La otra mirada.-
(Artículo para ser publicado, en
principio en la Revista de Semana Santa 2013)
Hay dos fechas señaladas: Navidad y
Semana Santa, que hacen referencia a la
vida de Cristo. La del Nacimiento, alegre, bullanguera, como corresponde a una
gran celebración. Las calles se iluminan, los comercios ponen alfombras rojas
en sus puertas con sendas macetas decoradas con
ramas de acebo, o pequeños y representativos pinos; los villancicos con sus letras de
esperanza inundan de alegría las calles principales, en las que una
chiquillería en época vacacional, se asombra y se emociona al paso de algún rey
de alquiler, o a la vista del juguete soñado desde que alguien hizo que lo
soñara a través del televisor. La gente se saluda, se desea felicidad,
prosperidad, salud, buenaventura, y toda
aquello que, en fin, se puede desear a quienes, por unos días, nos caen un poco
mejor que de costumbre.
Tras corto intervalo de tiempo, nos
encontramos con la Semana de Pasión, en la que aquel Niño, del que hace nada
celebrábamos su venida, va a ser acusado, procesado y ajusticiado de manera
cruenta e ignominiosa. El Niño Jesús, es hoy Jesús, el hombre. Y el peso de su
Cruz, al paso por las calles de Manzanares, hará brotar fervorosas lágrimas en
algunos de los rostros que aguardan su paso desde las aceras.
Como casi siempre sucede, es el
corazón, y no la razón el que mueve a las multitudes. Lo era entonces, cuando
el pueblo entero pedía a Poncio Pilatos la crucifixión de Jesús y lo es ahora,
ante la cruenta exposición de las imágenes que nos han legado los artistas
imagineros a través de la inspiración o del propio sentimiento.
Pero lo cierto es, que si tuviésemos
que ponerle rostro a un hombre que vivió hace dos mil años y del que apenas
existen vestigios, no sabríamos por dónde empezar. ¿Sería alto, sería
atractivo, sería, rubio, sería moreno, tendría la voz grave, sería... cómo
sería?
Todas las versiones de Jesús, que a
través de la literatura, la pintura, la escultura, el teatro o el cine, han llegado hasta nosotros, lo
representan hermoso, no podía ser de otra manera. No es imaginable pensar que a
Jesús le faltara algún diente, que le podía faltar, o que fuera cejijunto, o
cargado de hombros. En esto, como en tantas otras cosas de la vida, mitificamos
lo desconocido en función de la necesidad o la proyección del personaje. Judas
siempre estará representado por un personaje de rostro maléfico, de mirada
huidiza, de ademanes groseros. Posiblemente a alguien se le haya ocurrido
pensar en el tormento que para el debió suponer ser el culpable de una muerte
inocente y lo haya imaginado llorando arrepentido; pero esa no sería una imagen
acorde con la naturaleza de lo que se representa.
Así es la Historia, porque así es el
género humano. Nos basamos en el dicho, en lo oído a alguien que a su vez lo
oyó. Ensalzamos o envilecemos a capricho cuando lo justo, mientras no se
demuestre lo contrario, sería el
escepticismo.
Es por esa misma razón, por la que
dudo que mi reflexión sea bien interpretada en estas páginas. Yo debería decir
lo que se espera que diga alguien que colabora en una revista si no religiosa,
al menos fervorosamente crédula. Pero si dos mil años de repetición no han
servido para que la humanidad haya seguido el camino que Él nos impuso, ¿de qué
sirven las palabras?
Seguiremos pasando sobre cadáveres,
crucificando a inocentes, permitiendo que
mueran de hambre y de abandono aquellos que no han hecho otro mal que
nacer en un mundo injusto.
Seguiremos criticando, zahiriendo,
malmetiendo, mirándonos el ombligo, porque así, querámoslo o no, es el género
humano. Seguiremos editando esta revista, representando estos sucesos,
renovando estas imágenes año tras año, mientras el mundo se enzarza en guerras
en nombre de palabras adocenadas y caducas como libertad, religión, raza...
Seguirán sucediéndose las
estaciones, los siglos, las civilizaciones. Y loa hombres, siempre temerosos,
seguirán eliminando a quienes supongan un obstáculo para la buena marcha de lo
establecido, porque, querámoslo, o no, así es el género humano.
Sólo existe una palabra: Amor. Y Él
lo dijo “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”
No haría falta nada más, pero
tampoco nada menos.