Porque mirar
atrás sólo conduce a un tiempo que se fue y que ya el olvido ha convertido en sombra; porque desde que comenzamos el camino, hemos ido ganando un lugar en la muerte ya que no era posible ganárselo a la vida ;
porque nos dimos tanto que apenas nos quedaron instantes para el goce; porque
fuimos esclavos de esa suerte de envidia que acaso nos navega por esta sangre
turbia que aún riega nuestra entraña;
porque dijimos basta cuando no se cumplieron nuestros firmes propósitos,
o intentamos, ilusos, la lucha cuerpo a cuerpo; porque llegó la vida y nos dejó
varados en campos casi yermos como a guerreros viejos sin escudo y sin lanza; porque todas las guerras
nos pasaron de pronto por el tamiz del alma dejándonos el poso de la
desesperanza; porque fuimos pioneros de lo único que pueden ser pioneros los
hombres: aferrarse a una tierra que nunca será propia; porque así,
lentamente, vamos llegando al punto
donde todo es comienzo o acaso una metáfora de polvo resurrecto , escribo estas
palabras; estos versos cansados de buscar el cobijo de una página en blanco;
estas nuevas maneras de quedarme en vosotros por si acaso la ausencia me
convierte en silencio; en silencio y olvido; en fugaz sobresalto de sangre en
desbandada; siempre quise teneros en la sombra del alma; al abrigo del pozo de
mis aguas profundas; al lado de los sueños que en vosotros habitan; al borde
del camino donde fuimos almendro para el goce
del ojo. Estas pobres palabras son el ritmo incesante que galopa mi entraña
hace ya tanto tiempo…
Todo fueron
intentos; vanos y desflecados intentos
sin anclaje, a merced de los vientos que soplaron indómitos; ilusiones fugaces
al albur de unos sueños que nunca fueron propios; recónditos
asomos de lo que nunca supe, de lo que nadie sabe, por más que parezcamos de vuelta de nosotros; vagas reminiscencias de un
hálito divino o tal vez demoníaco, que ambos se dieron siempre en el hondón del
alma; miradas y promesas; efluvios de un deseo que no encontró su cauce y se perdió
en lo abrupto de mil desfiladeros; retazos de esperanza que al corazón alzaron
en vuelos sorprendentes; juegos de media noche que hicieron que la sangre
sintiera despropósitos; viejos daguerrotipos en los que se grabaron las huellas
la infancia, con la indeleble tinta de las constelaciones; intentos, sólo intentos que dibujaron alas
sobre unos dinosaurios que parecieron
gráciles como plumas al viento; así las
circunstancias hicieron de nosotros estatuas imposibles; imágenes que el tiempo
borró como se borran las huellas de la lluvia, para dejarnos quietos, sumidos
en la sombra del propio sentimiento…
Miré las
losas frías de tantos como fueron y ya sólo eran polvo; cenizas adosadas en
breves columbarios, como última morada, preludio de otra forma de contemplar la muerte; allí la humilde historia que tantos escribieron sobre páginas
sepia que el viento fue borrando; allí las ambiciones, el genio, la soberbia,
las mágicas hazañas, los miedos, las zozobras; allí los sentimientos que un día
nos hicieron capaces del milagro; allí las emociones que dieron tantas
páginas de luz sobre las sombras, aunque
a veces las sombras anegaran de sangre las encaladas tapias de viejos cementerios;
allí los muertos todos que nunca imaginaron que morir era el paso decisivo del
hombre; el final ignorado para el que nadie llega con el ánima presta; la
impotencia de tantos como un día creyeron ser los dueños del mundo; allí tantas
sonrisas como un día brillaron en los rostros anónimos de quienes, por
instantes, jugaron a ser libres, a enamorarse acaso de un pálido reflejo como
de luna al borde de un nuevo plenilunio; allí, sobre esa nada de sombra y de
silencio, reposa la inocencia de quienes
no supieron ser parte del misterio…
Desde todos
los pasos se llega al mismo puerto; como
las olas rompen sobre la firme roca,
destrozándose ajenas a su vaivén de espumas, los cuerpos se derrumban en
ese mar de olvido que habita sobre el polvo. No hay finales previstos que
cambien el destino de tantos como somos
partícipes del mundo; no hay lugares ajenos donde pudiera hallarse la
soledad buscada; los ojos que soñaron paisajes de inocencia, idílicos parajes
donde acallar el miedo, lagos inabarcables donde la luz henchida se hace sombra
en el brillo de escamas imposibles, no volverán a abrirse detrás del arrecife en
el que el alma intenta su imposible acrobacia; las flores aromáticas, las
vistosas anémonas, las secuoyas vetustas, los trinos de un concierto que dirige
el instinto de esa hermosa armonía con que la vida fluye, seguirán acallando
los gritos del silencio. Un silencio que acaso rondará eternamente la eternidad
del hueso que sustentó la forma de lo que ya no existe. ..
Con lágrimas
del alma os lloro en esta ausencia; con palabras que quieren contaros tantas cosas, os busco en el recuerdo; con versos que preludian no sé qué
testimonios me voy a vuestro encuentro. Apenas
queda tiempo para intentar el
vuelo que surque tanta historia, tanta vida prendida en viejos portafotos que horadan el olvido. Somos, al fin, pavesas perdidas en un hálito que, al filo de
la tarde, salen tras los aromas de mágicos efluvios que manan del misterio que
todo lo circunda. Somos parte de un todo fundido en el origen por cálidos
almagres que son el testimonio de toda nuestra esencia. Y son estas palabras,
tan torpes que podrían nacer de la ignorancia, las únicas artesas para amasar
el orden del caos en el que somos. Con ellas, como medio, os canto esta tonada
que quiere ser poema si al fin fuera
posible soñar el infinito…
Cómo decir que
el mundo es un lugar idílico, cómo darle palabras a quienes ya no tienen ni
ganas ni ilusiones, cómo llevar al alma un gramo de esperanza cual especia
precisa para seguir estando, cómo decir;
Dios mío, si Dios parece ausente, o dormido, o amnésico, cómo llegar al
borde de tanto despropósito sin que los ojos queden ciegos por el asombro,
cómo, Señor, podemos creer en los milagros, si de aquello del vino hace ya
tanto tiempo, cómo habremos de darnos para que quienes miren salgan fortalecidos. Arde la tierra toda en
un fuego alentado por tanto desatino como le cabe al hombre. Nadie siguió los
pasos que hubieron de asentarnos en este
paraíso que pudo ser un día, nos fuimos
alejando de la esencia del alma, nos vencieron las voces de quienes se asomaron
al guiñol de lo absurdo, y llegamos al
fango, sumidos en el vértigo de los
presentimientos. No sé si queda tiempo para tomar el viento que impulse nuestra
vela hacia otros horizontes; no sé si las palabras han servido de mucho para el entendimiento;
no sé desde qué angustia llegamos a esta vida tan yerma de intenciones. No
existe otro camino que no sea el de regreso a esa nada que abarca los ciclos de
la sangre. No hay remedio, nos cercan los alados jinetes del último holocausto.
Y su ataque mortífero, no dejará
vestigios del paso de los hombres por esta tierra enferma, que sólo espera
el bálsamo que produce el
silencio.