Retrato en sepia.-
1
Aprendices de navajero
en una fábrica de Albacete.
Ni siquiera la blusa -uniforme del gremio-
podían permitirse en aquél tiempo
los niños aprendices. Cuchilleros
de humilde condición, de inmaculados
ojos que se iniciaban en la industria
de aquella profesión. Ingeniería
nacida del ancestro como nacen
de un primer corazón las emociones
que después se transmiten en impulsos,
en vaharadas de sangre, eternamente.
Cuchilleros de sombras
-ni siquiera una luz anticipando
la claridad del día-, aprehendiendo
el sentido de aquella laboriosa
manera de ser alguien, afilando
el acero, a la vez que el instinto
daba forma a sus sueños de muchachos.
2
La navaja de padre.-
I
No recuerdo a mi padre sin navaja.
Yo era pequeño, y ella,
un artefacto extraño
nadando entre los miedos y el asombro.
La navaja herramienta,
la navaja instrumento,
la navaja en el fondo
del pardo pantalón de mis recuerdos.
II
Sonaba el clic seguro, y era el gesto
cual el de un oficiante que iniciara
un rito casi atávico.
La mano de mi padre se ajustaba
a aquellas cachas blancas, jalonadas
con visos de misterio,
mientras madre sacaba de la orza
el pan sentado y blanco.
La navaja era entonces como un cáliz
desde el que el pan llegaba hasta las manos
en aquellas mañanas invernales
de hielo y de sarmientos.
La navaja libraba soledades
y tallaba sentidas miniaturas
en las noches de abril, cuando la luna,
redonda como un sueño sin orillas,
ponía claridades en lo incierto.
Yo era pequeño, y ella tan hermosa,
que anhelaba tenerla entre mis manos
inhábiles y niñas,
preparando las púas del injerto
con la misma destreza
de aquellas otras fuertes y precisas
curtidas por el cierzo...
Pero era de mi padre
y era su propiedad intransferible.
Y había que crecer y hacerse un hombre
para tener derecho a una navaja
de aquellas de Albacete tan lejano ,
que llegaban en cada nueva feria
como aves migratorias
que anunciaran faenas de vendimia
y octubres de nostalgia.
III
Hoy que el recuerdo anida en los aleros
de un tiempo de bonanza,
y mi barca navega en otros mares
y acuden las ausencias
a llenar esos huecos de añoranza
que la vida precisa
para sentirse unida a las raíces
y al hilo de lo eterno,
se asoman a mi mente las secuencias
de aquellas horas cálidas
que dejaron su herrumbre en las orillas
de tanto olvido injusto.
Y me llegan, aún entrecortadas,
pasadas confidencias
en las que se hizo brasa la palabra
y supo a pan caliente.
Hoy recuerdo aquel gesto, tan de padre,
de hacer las rebanadas sobre el pecho,
o aquella cuña firme que apuraba
las últimas esencias del caldero.
Hoy miro entre mis cosas,
-en el cajón más íntimo del alma-
y remueven mis manos viejas huellas
de todos los que fueron,
hasta encontrar aquella que rezuma
calor de amanecidas.
Y se cierra mi anhelo en ese punto
de firmeza y aplomo
sobre unas cachas pálidas de tiempo
que aún no me pertenecen.
IV
La navaja es el nudo que me enlaza al recuerdo.
Todo está igual allí, tal vez por eso
uno vuelve la vista a la pureza
de esa imagen paterna
intentando encontrar una metáfora
que describa el instante,
pero no hay dimensión donde se ofrezca
una estampa más nítida
que aquella que navega por el pulso
de una sangre caliente.
La navaja está aquí, mudo testigo
de un tiempo irrepetible
que aun despierta pasadas realidades
en el ánfora gris de la nostalgia.
3
De luces y de sombras su reflejo.-
Dejadla así: rayando la osadía;
mitad provocación, mitad belleza;
lo mismo en un arcón de la nobleza
que en un vasar de humilde buhonería.
Dejadla así, no entréis en la porfía
de si es de superior naturaleza.
Dejad que sea su origen la corteza
en la que talle el tiempo su grafía.
Dejad que sea el color de la distancia
el que imprima su huella en la navaja
y la invista de luz o de misterio.
Y que brote el laurel de la constancia
en la mano del hombre que trabaja
tomándose su oficio tan en serio.
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