Si al coronar la nieve de la edad las cumbres
de mi vida,
aún me cabe esperanza, y sueños, y proyectos,
se lo debo al progreso, al bienestar social,
a la cultura,
al vecino de enfrente que me dice Acon Dios@ cada mañana
-prueba notoria de su buen deseo hacia mi
persona-,
a la igualdad de oportunidades que no ha
tenido en cuenta
que yo era primo hermano, por línea directa,
de quienes padecen síndrome de Down ,
y pariente no muy lejano - por grado de
pobreza-, de los limpiabotas,
de los vendedores de bolígrafos en los
semáforos,
de los cómicos taurinos que dan vida al
espectáculo del bombero torero...
Creer otra cosa sería necedad, arrogancia,
prepotencia...
Y yo soy tan humilde
que aún conservo en la sangre las esencias
del alma primigenia, esa
que alguien envolvió con el celofán de la
inocencia.
A mi edad,
no hace mucho, yo tendría sobre mí la
etiqueta de viejo
en forma de arrugada piel y torpes ademanes,
sin embargo, ya ves, aún sigo aquí, empezando
a sentirme vivo,
descubriendo una veta a la que asirme,
en la que descubrirme,
en la que conocerme.
(Qué intrincada es la senda por
la que camina la humanidad!
Aún nos asombramos de los vestigios
prehistóricos que van surgiendo ante nosotros.
Aquellos primeros trazos simples; aquellas
rudimentarias herramientas,
aquellas restos fosilizadas que han dejado
constancia de nuestro paso
en otros tiempos, en otras circunstancias...
Y sin embargo eran los mismos ingenios
que después pudieron volar,
o surcar el fondo de los mares
o, simplemente,
alargar la vida unos instantes.
Sólo necesitaron un poco más de tiempo,
más higiene, mejores alimentos, más
deporte... Experiencia.
La experiencia es el pedernal elevado a
metafísica,
la poesía descendiendo a lo cotidiano.
Todo es válido, complementario, unitario,
aprovechable, eterno,
nuestra cultura pasará, pero no sus
consecuencias. Y lo que venga después,
buscará en los papiros de nuestra antigüedad
la razón de sus orígenes.
Un día, uno tan sólo de nuestros días,
contiene el principio y el fin de la eternidad.
Todo el tiempo transcurre en un instante; lo
demás son reflejos,
ondas que se expanden, murallas que se elevan
sobre el tiempo fenecido.
En este instante propio he intentado la
metáfora, he perseguido la palabra,
esa que a veces casi nadie entiende. He
creído, he dudado.
Y ahora qué, me pregunto.
Ahora sé que estoy vivo, que una hora más de
vida es un avance
de la naturaleza que me va a permitir seguir
siendo.
Que debo hacer poemas
para dejar constancia de mi paso por la
caverna en la que habito,
sin otra pretensión que decir aquí estuve;
quí viví más años que la anterior generación
y por eso tuve tiempo de emborronar estas
paredes
para decirte a ti, observador remoto, cómo
era mi tiempo.
Reflejos, ondas, chispas que van y vienen,
que se cruzan, que se funden...
Eso somos: sumos sacerdotes, pontífices de la
existencia, referencias antediluvianas
sometidas a nuevas trasgresiones; inocentes
moléculas que un día
perderán sus propiedades de fusión
y volverán a sumergirse en la negrura de la
inconsciencia.
(Increíble!, diréis desde vuestra nueva percepción.
Sin saber que vosotros también sois nosotros;
que todos somos el mismo impulso en proceso
evolutivo,
en imparable instinto de supervivencia.
Qué nos mueve, cuál es el sentido de nuestros
actos, quién nos hace poetas,
o músicos, o influyentes líderes;
quién sembró en nuestros genes la
peculiaridad de nuestra conducta,
cuál es la verdad de nuestro instante...
Son, seguramente, las mismas preguntas que se hicieron los dinosaurios
si nos permitimos atribuirles pensamiento;
las mismas preguntas que, mañana, os haréis
vosotros
para
dejarlas, otra vez, grabadas en las graníticas paredes de vuestra gruta.