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viernes, 13 de marzo de 2015

LA OTRA MIRADA.

La otra mirada.-
(Artículo para ser publicado, en principio en la Revista de Semana Santa 2013)

Hay dos fechas señaladas: Navidad y Semana Santa,  que hacen referencia a la vida de Cristo. La del Nacimiento, alegre, bullanguera, como corresponde a una gran celebración. Las calles se iluminan, los comercios ponen alfombras rojas en sus puertas con sendas macetas decoradas con  ramas de acebo, o pequeños y representativos  pinos; los villancicos con sus letras de esperanza inundan de alegría las calles principales, en las que una chiquillería en época vacacional, se asombra y se emociona al paso de algún rey de alquiler, o a la vista del juguete soñado desde que alguien hizo que lo soñara a través del televisor. La gente se saluda, se desea felicidad, prosperidad, salud, buenaventura,  y toda aquello que, en fin, se puede desear a quienes, por unos días, nos caen un poco mejor que de costumbre.
Tras corto intervalo de tiempo, nos encontramos con la Semana de Pasión, en la que aquel Niño, del que hace nada celebrábamos su venida, va a ser acusado, procesado y ajusticiado de manera cruenta e ignominiosa. El Niño Jesús, es hoy Jesús, el hombre. Y el peso de su Cruz, al paso por las calles de Manzanares, hará brotar fervorosas lágrimas en algunos de los rostros que aguardan su paso desde las aceras.
Como casi siempre sucede, es el corazón, y no la razón el que mueve a las multitudes. Lo era entonces, cuando el pueblo entero pedía a Poncio Pilatos la crucifixión de Jesús y lo es ahora, ante la cruenta exposición de las imágenes que nos han legado los artistas imagineros a través de la inspiración o del propio sentimiento.
Pero lo cierto es, que si tuviésemos que ponerle rostro a un hombre que vivió hace dos mil años y del que apenas existen vestigios, no sabríamos por dónde empezar. ¿Sería alto, sería atractivo, sería, rubio, sería moreno, tendría la voz grave, sería... cómo sería?
Todas las versiones de Jesús, que a través de la literatura, la pintura, la escultura, el teatro  o el cine, han llegado hasta nosotros, lo representan hermoso, no podía ser de otra manera. No es imaginable pensar que a Jesús le faltara algún diente, que le podía faltar, o que fuera cejijunto, o cargado de hombros. En esto, como en tantas otras cosas de la vida, mitificamos lo desconocido en función de la necesidad o la proyección del personaje. Judas siempre estará representado por un personaje de rostro maléfico, de mirada huidiza, de ademanes groseros. Posiblemente a alguien se le haya ocurrido pensar en el tormento que para el debió suponer ser el culpable de una muerte inocente y lo haya imaginado llorando arrepentido; pero esa no sería una imagen acorde con la naturaleza de lo que se representa.
Así es la Historia, porque así es el género humano. Nos basamos en el dicho, en lo oído a alguien que a su vez lo oyó. Ensalzamos o envilecemos a capricho cuando lo justo, mientras no se demuestre lo contrario,  sería el escepticismo.
Es por esa misma razón, por la que dudo que mi reflexión sea bien interpretada en estas páginas. Yo debería decir lo que se espera que diga alguien que colabora en una revista si no religiosa, al menos fervorosamente crédula. Pero si dos mil años de repetición no han servido para que la humanidad haya seguido el camino que Él nos impuso, ¿de qué sirven las palabras?
Seguiremos pasando sobre cadáveres, crucificando a inocentes, permitiendo que  mueran de hambre y de abandono aquellos que no han hecho otro mal que nacer en un mundo injusto.
Seguiremos criticando, zahiriendo, malmetiendo, mirándonos el ombligo, porque así, querámoslo o no, es el género humano. Seguiremos editando esta revista, representando estos sucesos, renovando estas imágenes año tras año, mientras el mundo se enzarza en guerras en nombre de palabras adocenadas y caducas como libertad, religión, raza...
Seguirán sucediéndose las estaciones, los siglos, las civilizaciones. Y loa hombres, siempre temerosos, seguirán eliminando a quienes supongan un obstáculo para la buena marcha de lo establecido, porque, querámoslo, o no, así es el género humano.
Sólo existe una palabra: Amor. Y Él lo dijo “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”
No haría falta nada más, pero tampoco nada menos.