente.

Al viejo ya no le importa la hora, le importa el tiempo.
-no crean que esta frase, tal vez la mejor del poema, es de cosecha propia;
Un amigo se la oyó decir a un musulmán en Afganistán.
No se refería a la vejez, se refería al sentido que se le puede dar a la existencia-.
El tiempo es universal. La hora es sólo una medida perentoria.
El tiempo es absoluto. La hora es una invención de la prisa.
El tiempo no pasa. La hora se muere cada sesenta minutos.


Sé que aún me queda todo el tiempo que necesito
Para acercarme a mi pensamiento;
Que el resumen de una vida puede reducirse al espacio de un poema
y, si me apuran, de un verso.
Tengo el tiempo suficiente para reflexionar
aunque supiera que mañana sería el último día de mi existencia.
No me queda nada por hacer. Y si algo quedara
El tiempo se encargará de solucionarlo.
Siempre he creído que era yo el que gobernaba mi tiempo
Y tal vez por eso, he dado pasos precipitados.
Ahora es el momento de pasar serenamente,
Por esta infinitud que nunca supe;
De pisar la tierra con pasos enamorados, como de labrador que ama su terruño.

Y cuando el último paso me deje a pie de sepultura o de horno crematorio
No quisiera que vuestro llanto empañara la visión de mi rostro final,
Porque ese será el compendio de mi estancia entre vosotros.
Lo que fui o lo que hice, fue fruto del camino.
Es este que ahora soy, peregrino después de tantos soles,

El que pone en vuestras manos su esperanza.