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lunes, 26 de enero de 2015

POEMAS EN PROSA.

Porque mirar atrás sólo conduce a un tiempo que se fue  y que ya el olvido  ha convertido en sombra; porque  desde que comenzamos el camino,  hemos ido  ganando  un lugar en la muerte  ya que no era posible ganárselo a la vida ; porque nos dimos tanto que apenas nos quedaron instantes para el goce; porque fuimos esclavos de esa suerte de envidia que acaso nos navega por esta sangre turbia que aún riega nuestra entraña;  porque dijimos basta cuando no se cumplieron nuestros firmes propósitos, o intentamos, ilusos, la lucha cuerpo a cuerpo; porque llegó la vida y nos dejó varados en campos casi yermos como a guerreros viejos sin  escudo y sin lanza; porque todas las guerras nos pasaron de pronto por el tamiz del alma dejándonos el poso de la desesperanza; porque fuimos pioneros de lo único que pueden ser pioneros los hombres: aferrarse a  una tierra  que nunca será propia; porque así, lentamente,  vamos llegando al punto donde todo es comienzo o acaso una metáfora de polvo resurrecto , escribo estas palabras; estos versos cansados de buscar el cobijo de una página en blanco; estas nuevas maneras de quedarme en vosotros por si acaso la ausencia me convierte en silencio; en silencio y olvido; en fugaz sobresalto de sangre en desbandada; siempre quise teneros en la sombra del alma; al abrigo del pozo de mis aguas profundas; al lado de los sueños que en vosotros habitan; al borde del camino donde fuimos almendro para el goce del ojo. Estas pobres palabras son el ritmo incesante que galopa mi entraña hace ya tanto tiempo…

Todo fueron intentos;  vanos y desflecados intentos sin anclaje, a merced de los vientos que soplaron indómitos; ilusiones fugaces al albur de unos sueños que nunca fueron propios; recónditos asomos de lo que nunca supe, de lo que nadie sabe, por más que parezcamos de vuelta  de nosotros; vagas reminiscencias de un hálito divino o tal vez demoníaco, que ambos se dieron siempre en el hondón del alma; miradas y promesas; efluvios de un deseo que no encontró su cauce y se perdió en lo abrupto de mil desfiladeros; retazos de esperanza que al corazón alzaron en vuelos sorprendentes; juegos de media noche que hicieron que la sangre sintiera despropósitos; viejos daguerrotipos en los que se grabaron las huellas la infancia, con la indeleble tinta de las constelaciones;  intentos, sólo intentos que dibujaron alas sobre unos dinosaurios  que parecieron gráciles como plumas al viento; así  las circunstancias hicieron de nosotros estatuas imposibles; imágenes que el tiempo borró como se borran las huellas de la lluvia, para dejarnos quietos, sumidos en la sombra del propio sentimiento…



Miré las losas frías de tantos como fueron y ya sólo eran polvo; cenizas adosadas en breves columbarios, como última morada, preludio  de otra forma de contemplar la muerte;  allí la humilde  historia que tantos escribieron sobre páginas sepia que el viento fue borrando; allí las ambiciones, el genio, la soberbia, las mágicas hazañas, los miedos, las zozobras; allí los sentimientos  que un día  nos hicieron capaces del milagro; allí las emociones que dieron tantas páginas de luz sobre las sombras,  aunque a veces las sombras anegaran de sangre las encaladas tapias de viejos cementerios; allí los muertos todos que nunca imaginaron que morir era el paso decisivo del hombre; el final ignorado para el que nadie llega con el ánima presta; la impotencia de tantos como un día creyeron ser los dueños del mundo; allí tantas sonrisas como un día brillaron en los rostros anónimos de quienes, por instantes, jugaron a ser libres, a enamorarse acaso de un pálido reflejo como de luna al borde de un nuevo plenilunio; allí, sobre esa nada de sombra y de silencio, reposa la inocencia de quienes  no supieron ser parte del misterio…


Desde todos los pasos se llega al mismo puerto;  como las olas rompen sobre la firme roca,  destrozándose ajenas a su vaivén de espumas, los cuerpos se derrumban en ese mar de olvido que habita sobre el polvo. No hay finales previstos que cambien el destino de tantos como somos  partícipes del mundo; no hay lugares ajenos donde pudiera hallarse la soledad buscada; los ojos que soñaron paisajes de inocencia, idílicos parajes donde acallar el miedo, lagos inabarcables donde la luz henchida se hace sombra en el brillo de escamas imposibles, no volverán a abrirse detrás del arrecife en el que el alma intenta su imposible acrobacia; las flores aromáticas, las vistosas anémonas, las secuoyas vetustas, los trinos de un concierto que dirige el instinto de esa hermosa armonía con que la vida fluye, seguirán acallando los gritos del silencio. Un silencio que acaso rondará eternamente la eternidad del hueso que sustentó la forma de lo que ya no existe. ..

Con lágrimas del alma os lloro en esta ausencia; con palabras que quieren   contaros tantas cosas,  os busco en el recuerdo;  con versos que preludian no sé qué testimonios me voy a vuestro encuentro.  Apenas  queda tiempo  para intentar el vuelo que surque tanta historia, tanta vida prendida en viejos portafotos  que horadan el olvido. Somos, al fin,  pavesas perdidas en un hálito que, al filo de la tarde, salen tras los aromas de mágicos efluvios que manan del misterio que todo lo circunda. Somos parte de un todo fundido en el origen por cálidos almagres que son el testimonio de toda nuestra esencia. Y son estas palabras, tan torpes que podrían nacer de la ignorancia, las únicas artesas para amasar el orden del caos en el que somos. Con ellas, como medio, os canto esta tonada que quiere ser poema  si al fin fuera posible soñar el infinito…

Cómo decir que el mundo es un lugar idílico, cómo darle palabras a quienes ya no tienen ni ganas ni ilusiones, cómo llevar al alma un gramo de esperanza cual especia precisa para seguir estando, cómo decir;  Dios mío, si Dios parece ausente, o dormido, o amnésico, cómo llegar al borde de tanto despropósito sin que los ojos queden ciegos por el asombro, cómo, Señor, podemos creer en los milagros, si de aquello del vino hace ya tanto tiempo, cómo habremos de darnos para que quienes miren  salgan fortalecidos. Arde la tierra toda en un fuego alentado por tanto desatino como le cabe al hombre. Nadie siguió los pasos  que hubieron de asentarnos en este paraíso que pudo ser  un día, nos fuimos alejando de la esencia del alma, nos vencieron las voces de quienes se asomaron al guiñol de lo absurdo,  y llegamos al fango, sumidos en el  vértigo de los presentimientos. No sé si queda tiempo para tomar el viento que impulse nuestra vela hacia otros horizontes; no sé si las palabras  han servido de mucho para el entendimiento; no sé desde qué angustia llegamos a esta vida tan yerma de intenciones. No existe otro camino que no sea el de regreso a esa nada que abarca los ciclos de la sangre. No hay remedio, nos cercan los alados jinetes del último holocausto. Y su ataque mortífero,  no dejará vestigios del paso de los hombres por esta  tierra enferma, que sólo  espera  el bálsamo  que produce el silencio.